lunes, 30 de marzo de 2009

¿POR QUÉ?


Nos pasamos una buena parte de la vida preguntándonos la razón de ser de muchas cosas. En una primera fase, lo hacemos casi automáticamente, esto es, sin ser conscientes de que estamos conformando nuestra propia razón y conciencia como individuos; en otras, ya de mayores, y una vez hemos desistido de saber todos los por qué de cada una de las cosas, nos centramos en aquellos que nos afectan o pueden afectar directamente y que forman parte de nuestra esfera íntima que no debe ser controlada por el Estado ni por ningún otro poder externo, salvo que voluntariamente así lo queramos aceptar.
¿Por qué dejaste de amarme? ¿Por qué me amas? ¿Por qué te gusto? ¿Por qué no te gusto? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué viniste? ¿Por qué te odio? ¿Por qué no me odias? ¿Por qué fumas? ¿Por qué no fumas? ¿Por qué fuiste a comprar? ¿Por qué no fuiste a comprar? ¿Por qué te pelaste? ¿Por qué no te pelaste? ¿Por qué fuiste al médico? ¿Por qué no fuiste al médico? ¿Por qué te metiste en Facebook? ¿Por qué no te metiste en Facebook? ¿Por qué le votaste? ¿Por qué no le votaste? ¿Por qué piensas de esta forma? ¿Por qué no piensas de esta forma? ¿Por qué te masturbas? ¿Por qué no te masturbas? ¿Por qué no engañas a tu pareja? ¿Por qué engañas a tu pareja? ¿Por qué te quieres casar con este? ¿Por qué no te quieres casar con este? ¿Por qué fuiste a la manifestación? ¿Por qué no fuiste a la manifestación? ¿Por qué crees en Dios? ¿Por qué no crees en Dios? ¿Por qué usas condón? ¿Por qué no usas condón? ¿Por qué abortaste? ¿Por qué no abortaste? (……) ¿Por qué abortar es un crimen? ¿Por qué abortar no es un crimen?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Dejemos, dentro de un orden mínimo legalmente establecido y respetado por casi todos, que cada uno y cada una plantee sus por qué sin pretender imponer a nadie sus respuestas.

viernes, 27 de marzo de 2009

EL TSUNAMI CONSERVADOR


En la edición de ayer del periódico EL PAÍS que, como es sabido, es uno de los principales apoyos del Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, se advierte un tono de cabreo del editorialista con el Presidente y sus ministros que no puede ser calificado como normal. Los reproches no ofrecen sutilezas de ningún tipo, sino que suponen un cuestionamiento abierto y directo de la trayectoria del Gobierno de la Nación en los últimos tiempos y, en particular, de su presidente en su esperpéntica actuación con la retirada de las tropas españolas de Kosovo, y no por la retirada en sí, sino por el momento y la forma en que la misma se ha anunciado por la Sra. Carmen Chacón.

He de reconocer que este tipo de reacciones un tanto sorpresivas e histéricas de los medios, me encantan, pues las mismas son clara expresión de la viveza de la política y de su incidencia en los “amigos” y “enemigos”, máxime si unos y otros son propietarios o dependen para su sustento de algún medio de comunicación relevante. Por ejemplo, alguna mañana en que me veo por esa autopista corta en distancia y larga en el tiempo que une mi pueblo con la capital, escucho a Jiménez Losantos en la llamada “emisora de los Obispos” para comprobar cómo aumentan o disminuyen las posibilidades de M. Rajoy para alcanzar un día la Presidencia del Gobierno (la regla es: a mayores ataques del periodista a Rajoy, aumento de posibilidades del mismo para ser Presidente, pues crecen las simpatías de potenciales electores que no están por las posiciones extremas en política, y mucho menos por mezclar política y religión). Exactamente igual me sucede con el máximo oráculo de la prédica de izquierdas, esto es, con Iñaki Gabilondo. Cuando ya estoy en casa tranquilito y con ganas de que empiece CSI o El Hormiguero, escucho antes a este “obispo” laico y trato de “leer entre líneas” el mensaje pastoral del día, que unas veces va dirigido como reprimenda al Gobierno y otras a sus potenciales electores. De esta forma, cuando cuestionan la actuación del Gobierno, está claro que ponen de manifiesto indirectamente su desazón por el casi correlativo aumento de posibilidades del adversario Rajoy a ocupar un día no lejano la codiciada Presidencia del Gobierno de la Nación. Son sólo dos claros ejemplos de la interrelación existente entre política y medios de información y conformación de opinión.

