lunes, 30 de junio de 2008

¡PUDIMOS!


Con trabajo, con ganas, con ilusión de ganar, con un entrenador que acertó en la selección de jugadores y en los oportunos cambios puntuales en cada uno de los partidos jugados… anoche pudimos por fin hacer realidad que la selección española se alzara con el triunfo en la Eurocopa 2008. Del presente “Podemos” estamos ya en el pasado glorioso: “pudimos” por fin ganar la Eurocopa de fútbol.

¿Y quiénes la ganamos? Pues así de sencillo: todos los españoles. Fue, sin duda, una catarsis colectiva, una auténtica fiesta expresiva del mejor espíritu nacional, que es aquel que es utilizado para presentar como victoria colectiva los logros –en este caso deportivos- de un conjunto de individuos identificados fundamentalmente por los demás como representantes de la nación española. Hoy, desde fuera de España, serán millones de humanos los que hablen y comenten la final de la Eurocopa entre la selección de fútbol de España y de Alemania. Desde dentro de España, seremos también millones los que nos alegremos de que aún no haya cuajado ese ilegítimo intento de romper la selección española de fútbol y sustituirla por las selecciones de Cataluña, País Vasco, Galicia, Canarias… Aquí, señores y señoras nacionalistas de nuevo y viejo cuño desintegrador, ha ganado España. Y, sinceramente, no saben ustedes cuanto me alegro y lo poco que lamento que más de uno que no sintiéndose español viera frustrado su deseo de que el partido lo ganara Alemania.

Somos, sin duda, una potencia futbolística. Este triunfo deportivo y la inteligente campaña mediática sentimental y de negocio llevada a cabo por la Cadena 4, han supuesto una confirmación y un reforzamiento de los resultados de las últimas elecciones generales en nuestro país. El “Juntos podemos” se ha transformado en un lema de movilización colectiva que refleja en buena medida el hartazgo de la mayoría ante tanto empeño artificial en sustituir un sentimiento arraigado de unidad, por fatuos sentimientos artificiales de diferenciación que la mayoría de las veces sólo tienen que ver con la aspiración de algunos de seguir aferrados al poder.

Política, fútbol y negocio como tres patas de una realidad interconectada. No está bien. No está mal. Es la realidad, mi hermano, y como tal habrá que tomarla. Hay que reconocer que el triunfo de España frente a Alemania ha llegado en un momento clave. Aún siendo opinable cuál sea el nivel de la crisis económica que atravesamos, lo cierto es que este triunfo es una gran alegría que de alguna forma compensa en términos sentimentales los aumentos del imparable Euribor. Además, para los que no hemos perdido nuestro trabajo, este triunfo coincide con el ingreso de la nómina ordinaria y la doble paga de julio. ¿Se puede pedir acaso más? Por otra parte, para mayor inri, en el culmen del éxtasis, las imágenes del Sr. Rodríguez Zapatero emocionándose con el gol de Fernando Torres y, por tanto, con el gol de España, dejan abierta una puerta a la esperanza a que finalmente este señor no auspicie las ínfulas de sus correligionarios en Cataluña para crear una selección “nacional” propia. Que así sea, pues “Juntos podemos”.

viernes, 27 de junio de 2008

BREAD & CIRCUS


He ido ayer a ver la película Sexo en Nueva York. A la salida he tenido además la oportunidad de ver también el partido de semifinales de la Eurocopa entre Rusia y España, y a la hora de escribir este articulito de opinión me he acordado del nombre de una tienda de productos ecológicos existente en Northampton (Massachusetts), llamada Bread & Circus. ¿Tiene todo esto relación entre sí? Pues posiblemente sí.

Veamos. La película es una mera continuación en la pantalla grande de la serie ya emitida en la pantalla pequeña, pero en la que se aprecian mejor los detalles, al menos los celulíticos, aunque traten de disimularse de manera permanente. Se pretende contar una historia humana que en realidad les ocurre a muy pocos y selectos humanos que viven en una ciudad singular en la que se mezclan muchas cosas: el máximo lujo y la máxima vaciedad mental y espiritual. El film no es ni mucho menos un canto a la vida, al sexo y al amor, sino más bien, un canto al consumo de zapatos de seiscientos dólares de Manolo Blahnik (es un orgullo saber que un oriundo de la isla de la Palma ha triunfado profesionalmente en Nueva York, es decir, en todo el mundo), a los trajes de Carolina Herrera o a los bolsos de Louis Bouiton, y a los coches Mercedes Benz, aparte, claro está, de que es factible el amor y hasta el matrimonio entre una comentarista de moda y sexo con un potentado de las finanzas, que además, prefiere la sencillez a la hora de celebrar la boda en un McDonald, Burger King o cualquier otro lugar de similares características (se es más feliz, sin duda, no siendo pobre, pero sí pareciéndolo).

Saliendo como salí del cine, esto es, anonadado y con cara de pollaboba, marché raudo y veloz a casa para poder ver el partido de semifinales entre España y Rusia. Normalmente no sigo la liga nacional de futbol, pero sí he de reconocer que me gusta y entusiasma poder ver un buen partido de futbol. Y anoche lo vi, un equipo, el español, que jugó un excelente partido de un futbol de la máxima calidad. En mi época de progre durante el franquismo, aún recuerdo el cabreo de mi pobre padre cuando el mismo defendía a la selección nacional y sus hijos deseaban que ganara el equipo contrario, pues que ganara España suponía una victoria para el régimen. Qué tiempos. Y si el rival era la antigua URSS, ya no digamos. La lucha de la izquierda contra la derecha fascista. Ayer, sin embargo, todo había cambiado. Ni aumento del Euribor y de la hipoteca, ni ninguna otra coña marinera. ¡Viva España! ¡Juntos Podemos¡…aunque “er Ibarreche” se niegue de manera contumaz a ello. Mientras España es ahora portadora de un capitalismo soft, Rusia representa un capitalismo hard. Quien lo iba a decir, camarada...

Parece que todo se reduce en esta vida a una cuestión que precisa de un análisis más sesudo por parte de la intelectualidad: al pan y al circo. Es la pura verdad. Si no existiera el futbol habría que inventarlo, si no existiera el sexo…mejor estar muertos; si no disfrutáramos de las falsas necesidades que nos crea la denominada sociedad de consumo…pues no sé, tal vez estaríamos viviendo en la permanente tristeza en la que vivían los moscovitas del comunismo o en la que hoy viven los cubanos de los hermanos Castro. No tengo tiempo ahora para pensar en ello. Sólo me interesa que llegue el domingo para ver la final de la Eurocopa y que gane mi querida España, pues ¡Juntos Podemos¡, y a la hipoteca que len den...

jueves, 26 de junio de 2008

PERIODISTAS Y CANALLADAS

¿Quién no sabe, por haberla sufrido, lo que es una canallada o una “hijoputez”? Hasta el propio canalla ha podido en algún momento ser víctima de otro (o de otra) canalla. Sin embargo, la dificultad no estriba por lo general en saber lo que es una canallada, sino en saber quién es, de antemano, el (o la) canalla que la comete. Y es que ocurre en muchas ocasiones que el que tiene fama de serlo en realidad no lo es, y a la inversa, quien va por la vida aparentando ser un señor o señora, resulta que es todo lo contrario, y te la endiña, de una u otra forma, cuando menos te lo esperas.

De la múltiple variedad de canallas y canalladas que existen, hay una modalidad que a mí me repele de manera especial. Es la del tipejo (o tipeja) que dice que es periodista porque trabaja en un medio de comunicación, y que se dedica conscientemente a alimentar dudas sobre la honorabilidad de un político por dos razones fundamentales: por un lado, porque simplemente el político en cuestión le cae mal o porque el supuesto periodista es tan tonto que ya parte del prejuicio de considerar que cualquier iniciativa proveniente de un político es dudosa porque esconde siempre “gato encerrado”; por otro, porque este falso periodista actúa como sicario a sueldo de algún otro canalla que se vale del mismo para boicotear determinadas iniciativas del político que le puedan resultar perjudiciales para sus intereses.

En mi corta trayectoria como político, he conocido las dos versiones. La del periodista tonto que no es capaz de plantearse por sí mismo una reflexión crítica sobre la realidad a partir de la cual ha de construir su información u opinión, y la del periodista canalla que actúa como instrumento de determinados intereses que no están por permitir que subsista un político que pueda ponerlos en cuestión.

Que existen periodistas serios y honestos, estoy seguro que es un hecho incontrovertible. Conozco a algunos (y algunas). Pero conozco más (en términos cuantitativos, no personales) a periodistas canallas que permanentemente trabajan para el mejor postor o para sí mismos, y para los que aquello de perseguir la verdad se ha convertido en un vago recuerdo de algo que alguna vez oyeron pero que nunca llegaron a experimentar.

