viernes, 6 de junio de 2008

EL PP Y LA LUCHA (INTERNA) POR EL PODER

En la corta historia de la democracia después de la dictadura de Franco he votado sólo en una ocasión al Partido Popular. Bueno, en realidad no al Partido Popular, sino más exactamente, a una persona (Pedro Galván) que se presentaba en la lista de dicho partido al Cabildo de la isla de Tenerife. No lo conocía personalmente, pero tenía la impresión de que se trataba de una persona seria y competente para ocupar un puesto como responsable político y representante de la ciudadanía en la referida institución. Aquel voto significó para mí un cambio cualitativo, pues era una señal más de mi proceso de normalización democrática. Entraba a formar parte de ese segmento de población “indecisa” (por carecer, gracias a Dios, de una ideología clara, terminante y solucionadora de cualquier misterio o tribulación terrenal) que en las democracias decide, por distintas razones, quién debe tener la responsabilidad de gobierno por un período de tiempo determinado.

En su legítima lucha (externa) por el poder, el PP ha tenido que contar con el lastre que supone que muchos de sus miembros hayan tenido que ver más directamente con los años del régimen franquista, no sabiendo contrarrestar esta imagen (próxima y negativa para muchos ciudadanos) con aquella otra (positiva y más próxima todavía) que supone el reivindicar que gracias a muchos antiguos franquistas (entre otros, Adolfo Suárez, pero también Fraga Iribarne) fue posible la transición política a la democracia en España. Aunque no sirva como parámetro para dirimir los llamados debates ideológicos (tantas veces absurdos) que se plantean siempre por la izquierda en el ámbito de las masas, he de confesar que he conocido verdaderos antidemócratas tanto en la izquierda como en la derecha. Además, la pretensión de algunos líderes de izquierda de equiparar al PP con el franquismo y, por tanto, con los enemigos de la democracia, no sólo es insultante para el PP por ser falsa, sino también, para muchos españoles que comprueban asombrados cómo este tipo de estratagemas eran las mismas que utilizaba Franco para justificar su aferramiento al poder y condenar al ostracismo a todos sus opositores.

Después de haber perdido las últimas elecciones generales, el PP se debate en la actualidad en una lucha por el liderazgo interno. Algo normal en un sistema democrático, si bien, con ciertas limitaciones por las insuficiencias que aún existen en el funcionamiento no plenamente democrático de la vida interna de los partidos políticos. Sin embargo, en este proceso hay algo que llama especialmente mi atención. Se trata de la “acusación” a la Cope (F. Jiménez Losantos) y al Diario El Mundo (P. J. Ramírez) de pretender interferir en el proceso interno del PP en cuanto a la determinación de cuáles deban ser sus líneas de actuación hacia el futuro y quién la persona que asuma su liderazgo.

Comprendo que en el desarrollo de la actuación política es casi imposible conjugar en buena lid las simpatías y las antipatías hacia las personas y sus respectivos planteamientos políticos. “O conmigo o contra mí” sería el lema que expresa esta dicotomía, muestra lacerante por demás de la impotencia y dificultad que supone el tener que alinearse con una u otra opción, máxime si se está en política para vivir de ella. Es aquí donde entran en juego precisamente los “cálculos” para determinar la apuesta o no por el posible “caballo ganador”, pero también, para escuchar o leer las “interferencias” de aquellos otros que libre y legítimamente (es una manifestación de la democracia), optan “desde fuera” por defender las tesis que consideren oportunas a la hora de apoyar a uno u otro “barón-líder” o también “baronesa” y sus respectivos planteamientos políticos.

Es seguro que periodistas de la proyección de Jiménez Losantos y P.J. Ramírez son plenamente conscientes de la incidencia que sus opiniones tienen en sus oyentes y lectores, sean éstos o no militantes del PP. Y es que en su terreno (periodismo de opinión), ambos pretenden también ser líderes (recordemos que de forma machacona, la cadena Ser y el diario El País nos recuerdan que tales medios son líderes de audiencia y número de lectores en España, y aquí nadie se rasga las vestiduras por la relevancia e interferencia de ese fenómeno en la vida política). Así que bienvenidos sean al club de la participación democrática, y como demócratas acepten y defiendan que los políticos y los ciudadanos hagan luego lo que en cada caso estimen que es menester hacer, aunque pueda resultar contrario a lo que defiendan los pretendientes o reales líderes de audición y lectura, faltaría más…

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