martes, 30 de septiembre de 2008

SOBRE LA CACHIPOLLA Y LO EFÍMERO


La cachipolla es un insecto que vive no más de veinticuatro horas. Nace, se aparea y muere. Quién sabe si entre las propias cachipollas ese tiempo es una auténtica eternidad. Los humanos no somos insectos, aunque a veces pueda parecerlo. Nacemos, nos apareamos –si podemos- y morimos, aunque muchos lo hacen convencidos de que su vida terrenal es efímera, pues la vida eterna les espera en el más allá.

Yo no soy una cachipolla, pero creo que tengo algo de gilipollas. Lo piensan y lo dicen a mis espaldas mis enemigos e incluso algún amigo, pero también lo pienso yo. Porque vamos a ver, ¿para qué coño escribo este blog? Lo confieso: para darme gusto, pues de verdad, si hay algo efímero en esta vida es el gustito que proporcionan determinadas acciones. Lo demás es el vivir o el morir que diría el genial Jorge Manrique:

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos (…)

Reconozco que tengo importantes limitaciones en muchos aspectos de mi vida, pero no la de estar negado al disfrute de la libertad. Pensar y, sobre todo, decir libremente lo que se piensa ¿cabe acaso mayor satisfacción en esta vida efímera? De mi paso por esta vida no se va a acordar ni la madre que me parió (eso al menos espero, pues lo contrario sería darle un disgusto). Lo escrito en este blog pasará –está ya- al nuevo mundo virtual que nos proporciona el servidor de google. ¿Puede acaso pedirse más? Hace relativamente pocos años, sólo contados humanos podían gozar de esa libertad de expresar y dejar constancia de lo que pensaban. Eran por lo general hombres, o no, eran en realidad todos hombres, y siempre pertenecientes a los círculos del poder. No trato de dar lecciones a nadie, salvo las que imparto como profesor, y siempre diré aquí lo que me apetezca. Formo parte de la especie humana, y aún contando con un grado de gilipollez adquirida, no pienso renunciar a seguir expresando todo aquello que proviene de mi gilipollez innata. Al fin y al cabo no pretendo hacer daño a nadie, y si algún daño ocasiono, estoy convencido que es a mí mismo, pues siempre es un riesgo manifestar abiertamente lo que se piensa. Es el riesgo de sentirse libre en un mundo de cachipollas.

lunes, 29 de septiembre de 2008

OIGA, ¿Y CÓMO RESPONDERÍA USTED A LA PREGUNTA FORMULADA?


Pues a la pregunta de si soy católico respondería que sí, a la de si soy de izquierdas, que no sé, a la de si soy homo o heterosexual, que de momento soy lo segundo, a la de si soy del Opus Dei, que no…a la de lo que fuere, que estoy hasta los mismísimos güevos de tanta pregunta estúpida que se nos formula o se hace sobre cualquiera de nosotros sin ni siquiera ser conscientes la mayoría de las veces de su formulación y mucho menos de su respuesta. Aquí lo único cierto es que todas esas preguntas y respuestas forman parte de una faceta despreciable –en cuanto a tiempo, me refiero- del conjunto de congéneres que viven en nuestra familia ampliada, nuestra calle, nuestro pueblo o ciudad, nuestro lugar de trabajo, nuestro bar matutino, vespertino o nocturno, nuestro kiosco o, en fin, nuestra gasolinera de referencia. La masa no sólo vive de las revistas del corazón y del periodismo amarillo, sino de hurgar cotidianamente en la vida de los familiares y conocidos. Precisan hacerlo, seguramente, para no tener que sufrir –piensan ellos y ellas y presupongo yo que lo hacen- ponerse a leer cualquier libro de buena literatura, lo que para ellos y ellas –es otra presunción iuris tantum- sería una terrible pérdida de tiempo (durante el franquismo, recuerdo que en la “Librería Morales”, frente a la Iglesia de San Agustín y al Instituto, se alquilaban novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía (¿?). Hoy hemos progresado y lo que se alquilan son videos, fundamentalmente de contenido pornográfico, que poco contribuyen, creo yo, a estimular la lectura. Como es obvio, Franco no pretendía favorecer el sentido crítico de los españoles, pero me temo que los gobiernos democráticos tampoco).