Desconozco los criterios que emplean los sociólogos para interpretar las encuestas que regularmente se hacen a los españoles en el ámbito político, pero tengo la impresión, en mi condición de ciudadano al que de alguna forma le preocupa la política –pero sin llegar al martirio ni tampoco al narcisismo tan propio de los políticos profesionales-, que el Sr. Rajoy, si es capaz de mantener un rumbo centrado y centrista (me alegra saber que no encabezará la manifestación contra el aborto en Madrid), tiene cada día más posibilidades de ganar las próximas elecciones generales. Está el hombre contento después del triunfo personal y político en Galicia; tiene buenas expectativas para las elecciones europeas (a pesar de no haberse atrevido a colocar a Gallardón encabezando la lista, lo que a mi juicio hubiera sido un acierto desde el punto de vista de la estrategia electoral) y, sobre todo, cada día que pasa se pone más claramente de manifiesto la endeblez política del Sr. Rodríguez Zapatero y de todo su equipo de gobierno (creo que nunca hasta ahora se ha “quemado” en tan poco espacio de tiempo un gobierno, y ello no sólo ha sido consecuencia de la crisis económica, sino de su manifiesta incompetencia para gobernar).

La virtud más acusada y sobresaliente del Sr. Zapatero es haber encendido la llama de lo que más pronto que tarde se denominará “Revolución conservadora”, que no es ni mucho menos un contrasentido, sino la expresión patente del hartazgo de muchos ciudadanos –de izquierda y de derecha- ante tanta estupidez y mal gobierno. Ahora todo dependerá, entre otras cosas, de que ni la Iglesia ni los extremistas se empeñen en dinamitar el previsible triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones europeas.

jueves, 26 de marzo de 2009

PREFERENCIAS EN ECONOMÍA


Lo sé, soy perfectamente consciente de ello, pero no lo puedo evitar: no me hacen mucha gracia los economistas ni tampoco la concepción dominante de la economía como ciencia positiva y no como Economía Política. El superconocimiento superespecializado de los economistas aún no nos ha explicado a plena satisfacción la actual crisis que atravesamos en todo el planeta aquellos que hasta el presente vivíamos, si no por arriba de nuestras posibilidades, sí por arriba de las nulas o casi inexistentes posibilidades de otros millones de seres humanos que siguen naciendo y muriendo en una crisis que para ellos es permanente. Así que no me tomen muy en serio lo que voy a decir seguidamente, pues lo haré sin haberlo contrastado antes con algún economista, aunque creo que esto último es en definitiva lo mejor que se puede hacer casi siempre.

El funcionamiento de la denominada economía de mercado, esto es, del mercado como lugar de intercambio entre productores y consumidores, es posible que sea una de las mejores cosas que le ha ocurrido al ser humano a lo largo de su existencia en este mundo. El contraste entre el funcionamiento del modelo económico fundamentado en el “libre mercado” y aquel otro que se alzó como alternativa radical al mismo (sistema económico planificado y controlado hasta en sus más pequeños detalles por el poder político), tiene su máxima -¿y definitiva?- expresión en el colapso de este último en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y en sus sometidos “países satélites” (salvo en Cuba, claro, donde quien está a punto de sucumbir es la sufrida población de la isla). En esa fecha ya mítica de 1989 cuando los alemanes del Este y del Oeste derriban el “muro de la vergüenza”, una parte importante de la humanidad confirmó de manera clara y rotunda que el Imperio soviético no era un modelo a emular en ningún sentido, pero sobre todo, en su vertiente económica, pues lo único que había repartido era pobreza para la mayoría de la población y privilegios para la llamada nomenklatura.

Bien es verdad que la victoria no ha sido plena, pues ahí está ese otro gigante mundial con aspiraciones nada disimuladas a transformarse en imperio (los sucesores del llamado Gran Timonel que es la versión china de nuestro Caudillo en España), donde se ha demostrado de manera fehaciente que es posible un alto grado de “liberación” de las reglas de funcionamiento del mercado, con una estricta disciplina militar opresiva sobre las más elementales aspiraciones de la población al disfrute de la libertad política.

