viernes, 25 de septiembre de 2009

miércoles, 1 de abril de 2009

LOCUAZ


“Murió porque hablaba demasiado”. Es la respuesta sin posibilidad de repregunta –por si acaso- del jefe mafioso ante algún compinche que inquiere sobre la existencia de otro del que hace algún tiempo nada se sabe. Aquí la locuacidad es causa segura de una sentencia de muerte inapelable, pues en definitiva, ese hablar demasiado no es otra cosa, en el argot de la mafia, que “irse de la lengua”. En este contexto, por consiguiente, parece que lo mejor es “mantener la boca cerrada” y sólo decir las palabras justitas que correspondan, pues incluso errar en alguna de ellas puede ser también causa provocadora de la ira asesina de quien sustenta el poder.

En otros ámbitos, sin embargo, la locuacidad puede ser una auténtica virtud, al menos en principio. Es lo que suele ocurrir en el ámbito de la política, donde la combinación de locuacidad e imagen es un factor inicial determinante en la carrera de muchos líderes políticos. Pero en este contexto, hablar demasiado ya no es sinónimo de “irse de la lengua”, sino más bien, de “no decir nada” y, en caso de sobrevenir la “muerte”, esta no es definitiva, sino tan sólo confirmación de que lo mejor es “hacer oídos sordos” ante el discurso insustancial y de pura palabrería del que hemos descubierto como mero diletante de la palabra. El candidato feneció porque lo único que hacía era hablar y hablar para sí mismo, esto es, para escucharse a sí mismo sin ton ni son. Hagamos un esfuerzo y pensemos en algunos líderes políticos de ámbito nacional, autonómico o local, y seguro que hallaremos ejemplares muy desarrollados en cuanto a grado de perfección alcanzado, con esa supuesta virtud de empezar la frase con la horripilante expresión de “Yo diría…” y no saber cuándo la van a terminar.

Y qué decir del ámbito de la abogacía, profesión que entronca desgraciadamente con la visión negativa que nuestra cultura tiene de los sofistas (gracias a las diatribas que contra ellos nos legó Platón), y para los que la palabra es siempre un instrumento determinante a la hora de la defensa o el ataque en el proceso de la discusión dialéctica. Aún quedan agraciadamente abogados que usan correctamente el lenguaje y que son comedidos –aunque a veces también ampulosos- a la hora de su aplicación al caso concreto.

¿Y los profesores? Ay, los profesores (y profesoras, que ya deben ser más a estas alturas). Estos sí que precisan de la palabra y también de la locuacidad, y de la paciencia, y de la repetición comedida y clarificadora pero expresada de distinta manera, y del afecto hacia el discente para crear con el mismo los lazos propios de la empatía que facilita el aprendizaje y el conocimiento mutuo. Siempre he pensado que el profesor que no tenga problemas de cuerdas vocales es un profesor del que en principio hay que dudar. Sí, ya se que es un poco duro decirlo, pero no suele fallar. La locuacidad aquí no es hablar por hablar o hablar innecesariamente, sino más bien, hablar y hablar porque mediante la palabra se transmite incitación a la reflexión y al descubrimiento de las realidades e ideas que conforman nuestro mundo. Dicen que los profesores actuamos como si fuéramos actores, pero en realidad el buen profesor no actúa, pues ello supondría afirmar que se limita a ser repetitivo como lo es el actor que día tras día repite el mismo guión. Por el contrario, el profesor actúa cada día con un guión en buena parte improvisado, porque cada día es la realidad y sus propios alumnos los que le demuestran que en la tarea del conocimiento es preferible la locuacidad que nos conduzca a descubrir el error o la perspectiva de una nueva reflexión, que el silencio o la mera cadencia de la letanía del discurso petrificado por el paso del tiempo.

lunes, 30 de marzo de 2009

¿POR QUÉ?


Nos pasamos una buena parte de la vida preguntándonos la razón de ser de muchas cosas. En una primera fase, lo hacemos casi automáticamente, esto es, sin ser conscientes de que estamos conformando nuestra propia razón y conciencia como individuos; en otras, ya de mayores, y una vez hemos desistido de saber todos los por qué de cada una de las cosas, nos centramos en aquellos que nos afectan o pueden afectar directamente y que forman parte de nuestra esfera íntima que no debe ser controlada por el Estado ni por ningún otro poder externo, salvo que voluntariamente así lo queramos aceptar.
¿Por qué dejaste de amarme? ¿Por qué me amas? ¿Por qué te gusto? ¿Por qué no te gusto? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué viniste? ¿Por qué te odio? ¿Por qué no me odias? ¿Por qué fumas? ¿Por qué no fumas? ¿Por qué fuiste a comprar? ¿Por qué no fuiste a comprar? ¿Por qué te pelaste? ¿Por qué no te pelaste? ¿Por qué fuiste al médico? ¿Por qué no fuiste al médico? ¿Por qué te metiste en Facebook? ¿Por qué no te metiste en Facebook? ¿Por qué le votaste? ¿Por qué no le votaste? ¿Por qué piensas de esta forma? ¿Por qué no piensas de esta forma? ¿Por qué te masturbas? ¿Por qué no te masturbas? ¿Por qué no engañas a tu pareja? ¿Por qué engañas a tu pareja? ¿Por qué te quieres casar con este? ¿Por qué no te quieres casar con este? ¿Por qué fuiste a la manifestación? ¿Por qué no fuiste a la manifestación? ¿Por qué crees en Dios? ¿Por qué no crees en Dios? ¿Por qué usas condón? ¿Por qué no usas condón? ¿Por qué abortaste? ¿Por qué no abortaste? (……) ¿Por qué abortar es un crimen? ¿Por qué abortar no es un crimen?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Dejemos, dentro de un orden mínimo legalmente establecido y respetado por casi todos, que cada uno y cada una plantee sus por qué sin pretender imponer a nadie sus respuestas.

viernes, 27 de marzo de 2009

EL TSUNAMI CONSERVADOR


En la edición de ayer del periódico EL PAÍS que, como es sabido, es uno de los principales apoyos del Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, se advierte un tono de cabreo del editorialista con el Presidente y sus ministros que no puede ser calificado como normal. Los reproches no ofrecen sutilezas de ningún tipo, sino que suponen un cuestionamiento abierto y directo de la trayectoria del Gobierno de la Nación en los últimos tiempos y, en particular, de su presidente en su esperpéntica actuación con la retirada de las tropas españolas de Kosovo, y no por la retirada en sí, sino por el momento y la forma en que la misma se ha anunciado por la Sra. Carmen Chacón.

He de reconocer que este tipo de reacciones un tanto sorpresivas e histéricas de los medios, me encantan, pues las mismas son clara expresión de la viveza de la política y de su incidencia en los “amigos” y “enemigos”, máxime si unos y otros son propietarios o dependen para su sustento de algún medio de comunicación relevante. Por ejemplo, alguna mañana en que me veo por esa autopista corta en distancia y larga en el tiempo que une mi pueblo con la capital, escucho a Jiménez Losantos en la llamada “emisora de los Obispos” para comprobar cómo aumentan o disminuyen las posibilidades de M. Rajoy para alcanzar un día la Presidencia del Gobierno (la regla es: a mayores ataques del periodista a Rajoy, aumento de posibilidades del mismo para ser Presidente, pues crecen las simpatías de potenciales electores que no están por las posiciones extremas en política, y mucho menos por mezclar política y religión). Exactamente igual me sucede con el máximo oráculo de la prédica de izquierdas, esto es, con Iñaki Gabilondo. Cuando ya estoy en casa tranquilito y con ganas de que empiece CSI o El Hormiguero, escucho antes a este “obispo” laico y trato de “leer entre líneas” el mensaje pastoral del día, que unas veces va dirigido como reprimenda al Gobierno y otras a sus potenciales electores. De esta forma, cuando cuestionan la actuación del Gobierno, está claro que ponen de manifiesto indirectamente su desazón por el casi correlativo aumento de posibilidades del adversario Rajoy a ocupar un día no lejano la codiciada Presidencia del Gobierno de la Nación. Son sólo dos claros ejemplos de la interrelación existente entre política y medios de información y conformación de opinión.

Desconozco los criterios que emplean los sociólogos para interpretar las encuestas que regularmente se hacen a los españoles en el ámbito político, pero tengo la impresión, en mi condición de ciudadano al que de alguna forma le preocupa la política –pero sin llegar al martirio ni tampoco al narcisismo tan propio de los políticos profesionales-, que el Sr. Rajoy, si es capaz de mantener un rumbo centrado y centrista (me alegra saber que no encabezará la manifestación contra el aborto en Madrid), tiene cada día más posibilidades de ganar las próximas elecciones generales. Está el hombre contento después del triunfo personal y político en Galicia; tiene buenas expectativas para las elecciones europeas (a pesar de no haberse atrevido a colocar a Gallardón encabezando la lista, lo que a mi juicio hubiera sido un acierto desde el punto de vista de la estrategia electoral) y, sobre todo, cada día que pasa se pone más claramente de manifiesto la endeblez política del Sr. Rodríguez Zapatero y de todo su equipo de gobierno (creo que nunca hasta ahora se ha “quemado” en tan poco espacio de tiempo un gobierno, y ello no sólo ha sido consecuencia de la crisis económica, sino de su manifiesta incompetencia para gobernar).

La virtud más acusada y sobresaliente del Sr. Zapatero es haber encendido la llama de lo que más pronto que tarde se denominará “Revolución conservadora”, que no es ni mucho menos un contrasentido, sino la expresión patente del hartazgo de muchos ciudadanos –de izquierda y de derecha- ante tanta estupidez y mal gobierno. Ahora todo dependerá, entre otras cosas, de que ni la Iglesia ni los extremistas se empeñen en dinamitar el previsible triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones europeas.

jueves, 26 de marzo de 2009

PREFERENCIAS EN ECONOMÍA


Lo sé, soy perfectamente consciente de ello, pero no lo puedo evitar: no me hacen mucha gracia los economistas ni tampoco la concepción dominante de la economía como ciencia positiva y no como Economía Política. El superconocimiento superespecializado de los economistas aún no nos ha explicado a plena satisfacción la actual crisis que atravesamos en todo el planeta aquellos que hasta el presente vivíamos, si no por arriba de nuestras posibilidades, sí por arriba de las nulas o casi inexistentes posibilidades de otros millones de seres humanos que siguen naciendo y muriendo en una crisis que para ellos es permanente. Así que no me tomen muy en serio lo que voy a decir seguidamente, pues lo haré sin haberlo contrastado antes con algún economista, aunque creo que esto último es en definitiva lo mejor que se puede hacer casi siempre.

El funcionamiento de la denominada economía de mercado, esto es, del mercado como lugar de intercambio entre productores y consumidores, es posible que sea una de las mejores cosas que le ha ocurrido al ser humano a lo largo de su existencia en este mundo. El contraste entre el funcionamiento del modelo económico fundamentado en el “libre mercado” y aquel otro que se alzó como alternativa radical al mismo (sistema económico planificado y controlado hasta en sus más pequeños detalles por el poder político), tiene su máxima -¿y definitiva?- expresión en el colapso de este último en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y en sus sometidos “países satélites” (salvo en Cuba, claro, donde quien está a punto de sucumbir es la sufrida población de la isla). En esa fecha ya mítica de 1989 cuando los alemanes del Este y del Oeste derriban el “muro de la vergüenza”, una parte importante de la humanidad confirmó de manera clara y rotunda que el Imperio soviético no era un modelo a emular en ningún sentido, pero sobre todo, en su vertiente económica, pues lo único que había repartido era pobreza para la mayoría de la población y privilegios para la llamada nomenklatura.