Los canallas y las canalladas están en realidad muy emparentados con el cáncer. Debe ser algo de origen genético, esto es, como una especie de predisposición neuronal a utilizar la mentira como alimento permanente para subsistir y reproducirse de manera descontrolada. Es una enfermedad compleja y difícil de erradicar. Sin embargo, lo que sí parece claro es que siempre ha dado buen resultado utilizar contra la misma un medicamento bien barato y al alcance de cualquier bolsillo: la simple verdad de los hechos.

miércoles, 25 de junio de 2008

CALIFICACIÓN

A los efectos a los que ya estoy habituado, calificar es establecer una valoración de un hecho complejo conformado por una multitud de detalles que de una u otra forma intervienen a la hora de expresar y, sobre todo, cuantificar esa valoración a través de una nota o una calificación académica. En mi condición de profesor, valoro cada año a una multitud de estudiantes que optan por someterse voluntariamente a las pruebas que yo establezco a fin de así poder "superar" mi asignatura. Se que en el fondo, lo que de verdad importa e interesa a la mayoría es aprender la materia, pero también soy consciente de que es para ellos una satisfacción comprobar que su interés y esfuerzo a lo largo del curso se verá finalmente reflejado en la calificación final que obtengan.
Sin embargo, el problema que con carácter permanente está ahí al acecho, es el de error de juicio que pueda cometer el profesor. Será practicamente imposible que el profesor no yerre en algunos casos, al menos, en el sentido de que no exista coincidencia entre la calificación que el mismo establece y la expectativa que albergaba el examinado. Pero en este caso, no se trataría en términos estrictos de un error, sino más bien, de la ausencia de coincidencia entre la calificación del profesor y aquella que establece el propio estudiante respecto a su propio esfuerzo. En principio, la calificación que ha de prevalecer es la del profesor, pero no es extraño que efectivamente pueda estar presente el error por parte del profesor, de ahí la relevancia de que los estudiantes ejerciten con naturalidad y convicción su derecho a presentar reclamación ante una calificación con la que estén disconformes.
Es cierto que hay lumnos que tratan de alcanzar una calificación favorable a través de medios fraudulentos. Tratan, en definitiva, de engañar al profesor, pero también a los demás alumnos y a ellos mismos. En esta sociedad nuestra que ciertamente ha cambiado mucho para mejor en diversos aspectos, es evidente que subsiste aún cierto nivel de simpatía hacia el defraudador. El estudiante que logra "copiar" en un examen, es visto, si no como un héroe, sí al menos como un tío simpático e ingenioso capaz de "tomarle el pelo" a los demás y no sólo quedar impune, sino además, obtener una calificación positiva a partir de la fechoría cometida. Por lo general, estos que ya desde la Facultad cometen fraude, suelen engrosar luego las filas de los corruptos de la política, de la abogacía, de la judicatura, de la inspección de Hacienda, etc. No estaría de más establecer como sanción en estos casos la expulsión del defraudador de la Universidad.
Estamos en época de calificaciones. Esperemos que los errores sean mínimos.

martes, 24 de junio de 2008

¿POR QUÉ OCULTAR LA ENFERMEDAD?

Sólo se me ocurre una razón de peso para justificar esa extendida costumbre española consistente en ocultar a los demás la existencia de una enfermedad grave, es decir, de un cáncer. La razón no es otra que la de evitar a los enemigos un motivo de satisfacción. Sí, parece algo muy duro –no el cáncer, sino la satisfacción de los enemigos-, pero es así de claro. Sin embargo, aparte de esta razón de peso que opera la mayoría de las veces como motivo no explicitado, lo cierto es que la cuestión debe de estar conectada con una experiencia secular negativa del ser humano en cuanto al padecimiento de enfermedades graves, sobre todo, de aquellas de carácter infeccioso o que pudiera pensarse que lo fueran. En estos casos, antes y ahora, la reacción de los sanos es tratar de aislar y marginar al enfermo. Es verdad que en nuestras sociedades ricas, la enfermedad que actualmente cumple esa función es el sida, en tanto que el cáncer aparece ya como una enfermedad “normal” y, sobre todo, familiar, capaz por consiguiente de ser aceptada y comprendida en sociedad. Tener hoy cáncer no es que sea un motivo de distinción social, pero al menos no es ya un motivo para ser considerado un tipo raro.

Sin embargo, siendo una causa tan común y frecuente de muerte, es evidente que aún hoy nos cuesta afirmar o contar a los demás que padecemos la enfermedad. No obstante, puede que tal vez por esta última razón, es decir, porque nos ronde la muerte de manera más o menos cierta y no de forma aleatoria, nosotros mismos seamos pudorosos a la hora de hablar de la existencia de la enfermedad. En esta línea, sigue siendo muy frecuente que algunas de las personas que fallecen de cáncer sean luego recordadas en una nota periodística de una forma muy significativa: “…falleció tras una penosa y larga enfermedad”, pero sin que se haga referencia expresa en ningún momento al cáncer.

A mí particularmente, lo que de verdad más atrae de esta enfermedad es la existencia de personas que han vivido y padecido la enfermedad y finalmente han logrado salvarse, pero sobre todo, que han tenido la paciencia y la consideración de contar a otras personas –sanas y enfermas- su experiencia personal. Es un acto de generosidad, pues si bien podría explicarse como alegría de ver que la muerte les ha dado un respiro, supone en mi opinión un acto de solidaridad con aquellos que otros que “viven” la enfermedad y se sienten impotentes ante la misma. Es una puerta a la esperanza, como también lo son todas aquellas otras vías que llevan al ser humano a reconocer la finitud de la vida y la esperanza permanente en la misma.

Sentirse parte de la vida es también sentirse parte de la muerte, y aunque no sepamos lo que después de esta última pueda suceder, es claro que tampoco tenemos excesiva prisa por experimentarlo. Habrá que confiar en los médicos y en los investigadores que a diario trabajan por curar la enfermedad. Pero mientras tanto, creo que manifestar o no que padecemos la enfermedad es algo que debe quedar a criterio del enfermo, como también, e incluso con mayor razón, debe a este corresponder el derecho a saber o no de la existencia y alcance y de su propio cáncer.

lunes, 23 de junio de 2008

LA LIBERACIÓN DE RAJOY

Ha vivido cuatro años horripilantes. De unas elecciones en las que existían fundadas esperanzas de ganar después de haber sido elegido como sucesor por Aznar, se encontró con un panorama realmente esperpéntico: doscientas personas asesinadas y muchas más heridas producto del fanatismo islamista; Acebes y Zaplana como guardia pretoriana impuesta por Aznar encargada de que al candidato hasta ese momento a la Presidencia del gobierno y, a partir de entonces, a presidir la oposición, no se le pasara por la cabeza tomar iniciativas propias que pudieran poner en cuestión las “esencias aznaristas”; obligado a realizar un papel como líder de la oposición que no era el suyo y sí el de Aznar (bronco, agresivo, nada conciliador, etc.); obligado a prescindir de personalidades moderadas como Gallardón o Piqué por presión e imposición del sector más radical de su propio partido, etc. Y a pesar de todos esos condicionantes que coartaban su libertad como candidato a presidir el Gobierno de la Nación y a ser finalmente líder del principal partido de la oposición, logró en las últimas elecciones generales un éxito muy considerable.

Sin embargo, ese éxito (que fue tal desde la óptica interna del propio PP, pero no, como es obvio, desde la óptica electoral), fue rápidamente cuestionado por el sector aznarista de su propio partido: las elecciones no se perdieron por los errores cometidos por ese sector, sino por la falta de liderazgo de Rajoy. Conclusión: había que acabar cuanto antes con Mariano Rajoy. Se pusieron en marcha todos los medios e instrumentos necesarios para la consecución de dicha finalidad. Sin embargo, Mariano, con una fortaleza, prudencia y socarronería digna de elogio, pudo finalmente, con el apoyo de significados líderes territoriales, llegar sano y salvo al congreso y ganarlo por auténtica goleada.

Como ciudadano he de decir que me alegro mucho de que finalmente Mariano Rajoy haya logrado superar esta primera dificultad que venía amargándole la vida desde hace más de cuatro años. Por fin ha logrado dejar atrás el complejo de sentirse cautivo de su mentor el Sr. José Mª Aznar. Algunos verán en ello una falta de lealtad por parte de Rajoy (a los principios o al propio Aznar, que al parecer los personifica), pero en realidad es todo lo contrario: es la afirmación de la libertad que necesariamente ha de acompañar a todo político que trate de liderar una mayoría. Es esa conquista de la libertad la que de verdad puede garantizar que sean muchos los ciudadanos que en próximas convocatorias electorales voten al PP (o a Mariano Rajoy, como líder que simboliza a esa fuerza política), pues creo que a estas alturas resulta evidente que los ciudadanos valoran en los políticos, por arriba de todo, su autonomía a la hora de adoptar decisiones, aunque puedan equivocarse…

viernes, 20 de junio de 2008

REVOLUCIÓN EN LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA (UNA INTERPRETACIÓN MUY PERSONAL)

De todos los males que se le pueden imputar al régimen de Franco, uno de los que me parece más relevante fue la eliminación, en unos casos física y en otros intelectual, de muchos docentes en los distintos niveles de la enseñanza y, en particular, de la Universidad española. La mayoría de las cátedras universitarias fueron ocupadas no por los profesores más brillantes, sino por los de mayor grado de afección al régimen político instaurado después de la guerra civil, y es obvio, que entre éstos, no se hallaban precisamente los más inteligentes, aunque sí los más oportunistas y también más miserables, mezquinos y hasta deleznables chivatos que a partir de la envidia e impotencia intelectual lograron alcanzar una cátedra. El resultado fue que la Universidad española no empezó a “levantar cabeza” hasta bien entrada la década de los sesenta del pasado siglo.