Estos dos acontecimientos reseñados me llevan, como buen ignorante en temas económicos, a aventurarme a plantear alguna conclusión, que aunque sea provisional, puede sin duda transformarse en definitiva con el devenir. Creo que debe existir siempre una estrecha relación entre economía y política, y que no es éticamente aceptable que los defensores de la democracia como sistema político justifiquen la existencia de regímenes políticos dictatoriales (de derechas o de izquierdas) que se valgan de las reglas del “libre mercado” para sustentarse en el poder ignorando los más elementales principios democráticos. El que esto último pueda suceder tiene su origen en el error de considerar que la llamada ciencia económica nada tiene que ver con la política, la ética, la filosofía o la historia, sino que la misma debe atenerse a la realidad de los hechos y sobre los mismos hacer sus predicciones “científicas”. Craso error que nos lleva a reivindicar a los clásicos del pensamiento economico que nunca concibieron el funcionamiento del mercado al margen de la conquista de la libertad política.

miércoles, 25 de marzo de 2009

CUANDO IR A FAVOR DE LA CORRIENTE ES UNA INDIGNIDAD


Existe una amplia gama de opciones para declararse a favor de la corriente. Es normalmente lo más fácil y parece que también lo más sensato desde el punto de vista de la conservación del pellejo y los intereses propios, aunque a veces lo hagamos con un profundo dolor de estómago por las ganas de vomitar que ello nos provoca (efecto que por demás nos está muy bien empleado, todo sea dicho sin ánimo de ofender a nadie). Vamos, que por naturaleza, el ser humano es seguramente más un cobarde y un pusilánime que un ser animado por el espíritu de valentía. El temor de “ir contra la corriente” puede ser tan intenso, que una gran mayoría de humanos prefiere en tales coyunturas “esconder la cabeza bajo el ala” y sumarse, por activa o por pasiva, a la “corriente dominante” que plantar cara a la misma y remar en sentido contrario.

Cualquiera de nosotros tiene seguramente muchos ejemplos con relación a lo que venimos diciendo. Si somos capaces de confesarlos como vividos es que los mismos no suponían en caso alguno un cuestionamiento profundo de nuestra propia dignidad como personas o incluso como meros seres humanos. Se trataría de asuntos de la vida cotidiana sin mayor trascendencia, o de no poca trascendencia, pero que solemos calificar como superfluos a fin de no crearnos excesivos problemas de conciencia a la hora de aceptarlos o consentirlos.

En otros casos, sin embargo, aceptar ir “a favor de la corriente” supone de manera clara y rotunda una dejación de nuestras más íntimas y acendradas convicciones. Cuando esto sucede, es que definitivamente estamos ya derrotados por haber cedido a una tentación que constituye la negación radical de nuestra concepción de la vida en general y de determinados asuntos de la misma en particular.

Vayamos al caso real y concreto. Elaboración de un nuevo Plan de Estudios de la licenciatura en Derecho, y no sólo porque ello es consecuencia de la adaptación del actual plan a las directrices europeas, sino también, porque el vigente es un plan que se estableció en el ya lejano año de 1953. Cuestión de partida de carácter fundamental: ¿debe ese plan ser elaborado fundamentalmente por los actuales profesores que imparten docencia en la Facultad de Derecho de cada Universidad? (téngase en cuenta que esos profesores son, ante todo, producto de un plan que proviene de 1953 y, sobre todo, que los mismos en su gran mayoría no tienen la menor idea de cuál es la realidad social, profesional, económica, administrativa…que existe fuera de los muros de la Universidad en la que han conseguido un puesto a perpetuidad). Si a esta cuestión se contesta afirmativamente sobre la base de la autonomía que la ley reconoce a la Universidad, el resultado no es nada imprevisible. Los profesores tenderán a reflejar en el nuevo plan las mismas materias que existían en el viejo, pues ello será una garantía de que conservarán su ámbito de “poder” y, sobre todo, su carga docente actual, aparte, claro está, de sus virtudes y vicios como profesionales de la enseñanza y la investigación. En otras palabras, cambiar para que todo siga igual… Esto último es lo que en realidad está ocurriendo en muchas Universidades españolas y, en particular, en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.

Ante esta caudaloso río de corrientes rápidas y saltos de riesgo elevado, pero sobre todo, de corriente contraria a los intereses sociales y genuinamente universitarios, se pueden adoptar dos posiciones: una, seguir la corriente dominante y situarse lo más cerca posible del núcleo de poder profesoral con el fin de así ganar algo –o al menos no perder- en el nuevo Plan de Estudios que se diseñe. Es la posición supuestamente pragmática de los que ceden a la fuerza de la sinrazón; dos, denunciar públicamente y/o ante los tribunales de justicia el atropello que se está cometiendo y/o ponerse al margen de toda esta contrarreforma que va contra el sentido mismo de lo que debiera ser la Universidad. Por dignidad personal y por respeto a la institución universitaria, creo que sin ningún género de dudas hay que optar por esta segunda vía, aunque lo “pierdas” todo o casi todo, menos la dignidad. Algo es algo, sobre todo, en estos raros tiempos que corren de ignorancia y ausencia de rebeldía.

martes, 24 de marzo de 2009

¿VOLVER ATRÁS?