Bien es verdad que la victoria no ha sido plena, pues ahí está ese otro gigante mundial con aspiraciones nada disimuladas a transformarse en imperio (los sucesores del llamado Gran Timonel que es la versión china de nuestro Caudillo en España), donde se ha demostrado de manera fehaciente que es posible un alto grado de “liberación” de las reglas de funcionamiento del mercado, con una estricta disciplina militar opresiva sobre las más elementales aspiraciones de la población al disfrute de la libertad política.

Estos dos acontecimientos reseñados me llevan, como buen ignorante en temas económicos, a aventurarme a plantear alguna conclusión, que aunque sea provisional, puede sin duda transformarse en definitiva con el devenir. Creo que debe existir siempre una estrecha relación entre economía y política, y que no es éticamente aceptable que los defensores de la democracia como sistema político justifiquen la existencia de regímenes políticos dictatoriales (de derechas o de izquierdas) que se valgan de las reglas del “libre mercado” para sustentarse en el poder ignorando los más elementales principios democráticos. El que esto último pueda suceder tiene su origen en el error de considerar que la llamada ciencia económica nada tiene que ver con la política, la ética, la filosofía o la historia, sino que la misma debe atenerse a la realidad de los hechos y sobre los mismos hacer sus predicciones “científicas”. Craso error que nos lleva a reivindicar a los clásicos del pensamiento economico que nunca concibieron el funcionamiento del mercado al margen de la conquista de la libertad política.

miércoles, 25 de marzo de 2009

CUANDO IR A FAVOR DE LA CORRIENTE ES UNA INDIGNIDAD


Existe una amplia gama de opciones para declararse a favor de la corriente. Es normalmente lo más fácil y parece que también lo más sensato desde el punto de vista de la conservación del pellejo y los intereses propios, aunque a veces lo hagamos con un profundo dolor de estómago por las ganas de vomitar que ello nos provoca (efecto que por demás nos está muy bien empleado, todo sea dicho sin ánimo de ofender a nadie). Vamos, que por naturaleza, el ser humano es seguramente más un cobarde y un pusilánime que un ser animado por el espíritu de valentía. El temor de “ir contra la corriente” puede ser tan intenso, que una gran mayoría de humanos prefiere en tales coyunturas “esconder la cabeza bajo el ala” y sumarse, por activa o por pasiva, a la “corriente dominante” que plantar cara a la misma y remar en sentido contrario.

Cualquiera de nosotros tiene seguramente muchos ejemplos con relación a lo que venimos diciendo. Si somos capaces de confesarlos como vividos es que los mismos no suponían en caso alguno un cuestionamiento profundo de nuestra propia dignidad como personas o incluso como meros seres humanos. Se trataría de asuntos de la vida cotidiana sin mayor trascendencia, o de no poca trascendencia, pero que solemos calificar como superfluos a fin de no crearnos excesivos problemas de conciencia a la hora de aceptarlos o consentirlos.

En otros casos, sin embargo, aceptar ir “a favor de la corriente” supone de manera clara y rotunda una dejación de nuestras más íntimas y acendradas convicciones. Cuando esto sucede, es que definitivamente estamos ya derrotados por haber cedido a una tentación que constituye la negación radical de nuestra concepción de la vida en general y de determinados asuntos de la misma en particular.

Vayamos al caso real y concreto. Elaboración de un nuevo Plan de Estudios de la licenciatura en Derecho, y no sólo porque ello es consecuencia de la adaptación del actual plan a las directrices europeas, sino también, porque el vigente es un plan que se estableció en el ya lejano año de 1953. Cuestión de partida de carácter fundamental: ¿debe ese plan ser elaborado fundamentalmente por los actuales profesores que imparten docencia en la Facultad de Derecho de cada Universidad? (téngase en cuenta que esos profesores son, ante todo, producto de un plan que proviene de 1953 y, sobre todo, que los mismos en su gran mayoría no tienen la menor idea de cuál es la realidad social, profesional, económica, administrativa…que existe fuera de los muros de la Universidad en la que han conseguido un puesto a perpetuidad). Si a esta cuestión se contesta afirmativamente sobre la base de la autonomía que la ley reconoce a la Universidad, el resultado no es nada imprevisible. Los profesores tenderán a reflejar en el nuevo plan las mismas materias que existían en el viejo, pues ello será una garantía de que conservarán su ámbito de “poder” y, sobre todo, su carga docente actual, aparte, claro está, de sus virtudes y vicios como profesionales de la enseñanza y la investigación. En otras palabras, cambiar para que todo siga igual… Esto último es lo que en realidad está ocurriendo en muchas Universidades españolas y, en particular, en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.

Ante esta caudaloso río de corrientes rápidas y saltos de riesgo elevado, pero sobre todo, de corriente contraria a los intereses sociales y genuinamente universitarios, se pueden adoptar dos posiciones: una, seguir la corriente dominante y situarse lo más cerca posible del núcleo de poder profesoral con el fin de así ganar algo –o al menos no perder- en el nuevo Plan de Estudios que se diseñe. Es la posición supuestamente pragmática de los que ceden a la fuerza de la sinrazón; dos, denunciar públicamente y/o ante los tribunales de justicia el atropello que se está cometiendo y/o ponerse al margen de toda esta contrarreforma que va contra el sentido mismo de lo que debiera ser la Universidad. Por dignidad personal y por respeto a la institución universitaria, creo que sin ningún género de dudas hay que optar por esta segunda vía, aunque lo “pierdas” todo o casi todo, menos la dignidad. Algo es algo, sobre todo, en estos raros tiempos que corren de ignorancia y ausencia de rebeldía.

martes, 24 de marzo de 2009

¿VOLVER ATRÁS?


Mi amiga Carmina, además de permitirme oír excelente música, me envió hace unos días un video del realizador Guillermo Ríos sobre la terrible situación de la mujer en muchos países africanos: desde el asesinato mediante lapidación por adulterio, a la ablación del clítoris para impedirles tener placer sexual, aparte, claro está, de la propagación y sufrimiento de padecer el sida por carecer de medios de protección tan eficaces como el preservativo o el casamiento forzoso de niñas con adultos a los que no conocen absolutamente de nada para ser violadas desde tan temprana edad. Toda una ristra de abusos, maldades, tropelías y crímenes contra las mujeres que en buena parte tienen su origen y justificación en la concepción religiosa de la mujer como instrumento diabólico que incita permanentemente al pecado de la concupiscencia.

En nuestras sociedades desarrolladas, cada vez que oímos y vemos tan cómodamente por televisión este tipo de barbaridades, no sólo sentimos –muchos de nosotros, al menos- rabia e impotencia por tanta injusticia y violencia contra las mujeres, sino que además, manifestamos nuestra radical oposición al fundamentalismo religioso de unos clérigos que no sólo justifican esas atrocidades contra las mujeres, sino que además las fomentan y las consagran en leyes positivas que establecen unas instituciones políticas dominadas o controladas por los mismos. Y esto no ocurre en la Edad Media, sino en pleno siglo XXI, y en países y sociedades en las que se combina el mayor desarrollo tecnológico (medios para construir una central nuclear o fabricación de misiles de largo alcance), con la imposición de creencias y prácticas religiosas atentatorias contra los más elementales derechos de las mujeres. Pero como en muchas otras cuestiones, es esta una realidad aparentemente bien lejana que lo más que nos puede producir es un vago sentimiento de solidaridad que luego ni siquiera se concreta en que llamemos a la policía porque el canalla del piso de al lado agrede a su mujer por el hecho de ser mujer y ser además suya (¿?).

Hace ya más de veinte años que en nuestro país existe una ley que regula el aborto. Se trata de una ley que en su momento supuso un paso decisivo en orden a la despenalización (o no criminalización) de determinados supuestos, pues hasta ese momento, el aborto estaba considerado como delito y la mujer que lo realizaba era considerada en cualquier caso una delincuente que terminaba con sus huesos en la cárcel por aplicación de la ley. En la actualidad, el Gobierno de la Nación, en uso de su derecho a ejercitar la iniciativa legislativa y en atención a las demandas planteadas por determinados sectores sociales, plantea la presentación de un Proyecto de Ley que trata de ofrecer una nueva regulación del aborto ampliando las posibilidades para la mujer a la hora de decidir si desea o no abortar.

Se podrá entrar a discutir la conveniencia, desde una perspectiva política, de si este era el momento para adecuado para llevar a cabo esta iniciativa; o bien, si el contenido del Proyecto es o no el más idóneo desde distintos puntos de vista… Sin embargo, lo que no parece procedente, al menos para aquellos que creemos en el Estado de Derecho y en la ley, es calificar al aborto, desde el punto de vista legal, como un crimen o un asesinato, y a la mujer que lo lleva a cabo, como una criminal o asesina digna, como mínimo, de la cadena perpetua.

Es verdad que la Iglesia Católica se opuso en su momento a la aprobación de la ley del aborto (1985) y que también ahora vuelve a reiterar esa oposición radical ante el Proyecto de Ley presentado por el Gobierno. Comprendo esta posición y la veo con el máximo respeto e incluso en algún supuesto con simpatía desde una óptica estrictamente religiosa. Sin embargo, creo que se trata de una posición que no expresa toda la verdad, pues tengo la impresión de que en realidad la Iglesia debería, en consecuencia con sus planteamientos, propugnar la criminalización por el Estado de cualquier conducta a favor del aborto, pero sobre todo, la de la mujer que decide abortar, que pasaría así a ser una auténtica asesina. ¿Será que en su mensaje se contiene implícitamente esta exigencia? Sería bueno para todos los ciudadanos de este país, católicos o no, que la Iglesia lo aclarara o, al menos, lo hicieran aquellos partidos políticos que afirmando compartir el planteamiento de la Iglesia, no se atreven a defender abiertamente la derogación expresa de la ley que despenaliza el aborto. La verdad es que tiene mucha razón la Iglesia cuando afirma que no se puede estar en misa y repicando… En cualquier caso, desde aquí mi modesto apoyo a todas las mujeres que responsablemente deciden abortar de acuerdo con la ley.


jueves, 19 de marzo de 2009

LOS SUJETOS PASIVOS


En la terminología jurídico-tributaria, uno de los sujetos pasivos es el contribuyente, y lo es, porque por lo general es aquel sujeto al que cabe referir una determinada manifestación indicativa de capacidad económica y, por consiguiente, ha de estar sometido al deber impuesto por la ley de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos mediante el pago de algún tipo de tributo.

La de sujeto pasivo es una denominación muy significativa, pues aparte de ser usual en el ámbito jurídico para referirse a aquel sujeto que en el seno de una relación jurídica obligacional ocupa la posición deudora frente al sujeto activo, titular del derecho de crédito, es también una denominación que viene a poner de manifiesto la posición de sometimiento que ha de asumir el ciudadano a la hora de hacer frente al pago de sus tributos. Sabemos que un impuesto se paga “voluntariamente” en cumplimiento de la ley que lo establece y regula, pero también sabemos que si no lo pagamos la Administración Tributaria podrá dirigirse contra nuestro patrimonio para hacer efectivo su derecho de cobro, y todo ello, sin necesidad de acudir a los tribunales de justicia como ha de hacer cualquier otro acreedor privado en defensa de su derecho. Ser sujeto pasivo viene a poner de manifiesto que no cabe la objeción de conciencia en este terreno y menos aún la rebeldía; o mejor, que pudiendo estar presentes en la práctica la existencia de objeción y rebeldía, cuando ello sucede y el sujeto pasivo pasa a adoptar una posición activa contraria a la ley, habrá de atenerse a las consecuencias jurídicas negativas que se derivan de adoptar tal posición.