Suelo comprar a diario el periódico El País y, en ocasiones, El Mundo o el ABC. Después de casi ocho años haciéndolo en mi gasolinera (que ya quisiera yo que lo fuera en términos de propiedad), la señora que me atiende se atrevió a preguntarme hace unos días si yo era del Partido Popular, pues me confesó que llevaba mucho tiempo un tanto mosqueada, pues la compra del ABC era un signo inequívoco de mi posible pertenencia a la derecha, en tanto que la de El País, de mi pertenencia a la izquierda. En cuanto a El Mundo –le pregunté yo- la respuesta fue que podía ser del PSOE o del PP o apolítico. De manera educada y con una sonrisa amigable le conteste que ni era del PP, ni del PSOE ni de Coalición Canaria, y mucho menos, del MPIAC, pues ya hace tiempo que dejé de comprar El Día. Soy de mí mismo, y he votado en democracia al PP, al PSOE y a Coalición Canaria. ¿Le basta con esto camarada, digo, Señora? Esta última pregunta no fui capaz de formulársela a la Señora, pero a punto estuve. La madre que la parió…

Estos días, muchos españoles que están al tanto de la cosa política se han preguntado por las razones que han llevado al Sr. Zapatero a proponer como presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo a un juez que resulta que es más católico y de derechas que el copón (la pregunta-respuesta “condenatoria” ya existía para determinadas sectas y, además, todo se reduce a presentar lo accesorio como esencial). Estoy convencido de que este señor al que han propuesto es no sólo una persona honesta respecto a la cual hay que presumir actuará con independencia. Lo que resulta en todo caso más que sorprendente es que no haya habido ni un solo vocal del Consejo General del Poder Judicial (ni de los nombrados por el PSOE ni de los nombrados por el PP, CIU o PNV) que se haya atrevido a contravenir lo ordenado por sus respectivos jefes de filas. Esto sí que merece una pregunta expresa por parte de algún diputado o diputada al Sr. Rodríguez Zapatero y también al Sr. Rajoy, respecto a cómo los partidos burlan a diario el sistema democrático y el principio de separación de poderes, y cómo los designados por éstos actúan como auténticos borregos. Pero no parece que este tipo de preguntas sean hoy procedentes. Mal asunto para la democracia, que precisa permanentemente de auténticas preguntas que rara vez son formuladas por los mediocres políticos que dicen representarnos. Mejor el chismorreo propio de las preguntas innecesarias que nos hacen cada vez un poquito más estúpidos…

viernes, 26 de septiembre de 2008

CARTA DE PROTESTA A MIS AUTORIDADES ACADÉMICAS


Magnífico Sr. Rector, Ilustrísimo Sr. Decano, Vicerrectoras (es), Vicedecanas (nos) y Secretaria de la Facultad de Derecho.

Llevo una semana impartiendo mis clases en un aula que no sólo no reúne las condiciones mínimas que exige la legislación vigente en cuanto a condiciones de ventilación, distancias entre el atril y la primera fila de pupitres, condiciones de aislamiento térmico y acústico, etc., sino que más bien parece ha sido rediseñada o reformada durante este pasado verano con el firme propósito de impedir que pueda servir para impartirse en la misma cualquier tipo de actividad docente o, al menos, con el propósito de perjudicar al máximo la salud de alumnos y profesores (sobre todo la de estos últimos, pues la innegable juventud de los primeros les lleva a creer erróneamente que su potencia vital actual permanecerá invariable a lo largo de toda la cortedad de la vida, sin que pueda influir en la misma las condiciones adversas en la que desarrollan sus cometidos como estudiantes).