Mi amiga Carmina, además de permitirme oír excelente música, me envió hace unos días un video del realizador Guillermo Ríos sobre la terrible situación de la mujer en muchos países africanos: desde el asesinato mediante lapidación por adulterio, a la ablación del clítoris para impedirles tener placer sexual, aparte, claro está, de la propagación y sufrimiento de padecer el sida por carecer de medios de protección tan eficaces como el preservativo o el casamiento forzoso de niñas con adultos a los que no conocen absolutamente de nada para ser violadas desde tan temprana edad. Toda una ristra de abusos, maldades, tropelías y crímenes contra las mujeres que en buena parte tienen su origen y justificación en la concepción religiosa de la mujer como instrumento diabólico que incita permanentemente al pecado de la concupiscencia.

En nuestras sociedades desarrolladas, cada vez que oímos y vemos tan cómodamente por televisión este tipo de barbaridades, no sólo sentimos –muchos de nosotros, al menos- rabia e impotencia por tanta injusticia y violencia contra las mujeres, sino que además, manifestamos nuestra radical oposición al fundamentalismo religioso de unos clérigos que no sólo justifican esas atrocidades contra las mujeres, sino que además las fomentan y las consagran en leyes positivas que establecen unas instituciones políticas dominadas o controladas por los mismos. Y esto no ocurre en la Edad Media, sino en pleno siglo XXI, y en países y sociedades en las que se combina el mayor desarrollo tecnológico (medios para construir una central nuclear o fabricación de misiles de largo alcance), con la imposición de creencias y prácticas religiosas atentatorias contra los más elementales derechos de las mujeres. Pero como en muchas otras cuestiones, es esta una realidad aparentemente bien lejana que lo más que nos puede producir es un vago sentimiento de solidaridad que luego ni siquiera se concreta en que llamemos a la policía porque el canalla del piso de al lado agrede a su mujer por el hecho de ser mujer y ser además suya (¿?).

Hace ya más de veinte años que en nuestro país existe una ley que regula el aborto. Se trata de una ley que en su momento supuso un paso decisivo en orden a la despenalización (o no criminalización) de determinados supuestos, pues hasta ese momento, el aborto estaba considerado como delito y la mujer que lo realizaba era considerada en cualquier caso una delincuente que terminaba con sus huesos en la cárcel por aplicación de la ley. En la actualidad, el Gobierno de la Nación, en uso de su derecho a ejercitar la iniciativa legislativa y en atención a las demandas planteadas por determinados sectores sociales, plantea la presentación de un Proyecto de Ley que trata de ofrecer una nueva regulación del aborto ampliando las posibilidades para la mujer a la hora de decidir si desea o no abortar.

Se podrá entrar a discutir la conveniencia, desde una perspectiva política, de si este era el momento para adecuado para llevar a cabo esta iniciativa; o bien, si el contenido del Proyecto es o no el más idóneo desde distintos puntos de vista… Sin embargo, lo que no parece procedente, al menos para aquellos que creemos en el Estado de Derecho y en la ley, es calificar al aborto, desde el punto de vista legal, como un crimen o un asesinato, y a la mujer que lo lleva a cabo, como una criminal o asesina digna, como mínimo, de la cadena perpetua.

Es verdad que la Iglesia Católica se opuso en su momento a la aprobación de la ley del aborto (1985) y que también ahora vuelve a reiterar esa oposición radical ante el Proyecto de Ley presentado por el Gobierno. Comprendo esta posición y la veo con el máximo respeto e incluso en algún supuesto con simpatía desde una óptica estrictamente religiosa. Sin embargo, creo que se trata de una posición que no expresa toda la verdad, pues tengo la impresión de que en realidad la Iglesia debería, en consecuencia con sus planteamientos, propugnar la criminalización por el Estado de cualquier conducta a favor del aborto, pero sobre todo, la de la mujer que decide abortar, que pasaría así a ser una auténtica asesina. ¿Será que en su mensaje se contiene implícitamente esta exigencia? Sería bueno para todos los ciudadanos de este país, católicos o no, que la Iglesia lo aclarara o, al menos, lo hicieran aquellos partidos políticos que afirmando compartir el planteamiento de la Iglesia, no se atreven a defender abiertamente la derogación expresa de la ley que despenaliza el aborto. La verdad es que tiene mucha razón la Iglesia cuando afirma que no se puede estar en misa y repicando… En cualquier caso, desde aquí mi modesto apoyo a todas las mujeres que responsablemente deciden abortar de acuerdo con la ley.


jueves, 19 de marzo de 2009

LOS SUJETOS PASIVOS


En la terminología jurídico-tributaria, uno de los sujetos pasivos es el contribuyente, y lo es, porque por lo general es aquel sujeto al que cabe referir una determinada manifestación indicativa de capacidad económica y, por consiguiente, ha de estar sometido al deber impuesto por la ley de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos mediante el pago de algún tipo de tributo.