Sin duda, la nota de pasividad del ciudadano frente a los tributos está directamente relacionada con el propio origen histórico de los mismos, esto es, el de ser prestaciones coactivamente impuestas a los vencidos en un conflicto bélico. La condición de vencido no sólo podía conllevar pasar a ostentar la condición de esclavo al servicio del vencedor, sino también, la de venir obligado a hacer frente al pago de los tributos impuestos por el vencedor.

Después de una dilatada evolución histórica en la que las manifestaciones de rebelión contra el poder político (o religioso) ante el pago de tributos explican el origen mismo de los Parlamentos, el hecho de que hoy se siga empleando el término “sujeto pasivo” podría pensarse que no parece lo más adecuado, al menos, desde la óptica del Estado democrático, puesto que hoy los tributos encuentran su fundamento o razón de ser en la ley, expresión máxima de la voluntad popular. En otras palabras, son los propios ciudadanos (sus representantes libremente elegidos) los que se autoimponen el deber de hacer frente al pago de tributos. Sin embargo, el término “sujeto pasivo” se resiste a desaparecer, y en verdad, pensándolo bien, la razón no puede ser otra que la de la prevalencia de la realidad frente a la justificación de la misma. El tributo existe porque existe el poder político, y este es un hecho innegable de la realidad histórica. El que esa existencia se justifique o fundamente en la actualidad en las leyes democráticamente aprobadas por los Parlamentos, no afecta a la realidad misma conformada por la existencia de gobernantes y gobernados, o lo que es igual, sujetos que pueden exigir el pago de tributos (Administración Pública) y sujetos que vienen obligados a pagarlos (ciudadanos). Por ello, el término que mejor refleja la situación real de los segundos frente a los tributos sigue siendo, en nuestra opinión, el de sujetos pasivos.

miércoles, 18 de marzo de 2009

AUTONOMÍA NO ES HACER LO QUE TE DE LA GANA, Y MENOS AÚN SI LO QUE HACES VA EN CONTRA DE LOS INTERESES PÚBLICOS



La proyección de la autonomía como principio de organización y, sobre todo, de funcionamiento en el ámbito universitario, tiene indudable relación con el principio de autonomía política que consagra nuestra Constitución como criterio organizativo de la estructura política del Estado, pero presenta a la par características específicas como pueden ser las denominadas libertades de cátedra y también de estudio. Lo que en ningún caso parece que pueda ser aceptado es que la autonomía signifique, ni en el ámbito político ni en el ámbito académico de la Universidad, que cada Universidad pueda acometer el ejercicio de dicho derecho como “le de la real gana”.

Sin embargo, no parece que algo tan elemental como lo anterior haya llegado a ser entendido por los miembros de algunas Universidades españolas. En el caso particular que conozco, el de la Universidad de La Laguna, estamos en estos momentos viviendo una situación de verdadero caos con ocasión de la elaboración de los proyectos de nuevos planes de estudio para su adaptación a las directrices que conforman el denominado Espacio Europeo de Educación Superior (Plan Bolonia).

Estoy convencido de que la potenciación de la universidad pública en España pasa, ante todo, por el convencimiento de los miembros permanentes de la comunidad universitaria (profesores y personal de administración y servicios) de que nuestra función primordial es servir leal y honestamente a nuestros estudiantes (y a la sociedad de la que forman parte) en el sentido de formarles como personas con espíritu crítico y capacidad para hacer frente a los requerimientos de todo tipo que demanda una sociedad como la que vivimos. Pero para poder cumplir con el indicado objetivo, habrá que empezar por plantearse si en el desarrollo de nuestras propias funciones específicas somos o no autocríticos con nosotros mismos, empezando por los métodos aplicados en la enseñanza y la investigación, o bien, en el contenido de las distintas materias que conforman los distintos planes de estudio que se imparten en nuestras Universidades.

La adaptación de los actuales planes de estudio a las directrices establecidas por el Plan Bolonia (nuevos títulos académicos de grado y de master), es una oportunidad para llevar a cabo, con visión crítica, la reformulación o supresión de los actuales títulos que se imparten en la Universidad. Sin embargo, no es esta la senda que se está siguiendo, sino que más bien, lo que sucede desgraciadamente en muchas universidades es que los viejos planes se reformulan prácticamente en su integridad sin cambios sustanciales, haciendo bueno aquello de que nos encontramos en presencia “del mismo perro pero con distinto collar”. Se desvirtúa de esta forma el significado auténtico de lo que significa el derecho a la autonomía universitaria, toda vez que en realidad lo que se hace no es más que preservar los derechos corporativos del profesorado (intereses particulares) frente a los intereses públicos que demandan una actualización y adaptación de la Universidad a la realidad social en la que vivimos.

Desgraciadamente, muchos de los que se llenan la boca con la defensa de la universidad pública, son en realidad los auténticos ejecutores de la misma.

martes, 17 de marzo de 2009

DESISTIMIENTO


Hay un ámbito en el que la decisión de dejar de actuar no tiene cabida o, al menos, en el que naturalmente no tiene cabida, y es el correspondiente a las relaciones entre madres e hijos. No, no entre padres (términos genérico para referirse a los padres y a las madres de manera indistinta) e hijos, sino exclusivamente entre madres e hijos, pues estoy convencido de que el nexo de unión existente entre una madre y su hijo desde que el mismo se ha engendrado y desarrollado en su seno, es algo que naturalmente perdura y determina la relación vital entre ambos en el tiempo. Dicho en otras palabras y como expresión de un sentimiento que creo está bastante generalizado en nuestra sociedad: no es natural que la mujer desista de sus deberes hacia el hijo que ha parido, cualesquiera que sean las vicisitudes que afecten al posterior desarrollo vital del mismo. Es más, cuando las circunstancias vitales que afectan al hijo son negativas, con mayor razón aún la madre jamás desistirá de su condición de madre y de lo que la misma considera obligaciones dimanantes de esa condición con respecto a su hijo.

Por el contrario, en términos generales, el hombre en este terreno se comporta la mayoría de las veces como un auténtico tarambana o como un cobarde, máxime, cuando las circunstancias vitales que pueden afectar al hijo son de carácter negativo. ¿Cuestión de naturaleza? Pues es posible, pero lo que parece evidente es que los casos de “madres corajes” se multiplican a lo largo y ancho de este mundo en el los valores dominantes sigue siendo, desgraciadamente, los atribuidos al sexo masculino.

Pienso ahora en tres ejemplos muy significativos del espíritu de rebelión de las madres y de su rotunda negativa al desistimiento frente a unas circunstancias adversas muy duras que afectan a sus hijos: el de “las locas de la Plaza de Mayo” en Argentina; el de las “madres contra la droga” en Galicia y el de las “damas de blanco” en la Cuba castrista.

En el primero de los casos, fueron las madres, calificadas como “locas” por la canallesca de los medios que defendían la dictadura militar argentina, las que asumiendo el riesgo de perder su vida, salieron día tras día a la calle a exigir a los golpistas que les devolvieran a sus hijos “desaparecidos”. En Galicia, fue el coraje de las madres de unos hijos muertos, encarcelados o enganchados a la droga, el detonante para que por fin las autoridades (políticas, judiciales y, en general, sociales) se decidieran a embestir con todos los medios legales el escándalo de unas mafias que actuaban con bastante “manga ancha” en la sociedad gallega. Y en Cuba, el régimen de los hermanos Castro, que califica como “viles gusanos” a aquellos que se atreven a cuestionar su régimen dictatorial, ve con asombro –y yo creo que con preocupación- cómo las madres de los numerosos prisioneros políticos que yacen en las cárceles castristas, protestan públicamente contra tanta injusticia y represión.

Ahora que se acerca el denominado “día del padre” y que ya pasamos el “día de la madre” y también el día de “la mujer trabajadora”, claros ejemplos todos ellos de la estupidez consumista en la que estamos sumidos y de la que al parecer no podemos salir si pretendemos que el sistema económico no quiebre definitivamente, deseo desde aquí hacer mi pequeño homenaje a las “madres corajes” de todo el mundo sobre las que recae de verdad la responsabilidad de no desistir nunca de la lucha por la dignidad propia y la de sus hijos.

viernes, 13 de marzo de 2009

CONMIGO O CONTRA MÍ


Bueno y malo, dos palabras de significado aparentemente simple pero cargadas de una larga tradición que se inició con el maniqueísmo y que en pleno siglo XXI siguen determinando el pensamiento –y a veces el comportamiento- de millones de personas. Se trata de una dicotomía para la que no existen términos intermedios: o eres calificado de bueno o lo eres de malo, no cabe el bueno a medias y el malo a medias, pues ello introduciría un grado de inseguridad y de duda que sería insoportable para aquel que precisa en la vida de consignas claras y terminantes.

En el campo de la política, el lema “o estás conmigo (que soy el bueno) o estás contra mí (es decir, con los malos)”, refleja esa misma dicotomía que obliga a los seguidores del líder a posicionarse en determinadas coyunturas. Para los seguidores es siempre una opción difícil y que además acarrea la asunción de riesgos ciertos y evidentes si la coyuntura provocadora de la afirmación es un hecho futuro e incierto, como puede ser, por ejemplo, el resultado de una elección. Sin embargo, en estos casos el posicionamiento adquiere grados distintos de intensidad y dramatismo en función del ámbito en el que se mueva quien venga obligado a realizarlo. Si es el militante de un partido político, pues la intensidad del pronunciamiento es muy alta, pues apoyar a uno u otro líder del mismo partido, puede suponer algo tan vital para tantos militantes como aspirar a ocupar o no algún puesto de responsabilidad partidaria, y que luego puede traducirse en un puesto de responsabilidad en el gobierno si finalmente el líder vencedor gana las elecciones con el voto de los ciudadanos. Por el contrario, el ciudadano que decide con su voto quién será el que deba gobernar, no muestra ningún tipo de angustia a la hora de decidirse por una u otra opción política. Es más, en muchas ocasiones, podrá verse socialmente forzado a manifestar a favor de quién está y, por tanto, a quien va a votar, y luego, al votar, hacer todo lo contrario (es este, por cierto, un fenómeno revelador de que el voto secreto es muchísimo más respetuoso con la libertad que el voto a mano alzada, tan propio de los defensores de la mal llamada democracia asamblearia).

Pero tenemos tendencia a creer que el maniqueísmo de dividir tan tajantemente a la gente entre buenos y malos es algo propio del mundo de la política, cuando en realidad está presente en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana. Baste con pensar en algo tan alejado de la política como puede ser una separación conyugal. Se impone una dinámica perversa consistente en que los familiares de los cónyuges que pretenden separarse han de alinearse con uno u otro en función de los respectivos lazos de sangre. Pero ocurre también en el supuesto templo del saber y la racionalidad que es la Universidad, donde el discípulo se supone ha de apoyar al maestro en todo, hasta en la comisión de injusticias como la de votar a favor de un candidato a ocupar una plaza de profesor que no reúne los méritos necesarios o cuyos méritos son muchísimo peores que los presentados por otro candidato que no pertenece a la misma Escuela del maestro (por cierto, jamás he oído a ningún político hablar en serio de este tipo tan agravado de corrupción que a diario se comete en la Universidad española).