La generación que transformó la Universidad y el propio régimen político franquista es una generación en la que inevitablemente convergen influencias del pasado con nuevas ideas provenientes de las democracias europeas. La LAU (ley de autonomía universitaria del ministro del gobierno de la UCD González Seara) o la LOU (ley orgánica de Universidades del ministro del gobierno del PSOE José Mª Maravall), son expresivas del nuevo tiempo. La LOU es la expresión normativa de un ideal de universidad inspirado en el mundo anglosajón pero con aditivos típicamente españoles. Entre estos últimos, el fundamental es quizás el representado por el sistema de selección del profesorado y por la institucionalización como parte inherente a la Universidad de lo que durante el franquismo habían sido plataformas de oposición al régimen: los sindicatos y los partidos políticos. Si a este hecho unimos la expansión de la población universitaria y, consiguientemente, del número de universidades a lo largo y ancho del país, el resultado es lo que tenemos en la actualidad en el ámbito de las Universidades públicas.

En cuanto al sistema del selección del profesorado y, a pesar de las diversas reformas de “buena voluntad” que han tratado de cambiarlo, es evidente que el mismo sigue estando inspirado en lo fundamental en una “filosofía” que fomenta como valores a aplicar el del “padrinazgo” y la “cooptación” no sobre la base de méritos objetivos, sino sobre la base de afinidades personales y compraventa de favores. Y por lo que se refiere a sindicatos y grupos políticos (o claustrales, que es la denominación que reciben en el seno de la Universidad), la calidad de las Universidades públicas aparece estrechamente ligada (aunque no sea un parámetro “oficial” aplicado por las Agencias que miden la calidad) a cuál sea su presencia e influencia en la implementación de las pautas de funcionamiento interno de las Universidades.

Es difícil establecer unas conclusiones generales sobre los cambios que necesita la Universidad española, pero el hecho de vivir la situación de mi propia Universidad, me lleva a pensar que tales cambios están aún muy lejanos. Se precisa un mayor nivel de deterioro a todos los niveles, para que finalmente pueda empezar a conformarse de verdad el único cambio que exige hoy y siempre la Universidad: el cambio de mentalidad. Esa es la auténtica revolución pendiente. Mientras tanto sigamos con la adaptación de los Planes de estudio al Espacio Europeo de Educación Superior, o mejor, a los intereses corporativos de los profesores.

jueves, 19 de junio de 2008

SUSAN SARANDON Y SU ECUACIÓN SENTIMENTAL


Es conocida como opinión común aquella de considerar que a los hombres maduritos les gustan las mujeres jóvenes, en tanto que a las mujeres maduritas les ocurre exactamente lo mismo respecto a los jóvenes varones. Es posible que se trate de una opinión debidamente contrastada en el terreno empírico, pero de lo que no cabe duda alguna, al menos para mí, es que Susan Sarandon, además de ser una mujer maravillosa, es una actriz excepcional. Ya se que se trata de una mujer de más de sesenta años, con lo que parece que pongo en cuestión la regla anteriormente señalada. Pero si es así me da exactamente lo mismo. Creo que me enamoré de Susan desde que la vi en Thelma y Louis (1991), de Ridley Scott. Después de todo, ella me lleva sólo pocos años y es una mujer auténticamente joven. Aunque no se si he de empezar a preocuparme, pues creo que también estoy enamorado de nuestra Sara Montiel, sobre todo, porque también es eternamente joven.

Ayer me refería en mi comentario a la recuperación de la memoria histórica en España. En su penúltima película como protagonista central (Aritmética emocional, del director Paolo Barzman), Susan Sarandon representa a una víctima del nazismo que vivió de niña su internamiento como judía en un campo de concentración en Francia (algunos canallas franceses se aliaron con Hitler y se dedicaron a encarcelar a hombres, mujeres y niños judíos que luego eran entregados a los verdugos nazis para ser gaseados en los campos de exterminio). Logró salvar su vida y pudo, como muchos otros judíos, rehacer su vida en América (Canadá). En el film se mezclan dos historias paralelas: la personal de la protagonista y la de los judíos que sufrieron el holocausto.

¿Se pueden separar ambas historias? ¿Es preciso olvidar para poder vivir el presente? ¿Hay que vivir recordando siempre lo que sucedió para tratar de evitar que vuelva a suceder? Estos son algunos de los interrogantes que plantea la película. Como se ve, de total actualidad para nuestra tragedia nacional de la guerra civil y la recuperación de su memoria.

Hay dos momentos en la película que en mi opinión resultan decisivos. Uno es cuando la protagonista, acompañada por un amor de la adolescencia, atraviesa con su coche a toda velocidad las vías del tren segundos antes de que pase el tren. No se trata de una locura, sino de la manifestación de que la vida es puro azar: por cuestión de un segundo lograron esquivar el encontronazo con el tren y la muerte segura; exactamente igual que lo que les ocurrió en el campo de concentración. El otro, es cuando el hijo de la protagonista asume de manera consciente como necesidad el recuperar el libro registro que había llevado su madre de todas las víctimas que entraban en el campo de concentración, y continuarlo con todas aquellas otras que con posterioridad siguen entrando en nuevos campos de exterminio (Camboya, Ruanda, Los Balcanes, etc.).

En fin, les recomiendo que vayan a ver la película y, sobre todo, que vayan a ver a Susan Sarandon.

miércoles, 18 de junio de 2008

RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA HISTÓRICA


¿Por qué las personas y los medios calificados de derechas de este país han reaccionado de forma tan negativa ante la denominada Ley de recuperación de la memoria histórica? La contestación de los promotores de la ley es bien sencilla: pues porque la derecha de este país, vencedora de la guerra civil, pretende que los españoles olvidemos definitivamente los crímenes y horrores de la guerra y, sobre todo, la represión posterior que durante años se ejerció sobre el bando republicano. Todo responde, en definitiva, a un problema de tratar de tapar la mala conciencia que les embarga después de haber ganado la guerra y también disfrutado de las ventajas que les proporcionó la dictadura de Franco.

En este asunto, sin embargo, la Iglesia católica lo ha tenido clarísimo desde el primer momento, sobre todo, con el papado de Juan Pablo II. Ha habido más de un proceso colectivo de beatificación de los numerosos sacerdotes y monjas que fueron asesinados durante la guerra civil por el simple hecho de profesar la religión católica. La Iglesia, en este caso, no ha olvidado a sus mártires y legítimamente los ha recuperado para la memoria de los vivos.

La conclusión es rápida y elemental: si la Iglesia recupera a sus mártires, por qué no va a poder el Gobierno de la Nación recuperar para la memoria de los vivos a todas aquellas personas que fueron asesinadas por el simple hecho de defender un gobierno constitucionalmente legítimo.
No, no estamos aún preparados para recuperar de verdad la memoria histórica. Su recuperación sigue siendo parcial, esto es, tamizada por la ideología de cada uno, que además se pretende aplicar retrospectivamente a fin de así poder ajustar cuentas en el presente, puesto que en el pasado ya es imposible hacerlo. Desde esta óptica, quizás la posición menos comprensible sea la de la Iglesia católica, pues a ella debería corresponder la recuperación de una memoria que supiera diferenciar entre el bien y el mal, y en ese tiempo pasado que ya es historia, el mal no sólo actúo sobre la Iglesia, sino que también ésta fue parte protagonista del mismo mal que actuó sin contemplaciones sobre otros católicos y no católicos (pero también hijos de Dios) que optaron por defender el Gobierno republicano.

Es posible, sin embargo, que no quepa una recuperación apartidista de la memoria en el caso de España. La guerra civil española no fue el holocausto judío perpetrado por el nazismo. Aquí había bandos militares e ideológicos enfrentados, con razones y argumentos, con sus verdades y justificaciones para matar, encarcelar, perseguir, destruir… mientras que allí, solo había una única fuente productora del mal, la que desplegó el régimen racista y asesino del nacionalsocialismo. No es factible una condena unánime de la guerra civil española. Sólo cabe una condena de las miserias y mezquindades que propició la guerra entre los españoles, ya fueran de izquierdas o de derechas. Es tal vez poco desde el punto de vista de enaltecer el espíritu de los que fueron vencidos a pesar de constituir el Gobierno legítimo, pero es tal vez la única vía para recuperar por fin la memoria de unos hechos que hay siempre que recordar para procurar que no vuelvan a repetirse jamás.


martes, 17 de junio de 2008

HONESTIDAD


Los que han leído a Raymond Chandler saben que el detective Philip Marlowe es, por arriba de todo, la genuina representación del hombre honesto. Como en una ocasión apuntó el creador del personaje refiriéndose a su novela “El largo adiós”, “Me tenía sin cuidado que el misterio fuera bastante obvio. Lo que me importaba era la gente, ese extraño y corrupto mundo en el que vivimos, y en el que toda persona que intenta ser honesta termina pareciendo sentimental o simplemente tonta”.