La de sujeto pasivo es una denominación muy significativa, pues aparte de ser usual en el ámbito jurídico para referirse a aquel sujeto que en el seno de una relación jurídica obligacional ocupa la posición deudora frente al sujeto activo, titular del derecho de crédito, es también una denominación que viene a poner de manifiesto la posición de sometimiento que ha de asumir el ciudadano a la hora de hacer frente al pago de sus tributos. Sabemos que un impuesto se paga “voluntariamente” en cumplimiento de la ley que lo establece y regula, pero también sabemos que si no lo pagamos la Administración Tributaria podrá dirigirse contra nuestro patrimonio para hacer efectivo su derecho de cobro, y todo ello, sin necesidad de acudir a los tribunales de justicia como ha de hacer cualquier otro acreedor privado en defensa de su derecho. Ser sujeto pasivo viene a poner de manifiesto que no cabe la objeción de conciencia en este terreno y menos aún la rebeldía; o mejor, que pudiendo estar presentes en la práctica la existencia de objeción y rebeldía, cuando ello sucede y el sujeto pasivo pasa a adoptar una posición activa contraria a la ley, habrá de atenerse a las consecuencias jurídicas negativas que se derivan de adoptar tal posición.

Sin duda, la nota de pasividad del ciudadano frente a los tributos está directamente relacionada con el propio origen histórico de los mismos, esto es, el de ser prestaciones coactivamente impuestas a los vencidos en un conflicto bélico. La condición de vencido no sólo podía conllevar pasar a ostentar la condición de esclavo al servicio del vencedor, sino también, la de venir obligado a hacer frente al pago de los tributos impuestos por el vencedor.

Después de una dilatada evolución histórica en la que las manifestaciones de rebelión contra el poder político (o religioso) ante el pago de tributos explican el origen mismo de los Parlamentos, el hecho de que hoy se siga empleando el término “sujeto pasivo” podría pensarse que no parece lo más adecuado, al menos, desde la óptica del Estado democrático, puesto que hoy los tributos encuentran su fundamento o razón de ser en la ley, expresión máxima de la voluntad popular. En otras palabras, son los propios ciudadanos (sus representantes libremente elegidos) los que se autoimponen el deber de hacer frente al pago de tributos. Sin embargo, el término “sujeto pasivo” se resiste a desaparecer, y en verdad, pensándolo bien, la razón no puede ser otra que la de la prevalencia de la realidad frente a la justificación de la misma. El tributo existe porque existe el poder político, y este es un hecho innegable de la realidad histórica. El que esa existencia se justifique o fundamente en la actualidad en las leyes democráticamente aprobadas por los Parlamentos, no afecta a la realidad misma conformada por la existencia de gobernantes y gobernados, o lo que es igual, sujetos que pueden exigir el pago de tributos (Administración Pública) y sujetos que vienen obligados a pagarlos (ciudadanos). Por ello, el término que mejor refleja la situación real de los segundos frente a los tributos sigue siendo, en nuestra opinión, el de sujetos pasivos.

miércoles, 18 de marzo de 2009

AUTONOMÍA NO ES HACER LO QUE TE DE LA GANA, Y MENOS AÚN SI LO QUE HACES VA EN CONTRA DE LOS INTERESES PÚBLICOS



La proyección de la autonomía como principio de organización y, sobre todo, de funcionamiento en el ámbito universitario, tiene indudable relación con el principio de autonomía política que consagra nuestra Constitución como criterio organizativo de la estructura política del Estado, pero presenta a la par características específicas como pueden ser las denominadas libertades de cátedra y también de estudio. Lo que en ningún caso parece que pueda ser aceptado es que la autonomía signifique, ni en el ámbito político ni en el ámbito académico de la Universidad, que cada Universidad pueda acometer el ejercicio de dicho derecho como “le de la real gana”.

Sin embargo, no parece que algo tan elemental como lo anterior haya llegado a ser entendido por los miembros de algunas Universidades españolas. En el caso particular que conozco, el de la Universidad de La Laguna, estamos en estos momentos viviendo una situación de verdadero caos con ocasión de la elaboración de los proyectos de nuevos planes de estudio para su adaptación a las directrices que conforman el denominado Espacio Europeo de Educación Superior (Plan Bolonia).