En la vida, salvo los colores, nada es totalmente blanco o negro, y no parece que haya tampoco nadie que sea totalmente malo o totalmente bueno. Sí, ya se que la determinación y el espíritu firme pueden ser necesarios y muy útiles en la vida, pero esto nada tiene que ver con dividir permanentemente a los humanos entre buenos y malos o entre amigos y enemigos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

TEMPERAMENTOS


En torno a 1967 -año más, año menos- tuve la suerte de contar con una pequeña escopeta de balines. Se me estropeó pronto, pero la conservé durante algunos años porque en su culata gravé pacientemente el nombre de Che Guevara. El Che era entonces para mí un auténtico héroe y un revolucionario que había dejado atrás el disfrute de una vida plácida en su Argentina natal para unirse a la conquista y defensa de la Revolución cubana. Muy pocos años después, fui captado por un compañero para crear en el Instituto en el que estudiábamos la primera célula de las Juventudes Comunistas de España en La Laguna. Aquella experiencia tuvo un final difícil y traumático para mí en el año 1971: me detuvo la policía política repartiendo panfletos contrarios al régimen y me procesaron por haber cometido un delito de propaganda ilegal, penado entonces con seis años de cárcel. Tuve muchísima suerte, pues además de no confesar a la policía política, pese a las torturas a las que fui sometido, quiénes eran mis camaradas y quien me acompañaba en la distribución de los panfletos el día en que fui detenido (era una mujer a la que profesaba un amor no correspondido), me pude acoger al último indulto general que otorgó el Jefe del Estado, Francisco Franco, con el fin de beneficiar a algunas personas cercanas al régimen implicadas en un caso de corrupción conocido como el Caso Matesa.

Esta experiencia, que hoy hago pública por vez primera, marcó mi destino en muchos aspectos. Fue el causante de mi inclinación definitiva por el Derecho en detrimento del periodismo, pero también, fue determinante para conformar mi carácter y maneras de ver la vida a partir de entonces.

Estos días, el escritor Francisco Ayala cumplirá la friolera de 103 años de lucidez permanente. Desde hace muchos años, es uno de mis modelos o puntos de referencia entre la especie humana, y al que no me importaría emular especialmente en lo de la edad. Pero también lo es Fraga Iribarne o Torcuato Fernández Miranda, a pesar de mi pasado antifranquista y sus pasados franquistas, o José Luis Sampedro, al que nunca he hecho mucho caso como economista, pero sí como humanista, o Sánchez Ferlosio, o D. Felipe González Vicen, o la Reina Sofía, o Fernando Savater, o mi padre y mi madre, ejemplos de una vida de rectitud y honradez a prueba de bombas, o Roberto Roldán, que fue el juez al que me condujo la policía y al que pasados luego los años tuve como compañero y amigo en la Facultad de Derecho…y a tantos otros y otras que con el paso de los años han ido contribuyendo a templar mi temperamento y, sobre todo, a impedir que fuera un ser humano de juicio rápido y condena poco meditada a la hora de enjuiciar a los demás en sus respectivas trayectorias vitales.

Estoy acostumbrado a tratar con gente joven, y comprendo a la perfección que muchos de ellos me vean y enjuicien como un carca y hasta como un facha en ciertas ocasiones. Es cuestión de temperamento, de naturaleza y hasta de exigencia vital. Era lo que yo hacía con algunos profesores, como con aquel de Filosofía del Derecho que dirigiéndose a la clase decía: “¿Saben ustedes por qué en Cuba después de la Revolución todos son iguales? Pues muy sencillo, porque nadie come carne ni bebe leche”. Algunos decidimos dejar de ir a clase por considerarlo un auténtico fascista. Hoy, pasados los años, me he dado cuenta de que tenía toda la razón. ¿Me habré transformado también en un fascista? Está claro que no, lo único que sucede es que me he hecho un poco mayor y seguramente también un poquito más sabiondo.

martes, 10 de marzo de 2009

LA PIOLA


Aparentemente nadita que ver con el significado que la palabra piola tiene en Argentina, que según el diccionario de la RAE, es algo así como quedarse al margen. La piola es un juego que practiqué con mucha frecuencia en mi adolescencia con mis amigos de las laguneras calles de Anchieta, El Remojo, Plaza de los Bolos, San Agustín…aunque nunca lo hice con el Ferruja, que era de la zona de La Concepción y enemigo declarado de nuestra “tribu”. Eran los felices años que median entre la infancia y la adolescencia, cuando se inicia el despertar tenue de los deseos sexuales y se empieza a tomar conciencia de la existencia de las niñas como personajes diferenciados en ese terreno.

Era la piola un juego de niños colectivo (como lo era de niñas el brilé), y consistía en que los miembros de uno de los equipos se colocaban uno detrás de otro, agarrados por la cintura, flexionados sus cuerpos hasta quedar su tronco en situación horizontal y apoyado el primero de ellos en una pared. Los miembros del otro equipo iban saltando sobre aquella la columna humana, sin que valiera moverse una vez se había realizado el salto de piernas abiertas, pues había que permanecer agarrado a la espalda del que estaba agachado en la misma posición en que se había quedado después del salto. Primero saltaban los más ágiles, pues ello era garantía de que podrían colocarse a lomos del primero de los agachados y dejar así espacio para que se colocaran el resto de los miembros de su equipo, mientras que los más gorditos se quedaban para el final. Si alguno de los saltadores no lograba mantener su equilibrio y caía, su equipo perdía y debían entonces ocupar todos la posición contraria y recibir como saltadores a los miembros del equipo contrario. Igual sucedía si los que recibían a los saltadores no tenían la resistencia suficiente para soportar sobre sus espaldas el peso de los mismos.

Visto desde el tiempo presente, he de reconocer que la única ventaja de la piola era la de ser un juego colectivo del que se disfrutaba sin más, pues aparte de ser también un medio para que los más gallitos mostraran sus facultades saltarinas ante las potenciales espectadoras femeninas, lo más que podía provocar era alguna que otra magulladura por un mal salto o el agarrarse con demasiada fuerza al cuerpo del otro. De alguna forma, podría decirse que el grado de disfrute estaba directamente relacionado con la improductividad absoluta del juego. Sí, es verdad que, como en todo juego, se ganaba o se perdía, pero el resultado en realidad nunca dio ocasión a que sobre el mismo pudiera luego desarrollarse una dinámica abocada a la ganancia económica, cosa que, por el contrario, sí ocurrió con otros juegos individuales o colectivos que han transformado a los padres y madres de muchos niños y niñas en auténticos y obsesivos “creadores” y “cuidadores” (¿o será “explotadores”?) de fenómenos futbolísticos, tenísticos, gimnásticos, baloncentísticos, etc. como fuente de pingües beneficios económicos (es la parte triste del pobre Rafa Nadal, que seguramente no pudo jugar de niño a la piola o a un juego igual de improductivo).

No, definitivamente no es nostalgia lo que me anima, pero tampoco es cariño por los juegos electrónicos y los grandes espectáculos de masas a los que hoy nos tienen acostumbrados y sometidos. Estos últimos están muy bien, pues reconozco que permiten incluso la única comunicación que va subsistiendo entre los no jugadores en la sociedad del espectáculo, pero no creo que sea bueno que hayan desaparecido entre nuestros niños juegos tan inútiles en términos económicos como el de la piola.

lunes, 9 de marzo de 2009

TIENE USTED MÁS CUENTO QUE CALLEJA


“Ya sé que no está el horno para bollos ni tampoco para ir a protestar por ello ante el maestro armero, pero tiene usted más cuento que Calleja… ¿Pero acaso pretende convencerme a mí, después de los años que llevo en esto de la enseñanza, de que usted no pudo presentarse porque lo detuvo la guardia civil por conducir de forma temeraria en su afán de llegar a tiempo para realizar mi examen? Vamos, hombre… invéntese usted una excusa más apropiada y más seria, y no pretenda, por favor, tomarme el pelo. Vaya usted con ese cuento a otra parte…”.

“Horno para bollos”, “protestar ante el maestro armero”, “tener más cuento que Calleja” y “tomadura de pelo”, son expresiones que poco a poco se pierden indefectiblemente del lenguaje ordinario, para ser sustituidas por otras de significado similar pero acompasado al tiempo actual. Es el lenguaje, que como la vida misma, evoluciona y se interrelaciona -creo que siempre en términos de enriquecimiento- con otros lenguajes, pero sobre todo, con el cambio de significado de muchas de sus palabras y expresiones en función de las propias variaciones que acontecen en la realidad. A título de ejemplo, “ser un crack” es una expresión cuyo significado, si no es por mis amigas y amigos de “Facebook”, jamás hubiera podido imaginar, y que si no me equivoco, equivaldría más o menos a la de ser “un tío o una tía chachi”.

Compruebo a diario con mis alumnos de la Universidad que muchas de las expresiones que yo utilizo carecen para los mismos de significado. Es lo que sucede con esta que encabeza el presente comentario. Tener más cuento que Calleja es una expresión apropiada para manifestar que quien nos está contando algún acontecimiento está inventándose o recreando en términos fantasiosos la realidad. Vamos, que tiene más cuento que “Antoñita la fantástica”, que sería otra expresión con un significado y alcance similar, pero igualmente extraña o desconocida para las nuevas generaciones.

Hay que reconocer que muchos de los que manifiestan su predisposición desde la juventud a engrosar el grupo de los que “tienen más cuento que calleja”, pasarán luego a integrar las filas de nuestros narradores, novelistas y autores de ficción, que tantas satisfacciones y emociones nos procuran a lo largo de nuestra civilizada y, agraciadamente, rutinaria vida. Otros, los menos, pasarán a formar parte del grupo de los delincuentes, ya sea en el mundo de las altas finanzas (los más peligrosos, tal y como estamos viendo y sufriendo los que tenemos bajas finanzas), ya en el mundo del “menudeo” propio de la superchería. Y otros, en fin, formarán parte del mundo de la política. Entre estos últimos se hallan aquellos que piensan que pueden estar eternamente ocupando posiciones de poder porque son parte de la “esencia” del pueblo…vasco, gallego, catalán, andaluz o canario. La realidad y los individuos con derecho a voto les están mostrando la dura evidencia para ellos de que en buena medida su discurso político es el propio de la gente que “tiene más cuento que calleja”.

viernes, 6 de marzo de 2009

LA PERVERSIÓN DEL ESPÍRITU DE LA LEY


Comprendo que los no juristas se sorprendan muchas veces con relación a las cuestiones que se suscitan en torno a las leyes y a su aplicación, y que esa incomprensión les lleve casi que automáticamente a desvalorizar o a expulsar sin más miramientos la labor que realizan los juristas del ámbito de la racionalidad y, sobre todo, del ámbito de la justicia. Pero esta comprensión, sin embargo, no significa en caso alguno la justificación de tales comportamientos, y menos aún, aceptación de que los mismos puedan marcar o condicionar de forma mecánica el ya secular obrar de los juristas a través del “arte” de la Jurisprudencia.

Una de esas cuestiones propias del ámbito jurídico y que para los profanos resulta un tanto irracional, es el llamado “espíritu de la ley”. ¿Cómo hablar de un espíritu de la ley cuando la ley no es más que la expresión escrita de una decisión adoptada por el poder? Los juristas, creen los profanos, deberían limitarse a interpretar el texto de la ley sin más indagaciones, y mucho menos, tratando de encontrar o concretar un supuesto espíritu incorpóreo que al parecer acompaña como halo –beatífico o no- a la ley creada por los hombres.