¿Quién de ustedes no ha tenido esa sensación de sentirse como un auténtico tonto ante la constatación de la pasividad de los demás frente a la existencia general o particular de la maldad? Si el que cometiere un acto ruin respecto a una determinada víctima tuviera interiorizado el santo temor a la reacción real y contundente de los demás que tienen conocimiento de la ruindad o vileza cometida, habría sin duda menos sujetos ruines que los que en la actualidad existen. Sin embargo, por lo general, lo que sucede es que el ruin no sólo es consciente de la vileza de su comportamiento, sino sobre todo, de la cobardía de aquellos otros que, por omisión, consienten el despliegue de la maldad en tanto la misma no les afecte directamente a ellos. En términos de honestidad/deshonestidad, el ruin, sin ningún género de dudas, es más “honesto” que aquellos otros que pudiendo evitar o denunciar la maldad, optan por no hacerlo y permanecen en silencio. El ruin cumple a rajatabla con sus normas, aunque las mismas sean moralmente detestables, en tanto que los presuntamente honestos, lo único que hacen es meter la cabeza bajo el ala y “ven pasar” –aunque en realidad no ven, pues son ciegos voluntarios- la ruindad que piensan jamás les afectará a ellos.

Es en estos precisos instantes cuando las personas auténticamente honestas han de reaccionar como lo que realmente son. No cabe otra alternativa, y no vale alegar, sin fundamento alguno, la existencia de un miedo insuperable. ¿Miedo de llamar a la policía cuando oímos los lamentos de una persona que es objeto de maltrato en la habitación contigua a la de nuestro piso?, ¿Miedo a enfrentarse al corrupto que de forma clara y manifiesta se pavonea de sus fechorías?, ¿Miedo a…? Vivir con miedo no es vivir libremente, es vivir bajo la égida del corrupto, del opresor, del malvado, del deshonesto. No es vivir, o es hacerlo pendiente de que también a nosotros nos llegue en cualquier momento la aplicación de la maldad y la injusticia, sin que entonces tampoco haya nadie que salga en nuestra defensa.

No se trata de contraponer héroes a malvados, valientes a cobardes, sino más bien, de no olvidar que la honestidad ha de practicarse en todas las facetas de nuestra vida cotidiana, pues de ello dependerá en gran medida que así estemos preparados en un determinado momento para saber identificar la maldad y, sobre todo, como ésta puede transformarse en regla general de comportamiento. El “esto no va conmigo” ante la injusticia manifiesta ejercida sobre otros, es un auténtico boomerang que cuando regresa y nos afecta, sólo tiene una solución: luchar contra ella a brazo partido bajo la certeza de que siempre habrá algún falso tonto que honestamente esté con nosotros en la batalla contra la misma, pues si así no fuera, habría vencido finalmente el mal.

lunes, 16 de junio de 2008

EL TRIBUNAL SUPREMO DE LOS UNITED STATES OF AMERICA (USA)

No lo puedeo evitar. Sé que tengo idealizada a esa potente, plural y vital sociedad que conforma los United States of America. Me identifico incluso con muchos de sus símbolos o, al menos, siento cierto nivel de satisfacción y a la vez también de sana envidia cuando a través de las imágenes compruebo que cuando llega el Presidente a un lugar en el que se le espera, el público se pone en pie y aplaude. Y para nada importa en estos casos que entre el público haya personas que descrepen radicalmente de la ideología o de la política que practica el Presidente. Frente a los Gobernadores de los Estados federados, el Presidente de los EE.UU es el Presidente de la Nación, y esto no sólo se nota, sino que además se reconoce y se respeta por todos. Nada que ver, pues, con ese bochornoso acuerdo adoptado por un claustro universitario que declara persona non grata al Rey de España.
Sí, lo sé, para algunos soy simplemente una víctima de la pródiga, profusa y manipulada camapaña internacional que, financiada por la CIA y por Fundaciones privadas de la extrema derecha, tratan de reclutar en términos ideológicos a incautos intelectualillos diseminados por este mundo, con el fin de así legitimar y justificar las permanentes atrocidades cometidas por el imperialismo yankee. Pues sí, es posible que así sea, pero incluso de esta forma no dejo de admirar a ese país y a a esa sociedad que hace posible, entre otras muchas cosas, que por vez primera un negro pueda llegar a ocupar la presidencia de la nación, y aunque para los de siempre pueda esto interpretarse como una bagatela propagandística más, sólo de imaginar que esto pudiera suceder en España con un gitano o un moro nacionalizado, me entra la risa boba, por no decir que de verdad me entran ganas de mandar al carajo tanto prejuicio injustificado contra los EE.UU
Hace algún tiempo, un colega del mundo del Derecho, conociendo mis simpatías hacia muchas de las manifestaciones de la sociedad y la cultura norteamericana, me ponía como ejemplo contrapuesto a nuestro Tribunal Constitucional el caso del Tribunal Supremo de los EE.UU Allí, decía el colega, los miembros del Tribunal son designados directamente por el Presidente de turno (!horror, por Bush, un auténtico fascista¡), y para colmo permanecen en el cargo hasta que deciden voluntariamente retirarse o hasta su fallecimiento. La conclusión era clara: ¿podía acaso hablarse seriamente de independencia del Tribunal Supremo?
Aunque mi argumentación no le convenciera en absoluto, le expliqué al colega que "a priori" no debía ser motivo de preocupación que en el seno del Tribunal Supremo no existiera equilibrio entre jueces "conservadores" y "progresistas", pues tanto unos como otros trenían muy asumido que al desarrollar su función como tales debían actuar con absoluta independencia, esto es, sujetos en su actuación exclusivamente al Derecho y nunca a la autoridad política que en su caso los nombró. A diferencia de lo que desgraciadamente sucede en España (Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial), en que casi resulta inconcebible que un "progresista" o un "conservador" vote en sentido contrario a lo que propugne la "fuerza política" que lo propuso para ocupar su puesto, en Estados Unidos ocurre generalmente lo contrario.
Esto último lo acabamos de ver en una de las últimas decisiones del Tribunal Supremo. A pesar de prevalecer en su composición los miembros conservadores, el Tribunal, por mayoría, ha considerado que la pretensión del Gobierno federal de negar el acceso de los presuntos terroristas encarcelados en Guantánamo a la jurisdicción ordinaria, es contrario a los principios jurídicos fundamentales del Estado de Derecho.
He de confesar que como jurista, aún conservo la esperanza de que algunos de los magistrados "progresistas" y "conservadores" de nuestro Tribunal Constitucional voten como auténticos magistrados independientes cuando se enfrenten al juicio de constitucionalidad del Estatuto de Autonomía de Cataluña.

viernes, 13 de junio de 2008

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA Y PRIVILEGIOS DE SU PERSONAL


Creo que en la actualidad –y máxime ahora que entramos en un período de crisis económica- sigue siendo un privilegio ostentar la condición de funcionario público o de personal laboral al servicio de la Administración Pública. No es por ello extraño que los resultados de las encuestas realizadas a los jóvenes en cuanto a sus aspiraciones laborales, se traduzcan en que la mayoría de ellos aspiren a tener el corazoncito de funcionario o de personal laboral de la Administración.

Es evidente que la sociedad española no se parece a la sociedad nipona en esto del empleo. Mientras que aquí se impone la idea de que es la flexibilidad en el mercado de trabajo (vamos, la facilidad para que el empresario pueda despedir a un trabajador) la que se conforma como una de las claves de la competitividad de la economía española, allí, en el imperio del sol naciente, la idea tradicional que sigue en vigor y que las empresas aplican (auténticas multinacionales que se expanden por todo el mundo) es la de entender que el valor máximo de un empleado es su fidelidad a la empresa, y ésta viene determinada fundamentalmente por su mayor o menor vinculación temporal con la misma: a más tiempo, mayor fidelidad y también mayor identificación y espíritu a la hora de involucrarse a favor de alcanzar los objetivos del empresa. Como puede verse, dos filosofías radicalmente contrapuestas.

En España, por consiguiente, los funcionarios y los laborales de la Administración somos auténticos japoneses, aunque eso sí, sólo en lo que se refiere al tiempo de vinculación con la “empresa”, pues con relación a otros parámetros, la comparación es ya un poco más complicada. Vamos, por poner sólo un ejemplo: aquí sería inconcebible que los funcionarios o el personal laboral realizaran una huelga “a la japonesa” en virtud de la cual se cumplieran al máximo los horarios, los tiempos legales de resolución de expedientes, las notificaciones a los ciudadanos, las devoluciones de ingresos a los contribuyentes, etc. No estaríamos en este caso en presencia de una huelga, sino de una locura colectiva merecedora, en todo caso, de figurar en el Libro Guinness de los records mundiales.