Por razones que desconozco pero que en todo caso atribuyo a un buen propósito (presunción de legitimidad de la actuación administrativa), a alguien se le ocurrió dividir las aulas de primer curso de Derecho en dos. Se trata de macroaulas en las que cabían unos doscientos alumnos por aula. La obra puede ser calificada como obra menor, toda vez que se trataba de levantar un tabique divisorio justo en la mitad de cada aula. Pero si la obra era menor, las consecuencias de la misma han sido incalculables en cuanto a efectos perversos ocasionados.

En su concepción original, el arquitecto que diseñó el aula pensó correctamente que un aula capaz de albergar a unos doscientos alumnos tenía que tener unas condiciones de ventilación específicas que fueran capaces, entre otras cosas, de facilitar su aireación o ventilación entre clase y clase. El procedimiento para ello era sencillo. El aula estaba dotada de grandes ventanales que contaban con una apertura en su parte superior y, sobre todo, con dos entradas independientes y opuestas, lo que facilitaba que se produjera una corriente de aire que renovaba entre clase y clase el aire viciado que se generaba no sólo como consecuencia de los innumerables actos de respiración y suspiro de los presentes, sino también, por lo soporífero y contaminantes que resultamos ser por lo general los profesores. Al levantar un tabique divisorio justo en la mitad del aula, esa feliz corriente de aire que con anterioridad todo limpiaba, se ha acabado. Ahora la nueva aula se ha transformado en una sauna. Estamos a finales de septiembre, y ya he podido comprobar que al finalizar mi clase de cuarenta y cinco minutos, el sudor me llega hasta los colondrillos. No quiero ni pensar lo que podrá ocurrir a partir del mes de abril-mayo.

Pero si el aula no tiene forma de ventilarse adecuadamente, no digamos ya lo que sucede con las condiciones de aislamiento acústico. Mientras imparto mi clase de Derecho Financiero, escucho ¡nítidamente¡ al profesor de al lado hablando de otras materias que nada tienen que ver con el Derecho. ¿Qué ha ocurrido? Pues muy sencillo. El que construyó el tabique divisorio no se percató de la existencia de un falso techo, y remató el tabique en el falso techo, con la consecuencia nefasta de que las nuevas aulas resultantes están comunicadas por el espacio libre que queda entre el falso techo y el techo.

¿Y por qué ocurre todo esto? Pues está claro que no por mala voluntad o mala fe de las autoridades académicas, pero sí por la falta del más mínimo interés de tales autoridades a la hora de supervisar la realización de las obras que se realizan en la Facultad de Derecho. Cualquiera de esas autoridades, de haber puesto un mínimo de diligencia, se hubiese percatado rápidamente de la chapuza que se estaba haciendo y que hoy estamos pagando los estudiantes y profesores de la Facultad de Derecho. Así que espero que esas mismas autoridades resuelvan el problema que han creado en el más breve plazo posible.

jueves, 25 de septiembre de 2008

TABIQUES DE COMUNICACIÓN NO DESEADA


Pertenezco a una familia de seis hermanos (dos ya fallecidos) que en la época en la que todos vivíamos en un piso de alquiler de unos ochenta metros cuadrados en la calle lagunera de Anchieta, uno de los espacios del piso servía de día como probatorio para las señores a las que mi madre le confeccionaba sus trajes, y de noche como dormitorio de algunos de mis hermanos. Se trataba de una habitación multiusos que el ingenio de mis padres había creado ex novo aprovechando el espacio del salón de entrada al piso mediante su cerramiento con un tabique de madera. Lo que en aquella habitación probador-dormitorio se hablaba se escuchaba nítidamente a través de aquella división tabical de efectos más visuales que otra cosa.

Me ha venido a la memoria este recuerdo de la niñez porque este curso me han asignado un aula que ha sido objeto de una sustancial modificación durante el verano. Se trata de una de las aulas que hasta el presente se venían utilizando para impartir las clases de primer curso de Derecho. Eran aulas muy espaciosas en las que antes de la reforma podrían caber en las mismas unos doscientos alumnos. La autoridad competente, por razones que aún desconozco, decidió este verano dividir en dos estas aulas mediante la construcción de un tabique.