No vamos a hablar aquí de las técnicas que siguen los juristas a la hora de llevar a cabo la función primordial que tienen encomendada de interpretar las normas jurídicas, sean éstas leyes o no, pero lo que resulta indudable es que el propio Código Civil señala de manera expresa que “Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas” (artículo 3.1).

Cuando nosotros aquí hablamos de perversión del espíritu de la ley, nos estamos refiriendo a aquellas actuaciones que sin poder ser calificadas abiertamente como contrarias al mandato de la ley, esto es, sin poder ser tildadas formalmente de meros incumplimientos, sí que las mismas ponen en cuestión el “espíritu y finalidad” de la ley, o lo que es igual, ponen en cuestión los objetivos fundamentales que justificaron el nacimiento de la ley y, por consiguiente, pervierten e incumplen materialmente la ley. Baste con señalar dos ejemplos.

Estatuto de Autonomía de Cataluña. Aún estando pendiente la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la constitucionalidad o no de determinados aspectos de la ley orgánica por la que se aprobó la última modificación del Estatuto de Cataluña, estamos convencidos de que la misma es claramente contraria a la Constitución, y que lo es, en lo fundamental, sobre la base de que la misma pone en cuestión el “espíritu y finalidad” que nuestro texto constitucional atribuyó al denominado principio de autonomía como principio organizador del nuevo modelo de organización territorial del Estado que establece la Constitución.

Ampliación de la ley del aborto. El incumplimiento reiterado y permitido por las autoridades de la ley del aborto actualmente vigente (perversión jurídica de su espíritu), ha servido como argumento al Gobierno de la Nación (perversión política) para ampliar su ámbito y permitir, entre otras barbaridades, que las niñas menores de edad (dieciséis años) pueda abortar por propia decisión sin que medie absolutamente para nada el conocimiento y consentimiento de los padres.

miércoles, 4 de marzo de 2009

LA PASIÓN POLÍTICA


Definitivamente, Mariano Rajoy no es una persona que manifieste de manera abierta y natural su pasión política; es algo que va contra su propia naturaleza, y sólo estos días lo hemos visto exteriorizar cierto grado de auténtica alegría –eso sí, comedida- con el triunfo de su partido y el suyo personal en Galicia. Pero tampoco lo hace Rodríguez Zapatero y ahí está como Presidente del Gobierno de la Nación con esa carita de “niño bueno que no rompe un plato” (cuando ha sido y es el Presidente que más platos ha roto sin ningún tipo cesión al otrora y siempre necesario consenso en las cuestiones fundamentales que afectan a la mayoría de los españoles).

¿Y qué decir de Ruiz Gallardón y de Esperanza Aguirre? Dos políticos claramente contrapuestos; ambos animados por una común y legítima ambición a presidir el PP y, si fuera posible, también la Nación, pero radicalmente separados en cuanto a las estrategias a seguir para alcanzar sus objetivos (lo cual no sólo es lógico, sino comprensible en atención a sus dos distintos caracteres y “fuerzas” que les apoyan). Y en cuanto a la manifestación de sus sentimientos políticos, pues ahí está el frío y estirado Gallardón, genuino representante (seguramente sin quererlo) del niñito empollón que sólo le interesan sus temas y sacar las mejores notas para júbilo personal merecido, pero que no deja de enviar un mensaje subliminal a los demás diciéndoles: “¡Toma ya, pa que te fastidies, que el mejor siempre seré yo, yo, yo y siempre yo”. Mientras que Esperanza, con esa mirada que parece un tanto extraviada y que sin embargo le permite estar simultáneamente al ataque y a la defensiva, va a pecho descubierto diciendo lo que casi siempre piensa, sin concesiones “políticamente correctas” ante navajazos despiadados como el propiciado por el periódico El País con el tema de los famosos espías (ante una pregunta de un reportero de ese diario con relación a esta cuestión, Esperanza contestó algo así como que la respuesta la sabría dar mejor el propio reportero, pues todo era un montaje de su periódico). Como bien apunta mi amiga Rosa, estamos ante un auténtico animal político capaz de revolucionar muchos de los tics que han transformado la política en algo cada día más alejado de los votantes (y ni mucho menos me estoy refiriendo aquí a que necesitemos políticos populistas al “estilo Chavez”).

Como votante me apasiona aún la política. Soy capaz de estar pendiente en la noche electoral de cómo quedará finalmente el resultado y quién en definitiva gana el gobierno o la oposición. No soporto escuchar a un político que cuando habla no exterioriza de verdad sus sentimientos ante determinadas coyunturas (v.gr., cuando Rodríguez Zapatero, ante los resultados electorales en Galicia, dice que esos resultados adversos no pueden ser trasladados al ámbito nacional en términos de lectura política). Soy consciente de que la pasión de los políticos no es una condición imprescindible para que ganen elecciones, pero también, de que a veces, algunas dosis de pasión son realmente necesarias para que cunda el entusiasmo entre tanto votante desencantado.

martes, 3 de marzo de 2009

HOY NO FIAMOS, MAÑANA SÍ


El “hoy no fiamos, mañana sí” expuesto en un cartelito en algunos bares de la geografía española, no es más que el reflejo humorístico de una época lejana en la que ese cartel se exponía en las pequeñas tiendas de pueblos y barrios de ciudad sin ningún sentido del humor, sino más bien, como expresión de una época de dificultades económicas para muchos españoles que simplemente para poder comer tenían que valerse de la confianza del tendero a fin de así adquirir alimentos básicos que no podían ser pagados al contado y que, por tanto, este les fiaba hasta que llegaba el ansiado primero de mes y la correspondiente paga. El “hoy no fiamos, mañana sí” no era, sin embargo, una norma aplicada a rajatabla, pues a pesar de que el mensaje se perpetuaba en el tiempo y el desasosiego cundía cada vez que el sujeto veía el mensaje y volvía al día siguiente, la confianza se colaba por las rendijas de la convivencia y los tenderos aplicaban excepciones que permitieron a muchas familias de la incipiente clase media “salir adelante”.

Yo particularmente guardo un grato y emocionado recuerdo de la “Venta de Antoñita”, una tienda de comestibles a la que mi madre me mandaba a comprar con una cortísima y comedida lista de cosas realmente imprescindibles, con el mensaje de que el importe de la compra “era para que lo apuntara en la libreta”. Recuerdo de pibe que en muchas ocasiones soñé con la “libreta”, en la que con orden y concierto Antoñita registraba las deudas que acumuladas a lo largo del mes eran liquidadas a principios del mes siguiente una vez mi padre cobraba su sueldo de Maestro de escuela (que nombre tan bello, y que horrible me sigue pareciendo el de Profesor de EGB).

Tengo la impresión (no fundamentada precisamente en eso que llaman “ciencia económica”) de que estamos regresando a la época en la que el cartelito de “Hoy no fiamos, mañana sí”, vamos a verlo expuesto en muchos lugares y no precisamente con la finalidad de expresar una reminiscencia humorística del duro pasado. Sin embargo, ese regreso al pasado nunca podrá ser igual, pues ahora ya casi no existen tenderos en el ámbito de la alimentación. Ahora lo que existen son “grandes superficies”, esto es, espacios mastodónticos en el exterior y en el interior en los que se acumulan coches, más coches y más coches (exterior), y consumidores, consumidores, y más consumidores (interior). Un gran parte de esos potenciales consumidores pasarán ahora a ser simplemente visitantes que si bien no podrán ver el cartelito de “Hoy no se fía, mañana sí”, advertirán sin embargo la cruda realidad de comprobar que su tarjeta de crédito ya no es tal, que su tarjeta de Alcampo, Carrefur, Eroski o la madre que los parió, es simplemente eso, una tarjeta de plástico que será rechazada por una maquinita electrónica, sin que le quepa a este la opción de reclamar la presencia de Antoñita y su libreta de apuntes.

La verdad es que hoy tengo un día malo, de negras expectativas en materia económica (debe ser por no fiarme de los economistas), y presiento que este crecimiento económico del que tanto han alardeado nuestros políticos en el inmediato pasado, nos está mostrando ahora que nunca debimos fiarnos del todo ni de los economistas, ni de los banqueros, ni de los empresarios ni de los políticos… Tal vez debimos cambiar el “Hoy no se fía, mañana sí”, por aquel otro mucho más útil y trascendente para nuestras vidas de “Hoy no te fíes, mañana sí”, al menos de economistas, banqueros, empresarios y políticos....

lunes, 2 de marzo de 2009

UNOS TRISTES, OTROS CONTENTOS Y, LOS MENOS, MÁS TRISTES O MÁS CONTENTOS


Noche de resultados electorales en Galicia y País Vasco. Rapidez en el escrutinio y, sobre todo, rapidez en conocer el resultado casi definitivo de la consulta electoral por parte de los ciudadanos. Manifestación patente del éxito de la aplicación de las nuevas tecnologías de la comunicación (y lo que aún queda por ver con vistas al futuro). Hoy lunes, período de interpretaciones, de los líderes políticos y los tertulianos de emisoras de TV y radio y también de los articulistas de los distintos medios de comunicación. Y un mensaje claro del electorado que ratifica lo que ya ocurrió en las pasadas elecciones generales: ya está bien de tanto nacionalismo excluyente. Esperemos que el PSOE y el PP lo comprendan en ese sentido y no perseveren en continuar dando alas a la “izquierda independentista o autodeterminista” o a los nacionalismos insolidarios.

Puede decirse por tanto que la fiesta de la democracia se ha saldado una vez más con la alegría de unos, los que han ganado las elecciones, y la tristeza de otros, los que las han perdido. Así es la democracia. Los votantes han determinado libremente quiénes han de ocupar el gobierno y quiénes han de estar en la oposición. Sana alegría y tristeza por parte de los ciudadanos que han ejercitado su derecho al voto, pues para los que no lo han hecho, en principio se supone que el resultado les es hasta cierto punto indiferente (lo cual debería de ser preocupante para aquellos que participan mediante el voto y, sobre todo, para los partidos políticos que son los directamente responsables de que un alto porcentaje de ciudadanos reniegue de la participación democrática).

Sin embargo, hay un pequeño sector de ciudadanos en todo proceso electoral que gozan de una cuota mayor de alegría y también de una cuota mayor de tristeza. Son los abnegados militantes de los partidos políticos y aquellos otros que incluso sin ser militantes, viven pendientes de quien gana o pierde el gobierno por las repercusiones que ello tendrá para su propia vida personal, familiar, profesional… Baste con que imaginemos a todos aquellos que anoche en Galicia vieron cómo se les esfumaba de las manos su cargo de Director General, asesor del Director General, personal de confianza del Presidente, del Vicepresidente, Viceconsejero, asesor del Viceconsejero, Consejero, asesor del Consejero, Gabinetes de prensa etc, etc. Todos estos pobrecitos y pobrecitas anoche no durmieron de la intensidad de la tristeza que les embargaba. Pero esa enorme tristeza quedaba claramente compensada por la ilimitada alegría que de seguro mostraban todos aquellos cuya cabecita y corazón habían tenido un vuelco al comprobar que de nuevo iban en unos casos a volver a disfrutar de las mieles del poder o que en otros lo harían por vez primera, pues se lo habían trabajado y tenían derecho a ello. Para ellos era también la fiesta de la democracia, sólo que para unos era una auténtica fiesta mientras que para otros era una auténtica hecatombe.