Vamos a inaugurar con este artículo de hoy una serie que repare en los distintos privilegios (pido desde ahora perdón a los sindicatos por el empelo de este término. Para ellos se trata de “conquistas”) de los que gozan los funcionarios y personal laboral al servicio de la Administración Pública. Invito además a mis lectores que participen con sus comentarios y, sobre todo, si son funcionarios o personal laboral de la Administración, a que me comuniquen –anónimamente, por su supuesto- aquellos privilegios de los que sean usufructuarios o de los que tengan conocimiento y no disfruten. Haremos una lista de privilegios y nos regodearemos con ellos.

jueves, 12 de junio de 2008

PROFESIONALIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD POLÍTICA


En el ámbito de nuestras percepciones individuales, parece que es bastante común el sentimiento de rechazo a lo que se conoce como “profesionalización” de la política. Esto es, no parece que se valore positivamente el hecho de que un sujeto dedique “toda su vida” a las tareas de representación política. Sin embargo, este sentimiento, que se exterioriza por lo general con ocasión de cualquier conversación al hilo del cortadito mañanero, no encuentra luego expresión en las periódicas convocatorias electorales, en las que el líder político de turno ve por lo general revalidadas sus aspiraciones a seguir ocupando un puesto de responsabilidad política.

Es más, ha ocurrido que en atención a ese sentimiento, algún líder político optó en su momento por comprometerse a fijar un período de tiempo determinado de su mandato, y la consecuencia fue que llegado al término del mismo, muchos de sus electores le reprocharan el haber adoptado una decisión a su juicio imprudente e insensata que contribuyó a favorecer el triunfo del rival político.

Como puede verse, el tema no es de los que permite –como casi ninguno- una solución clara y terminante. En nuestro sistema constitucional (monarquía parlamentaria), el único cargo permanente es el del Jefe del Estado, el Rey. Para algunos cuestionadores de la monarquía, este carácter no electivo y permanente del Rey es manifestación clara de un déficit democrático. Seguramente, muchos de ellos desconocen la historia constitucional de la democracia más afianzada y duradera de la historia, que significativamente acoge en su denominación el término Reino como expresión de una fórmula que se ha mostrado como eficaz y democrática a lo largo de los siglos (Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte). Además, en el caso particular de este país llamado España, cuestionar hoy la legitimidad de la monarquía no pasa de ser un necedad que sin embargo contribuye a desdibujar los auténticos problemas que tiene planteados la sociedad española, y que no son precisamente los relativos a la institución monárquica.

La permanencia de determinados líderes políticos en puestos de responsabilidad de gobierno no es, en principio, algo que deba presentar una connotación negativa. Hay que tener en cuenta que esa permanencia estará siempre condicionada a la voluntad del electorado, y esa voluntad dependerá a su vez de los resultados de la gestión de gobierno que haya realizado el líder político. Sin embargo, dicho lo anterior, también es cierto que el desarrollo del liderazgo político, como ocurre igualmente con cualquier otra actividad humana, con el paso del tiempo se va cargando de elementos rutinarios y de pérdida paralela de elementos ilusionantes capaces de mantener la fuerza originaria con la que se llegó en su momento al cargo. Además, tampoco se puede olvidar que una cosa es la figura del líder político, y otra bien distinta la de todos aquellos otros sujetos que ocupan puestos de responsabilidad política “gracias” al líder, factor este último que hasta el presente no suele ser tomado en consideración por el electorado a la hora de dar su confianza al líder. Sin duda, son éstos a los que de verdad preocupa las veleidades del líder, pues de su decisión última dependerá su continuidad “profesional” al frente de los distintos puestos de responsabilidad política, y sin duda serán ellos los que más insistirán para que el líder reniegue de su posible deseo de no volver a presentarse a la siguiente elección.

En fin, que en esto de la profesionalización de la política hay que ser un poco prudentes cuando hablamos de ella en términos negativos. Todo dependerá de la circunstancias y de los deseos del político, pero sobre todo, de lo que finalmente decidan los ciudadanos al respecto. En esto, Franco, declarándose acérrimo enemigo de la política y de los políticos, fue sin embargo de los políticos que más duró en el cargo. Sin duda, todo un mal ejemplo a seguir, pues el mismo nunca permitió que los ciudadanos decidieran si debía o no retirarse. Fueron causas naturales las que se lo exigieron.

miércoles, 11 de junio de 2008

LOS USOS SOCIALES Y EL TRIBUNAL SUPREMO

En la reciente historia de la grabación circunstancial por la Guardia Civil de una conversación de la Presidente del Tribunal Constitucional con una ciudadana que acude en su auxilio para que le oriente o aconseje sobre cómo proceder ante un problema personal que afecta a la misma, destaca un aspecto que en mi opinión ha sido perfectamente advertido por los magistrados del Tribunal Supremo, cuando de forma unánime han decidido que la Presidenta del Tribunal Constitucional lo único que ha puesto en práctica en este caso es un mero “uso social”, esto es, una actividad carente de cualquier significado desde una perspectiva jurídica, y más concretamente, de cualquier trascendencia desde el punto de vista penal.

Es verdad que en el presente caso concurren circunstancias un tanto singulares, pues quien realiza la llamada a la ciudadana es la propia Presidenta del TC (y no a la inversa, que es lo normal en este tipo de práctica social); la referida ciudadana es abogada, es decir, conoce el Derecho y los procedimientos a seguir en cada caso; un mes antes de la referida conversación, dicha ciudadana ha intervenido, presuntamente, en una acción delictiva especialmente grave, dato éste que es desconocido por su interlocutora; la conversación es grabada por la policía y la jueza que lo autoriza es plenamente consciente de que la misma no tiene absolutamente nada que ver con el caso que es objeto de investigación, pero entiende que la Presidenta puede estar cometiendo un delito al “asesorar” a la abogada y, finalmente, los medios de comunicación publican el contenido de la conversación con anterioridad al pronunciamiento del Tribunal Supremo, saltándose así, no un uso social, sino una elemental regla jurídica cada día menos respetada como es la de no interferir en un asunto que está sub iudice, comprometiendo de esta manera los derechos fundamentales de la Presidenta del Tribunal Constitucional.

Las circunstancias señaladas y, sobre todo, la concurrencia de la Presidenta del Tribunal Constitucional, presentan todos los elementos para entrar a formar parte por derecho propio del Celtiberia Show del genial y ya desaparecido Luis Carandell.

El “uso social” al que seguramente se refiere el Tribunal Supremo no puede ser otro que el relativo a aquella irreprimible necesidad que aún subsiste en muchos ciudadanos de acudir a algún contacto propicio que les permita llegar a la persona que ha de tomar una decisión que les puede afectar a ellos mismos o a sus familiares y conocidos. Es lo que se conoce socialmente como la “recomendación”.

Se trata, sin duda, de una práctica social perniciosa, pero profundamente arraigada en nuestra sociedad. Sin embargo, como todo en esta vida, habría que distinguir distintos grados. Una cosa es la práctica de la recomendación como un uso social casi que de cortesía (amiga de la infancia de la Presidenta del TC que intercede ante ella para que llame y escuche el problema que afecta a la “recomendada”), y otra muy distinta que esa práctica pueda desembocar en la comisión de un acto ilegal. Como bien afirma el Tribunal Supremo, en el presente caso no existe el más mínimo indicio de conducta ilegal. Sin embargo, lo que no dice el Tribunal Supremo es que la existencia de ese uso social de la recomendación se conforma en realidad como eslabón ineludible de potenciales injusticias que en muchas ocasiones son imposibles de demostrar en vía judicial.

martes, 10 de junio de 2008

CRISIS ECONÓMICA

Hace unos días, una buena amiga que trabaja en una entidad financiera me manifestaba su contrariedad con relación a todos aquellos ciudadanos que después de años de “prosperidad” económica se habían lanzado a un consumo irresponsable amparado en “tirar de tarjeta” y en solicitar crédito barato a los bancos. Su malestar se extendía también respecto a aquellos otros ciudadanos que pretendían que el Estado cubriera sus pérdidas por haber invertido sus ahorros en una empresa como Forum Filatélico.

Seguramente, mi amiga no deja de tener parte de razón, pero no tiene toda la razón. Hoy, a pesar de lo que digan los responsables políticos, estamos entrando en una situación económica de “vacas flacas”. Por mucho eufemismo que se pueda utilizar para tratar de ocultar la realidad, lo cierto es que basta con preguntar en los juzgados qué tipo de procedimientos son los que actualmente están en auge, para cerciorarnos de que la situación económica de muchos ciudadanos y empresas se está deteriorando a un ritmo acelerado.