En mi primer día de clase, mientras hablaba a mis alumnos, escuchaba con bastante nitidez la intervención de algún colega en la nueva aula del otro lado del tabique. Tuve intención de comunicarme con él no sólo para saludarle e identificarme, sino también, para rogarle que procurara hablar un poco más bajo, pues con su voz interfería de manera muy negativa en mi clase.

En el segundo día de clase, el colega del día anterior ya no estaba en el aula de al lado. Ahora eran todos los alumnos que esperando inútilmente su presencia, pues finalmente no apareció, no pararon de hablar durante todo el tiempo que duró mi clase. Tampoco entonces hice nada; bueno, sí, le dije a mis alumnos que aquella situación era, además de absurda, intolerable. Que no podía entender cómo se había realizado una obra inútil en tanto el tabique que se había colocado no impedía que se escuchara con total nitidez la voces de los profesores que estuvieran impartiendo sus clases de las nuevas aulas que habían surgido de la división.

Desconozco si el mismo problema que yo sufro también es percibido como tal por otros colegas de uno u otro lado del tabique. La verdad es que me da exactamente igual. Pienso plantear una protesta individual ante las autoridades académicas competentes e incompetentes. Pero junto con la protesta formal y por escrito, pienso además tomar medidas de defensa de mis derechos y de los derechos de mis alumnos. Si en un tiempo razonable no está solventando el grave problema del tabique de los cojo…. daré mis clases en cualquiera de los pasillos de la Facultad. Y que venga la autoridad competente a poner orden…. por favor.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

EN TORNO AL OFICIO DOCENTE


Después de unos cuantos años dedicado casi en exclusiva a este negocio ruinoso de tratar de enseñar a otros, algo he aprendido, y no sólo de la materia que enseño, sino también, de los destinatarios de mi actividad. En cada inicio de curso, voy a mi clase ilusionado con ver las caritas de los angelitos que allí esperan con ver a su vez la carita del profesor o profesora que les ha tocado en suerte. Aunque en ocasiones me parece que en el acto de presentación digo lo mismo de todos los años, en realidad no es así. Creo que aún no me ha llegado la hora de tomarme mis clases como una mera repetición rutinaria de una materia que ya no suscita en mí ningún tipo de interés. Es en esto último donde quizá radique la clave de la profesión docente. Si el profesor ha perdido su interés en la materia que estudia para así poder iniciar a otros en ese mismo interés, mal asunto. Será imposible que suscite la necesaria curiosidad y el gusto por saber y aprender en sus alumnos. Por eso, si bien eso del aprobado y suspenso son datos de los que en la actualidad no cabe prescindir, en realidad ese dato ha de ser obviado por el profesor desde el primer día de clase. No se viene a la Universidad a aprobar o suspender, se viene a aprender, a reflexionar críticamente sobre la realidad objeto de estudio, a tratar de formarse de la manera más amplia y completa posible, en fin, a aprender a asumir la responsabilidad que supone ser un adulto en un mundo cada vez más complejo o tal vez más simple.

Esto último de la complejidad o la simpleza es algo que realmente me abruma cada vez más a la hora de cumplir con mi función docente. Vivimos en una sociedad en la que las fuentes de información a utilizar por los destinatarios son aparentemente ilimitadas. Basta con teclear en el buscador Google u otro similar la palabra o el término sobre el que queramos tener información, y en breves segundos tendremos a nuestra disposición cientos, miles o millones de páginas a nuestro alcance. Sin embargo, aparte de tratarse de una información desordenada, inconexa y de naturaleza extremadamente diversa en cuanto a su rigor y calidad, lo cierto es que rara vez lograremos obtener a través de este medio una información fiable, pues la mayor parte de las veces la misma aparecerá asociada al marketing o a la incitación al consumo. Se me podrá calificar de carca, pero creo que es muchas veces más útil a efectos de fundamentar un aprendizaje sustancial, acudir a una biblioteca universitaria y leer uno o más libros fundamentales sobre un determinado tema, que estar perdiendo el tiempo navegando por internet sin rumbo conocido (bueno, es verdad, ya sé que en nuestra Universidad no se acude a la biblioteca con esta finalidad, sino casi exclusivamente a “empollar” irracionales apuntes que sólo sirven, si acaso, para obtener una ansiado aprobado, pero nunca para aprender absolutamente nadita de nada).