Lo que ahora hay que esperar es que los nuevos responsables políticos de cualquier nivel sean personas serias, honradas y capaces de impedir cualquier manifestación o tentación de corrupción. Esta última es, en mi opinión, la auténtica clave para que de verdad se afiance el sistema democrático en España. Esperamos y deseamos que así sea.

viernes, 27 de febrero de 2009

UNA INTERPRETACIÓN A LA BOLOÑESA


Pasen señoras y señores y vean el maravilloso mundo del circo…o del pan y circo, que decían los romanos. Encierros de alumnos en algunas universidades españolas contra la puesta en marcha del llamado Plan Bolonia, un plan verdaderamente maquiavélico para transformar las anquilosadas universidades europeas en algo nuevo y distinto, más acorde con los nuevos tiempos. Cosa, en verdad, de los estudiantes, de los de ahora y de los de hace treinta años, que se manifiestan siempre por algo aunque no se sepa en la mayoría de las ocasiones por qué. Y a pesar de todo, nos gustan esas manifestaciones y encierros, pues nos recuerdan nuestra época de juventud, ya que a pesar de protestar por otras cosas que poco tenían que ver con la investigación y la docencia, estábamos convencidos de que la razón nos acompañaba, aunque en muchas ocasiones no fuera así. Como jóvenes, teníamos entre nuestra reivindicaciones la introducción de las reglas de la democracia en el seno de la Universidad, y así nos ha ido, de fracaso en fracaso y de hartazgo en hartazgo, hasta que finalmente hemos llegado al Plan Bolonia y al firme propósito de que por fin se implemente y haga realidad el denominado Espacio Europeo de Educación Superior.

De acuerdo con la propaganda oficial del régimen, de lo que se trata es de armonizar los sistemas universitarios de los países miembros de la Unión Europea. No es de recibo que la Unión Europea siga contando con sistemas universitarios que difícilmente puede ser homologados entre sí por la cantidad de diferencias que existen entre unos y otros, y ya se sabe que una de las llamadas libertades de la Unión es la libre circulación de personas, así que uno de sus requisitos será facilitar la movilidad de sus estudiantes y luego, en el futuro, de sus profesionales salidos de las Universidades europeas. Para los estudiantes protestones, sin embargo, esta es la excusa formal de la reforma, pues en realidad, el objetivo real no es otro que acabar con el actual modelo de universidad pública y crítica (¿?) y acondicionar la universidad a las exigencias de la llamada globalización económica, esto es, a los intereses del capital transnacional que carece de patria y de sentido de la misma.

Es un poco difícil exponer aquí de manera breve y concisa lo que pensamos de Bolonia y del Espacio Europeo de Educación Superior. Sin embargo, sí que nos parece necesario poner de manifiesto que nuestras autoridades educativas (las de la nación y las de las nacionalidades y regiones), bien sea por pura ignorancia, bien por intención aviesa y consciente, nos engañan con esta historia de Bolonia. En realidad, el objetivo que se persigue no es otro que el de dar carta de naturaleza a los que nuestras universidades en realidad son: centro educativos de nivel superior (en el sentido de que expiden el título que culmina los estudios que legalmente puede realizar el estudiante), en los que se ofrece una formación general y al que acceden en realidad los que realmente quieren acceder (pues las facilidades son todas, desde becas, hasta otras para aprobar las asignaturas en las convocatorias que fueren necesarias...). Cuando de acuerdo con las directrices boloñesas se determina que la regla general es que todas las actuales carreras pasan a ser de cuatro años (título de grado), se está diciendo incluso que así se facilita más ampliamente la obtención de un título de rango universitario (los usuarios o sus padres se ahorran un año). Y luego viene la segunda parte, la especialización (título de master), que ya no precisaran cursarlo todos los estudiantes, sino sólo aquellos que efectivamente deseen obtener una especialización profesional, y finalmente, el doctorado, que será para aquellos que normalmente enfoquen su futuro a la permanencia en la propia universidad.

En otras palabras, se trata, señoras y señores, de aplicar a Europa el modelo universitario norteamericano, pero sin los americanos, su tradición, su cultura universitaria y, sobre todo, sus niveles de rigor y seriedad. ¿Por qué no nos dicen la verdad? Seríamos todos menos felices, pero también más sabios….

jueves, 26 de febrero de 2009

DESIDIA


La desidia en política (en la política democrática, al menos) se suele pagar con el pase a la oposición o con nunca llegar a ocupar el poder; es decir, tiene su correspondiente “castigo”. En otros ámbitos, sin embargo, la desidia, identificada como inercia hacia el precipicio, es un mal que rara vez es detectado o al que difícilmente se le puede poner remedio “desde dentro”, porque contamina de manera lenta y sórdida a todos aquellos que viven o entran a vivir en el contexto en el que la misma ha prendido sus raíces y extendido sus dañinos efectos.

Sin duda, existen ámbitos sociales en los que la desidia encuentra unos ambientes más propicios que otros a la hora de prender y contaminarlo todo. Uno de esos ámbitos es la Administración Pública, y dentro de ella, por lo que aquí nos afecta, la enseñanza y la investigación universitaria. En las universidades públicas, muchos de los funcionarios y personal laboral que vivimos en y de ellas (es decir, del dinero que proporcionan los contribuyentes), solemos adoptar, después de algunos años de experiencia, la pauta de comportamiento consistente en hacer las cosas que nos competen directamente más o menos bien y no preocuparnos por todo lo demás. Diríase que es esta una manifestación muy peculiar de protesta, toda vez que se circunscribe al terreno individual y nada tiene que ver con la “organización” en la que se está inserto. En el caso de los profesores, esto significa que los afectados por esta original forma de protesta “pasan” de los procesos electorales en curso (a director de departamento, a decano, a rector, a representante sindical, a comisionado para evaluar y, en general, al politiqueo universitario) y se dedican exclusivamente a sus alumnos y a sus tareas investigadoras. Claro, si el noventa por ciento del profesorado actuare de igual manera, está claro que la marcha de la institución sería seguramente óptima en cuanto al rendimiento alcanzado en materia docente e investigadora… pero no parece que esto sea así, al menos, en las dos universidades canarias que, de acuerdo con los distintos rankings que circulan en el país, son de las de peor calidad en cuanto a los parámetros generalmente aplicados para su medición.

Cuando algún medio de comunicación publica la noticia de que las universidades canarias no son precisamente universidades de excelencia, se desencadena casi de manera automática un proceso de autodefensa consistente en justificar que ello es así como consecuencia de los escasos recursos económicos con los que el Estado o la Comunidad Autónoma dota a la Universidad. Vamos, una auténtica vergüenza que sólo puede proceder de aquellos que beneficiándose del mal uso de los recursos públicos, tienen la desfachatez inaudita de pretender continuar ocultando a la ignorante sociedad canaria la desidia en la que hoy viven nuestras universidades.

¿La solución? Pues, de verdad, a estas alturas no estoy capacitado para atisbarla. Y los que crean que la solución es Bolonia, es porque desconocen la miseria humana e intelectual que hemos ido alimentando entre todos en el seno de nuestras universidades. A lo mejor deberíamos empezar por una drástica reducción de recursos económicos públicos, obligando a las Universidades a que tales recursos se transfirieran en función de resultados alcanzados…es posible que con medidas de este tipo se empezara a quebrar la desidia que hoy nos embarga en todos los ámbitos salvo para seguir “chupando” del dinero de los contribuyentes.

miércoles, 25 de febrero de 2009

LIBRO DE LA SEMANA: "GOD & GUN (Apuntes de polemología)" R. Sánchez Ferlosio, Ed. Destino, Barcelona, 2008


Hace ya algunos años que sigo a Rafael Sánchez Ferlosio en su trayectoria como ensayista, y la verdad es que cada día me sorprende más la originalidad de su pensamiento y, sobre todo, las consecuencias que de ese pensamiento obtengo en el ámbito del Derecho. Además, es para mí un personaje muy singular porque considero que con su sabiduría, fruto de su capacidad para estudiar y reflexionar sobre la realidad, se ha situado por arriba de las pequeñas y grandes miserias que habitualmente marcan los pensamientos que emanan de las personas que conformamos la institución universitaria, poniendo así de manifiesto que no siempre esa institución es garantía de que en su seno fructifique el pensamiento crítico. Como se señala en la breve reseña biográfica que aparece en la contraportada del libro, “su máximo título académico es el de bachiller. Habiéndolo emprendido todo por su sola afición, libre interés o propia y espontánea curiosidad, no se tiene a sí mismo por profesional de nada”. En todo caso, lo que sí resulta de todo punto sorprendente en esta sociedad nuestra, es que finalmente la misma –incluida la reticente institución universitaria- haya reconocido a nuestro autor sus innegables méritos, tanto en su vertiente literaria como ensayística, lo cual es de agradecer desde el punto de vista de que tal circunstancia ha propiciado una mayor difusión de su pensamiento.

He de reconocer que la primera lectura del libro la realicé entre un vuelo a Madrid y mi estancia en la ciudad durante un fin de semana. Como siempre, acompañado de un lápiz para subrayar y marcar lo que despertara mi interés. Luego, en mi regreso a Tenerife, coloqué el libro en la estantería y dejé pasar un tiempo, unos tres meses, más o menos, en que volví sobre el mismo para redescubrir perspectivas que ya había advertido y ver otras nuevas que se me abrían en esta nueva lectura.

Voy a reproducir aquí una cita un poco extensa que he de confesar me ha resultado totalmente clarificadora a la hora de comprender la percepción que la nobleza y la burguesía tienen del Derecho como orden normativo y de cuál es su legitimación como tal orden. Se trata, en mi opinión, de un texto que sólo puede ser calificado como sublime (es todo un curso de sociología del Derecho en dos páginas) y expresivo de cómo el empleo del lenguaje en manos de Sánchez Ferlosio se torna en pura belleza capaz, sin embargo, de sublevar y poner en guardia a las neuronas más acomodaticias ante el discurrir cotidiano de la realidad y al papel que juegan las ideologías en su justificación.

“Cuando, hace pocos años, se quemó en Barcelona el famoso Teatro del Liceo, me llamó la atención el que dos damas hijas de la alta burguesía barcelonesa, al comentar en sendos artículos la catástrofe y refiriéndola a los recuerdos de su propia juventud, cuando, vestidas de gala, entraban a la función, coincidiesen curiosamente en evocar la gran aglomeración de los pobres –por abarcar con esta palabra a las clases modestas, desde los obreros hasta la pequeña burguesía, excluidas de cualquier posibilidad de acceso a la función- que se formaba a las puertas del teatro, para ver y admirar a los elegantes señores, a las damas, con `sus tocados, sus vestidos, sus olores´, a los galanes, con ‘aquellas ropas chapadas que traían’. Y entonces se me antojó pensar que esta pervivencia en el recuerdo, como un dato relevante común a ambas articulistas, de la imagen de los pobres que miraban a los privilegiados, o más precisamente, el recuerdo de haberse sentido miradas, era una característica significativamente propia de la burguesía por contraposición a la antigua aristocracia. Las damas aristocráticas ni tan siquiera habrían visto a los pobres, ni menos todavía se habrían sentido miradas y admiradas; para ellas los pobres habrían sido, por así decirlo, ‘un paisaje natural’, o diciéndolo en términos de la psicología de la Geltalt, no habrían sido ‘figura’, sino ‘fondo’, un fondo que ni verían ni por el cual podrían sentirse vistas. La aristocracia no sentía al pobre como ‘su depredado’, porque la depredación había sido llevada a cabo por el medio natural de las armas; el burgués sí siente al pobre como su robado, porque el robo ha sido llevado a cabo por el medio social de la explotación. Para el burgués el pobre ya no es ‘naturaleza’, sino ‘sociedad’; lo ve porque ha dejado de ser ‘fondo’ ya ha pasado a ser ‘figura’, en la medida en que contractualmente pertenece a su propia sociedad, y, por lo mismo, podrían intercambiarse los lugares. Siente que la legitimidad de su privilegio con respecto al pobre, por cuanto ambos forman parte de la misma sociedad, es relativa, y, por lo tanto, discutible. Esta diferencia entre el burgués y el aristócrata vendría a significar a fin de cuentas que también para el burgués sigue valiendo, de manera latente, el principio de que el derecho creado por las armas es el único fundamento verdadero de legitimidad; de que la violencia es el origen del concepto mismo de ‘legitimidad’. Por eso el alma del burgués no logra apagar del todo en sus entrañas la inquietud de que su estatus de riqueza no es tan legítimo como el ‘más valer’ de los antiguos señores de la guerra; y por muchos esfuerzos que haga por hallar el criterio de una ‘nueva legitimidad’ que rechace la creada por el derecho de las armas, adivina que tendría que suprimir, junto éstas, el propio concepto de ‘legitimidad’. Por eso la transacción más aceptable, en la misma medida en que reintroduce solapadamente la ‘naturaleza’ y con ella la violencia, ha sido la habilitación de la struggle for life para la sociedad, o sea el llamado `darwinismo social’; y así la única fórmula, apenas precariamente convincente, para legitimar lo expoliado mediante explotación consiste en equiparlo a lo ganado, por los propios méritos, en una supuesta contienda social. Pero de esta manera el burgués va a reencontrarse con el aristócrata, en la misma medida en que, a través de la fraudulenta introducción de la doctrina de la struggle for life, fundamenta su derecho al ‘más valer’ en el antiguo criterio del que nació la noción misma de ‘legitimidad’: la ley del más fuerte” (pp. 93-94)

