miércoles, 25 de marzo de 2009

CUANDO IR A FAVOR DE LA CORRIENTE ES UNA INDIGNIDAD


Existe una amplia gama de opciones para declararse a favor de la corriente. Es normalmente lo más fácil y parece que también lo más sensato desde el punto de vista de la conservación del pellejo y los intereses propios, aunque a veces lo hagamos con un profundo dolor de estómago por las ganas de vomitar que ello nos provoca (efecto que por demás nos está muy bien empleado, todo sea dicho sin ánimo de ofender a nadie). Vamos, que por naturaleza, el ser humano es seguramente más un cobarde y un pusilánime que un ser animado por el espíritu de valentía. El temor de “ir contra la corriente” puede ser tan intenso, que una gran mayoría de humanos prefiere en tales coyunturas “esconder la cabeza bajo el ala” y sumarse, por activa o por pasiva, a la “corriente dominante” que plantar cara a la misma y remar en sentido contrario.

Cualquiera de nosotros tiene seguramente muchos ejemplos con relación a lo que venimos diciendo. Si somos capaces de confesarlos como vividos es que los mismos no suponían en caso alguno un cuestionamiento profundo de nuestra propia dignidad como personas o incluso como meros seres humanos. Se trataría de asuntos de la vida cotidiana sin mayor trascendencia, o de no poca trascendencia, pero que solemos calificar como superfluos a fin de no crearnos excesivos problemas de conciencia a la hora de aceptarlos o consentirlos.

En otros casos, sin embargo, aceptar ir “a favor de la corriente” supone de manera clara y rotunda una dejación de nuestras más íntimas y acendradas convicciones. Cuando esto sucede, es que definitivamente estamos ya derrotados por haber cedido a una tentación que constituye la negación radical de nuestra concepción de la vida en general y de determinados asuntos de la misma en particular.

Vayamos al caso real y concreto. Elaboración de un nuevo Plan de Estudios de la licenciatura en Derecho, y no sólo porque ello es consecuencia de la adaptación del actual plan a las directrices europeas, sino también, porque el vigente es un plan que se estableció en el ya lejano año de 1953. Cuestión de partida de carácter fundamental: ¿debe ese plan ser elaborado fundamentalmente por los actuales profesores que imparten docencia en la Facultad de Derecho de cada Universidad? (téngase en cuenta que esos profesores son, ante todo, producto de un plan que proviene de 1953 y, sobre todo, que los mismos en su gran mayoría no tienen la menor idea de cuál es la realidad social, profesional, económica, administrativa…que existe fuera de los muros de la Universidad en la que han conseguido un puesto a perpetuidad). Si a esta cuestión se contesta afirmativamente sobre la base de la autonomía que la ley reconoce a la Universidad, el resultado no es nada imprevisible. Los profesores tenderán a reflejar en el nuevo plan las mismas materias que existían en el viejo, pues ello será una garantía de que conservarán su ámbito de “poder” y, sobre todo, su carga docente actual, aparte, claro está, de sus virtudes y vicios como profesionales de la enseñanza y la investigación. En otras palabras, cambiar para que todo siga igual… Esto último es lo que en realidad está ocurriendo en muchas Universidades españolas y, en particular, en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.

Ante esta caudaloso río de corrientes rápidas y saltos de riesgo elevado, pero sobre todo, de corriente contraria a los intereses sociales y genuinamente universitarios, se pueden adoptar dos posiciones: una, seguir la corriente dominante y situarse lo más cerca posible del núcleo de poder profesoral con el fin de así ganar algo –o al menos no perder- en el nuevo Plan de Estudios que se diseñe. Es la posición supuestamente pragmática de los que ceden a la fuerza de la sinrazón; dos, denunciar públicamente y/o ante los tribunales de justicia el atropello que se está cometiendo y/o ponerse al margen de toda esta contrarreforma que va contra el sentido mismo de lo que debiera ser la Universidad. Por dignidad personal y por respeto a la institución universitaria, creo que sin ningún género de dudas hay que optar por esta segunda vía, aunque lo “pierdas” todo o casi todo, menos la dignidad. Algo es algo, sobre todo, en estos raros tiempos que corren de ignorancia y ausencia de rebeldía.

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