Estoy convencido de que la potenciación de la universidad pública en España pasa, ante todo, por el convencimiento de los miembros permanentes de la comunidad universitaria (profesores y personal de administración y servicios) de que nuestra función primordial es servir leal y honestamente a nuestros estudiantes (y a la sociedad de la que forman parte) en el sentido de formarles como personas con espíritu crítico y capacidad para hacer frente a los requerimientos de todo tipo que demanda una sociedad como la que vivimos. Pero para poder cumplir con el indicado objetivo, habrá que empezar por plantearse si en el desarrollo de nuestras propias funciones específicas somos o no autocríticos con nosotros mismos, empezando por los métodos aplicados en la enseñanza y la investigación, o bien, en el contenido de las distintas materias que conforman los distintos planes de estudio que se imparten en nuestras Universidades.

La adaptación de los actuales planes de estudio a las directrices establecidas por el Plan Bolonia (nuevos títulos académicos de grado y de master), es una oportunidad para llevar a cabo, con visión crítica, la reformulación o supresión de los actuales títulos que se imparten en la Universidad. Sin embargo, no es esta la senda que se está siguiendo, sino que más bien, lo que sucede desgraciadamente en muchas universidades es que los viejos planes se reformulan prácticamente en su integridad sin cambios sustanciales, haciendo bueno aquello de que nos encontramos en presencia “del mismo perro pero con distinto collar”. Se desvirtúa de esta forma el significado auténtico de lo que significa el derecho a la autonomía universitaria, toda vez que en realidad lo que se hace no es más que preservar los derechos corporativos del profesorado (intereses particulares) frente a los intereses públicos que demandan una actualización y adaptación de la Universidad a la realidad social en la que vivimos.

Desgraciadamente, muchos de los que se llenan la boca con la defensa de la universidad pública, son en realidad los auténticos ejecutores de la misma.

martes, 17 de marzo de 2009

DESISTIMIENTO


Hay un ámbito en el que la decisión de dejar de actuar no tiene cabida o, al menos, en el que naturalmente no tiene cabida, y es el correspondiente a las relaciones entre madres e hijos. No, no entre padres (términos genérico para referirse a los padres y a las madres de manera indistinta) e hijos, sino exclusivamente entre madres e hijos, pues estoy convencido de que el nexo de unión existente entre una madre y su hijo desde que el mismo se ha engendrado y desarrollado en su seno, es algo que naturalmente perdura y determina la relación vital entre ambos en el tiempo. Dicho en otras palabras y como expresión de un sentimiento que creo está bastante generalizado en nuestra sociedad: no es natural que la mujer desista de sus deberes hacia el hijo que ha parido, cualesquiera que sean las vicisitudes que afecten al posterior desarrollo vital del mismo. Es más, cuando las circunstancias vitales que afectan al hijo son negativas, con mayor razón aún la madre jamás desistirá de su condición de madre y de lo que la misma considera obligaciones dimanantes de esa condición con respecto a su hijo.

Por el contrario, en términos generales, el hombre en este terreno se comporta la mayoría de las veces como un auténtico tarambana o como un cobarde, máxime, cuando las circunstancias vitales que pueden afectar al hijo son de carácter negativo. ¿Cuestión de naturaleza? Pues es posible, pero lo que parece evidente es que los casos de “madres corajes” se multiplican a lo largo y ancho de este mundo en el los valores dominantes sigue siendo, desgraciadamente, los atribuidos al sexo masculino.

Pienso ahora en tres ejemplos muy significativos del espíritu de rebelión de las madres y de su rotunda negativa al desistimiento frente a unas circunstancias adversas muy duras que afectan a sus hijos: el de “las locas de la Plaza de Mayo” en Argentina; el de las “madres contra la droga” en Galicia y el de las “damas de blanco” en la Cuba castrista.

En el primero de los casos, fueron las madres, calificadas como “locas” por la canallesca de los medios que defendían la dictadura militar argentina, las que asumiendo el riesgo de perder su vida, salieron día tras día a la calle a exigir a los golpistas que les devolvieran a sus hijos “desaparecidos”. En Galicia, fue el coraje de las madres de unos hijos muertos, encarcelados o enganchados a la droga, el detonante para que por fin las autoridades (políticas, judiciales y, en general, sociales) se decidieran a embestir con todos los medios legales el escándalo de unas mafias que actuaban con bastante “manga ancha” en la sociedad gallega. Y en Cuba, el régimen de los hermanos Castro, que califica como “viles gusanos” a aquellos que se atreven a cuestionar su régimen dictatorial, ve con asombro –y yo creo que con preocupación- cómo las madres de los numerosos prisioneros políticos que yacen en las cárceles castristas, protestan públicamente contra tanta injusticia y represión.