viernes, 20 de febrero de 2009

TRISTEZA

Hoy, como casi todos los días de la semana, acompañado por mi buena amiga Isabel, salimos a tomarnos el cortado mañanero al bar de la Facultad de Ciencias Económicas, que además de quedar muy cerca del edificio de la Facultad de Derecho, hay que reconocer que utiliza un café de mayor calidad que el empleado en mi Facultad (bueno, la verdad es que los niveles de calidad de todo lo de mi Facultad están cada más por los suelos). Por cierto, siempre me ha llamado la atención el hecho de que los precios que se pagan en estos bares universitarios son considerablemente inferiores a aquellos otros que se pagan fuera de la Universidad. Es algo totalmente absurdo…pero en fin, está claro que tal circunstancia es aceptada por el concesionario sobre la base de condiciones que realmente desconozco, pero que en ningún caso creo se puedan traducir en pérdidas para el mismo. Todo lo más, este tipo de precios posiblemente subvencionados, son manifestación de un privilegio más de los muchos que aún tienen los estudiantes y los profesores en las universidades públicas españolas.

A la salida del bar nos encontramos con otro buen amigo que nos comentó lo desagradecida que era nuestra Universidad con sus empleados, ya fueran estos profesores o miembros del personal de administración y servicios. En particular, nos comentó el caso de una excelente funcionaria que durante muchos años había desarrollado ejemplarmente su trabajo en el Rectado, que al jubilarse no había tenido por parte de las autoridades académicas el más mínimo detalle a toda una vida dedicada a la Universidad (ni tampoco por parte de la Junta de Personal o del Comité de Empresa o de cualquiera de esos órganos que dicen representar al personal y que casi no tienen utilidad ninguna y que en realidad son una rémora para la institución universitaria).

Cuando pensé en la persona a la que se refería nuestro amigo, me entró un poco de melancolía y por un instante pasaron por mi cabeza los años que tan rápidamente han transcurrido desde que ingresé como alumno en la Facultad de Derecho. Pero la melancolía rápidamente se transformó en rabia contenida, pues la verdad es que cada día que pasa me doy más cuenta de que trabajo en una Universidad que en general no se fortalece en cuanto a sus niveles de prestigio académico, sino que ocurre más bien lo contrario, que cada día que pasa se deteriora asentándose una especie de espíritu fatalista generalizado que se traduce en ocasiones en auténtica desidia.

Desde hace ya algunos años, he visto cómo algunos colegas se jubilan y abandonan definitivamente la Universidad ; a otros, que definitivamente abandonan la Universidad y también este mundo conocido; y a otros que se reenganchan porque dicen tener méritos para ser eméritos, y siempre es igual, dejan de venir un día (incluidos los que se reenganchan) y a partir de entonces nadie los recuerda y mucho menos los reclama. Es como una especie de rueda trituradora que esporádicamente se concreta en algún caso en que a alguien se le ocurre poner el nombre del desaparecido a una aula, a un salón de grados o a un paraninfo, vamos, una auténtica estupidez en mi pobre, inútil e intrascendente opinión.

He hecho prometer a mi familia que si llegara a desaparecer antes de llegar a mi edad de jubilación voluntaria o forzosa, impidan –o al menos no participen de ello- un hipotético acto de recuerdo u homenaje a mis años en la institución por parte de mis colegas (amigos y enemigos). Sería una afrenta para mí y una tristeza inconmensurable que cargaría en mi otra vida. En cualquier caso, estoy seguro que ello no va a ocurrir, menos mal.

jueves, 19 de febrero de 2009

VEHEMENCIA


Siempre he preferido la vehemencia y la pasión ante determinados acontecimientos humanos, que la actitud supuestamente reflexiva que trata de entender las causas del problema y que una vez determinadas sirven para publicar un artículo en una revista científica y justificar puntos para un nuevo complemento retributivo. Pero mientras esto último ocurre, las causas siguen provocando los efectos de la enfermedad o del desorden y el investigador se limita a adoptar una actitud pasiva y a responsabilizar a los políticos de todos los males presentes y futuros que nos rodean.

Una de las últimas cosas que he tenido oportunidad de ver es las actitud que algunos profesores e investigadores universitarios pertenecientes a las Facultades de Derecho mantienen con relación a la primera convocatoria de huelga realizada por los jueces españoles. Todos estos capullitos de alelí debaten y debaten en torno a la constitucionalidad o no del instrumento de la huelga por parte de los jueces. Y muchos de ellos concluyen de manera terminante y científicamente fundada que en términos jurídicos es claramente inconstitucional la huelga como instrumento de defensa de los intereses de los jueces. Sin duda, una conclusión –aparte, claro está, de ser favorable a los intereses del Gobierno y del partido en el poder- que está amparada en términos jurídicos pero que como no podía ser de otra forma, obvia el tema sustantivo o material de la existencia del conflicto. Y es que estos chicos y chicas progres que en la Universidad se dedican a la enseñanza e investigación, cuando de defender al Gobierno se trata, son capaces de ser más formalistas que el propio Kelsen. No tienen el más mínimo reparo…

Bien es verdad que entre los jueces españoles hay de todo: gente trabajadora y sacrificada y vagos redomados; honrados y corruptos; profesionalmente competentes y auténticos ignorantes….También, que en el actual conflicto que han planteado, muchos han aprovechado para tratar de obtener aumentos retributivos y de otro tipo. Pero todo esto es pura anécdota con relación al que yo creo que es el motivo nuclear de la huelga como medida de protesta constitucionalmente legítima: el hartazgo de tener que soportar una Administración de Justicia ineficaz, ineficiente, anquilosada, colapsada, decimonónica, irrespetuosa con los derechos de los justiciables, etc, etc. Uno de los principales protagonistas de la prestación de uno de los servicios fundamentales que se supone ha de prestar el Estado, los jueces, han dicho por fin ¡!!!!!!BASTA¡¡¡¡¡, y lo han hecho mediante el empleo de un instrumento que por vía material nos está vedado a los ciudadanos como tales, la huelga. En otras palabras, han utilizado la huelga, prevista como derecho de los trabajadores en la defensa de sus intereses, como instrumento para defender los derechos de los ciudadanos que no recibimos un servicio digno por parte de la Administración de Justicia.

En la Junta de la Facultad de Derecho de mi Universidad celebrada el pasado día 17, propuse que constara en acta mi apoyo a la primera huelga de jueces de España. Es un detalle y fue además expresado de manera vehemente.

miércoles, 18 de febrero de 2009

APRENDER DE LA EXPERIENCIA DE OTROS


Es realmente complicado contar con una versión de los acontecimientos pasados que pueda ser calificada como definitiva e indiscutible. Está claro que los profesionales que se dedican a este menester de la historia, tratan por lo general de dar una explicación de tales acontecimientos a partir de los hechos (documentos, pruebas, testimonios, etc.) y con la conciencia de tratar de no influir en una determinada interpretación de los mismos. Sin embargo, es harto difícil lograrlo, pues de alguna forma siempre estará presente esa visión subjetiva del historiador que se retrotrae en el tiempo y analiza con su cerebro y sus sentimientos actuales las denominadas pruebas objetivas existentes. Pero en fin, tampoco es mi intención poner en cuestión la labor de los historiadores.

Lo que sí me interesa cada vez más es conocer la experiencia vital de aquellos hombres y mujeres, niños y niñas, que tuvieron la oportunidad o la desgracia de vivir o sufrir determinados acontecimientos trascendentales para sus vidas. Y me refiero aquí a acontecimientos con trascendencia colectiva pero con profunda incidencia en la vida personal de los protagonistas activos o pasivos de los mismos.

Pensemos en un acontecimiento histórico como el de la guerra civil española. Existen miles de publicaciones que abordan este conflicto desde una perspectiva histórica. Pensemos en otro acontecimiento más reciente en el tiempo, en la transición española a la democracia. Existen cada vez más publicaciones y testimonios de los que vivieron esos acontecimientos. Todas esas publicaciones conforman una fuente de interés indudable a la hora de conocer cómo transcurrieron los hechos en uno y otro caso, pero junto a ello, están también los testimonios no publicados de personas que directamente vivieron tales hechos históricos. Conocer de primera mano esas historias personales nos lleva de verdad a conocer desde la piel de sus protagonistas directos una realidad que nosotros no vivimos, y nos lleva también a tratar de ver, sin el apasionamiento propio de los protagonistas, cómo de verdad se vivieron esas realidades desde la óptica personal de esos seres humanos. Es la historia de la vida de los seres humanos de carne y hueso, teñida de ilusiones y fracasos, de esfuerzo y trabajo, de perspectivas de futuro y frustraciones, de traiciones y engaños, de satisfacciones…en fin, es otra historia que muchas veces nada o poco tiene que ver con la Historia con mayúsculas, que normalmente prescinde de esas pequeñas historias para dar una visión supuestamente “objetiva” del pasado.

Pienso ahora mismo en la llamada historia del movimiento de liberación nacional de Euzkadi. Espero que dentro de 100 años no exista un Estado vasco, pero si así fuere, la Historia relativa a su constitución seguramente “olvidará” el sacrificio pagado con la vida y la angustia de la opresión que a diario vivieron muchos españoles que sintiéndose vascos se opusieron con todas su fuerzas a que en el futuro existiera esa Historia. Me quedo en este caso con las pequeñas historias de los que hoy sufren la opresión y hasta hace bien poco la desconsideración más absoluta (las víctimas), que con la Historia de los que creen que algún día acabarán con la resistencia de los rebeldes.

martes, 17 de febrero de 2009

DUDA


No, no me diga que se pondría usted en el lugar de… el padre de Marta, esa joven sevillana que fue presuntamente asesinada por su exnovio y que luego fue arrojada a las aguas del río Guadalquivir. No me lo diga, porque es imposible que así fuere. Hay que estar en esa situación de verdad, esto es, realmente, para saber qué es lo que se puede sentir por la pérdida de una hija en tales circunstancias. Exactamente igual que hay que estar también de verdad en la situación en la que se hallan los padres del presunto asesino, para saber qué se siente cuando este es detenido y esposado por la policía y conducido ante el juez, ante una muchedumbre dispuesta irracionalmente a tomarse la justicia por su mano y asesinar al presunto culpable.