No cabe la menor duda de que muchos economistas suelen ser excelentes analistas de la realidad a posteriori, esto es, cuando se han producido los acontecimientos que dan lugar a una crisis o a una recesión económica. Sin embargo, es hasta cierto punto comprensible que estos mismos economistas no se planteen el futuro cuando el presente está marcado por elevados niveles de consumo, producción, empleo, recaudación de tributos, etc. En esta situación, ni los economistas, ni los empresarios, y ni muchos menos los consumidores, suelen pensar en el futuro. La razón es obvia y es propiamente humana: si estamos bien, ¿por qué pensar que de repente vamos a estar mal? “A gastar, a gastar, que er mundo se va a acabar…”.

¿Y los políticos? Pues tampoco escapan a esa euforia consumista que tiene su origen en las fases de abundancia. Basta con fijarse en las últimas elecciones generales celebradas en nuestro país. Ni siquiera el conocimiento fehaciente de la existencia de una crisis financiera internacional fue obstáculo para que tanto el PSOE como el PP se embarcaran en promesas sin fin sobre la reducción de impuestos, el reparto de “cheques bebé” o el regalo de cuatrocientos euros a todos los contribuyentes por el IRPF.

Sin embargo, constatar la existencia de una tendencia a la despreocupación por el futuro cuando el presente es boyante, no significa que ello sea algo inevitable y que esté ínsito en la naturaleza humana. Por el contrario, son las voces y actitudes de aquellos que responsablemente se oponen de manera precavida a las “alegrías sin freno” del capitalismo, los que en momentos de crisis ven confirmadas sus preocupaciones. Y no me refiero ahora a los catastrofistas que condenan por principio al sistema capitalista, sino a aquellos otros que consideran que el capitalismo, como sistema económico, precisa de intervenciones y regulaciones por parte del poder público, pero también, de pautas de comportamiento y valores que nada tienen que ver con la máxima de la obtención ilimitada del lucro o la satisfacción de falsas necesidades.

Por eso tiene en parte razón mi amiga, pues resulta perturbador que hoy sea normal que en cada familia existan dos o tres vehículos, que los jóvenes hayan perdido la noción del esfuerzo personal para la consecución de determinados objetivos, o que muchas familias pretendieran obtener pingües plusvalías a corto plazo mediante la inversión en inmuebles o en sellos. Pero a la par, habrá también que decir que igual de perturbador es que los poderes públicos no hubieran regulado o supervisado en debida forma la existencia de negocios como el de Forum Filatélico, que incentivaran la compra de vehículos ante la presión de los fabricantes o que se olvidaran de la promoción de viviendas de protección oficial ante un mercado incontrolado, además también de que no nos recordaran a todos los ciudadanos que el petróleo que consumimos es ajeno y que hay que pagarlo.

En definitiva, que si los ciudadanos tenemos nuestra cuota de responsabilidad en la crisis, mayor es, sin duda, la que corresponde a los gobiernos que no ha sabido o querido asumir su responsabilidad frente a los conocidos desenfrenos del capitalismo.

lunes, 9 de junio de 2008

MIGUEL ZEROLO: UN JUICIO PARALELO INJUSTO Y ANTIDEMOCRÁTICO

Me había prometido a mí mismo no opinar sobre temas y cuestiones relativas al ámbito local (o insular, o regional, o de la denominada nacionalidad canaria). La razón no es otra que la de considerar que el sistema de medición que cada uno de nosotros tiene del asco que le producen determinados hechos o acontecimientos, en mi caso hace ya tiempo que había superado el nivel máximo a partir del cual se produce el vómito. Cuando esto sucede, la reacción natural no puede ser otra que la de tratar de eliminar o neutralizar las causas que originan tanto retortijón de tripas. Entre las que yo he eliminado, al menos parcialmente, está la de leer o escuchar a algunos pseudo-periodistas o predicadores de mal agüero, rebatir firmemente todo comentario que se haga en mi presencia respecto a cualquier persona y cuyo fundamento se halle en una simple sospecha auspiciada por esos mismos pseudo-periodistas, y no atender a las supuestas razones que suelen esgrimir en su labor diaria determinados políticos, pues las mismas, suelen ser el resultado repetitivo de la dialéctica circular de “hijoputez” que han establecido previamente los pseudo-periodistas.

Se ha establecido por vía de hecho en nuestro sistema democrático un poder, hasta el presente incontrolado, capaz de desarrollar no un sano control del poder político (lo cual fortalece la democracia), sino un sistema paralelo de “injusticia” en virtud del cual la sospecha, el pábulo y, sobre todo, la presunción de culpabilidad, se erigen en los valores u objetivos a consagrar y defender por toda una serie de delincuentes y desalmados que, actuando por lo general impunemente, no sólo ponen en cuestión los derechos fundamentales de las personas, sino también, el significado mismo del propio sistema democrático de convivencia cuya esencia reside precisamente en el respeto a esos mismos derechos fundamentales.

La sana desconfianza que todo ciudadano debe tener hacia aquellos otros ciudadanos que ocupan puestos de responsabilidad política, tiene dos límites terminantes en democracia: la presunción de inocencia y el código penal. Cuando socialmente lo que se busca es la prevalencia (y es ese sentimiento el que se encargan de potenciar los enemigos del sistema democrático) de la insana desconfianza hacia nuestros representantes políticos por el simple hecho de serlo, el resultado no puede ser otro que el de sustituir la presunción de inocencia por la presunción de culpabilidad sin apelación posible (el individuo tendrá que demostrar su inocencia para no ser culpable, lo cual es una auténtica aberración moral y jurídica), y lo que es aún más grave, si en su momento la justicia (la única que existe en nuestro sistema representada por los jueces) llegara a declarar la inocencia del presunto culpable, ello le servirá de bien poco, pues ya habrá sido previamente “condenado”, vilipendiado, humillado y hasta destruido por los voceros de la injusticia. Es más, ya se encargaran estos mismos voceros de poner en cuestión la propia independencia de los jueces en aras al logro de su verdadero objetivo: destruir el sistema democrático.

Términos y conceptos de tanta trascendencia para la libertad de todos (pues todos, salvo los delincuentes, corremos el riesgo de perderla) como el honor personal, la presunción de inocencia, el servicio público a través del legítimo ejercicio de la representación política, la honestidad, etc. están hoy en peligro de quiebra permanente ante la ilimitada ofensiva de unos canallas que no creen en el sistema, que buscan el protagonismo que les niega de forma reiterada el resultado de las urnas, que se lucran con la difusión de la mentira o la siembra de la sospecha y que socavan a diario las reglas de funcionamiento del sistema democrático.

Es la cara resplandeciente del totalitarismo, sin tapujos y con una justicia que parece impotente a la hora de garantizar el respeto debido a las personas. Con razón, son cada vez menos los ciudadanos que quieren dedicarse a la actividad política. Corren el riesgo cierto de ser calificados, de entrada, como potenciales corruptos y, por ende, “condenados” como tales a través de un procedimiento miserable, vergonzoso y que no permite defensa alguna, proveniente de aquellos que jamás han creído en el Derecho y en la independencia de los encargados de aplicarlo.

Tuve el honor de servir como independiente a los vecinos de Santa Cruz de Tenerife durante tres años (2003-2006) en mi condición de concejal de Hacienda en un gobierno presidido por D. Miguel Zerolo Aguilar. Tanto antes, cuando el Sr. Zerolo ocupaba el cargo de Consejero de Turismo del Gobierno de Canarias y la presencia de algunos profesores fascistas de la Universidad de La Laguna le “condenaron” a no poder terminar sus estudios de Derecho en esa Universidad por su condición de político, como ahora, en la que es objetivo principal de un “juicio injusto” ajeno a cualquier tipo de regla de Derecho, quiero dejar aquí constancia de mi consideración y respeto hacia su persona y trayectoria política. Siendo, como soy, jurista, defenderé siempre y en todo momento su inocencia, y estando convencido de la misma, espero y deseo que la verdadera justicia ponga fin de una vez a tanta ignominia.

viernes, 6 de junio de 2008

EL PP Y LA LUCHA (INTERNA) POR EL PODER

En la corta historia de la democracia después de la dictadura de Franco he votado sólo en una ocasión al Partido Popular. Bueno, en realidad no al Partido Popular, sino más exactamente, a una persona (Pedro Galván) que se presentaba en la lista de dicho partido al Cabildo de la isla de Tenerife. No lo conocía personalmente, pero tenía la impresión de que se trataba de una persona seria y competente para ocupar un puesto como responsable político y representante de la ciudadanía en la referida institución. Aquel voto significó para mí un cambio cualitativo, pues era una señal más de mi proceso de normalización democrática. Entraba a formar parte de ese segmento de población “indecisa” (por carecer, gracias a Dios, de una ideología clara, terminante y solucionadora de cualquier misterio o tribulación terrenal) que en las democracias decide, por distintas razones, quién debe tener la responsabilidad de gobierno por un período de tiempo determinado.