El proceso de aprendizaje y el querer saber no sólo es una actitud, sino que es también posiblemente una desgracia para el sujeto. Esto es lo que de verdad me atormenta. Saber y conocer, estudiar y reflexionar sobre la realidad, es propio de espíritus inquietos (desinquietos en Canarias), y esto es lo que pretendemos los docentes de nuestros estudiantes. Pero si esto es así, nuestra obligación será darles los instrumentos para que sean capaces de advertir, por ejemplo, el fraude en que se ha transformado, en muchísimos aspectos, la Universidad pública española. Y esto, queridos amigos, es hacerlos unos desgraciados, pues no sé si no sería más correcto y más feliz para ellos pasar cuanto antes por la Universidad, aprobar sin aprender ni aprehender y seguir enganchados al “bred and circus” permanente que nos rodea.

martes, 23 de septiembre de 2008

PROFESOR DR. JUAN BUSTOS


El profesor Juan Bustos Ramírez fue Catedrático de Derecho Penal de la Universidad de La Laguna. Falleció en Chile el pasado día 7 de agosto a los setenta y dos años de cáncer. En marzo de este mismo año había sido elegido Presidente de la Cámara de Diputados chilena.

Tuve el honor y la oportunidad de conocer a Juan Bustos. Como a otros catedráticos de Derecho Penal que han pasado por nuestra Universidad, tampoco a Juan Bustos se le acogió aquí con la tradicional hospitalidad que tópicamente se dice tenemos los canarios con los llegados de fuera de las islas. Más bien se le acogió con indiferencia, la misma que ahora presta la Facultad de Derecho de la Universidad lagunera ante su irreparable pérdida.

En el año 1973, cuando Pinochet asesinó al Presidente Allende y a la democracia en Chile, tenía yo veinte años. Era entonces un joven revolucionario que había pasado en el año 1971 por las manos de la policía política franquista y que años antes contaba con una escopeta de balines en cuya culata había grabado el nombre de Che Guevara (por cierto, aún no he ido a ver la película dirigida por Soderbergh e interpretada por Benicio del Toro). Cuando años después conocí a Juan Bustos y me contó que había sido asesor personal del Presidente Allende, mi admiración por su persona fue inmediata. Esa admiración inicial aumentó al saber que Juan Bustos se encontraba con Allende en el Palacio de la Moneda cuando el mismo fue cobardemente bombardeado y asaltado por los militares golpistas. Logró esconderse con otros compañeros socialistas pero finalmente fue detenido por los militares.

En el momento de la detención, el teniente bajo cuyo mando se hallaba la patrulla militar se percató de la presencia de Juan Bustos. Lo separó de los demás detenidos y le dijo: “¿No me recuerda, Don Juan? Fui alumno suyo en la Facultad de Derecho, y para mí fue usted un excelente profesor”. Sabiendo el destino que les esperaba a los demás detenidos, el teniente salvó la vida del profesor Bustos.

Exiliado en Argentina, en el año 1975 fue detenido por los militares argentinos, librándose de nuevo de una muerte segura gracias a la solidaridad de sus colegas penalistas europeos y latinoamericanos, que presionaron a la Junta militar del general Videla en favor de su liberación.

En el año 1971, cuando fui detenido por la policía política franquista acusado de propaganda ilegal, ocupaba la cátedra de Derecho Penal de la Universidad de La Laguna el profesor Manuel Cobo del Rosal, que entonces vivía en un piso de la lagunera calle de La Carrera del que era vecino mi tío Florencio y mi tía Tomasa. Ambos intercedieron ante el mismo por mí y me consta que a su vez él habló con el juez al que gracias a Dios me entregó la policía política, el Sr. Roberto Roldán, hoy también desgraciadamente desaparecido y con el que años después intimé pero con el que nunca hablé de mi presencia como reo ante el mismo, no se si por pudor o por respeto a su condición de juez. Pues bien, fue Cobo del Rosal el que años después (¿1979-80?), siendo Secretario de Estado de Universidades en uno de los gobiernos de la UCD, el que intercedió de manera decisiva para crear por un procedimiento extraordinario determinadas cátedras que serían ocupadas por penalistas latinoamericanos, entre ellos, el profesor Juan Bustos. Gracias a esa feliz iniciativa Juan Bustos pudo venir a La Laguna, a su Facultad de Derecho.

