miércoles, 4 de junio de 2008

(II) GALERÍA DE INDIVIDUALIDADES: HERMAN TERSCH


Para los que leemos habitualmente EL PAIS sin estar poseídos en modo alguno del espíritu del feligrés y mucho menos de un “cerebro plano”, fue una pequeña tragedia personal no encontrarnos por la antigua tercera página, antes de la última remodelación de contenidos del diario, con los artículos de Herman Tersch. Sus personales crónicas de política nacional a través del prisma internacional (que es además la forma más inteligente a emplear para poder comprender una realidad local o nacional que algunos creen se conforma como centro exclusivo y excluyente del resto del mundo), no sólo eran un modelo de un tipo especial de periodismo caracterizado por la fuerza de su vehemencia, sino sobre todo, por la defensa de la verdad.

La verdad y el periodismo, o la verdad y el periodista. ¿Son dos planos totalmente distintos de la verdad? Posiblemente el asunto tenga que ver con la distinción entre opinión e información, o con aquella otra que ya estableció Platón entre opinión y sabiduría, condenando a partir de entonces a los sofistas como meros opinantes y no como auténticos filósofos, lo cual, dicho sea de paso y, en mi modesta opinión frente a Platón, es una majadería que ha perdurado hasta el presente. Sin embargo, lo que a mi particularmente me atraía (y me sigue atrayendo) de Herman Tersch es que frente a la llamada “verdad objetiva”, el mismo se resista a servírnosla cual vulgar plato frío de consumo diario junto al café y los churros del plácido desayuno. Nos han acostumbrado a creer que la presentación de la verdad en estos términos es la auténtica misión del periodista. Es la información y nada más que la información, se dice. En otras palabras, que mientras mojamos los churros en el café, podemos ir hojeando las fotos que nos muestran los cadáveres en una fosa común después de un fusilamiento masivo por pertenecer a una determinada etnia, y cuando pasemos a leer la crónica, seguiremos con idéntica placidez leyendo que a algunas de las víctimas, antes de ser acribilladas a balazos, las violaron, mientras que a otras les cortaron directamente la yugular. Está claro que así no se nos atragantarán ni los churros ni nadita de nada. Es pura rutina, o todo lo más, una realidad cruel pero muy lejana asépticamente presentada.

Tal vez todo se reduzca a que mientras Herman Tersch estaba allí oliendo el hedor que desprenden los muertos, nosotros nos encontrábamos tomándonos plácidamente el café con churros. Y que lo que quería el muy mamón era, como mínimo, que esa mañana nos sentara mal el desayuno. O sea, un auténtico revulsivo. ¿Habrá sido este el motivo de que el EL PAIS lo despidiera? Pues a lo mejor sí, pues por su forma de ser y de escribir (las dos cosas son inseparables), llegó en algún momento a creer que su independencia como periodista de excelencia iba a ser considerada siempre por el Diario independiente de la mañana. Su error (en realidad su mayor mérito) fue creer, en definitiva, que la verdad hay que defenderla a pesar de que a otros nos les guste que otros a su vez la conozcan, o que pretenden que la conozcan en la versión que a ellos les interesa. Es el sino de los llamados por algunos desleales, traidores y conversos y, por otros, espíritus libres.

Agraciadamente, Herman Tersch, como Germán Yanke (ex director de unos de los mejores telediarios que he visto en estos años de democracia en una cadena pública bajo mando del PP. Aclaro: la cadena, no el director) pueden seguir contándonos la verdad vista a través de sus ojos en las páginas del periódico ABC, que también leo diariamente y que les recomiendo hagan también ustedes. Bendita libertad de información, de opinión y de expresión.

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