En su legítima lucha (externa) por el poder, el PP ha tenido que contar con el lastre que supone que muchos de sus miembros hayan tenido que ver más directamente con los años del régimen franquista, no sabiendo contrarrestar esta imagen (próxima y negativa para muchos ciudadanos) con aquella otra (positiva y más próxima todavía) que supone el reivindicar que gracias a muchos antiguos franquistas (entre otros, Adolfo Suárez, pero también Fraga Iribarne) fue posible la transición política a la democracia en España. Aunque no sirva como parámetro para dirimir los llamados debates ideológicos (tantas veces absurdos) que se plantean siempre por la izquierda en el ámbito de las masas, he de confesar que he conocido verdaderos antidemócratas tanto en la izquierda como en la derecha. Además, la pretensión de algunos líderes de izquierda de equiparar al PP con el franquismo y, por tanto, con los enemigos de la democracia, no sólo es insultante para el PP por ser falsa, sino también, para muchos españoles que comprueban asombrados cómo este tipo de estratagemas eran las mismas que utilizaba Franco para justificar su aferramiento al poder y condenar al ostracismo a todos sus opositores.

Después de haber perdido las últimas elecciones generales, el PP se debate en la actualidad en una lucha por el liderazgo interno. Algo normal en un sistema democrático, si bien, con ciertas limitaciones por las insuficiencias que aún existen en el funcionamiento no plenamente democrático de la vida interna de los partidos políticos. Sin embargo, en este proceso hay algo que llama especialmente mi atención. Se trata de la “acusación” a la Cope (F. Jiménez Losantos) y al Diario El Mundo (P. J. Ramírez) de pretender interferir en el proceso interno del PP en cuanto a la determinación de cuáles deban ser sus líneas de actuación hacia el futuro y quién la persona que asuma su liderazgo.

Comprendo que en el desarrollo de la actuación política es casi imposible conjugar en buena lid las simpatías y las antipatías hacia las personas y sus respectivos planteamientos políticos. “O conmigo o contra mí” sería el lema que expresa esta dicotomía, muestra lacerante por demás de la impotencia y dificultad que supone el tener que alinearse con una u otra opción, máxime si se está en política para vivir de ella. Es aquí donde entran en juego precisamente los “cálculos” para determinar la apuesta o no por el posible “caballo ganador”, pero también, para escuchar o leer las “interferencias” de aquellos otros que libre y legítimamente (es una manifestación de la democracia), optan “desde fuera” por defender las tesis que consideren oportunas a la hora de apoyar a uno u otro “barón-líder” o también “baronesa” y sus respectivos planteamientos políticos.

Es seguro que periodistas de la proyección de Jiménez Losantos y P.J. Ramírez son plenamente conscientes de la incidencia que sus opiniones tienen en sus oyentes y lectores, sean éstos o no militantes del PP. Y es que en su terreno (periodismo de opinión), ambos pretenden también ser líderes (recordemos que de forma machacona, la cadena Ser y el diario El País nos recuerdan que tales medios son líderes de audiencia y número de lectores en España, y aquí nadie se rasga las vestiduras por la relevancia e interferencia de ese fenómeno en la vida política). Así que bienvenidos sean al club de la participación democrática, y como demócratas acepten y defiendan que los políticos y los ciudadanos hagan luego lo que en cada caso estimen que es menester hacer, aunque pueda resultar contrario a lo que defiendan los pretendientes o reales líderes de audición y lectura, faltaría más…

jueves, 5 de junio de 2008

REPARTO GRATIS DE PESCADO


¿Ha tenido usted la maravillosa oportunidad de asistir a un reparto gratuito de toneladas de pescado entre una multitud enfervorizada de ávidos demandantes? ¿Y de papas? ¿Y de tomates? ¿Y de berenjenas? ¿Y de pimientos? ¿Y de la madre que los parió?...

Yo todavía no, pero visto lo visto, no dudo que en cualquier momento se me presente la oportunidad. No es que pierda el sueño pensándolo, pero sí que de alguna forma me preocupa cuál pueda ser mi reacción ante el evento, sobre todo, cuando miro y remiro las imágenes de la última protesta de los pescadores españoles que, ante el encarecimiento del precio del gasoil, decidieron plantarse ante la sede el Ministerio de Agricultura y empezaron a regalar al público presente pescado a mansalva. Señoras y señores maduritos en tropel (cabría pensar que algunos de ellos vivieron la época del racionamiento en España, pero no, si los había, éstos eran minoría), a empujones y poniendo todas sus energías por coger una merluza por el cogote, un bocinegro escurridizo o una morena despampanante. Todo a cero euros, señores y señoras. Sírvase usted mismo y solidarícese con nosotros. Exija una rebaja de los combustibles al Gobierno, pues va resultando más caro el gasoil necesario para faenar que el producto que obtenemos de la faena, y así (o aquí) no hay quien viva.

De solidaridad nada de nada. Aquí de lo que se trata es de cómo avanzar entre la masa y poder llegar hasta la caja del pescado a fin de satisfacer la expresión máxima no de una necesidad vital como el hambre, sino del consumo gratuito. Si al caballo regalado no se le mira el diente, con menos razón se lo vamos a mirar a un pescado que nos cabe en el bolso, que nos mira con ojos perdidos y que podemos meter directamente en la cazuela, con la satisfacción añadida de que ni cruje ni muge y mucho menos molesta al vecino (bueno, sí le molestará saber que él no tuvo la oportunidad de pescar nada ese día).

Pero sigo con mi duda existencial. ¿No será acaso una manifestación de felicidad haber conseguido así el pescado y poder luego comérselo en familia? ¿No actuaría yo de la misma manera al verme en esa coyuntura favorable de poder conseguir y comer pescado gratis? Aparecer en casa con la ropa un poco arrugada después del fragor de la batalla, los zapatos manchados, el corazón aún acelerado después de haber segregado tanta adrenalina, pero con la cara radiante a la hora de anunciar: “hoy comemos pescado fresco gratis”. La repera.

No se trata de la arriesgada satisfacción que pueda producir obtener un beneficio mediante la infracción de una norma (pagar menos a Hacienda de lo que nos corresponde, colarse en el autobús, en el tranvía o en un espectáculo de pago, etc.), sino de aquella otra que es consecuencia de un acto de liberalidad ajeno cuando en realidad no necesitamos lo que el mismo nos ofrece. En estos casos se pone en marcha un mecanismo cerebral que seguramente es consecuencia de la interrelación existente entre economía y evolución biológica. Acostumbrados a que todo tenga un precio o una contraprestación, nuestra alma nos empuja al “combate” por la consecución del milagro de los panes y los peces: todo para todos, pensamos, pero seremos capaces de pisar al más pintado para ser de los primeros que lleguen, que serán los elegidos para comerse el pescado gratis, pues los demás tendremos que pagarlo si queremos que sigan existiendo pescados y también pescadores.

Creo que me quedo entre los segundos. Definitivamente prefiero seguir comprando el pescado aunque sea más caro por el aumento de los costos, que obtenerlo gratuitamente en las condiciones descritas. Mi cerebro, en su actual estado evolutivo, me dice que es lo más sensato y también lo más productivo. Además, en el primer caso estoy en la inopia (en el doble significado que tiene este término) y en el segundo en la realidad del buen consumista...de pescado.

miércoles, 4 de junio de 2008

(II) GALERÍA DE INDIVIDUALIDADES: HERMAN TERSCH


Para los que leemos habitualmente EL PAIS sin estar poseídos en modo alguno del espíritu del feligrés y mucho menos de un “cerebro plano”, fue una pequeña tragedia personal no encontrarnos por la antigua tercera página, antes de la última remodelación de contenidos del diario, con los artículos de Herman Tersch. Sus personales crónicas de política nacional a través del prisma internacional (que es además la forma más inteligente a emplear para poder comprender una realidad local o nacional que algunos creen se conforma como centro exclusivo y excluyente del resto del mundo), no sólo eran un modelo de un tipo especial de periodismo caracterizado por la fuerza de su vehemencia, sino sobre todo, por la defensa de la verdad.

La verdad y el periodismo, o la verdad y el periodista. ¿Son dos planos totalmente distintos de la verdad? Posiblemente el asunto tenga que ver con la distinción entre opinión e información, o con aquella otra que ya estableció Platón entre opinión y sabiduría, condenando a partir de entonces a los sofistas como meros opinantes y no como auténticos filósofos, lo cual, dicho sea de paso y, en mi modesta opinión frente a Platón, es una majadería que ha perdurado hasta el presente. Sin embargo, lo que a mi particularmente me atraía (y me sigue atrayendo) de Herman Tersch es que frente a la llamada “verdad objetiva”, el mismo se resista a servírnosla cual vulgar plato frío de consumo diario junto al café y los churros del plácido desayuno. Nos han acostumbrado a creer que la presentación de la verdad en estos términos es la auténtica misión del periodista. Es la información y nada más que la información, se dice. En otras palabras, que mientras mojamos los churros en el café, podemos ir hojeando las fotos que nos muestran los cadáveres en una fosa común después de un fusilamiento masivo por pertenecer a una determinada etnia, y cuando pasemos a leer la crónica, seguiremos con idéntica placidez leyendo que a algunas de las víctimas, antes de ser acribilladas a balazos, las violaron, mientras que a otras les cortaron directamente la yugular. Está claro que así no se nos atragantarán ni los churros ni nadita de nada. Es pura rutina, o todo lo más, una realidad cruel pero muy lejana asépticamente presentada.

