martes, 10 de marzo de 2009

LA PIOLA


Aparentemente nadita que ver con el significado que la palabra piola tiene en Argentina, que según el diccionario de la RAE, es algo así como quedarse al margen. La piola es un juego que practiqué con mucha frecuencia en mi adolescencia con mis amigos de las laguneras calles de Anchieta, El Remojo, Plaza de los Bolos, San Agustín…aunque nunca lo hice con el Ferruja, que era de la zona de La Concepción y enemigo declarado de nuestra “tribu”. Eran los felices años que median entre la infancia y la adolescencia, cuando se inicia el despertar tenue de los deseos sexuales y se empieza a tomar conciencia de la existencia de las niñas como personajes diferenciados en ese terreno.

Era la piola un juego de niños colectivo (como lo era de niñas el brilé), y consistía en que los miembros de uno de los equipos se colocaban uno detrás de otro, agarrados por la cintura, flexionados sus cuerpos hasta quedar su tronco en situación horizontal y apoyado el primero de ellos en una pared. Los miembros del otro equipo iban saltando sobre aquella la columna humana, sin que valiera moverse una vez se había realizado el salto de piernas abiertas, pues había que permanecer agarrado a la espalda del que estaba agachado en la misma posición en que se había quedado después del salto. Primero saltaban los más ágiles, pues ello era garantía de que podrían colocarse a lomos del primero de los agachados y dejar así espacio para que se colocaran el resto de los miembros de su equipo, mientras que los más gorditos se quedaban para el final. Si alguno de los saltadores no lograba mantener su equilibrio y caía, su equipo perdía y debían entonces ocupar todos la posición contraria y recibir como saltadores a los miembros del equipo contrario. Igual sucedía si los que recibían a los saltadores no tenían la resistencia suficiente para soportar sobre sus espaldas el peso de los mismos.

Visto desde el tiempo presente, he de reconocer que la única ventaja de la piola era la de ser un juego colectivo del que se disfrutaba sin más, pues aparte de ser también un medio para que los más gallitos mostraran sus facultades saltarinas ante las potenciales espectadoras femeninas, lo más que podía provocar era alguna que otra magulladura por un mal salto o el agarrarse con demasiada fuerza al cuerpo del otro. De alguna forma, podría decirse que el grado de disfrute estaba directamente relacionado con la improductividad absoluta del juego. Sí, es verdad que, como en todo juego, se ganaba o se perdía, pero el resultado en realidad nunca dio ocasión a que sobre el mismo pudiera luego desarrollarse una dinámica abocada a la ganancia económica, cosa que, por el contrario, sí ocurrió con otros juegos individuales o colectivos que han transformado a los padres y madres de muchos niños y niñas en auténticos y obsesivos “creadores” y “cuidadores” (¿o será “explotadores”?) de fenómenos futbolísticos, tenísticos, gimnásticos, baloncentísticos, etc. como fuente de pingües beneficios económicos (es la parte triste del pobre Rafa Nadal, que seguramente no pudo jugar de niño a la piola o a un juego igual de improductivo).

No, definitivamente no es nostalgia lo que me anima, pero tampoco es cariño por los juegos electrónicos y los grandes espectáculos de masas a los que hoy nos tienen acostumbrados y sometidos. Estos últimos están muy bien, pues reconozco que permiten incluso la única comunicación que va subsistiendo entre los no jugadores en la sociedad del espectáculo, pero no creo que sea bueno que hayan desaparecido entre nuestros niños juegos tan inútiles en términos económicos como el de la piola.

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