Pero a pesar de todo, lo decimos, lo pensamos y nos imaginamos cómo reaccionaríamos ante tremenda hecatombe que acaba con la vida de un ser querido y que cambia radicalmente las condiciones de vida de los que sufren esa pérdida. En mi caso, cuando oigo la noticia de la detención del presunto culpable, que además ha confesado su crimen, manifiesto sin pensar mi sentimiento de venganza: le mataría. No sé cómo, pues ni me lo planteo, pero le mataría sin pensármelo… sí, sin pensármelo, sin el atisbo de la menor clase de duda (me viene ahora a la memoria la escena real de una madre que en Alemania entró en la sala de juicio y disparó varios tiros contra el asesino de su hija).

En el complejo mundo de la mente humana, debe existir un punto en el que el ánimo de venganza, siendo totalmente natural, pierde sin embargo la posibilidad del retorno a la racionalidad, esto es, a la normalidad de la vida tal y como la misma está organizada en el momento en que transcurren los acontecimientos de que se trate. Es verdad que en determinados sistemas legales, ese punto de retorno se formaliza teóricamente mediante la aplicación de la pena de muerte al culpable, dando de esta forma supuesta satisfacción a los familiares de la víctima, que ven así cómo sus frustrados deseos de legítima venganza son satisfechos por un tercero (el Estado) de manera fría y protocolaria. Y sin entrar aquí en el debate en torno a la pena capital, me parece a mí que allí donde la misma esté en vigor, lo más justo sería siempre dar opción a los familiares de la víctima para que pudieran ejercitar el perdón del culpable, o bien, la opción al propio culpable para no aceptar ese perdón y optar por la pérdida de su vida en estricta compensación a la muerte que el mismo ha provocado (por cierto, creo que este es en definitiva el mensaje que nos transmite la película “Siete almas” protagonizada por Will Smith).

El punto de no retorno de la venganza es en todo caso siempre la muerte: la de la víctima, que ya es por sí misma irreparable, y la del culpable. Así que analizando el tema “como si yo estuviera en la posición del padre de Marta…”, me hallaría en una primera fase disparando al presunto culpable (siempre es una muerte más aséptica que la de quitarle la vida mediante otros procedimientos menos tecnificados). En una segunda fase, esto es, cuando el Estado ha arrebatado al presunto culpable de mi natural ámbito justiciero y mi natural venganza, y ha impedido que la chusma se tome la justicia por su mano para cometer un execrable asesinato anónimo-colectivo, espero que mi mente reaccione al margen de mi corazón y mis emociones, y me permita volver al ámbito de la racionalidad, que no es otro que el de la ley y la existencia de la justicia que, con todas sus imperfecciones, siempre será mejor que la barbarie que supone el “ojo por ojo…”, o el puro y duro linchamiento de la siempre injusta chusma desalmada. No tengo la menor duda de ello, aunque en el fondo espero no experimentar nunca la situación que han vivido los padres de la pobre Marta.

lunes, 16 de febrero de 2009

IDEALES

Mi amiga Alice me recordaba ayer en un comentario que era imposible concebir al ser humano sin ideales. Y estoy totalmente de acuerdo con ella. Los ideales son casi como la expresión estratificada de nuestro recorrido vital a partir, fundamentalmente, de nuestra juventud física, pasando por nuestro período de madurez y terminando por nuestra vejez física, que no necesariamente mental. En todos esos períodos de nuestra vida los seres humanos vivimos animados por nuestros ideales, que serán más o menos amplios en función de las circunstancias y experiencias vitales de cada uno de nosotros, pero que en general suelen coincidir, como es lógico, en la mayoría de los humanos.

Es verdad que los ideales suelen identificarse casi en exclusiva con la política, dando lugar a la ya tradicional distinción entre derecha e izquierda, o conservador y progresista, o revolucionario y reaccionario…. Sin embargo, reducir los ideales al campo de la política es tanto como entender que los ideales a los que aquí nos estamos refiriendo son las denominadas ideologías políticas. En realidad, los ideales son para nosotros algo que va mucho más allá del mundo estricto de la política. Se trata de visiones del mundo que hemos ido conformando paulatinamente en nuestras respectivas trayectorias y que comprenden una multiplicidad de aspectos que dan sentido a nuestra propia existencia. Sin duda, habrá personas que legítimamente participen de esta reducción consistente en identificar sus ideales con una determinada ideología política, y que contemplen todo en la vida a partir de tales presupuestos ideológicos. Pero no es ese nuestro caso.

En el tiempo de la juventud física, no es extraño que concibamos el mundo en términos elementales, esto es, sin complicaciones. Estamos en una fase de tal intensidad vital que a veces es normal nos impida asimilar bien nuestra posición en el mundo y la fijación de nuestros ideales vitales. Pero parece claro que es en esa fase donde damos los pasos decisivos para conformar nuestro ser en el inmediato presente y también en el futuro. Si en esta fase permanecemos indiferentes y no nos rebelamos ante el atropello y la injusticia concreta que pueda cometerse ante nuestras mismísimas narices, difícilmente lo vamos a hacer cuando pasado el tiempo y alcanzada la madurez nos creamos que vivimos de acuerdo a algún tipo de ideal. Seguramente viviremos de acuerdo a un ideal, pero casi con toda seguridad este será el de la mentira tranquilizadora de conciencias que proporciona el cinismo más escandaloso.

Creo que entre los ideales que existen y se repiten en muchos seres humanos, uno que me parece de la máxima relevancia es el del sentido de la rebelión. Puede parece una broma de mal gusto, pero en realidad no lo es. Mi ideal es ser toda la vida un auténtico rebelde; sí, un tipo que se rebela contra lo que considera un injusticia aún a riesgo de comprobar que eso va contra la opinión de la mayoría o incluso contra la de aquellos que profesionalmente están encargados de impartir justicia. Es la diferencia entre acatar la ley o la sentencia y manifestar abiertamente mi disgusto ante la misma por considerarla contraria a mis ideales vitales. Es en definitiva la diferencia entre los que creen que el ideal de la democracia se logra pura y simplemente con las mayorías, y no con el respeto a cuestiones que muchas veces están más allá del puro contenido de una ley aprobada por mayoría.

La confianza en que este ideal de la rebelión nunca desaparecerá del todo en los seres humanos, es lo que me permite vivir de manera más sosegada en este mundo complejo, pues serán precisamente los rebeldes los que de una u otra forma tratarán siempre de impedir que caigamos en la barbarie.

sábado, 14 de febrero de 2009

LIBRO DEL FIN DE SEMANA

“Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales”. Rafael del Águila. Ed. Taurus. Madrid, 2008.

Inicio hoy una serie de comentarios relativos a libros y a artículos que he leído y que pienso pueden ser de interés para los lectores de este blog a la hora, sobre todo, de que les puedan incitar también a su lectura. Al margen de la búsqueda de los trabajos existentes sobre mi especialidad de Derecho Financiero y Tributario (por cierto, en general cada día más plomizos y carentes de auténtico interés desde el punto de vista del pensamiento crítico que se supone se cultiva en la Universidad española), tengo la costumbre de acudir de vez en cuando a las librerías en busca de no sé qué exactamente, pero lo cierto es que casi siempre esa búsqueda se materializa en algún libro cuya lectura me parece de interés. En otras ocasiones, acudo raudo y veloz los lunes a la liberaría con mi suplemento literario de los sábados del ABC o El País, en el que he marcado algún libro que me interesa a partir de la lectura de su recensión en dichos suplementos. Esta última ha sido la vía seguida para hacerme con el libro del que fuera catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, Rafael del Águila, desgraciadamente fallecido el pasado día 13 de febrero. (Ya en el capítulo de agradecimientos contenido al final del libro señalaba el autor: “Quiero también agradecer muy especialmente a Luis Paz Ares, Daniel Castellano y Pedro Domínguez, mis médicos, por haberme regalado el tiempo y la calidad de vida necesarios para escribirlo”).

Ante todo, he de señalar que me he leído el libro casi de un tirón, pues además de estar bien escrito y muy bien entrelazada la argumentación seguida por el autor para sustentar sus tesis, éstas últimas coinciden en gran medida con mis propias ideas sobre el significado y las consecuencias nefastas que para la humanidad han tenido determinadas ideologías. Las dos primeras “constelaciones ideológicas” a las que se refiere el autor son, de alguna forma, ampliamente conocidas en cuanto a los efectos perniciosos derivados de las mismas en la más reciente historia de la humanidad. Es el caso de las ideologías fundamentadas en el “ideal emancipatorio” (la mirada al futuro para la construcción del “hombre nuevo” de la revolución bolchevique primero y cubana después, por ejemplo), o aquellas otras que encuentran su razón de ser en propugnar el “ideal de la autenticidad”, (la recuperación de los valores perdidos, mirando permanentemente al pasado: “Hay que mantener nuestra incorruptibilidad y expulsar todo lo que se le opone. Garantizar nuestra pureza. Exterminar todo lo necesario para evitar la contaminación. Y, nosotros, debemos someternos, y someter a aquellos otros con los que aún quepa alguna esperanza de regeneración, a un proceso de purificación”) (p. 172). Con mucha razón y también sentimiento, el autor dedica su libro “a las víctimas de los ideales, especialmente a las víctimas del 11-M”.

Sin embargo, la auténtica tesis original que defiende el autor y que me ha llamado la atención, pero sobre todo, que me ha hecho reflexionar, es la relativa a la utilización de la idea de la democracia como idea central de una nueva constelación ideológica con consecuencias que, a juicio del autor, han de ser calificadas como nefastas. Es el empleo de la defensa de los “valores democráticos” a través de su identificación con una especie de misión mesiánica que Dios ha encomendado al gobierno de los EE.UU para así lograr expandir dichos valores entre los países que forman parte del “Eje del Mal”.

El autor analiza la trayectoria del expresidente Bush, sus discursos a la Nación y, sobre todo, la influencia determinante que en la legitimación ideológica de su política exterior claramente belicista han tenido las corrientes fundamentalistas cristianas y del llamado pensamiento neocon, como manifestaciones patentes de esta nueva ideología de la derecha norteamericana.

Al margen de poder estar o no de acuerdo con algunos de los planteamientos del autor, al menos en cuanto a los matices, es lo cierto que sí que lo estoy plenamente cuando señala que “enfrentar la realidad con esperanzas y sin ilusiones, ser veraz con uno mismo, no engañarse con cuentos balsámicos, estar dispuesto a evolucionar hacia otras posiciones, no es algo que sea típico de sociedades o individuos débiles. Más bien son las muletas metafísicas, los grandes ideales que ofrecen seguridad, garantías y certezas, los que denotan a la postre debilidad. Y esto lesiona la capacidad y el coraje necesarios para enfrentarse al mundo, aprender y evolucionar. El peligro de los ideales dogmáticos y fanáticos reside en la incapacidad absoluta para hacer esto” (p. 180-181).

El libro es clara expresión de ese ideal anterior, es decir, del pensamiento crítico que agraciadamente también está presente entre muchos de los investigadores que desarrollan su misión en el seno de la Universidad española.