Ahora que se acerca el denominado “día del padre” y que ya pasamos el “día de la madre” y también el día de “la mujer trabajadora”, claros ejemplos todos ellos de la estupidez consumista en la que estamos sumidos y de la que al parecer no podemos salir si pretendemos que el sistema económico no quiebre definitivamente, deseo desde aquí hacer mi pequeño homenaje a las “madres corajes” de todo el mundo sobre las que recae de verdad la responsabilidad de no desistir nunca de la lucha por la dignidad propia y la de sus hijos.

viernes, 13 de marzo de 2009

CONMIGO O CONTRA MÍ


Bueno y malo, dos palabras de significado aparentemente simple pero cargadas de una larga tradición que se inició con el maniqueísmo y que en pleno siglo XXI siguen determinando el pensamiento –y a veces el comportamiento- de millones de personas. Se trata de una dicotomía para la que no existen términos intermedios: o eres calificado de bueno o lo eres de malo, no cabe el bueno a medias y el malo a medias, pues ello introduciría un grado de inseguridad y de duda que sería insoportable para aquel que precisa en la vida de consignas claras y terminantes.

En el campo de la política, el lema “o estás conmigo (que soy el bueno) o estás contra mí (es decir, con los malos)”, refleja esa misma dicotomía que obliga a los seguidores del líder a posicionarse en determinadas coyunturas. Para los seguidores es siempre una opción difícil y que además acarrea la asunción de riesgos ciertos y evidentes si la coyuntura provocadora de la afirmación es un hecho futuro e incierto, como puede ser, por ejemplo, el resultado de una elección. Sin embargo, en estos casos el posicionamiento adquiere grados distintos de intensidad y dramatismo en función del ámbito en el que se mueva quien venga obligado a realizarlo. Si es el militante de un partido político, pues la intensidad del pronunciamiento es muy alta, pues apoyar a uno u otro líder del mismo partido, puede suponer algo tan vital para tantos militantes como aspirar a ocupar o no algún puesto de responsabilidad partidaria, y que luego puede traducirse en un puesto de responsabilidad en el gobierno si finalmente el líder vencedor gana las elecciones con el voto de los ciudadanos. Por el contrario, el ciudadano que decide con su voto quién será el que deba gobernar, no muestra ningún tipo de angustia a la hora de decidirse por una u otra opción política. Es más, en muchas ocasiones, podrá verse socialmente forzado a manifestar a favor de quién está y, por tanto, a quien va a votar, y luego, al votar, hacer todo lo contrario (es este, por cierto, un fenómeno revelador de que el voto secreto es muchísimo más respetuoso con la libertad que el voto a mano alzada, tan propio de los defensores de la mal llamada democracia asamblearia).

Pero tenemos tendencia a creer que el maniqueísmo de dividir tan tajantemente a la gente entre buenos y malos es algo propio del mundo de la política, cuando en realidad está presente en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana. Baste con pensar en algo tan alejado de la política como puede ser una separación conyugal. Se impone una dinámica perversa consistente en que los familiares de los cónyuges que pretenden separarse han de alinearse con uno u otro en función de los respectivos lazos de sangre. Pero ocurre también en el supuesto templo del saber y la racionalidad que es la Universidad, donde el discípulo se supone ha de apoyar al maestro en todo, hasta en la comisión de injusticias como la de votar a favor de un candidato a ocupar una plaza de profesor que no reúne los méritos necesarios o cuyos méritos son muchísimo peores que los presentados por otro candidato que no pertenece a la misma Escuela del maestro (por cierto, jamás he oído a ningún político hablar en serio de este tipo tan agravado de corrupción que a diario se comete en la Universidad española).

En la vida, salvo los colores, nada es totalmente blanco o negro, y no parece que haya tampoco nadie que sea totalmente malo o totalmente bueno. Sí, ya se que la determinación y el espíritu firme pueden ser necesarios y muy útiles en la vida, pero esto nada tiene que ver con dividir permanentemente a los humanos entre buenos y malos o entre amigos y enemigos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

TEMPERAMENTOS


En torno a 1967 -año más, año menos- tuve la suerte de contar con una pequeña escopeta de balines. Se me estropeó pronto, pero la conservé durante algunos años porque en su culata gravé pacientemente el nombre de Che Guevara. El Che era entonces para mí un auténtico héroe y un revolucionario que había dejado atrás el disfrute de una vida plácida en su Argentina natal para unirse a la conquista y defensa de la Revolución cubana. Muy pocos años después, fui captado por un compañero para crear en el Instituto en el que estudiábamos la primera célula de las Juventudes Comunistas de España en La Laguna. Aquella experiencia tuvo un final difícil y traumático para mí en el año 1971: me detuvo la policía política repartiendo panfletos contrarios al régimen y me procesaron por haber cometido un delito de propaganda ilegal, penado entonces con seis años de cárcel. Tuve muchísima suerte, pues además de no confesar a la policía política, pese a las torturas a las que fui sometido, quiénes eran mis camaradas y quien me acompañaba en la distribución de los panfletos el día en que fui detenido (era una mujer a la que profesaba un amor no correspondido), me pude acoger al último indulto general que otorgó el Jefe del Estado, Francisco Franco, con el fin de beneficiar a algunas personas cercanas al régimen implicadas en un caso de corrupción conocido como el Caso Matesa.