Cosas de la vida. De todas las aquí contadas estoy muy orgulloso. Es lo único que me importa. Profesor Juan Bustos, q.e.p.d.

(Véase artículo sobre Juan Bustos publicado por Enrique Gimbernat en el periódico El Mundo de 29 de agosto de 2008).

domingo, 21 de septiembre de 2008

(REINICIO): EL RECTOR DE LA ULL Y LA CANTINELA TRADICIONAL DE LA FALTA DE MEDIOS DE LA INSTITUCIÓN

Bueno, no reinicié la publicación de mis paridas el día uno de septiembre, pero en fin, ya es conocido lo del trauma posvacacional que, en los tiempos que corren, sufren de verdad aquellos que no tienen posibilidad de reintegrarse a su puesto de trabajo porque éste ha desaparecido como efecto de la crisis económica. Mi trauma es ficticio, como el de otros muchos españoles que mentalmente creen tenerlo porque esta sociedad ya ha olvidado que el trabajo, además de dignificar a quien lo realiza, contribuye a la riqueza de la Nación (bueno, o a la del empresario y el Estado). En mi caso, además, por el hecho de ser funcionario público, he de confesar que hasta tengo un poco de mala conciencia por no denunciar con más ahínco a todos aquellos representantes sindicales que en el seno de la Administración pública están liberados de trabajar y que jamás han denunciado a ningún “compa” por el mismo privilegio que ellos ostentan de manera oficial, esto es, por no trabajar y vivir del cuento a cargo del dinero de los sufridos contribuyentes.

Hace ya algunos años que no voy a los actos solemnes de apertura oficial del curso académico en el seno de mi Universidad. Aparte de repetitivos, bastante estúpidos y totalmente plomizos, se conforman como manifestación patente de la ausencia total de innovación en la que está inmersa la institución universitaria. Y no se trata de negar la belleza y honda significación que en sí mismo tiene el acto solemne de apertura de curso como manifestación de una tradición secular en el seno de la Universidad, sino más bien, de afirmar que en mi Universidad hay mucho respeto a la tradición y ninguno o muy poco a la innovación. Para muestra bien vale un botón.

En los últimos treinta años, esto es, desde la reinstauración del régimen democrático en España, la Universidad de La Laguna, al igual que el resto de las Universidades españolas, ha recibido de la sociedad que la mantiene un volumen de recursos muy considerable. Pues bien, no hay apertura de curso en la que el rector de turno (ya sea de un “partido” de derechas o de uno de izquierdas) no repita ante el Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma que los recursos económicos previstos en el presupuesto son insuficientes. Y claro, si esto es así, pues ya se sabe, santo pretexto para justificar lo injustificable: la ausencia de cualquier tipo de autocrítica respecto al uso que se hace de los recursos de los contribuyentes en el seno de la Universidad.

A mi edad y con el nivel de desasosiego al que he llegado con respecto a la denominada “política universitaria”, no sólo no me creo que nuestra Universidad sea la abanderada de la innovación en nada de nada, y menos que nada, en el campo de las ideas. Pero así y todo, en mi fuero interno sigo soñando con el día en que un rector o rectora presida el acto solemne de la apertura de curso en la ULL y afirme con rotundidad ante el claustro universitario que entre los responsables de los males (económicos y de otro tipo) que padece la institución están los profesores y el personal de administración y servicios. El rector que así actuare dejará, sin duda, de ser rector, pero al menos pasará a la pequeña historia de la universidad no como un político más, acostumbrado a mentir o a ignorar la realidad, sino como un auténtico universitario interesado en afirmar por encima de todo la verdad.