Tal vez todo se reduzca a que mientras Herman Tersch estaba allí oliendo el hedor que desprenden los muertos, nosotros nos encontrábamos tomándonos plácidamente el café con churros. Y que lo que quería el muy mamón era, como mínimo, que esa mañana nos sentara mal el desayuno. O sea, un auténtico revulsivo. ¿Habrá sido este el motivo de que el EL PAIS lo despidiera? Pues a lo mejor sí, pues por su forma de ser y de escribir (las dos cosas son inseparables), llegó en algún momento a creer que su independencia como periodista de excelencia iba a ser considerada siempre por el Diario independiente de la mañana. Su error (en realidad su mayor mérito) fue creer, en definitiva, que la verdad hay que defenderla a pesar de que a otros nos les guste que otros a su vez la conozcan, o que pretenden que la conozcan en la versión que a ellos les interesa. Es el sino de los llamados por algunos desleales, traidores y conversos y, por otros, espíritus libres.

Agraciadamente, Herman Tersch, como Germán Yanke (ex director de unos de los mejores telediarios que he visto en estos años de democracia en una cadena pública bajo mando del PP. Aclaro: la cadena, no el director) pueden seguir contándonos la verdad vista a través de sus ojos en las páginas del periódico ABC, que también leo diariamente y que les recomiendo hagan también ustedes. Bendita libertad de información, de opinión y de expresión.

martes, 3 de junio de 2008

VIDA COTIDIANA: CUANDO EL DEBER DE CORTESÍA CEDE ANTE LA FUERZA MAYOR Y A PESAR DE ELLO HAY CONDENA

Basta con salir de casa para escuchar la vox populi quejándose de cómo la gente joven ha perdido los “valores” que a los adultos nos inculcaron de pequeños. Ceder el asiento a una persona mayor en un medio de transporte (no digamos ya a una mujer por pura galantería); abandonar la vía de la derecha y cedérsela a aquel o aquella que transita en sentido contrario por la misma acera (modalidad en ocasiones de alto riesgo cuando el cedente baja el pretil e invade la calzada por la que circulan, a su espalda, vehículos de motor); saludar y preguntar “si gusta” cuando se está en un restaurante y entra otro comensal, que después de saludar contesta “gracias, que aproveche”; levantarse del asiento para saludar a alguien que se acerca con idéntica finalidad; ceder el paso a otro vehículo cuando la norma jurídica nos da derecho de paso, etc. Son todos supuestos de normas de urbanidad, que sin duda juegan un papel muy relevante a favor de la convivencia en paralelo con aquellas otras que establece el Derecho. Personalmente no tengo muy claro que la gente joven las incumpla o las haya desvalorizado. Tal vez lo que suceda es que muchas de ellas se han transformado. Pero dejemos esto para un próximo comentario.

Hoy me interesa simplemente exponer cómo en ocasiones la intención de cumplir la norma de cortesía se ve frustrada por la presencia de una circunstancia objetiva que la hace irrealizable, esto es, por causa de fuerza mayor.

En el ámbito de las normas jurídicas, la fuerza mayor está presente cuando concurre una circunstancia objetiva que no se puede evitar y tampoco prever. Es fundamental su calificación en orden a determinar la existencia de una eventual condena de responsabilidad por daños, así como su diferenciación del caso fortuito (la causa no se puede evitar pero sí prever) y la negligencia (la causa sí se pudo evitar). Pensemos en el siguiente supuesto: una persona, dentro de su coche, parado y con la ventanilla abierta, sufre lesiones en un ojo como consecuencia de una piedra (una china) que saltó al paso de otro vehículo. El afectado demanda a la Compañía aseguradora del vehículo que le provocó la lesión, pero ésta se niega a indemnizarle alegando que el percance se produjo por causa de fuerza mayor. ¿Es la indicada la solución correcta en Derecho? He aquí la interpretación y aplicación del Derecho en estado puro.

En el ámbito de las normas de cortesía, la imposibilidad de cumplimiento por causa de fuerza mayor no sólo está exenta, como es obvio, de cualquier tipo de responsabilidad pecuniaria, sino de cualquier otro tipo. Sin embargo, para un espectador (“juez”) que se limita a observar un determinado acontecimiento y que desconoce como tal la existencia de la causa de fuerza mayor, la “sentencia” puede ser claramente condenatoria y sin posibilidad de apelación.

Veamos el siguiente supuesto: dos hombres jóvenes y una mujer en cola ante el cajero de un aparcamiento. La mujer, excesivamente entradita en kilos al estilo F. Botero, introduce su ficha y el dinero. El cajero le devuelve unas monedas, y cuando va a recogerlas se le cae al suelo una de ellas. Uno de los hombres dice: “lo siento, no puedo agacharme porque me acaban de operar de varices”. El segundo se disculpa igualmente: “lo siento, pero tengo una ciática que me impide agacharme”, en tanto que el tercero, recién llegado, cincuentón y que no ha oído las disculpas de los otros dos, sólo tiene tiempo para ayudar a la señora a incorporarse después de su ímprobo esfuerzo por agacharse a recoger la moneda de un céntimo de euro. El tercer hombre está ufano por haber cumplido con su deber de cortesía y “condena” silenciosamente por incumplimiento de su respectivo deber a los dos jóvenes.

Habría que ver, en este caso, si además de una condena injusta a los jóvenes, la señora no debería ser acusada de negligente (y hasta de tacaña) en caso de haberse producido un resultado perjudicial para su salud.

lunes, 2 de junio de 2008

(I) GALERÍA DE INDIVIDUALIDADES: INOCENCIO F. ARIAS


Inicio hoy una serie dedicada a individuos que ejercen sobre mí una especial atracción por distintas razones, pero sobre todo, porque por sus opiniones, trayectoria vital, actuaciones y oficio me sirven como referente permanente al que recurrir en aquellos momentos de zozobra generados por la influencia aplastante de la masa. Son como la rendijita que posibilita la entrada de aire fresco en un contexto dominado por los tópicos y el llamado “sentido común”. Lo relevante en todo caso es su personalidad y cómo la misma incide de manera ejemplar, al menos en sus aspectos conocidos o por quien suscribe interpretados, en otros individuos.

Inocencio F. Arias es licenciado en Derecho y diplomático. Fue Secretario de Estado de Cooperación Internacional e Iberoamérica, Representante Permanente de España ante la ONU (1997-2004) y profesor en las Universidades Complutense y Carlos III de Madrid. En la actualidad es Cónsul General en la ciudad de los Ángeles (EE.UU).

Hay dos cosas que me atraen de manera especial del personaje: su independencia de criterio y su antiformalismo. En el primer caso, la independencia, aparte de ser una rara avis, ha sido sorprendentemente reconocida por unos partidos políticos que en España aún están muy sobrecargados de espíritu sectario y de poco sentido de Estado a la hora de valorar a las personas por su capacidad y méritos. En el segundo, el antiformalismo no significa en este caso que se desprecien como inútiles las formas (que en su justa medida, son siempre un avance para la humanidad), sino más bien, que se utilicen las formas para despreciar o ignorar los auténticos contenidos o aspectos sustanciales de la realidad social.

Hace ya algunos años, cuando tuve el honor de ser Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna, organicé unas Jornadas dirigidas al alumnado en las que intervenían una serie de ponentes que pertenecían a distintas profesiones relacionadas con el Derecho (abogados, notarios, registradores, jueces, inspectores de Hacienda, diplomáticos, etc.). Se trataba de informar a los alumnos de las distintas “salidas profesionales” que procuraba la licenciatura, pero sobre todo, de que las personas invitadas como ponentes expusieran su experiencia personal con relación a cómo resolvieron la cuestión de qué hacer una vez finalizaron sus estudios de Derecho. La intervención de Inocencio Arias fue, como ya suponía que iba a ocurrir, no sólo la más brillante, sino también, la más franca y que mejor conectó con las expectativas de los estudiantes. No sólo se retrotrajo a ese momento de duda y desorientación que casi todos hemos vivido una vez finalizamos nuestros estudios superiores, sino que su exposición estuvo plagada de sabrosas anécdotas producto de su dilatada y rica experiencia profesional.

Una vez finalizó su exposición, le pedí que me acompañara a la Secretaría de la Facultad con el fin de entregarle el correspondiente talón por importe, si mal no recuerdo, de cincuenta mil pesetas. Cuando recogió el talón me dijo: “¿Pero está usted loco? ¿Cómo voy yo a cobrar semejante cantidad de una entidad pública por lo que he dicho durante hora y media? De ninguna manera. Ya puede usted modificar la cantidad que figura en el talón”. En ese instante, sentí que me había equivocado y que había infravalorado la retribución que correspondía a una personalidad de la categoría del ponente. Pero aquel momento duró breves segundos, pues D. Inocencio F. Arias me exigió que expidiera una nuevo talón con la cantidad de quince mil pesetas. Saquen sus propias conclusiones. La mía es que estamos en presencia de una persona excepcional.