Esta experiencia, que hoy hago pública por vez primera, marcó mi destino en muchos aspectos. Fue el causante de mi inclinación definitiva por el Derecho en detrimento del periodismo, pero también, fue determinante para conformar mi carácter y maneras de ver la vida a partir de entonces.

Estos días, el escritor Francisco Ayala cumplirá la friolera de 103 años de lucidez permanente. Desde hace muchos años, es uno de mis modelos o puntos de referencia entre la especie humana, y al que no me importaría emular especialmente en lo de la edad. Pero también lo es Fraga Iribarne o Torcuato Fernández Miranda, a pesar de mi pasado antifranquista y sus pasados franquistas, o José Luis Sampedro, al que nunca he hecho mucho caso como economista, pero sí como humanista, o Sánchez Ferlosio, o D. Felipe González Vicen, o la Reina Sofía, o Fernando Savater, o mi padre y mi madre, ejemplos de una vida de rectitud y honradez a prueba de bombas, o Roberto Roldán, que fue el juez al que me condujo la policía y al que pasados luego los años tuve como compañero y amigo en la Facultad de Derecho…y a tantos otros y otras que con el paso de los años han ido contribuyendo a templar mi temperamento y, sobre todo, a impedir que fuera un ser humano de juicio rápido y condena poco meditada a la hora de enjuiciar a los demás en sus respectivas trayectorias vitales.

Estoy acostumbrado a tratar con gente joven, y comprendo a la perfección que muchos de ellos me vean y enjuicien como un carca y hasta como un facha en ciertas ocasiones. Es cuestión de temperamento, de naturaleza y hasta de exigencia vital. Era lo que yo hacía con algunos profesores, como con aquel de Filosofía del Derecho que dirigiéndose a la clase decía: “¿Saben ustedes por qué en Cuba después de la Revolución todos son iguales? Pues muy sencillo, porque nadie come carne ni bebe leche”. Algunos decidimos dejar de ir a clase por considerarlo un auténtico fascista. Hoy, pasados los años, me he dado cuenta de que tenía toda la razón. ¿Me habré transformado también en un fascista? Está claro que no, lo único que sucede es que me he hecho un poco mayor y seguramente también un poquito más sabiondo.

martes, 10 de marzo de 2009

LA PIOLA


Aparentemente nadita que ver con el significado que la palabra piola tiene en Argentina, que según el diccionario de la RAE, es algo así como quedarse al margen. La piola es un juego que practiqué con mucha frecuencia en mi adolescencia con mis amigos de las laguneras calles de Anchieta, El Remojo, Plaza de los Bolos, San Agustín…aunque nunca lo hice con el Ferruja, que era de la zona de La Concepción y enemigo declarado de nuestra “tribu”. Eran los felices años que median entre la infancia y la adolescencia, cuando se inicia el despertar tenue de los deseos sexuales y se empieza a tomar conciencia de la existencia de las niñas como personajes diferenciados en ese terreno.

Era la piola un juego de niños colectivo (como lo era de niñas el brilé), y consistía en que los miembros de uno de los equipos se colocaban uno detrás de otro, agarrados por la cintura, flexionados sus cuerpos hasta quedar su tronco en situación horizontal y apoyado el primero de ellos en una pared. Los miembros del otro equipo iban saltando sobre aquella la columna humana, sin que valiera moverse una vez se había realizado el salto de piernas abiertas, pues había que permanecer agarrado a la espalda del que estaba agachado en la misma posición en que se había quedado después del salto. Primero saltaban los más ágiles, pues ello era garantía de que podrían colocarse a lomos del primero de los agachados y dejar así espacio para que se colocaran el resto de los miembros de su equipo, mientras que los más gorditos se quedaban para el final. Si alguno de los saltadores no lograba mantener su equilibrio y caía, su equipo perdía y debían entonces ocupar todos la posición contraria y recibir como saltadores a los miembros del equipo contrario. Igual sucedía si los que recibían a los saltadores no tenían la resistencia suficiente para soportar sobre sus espaldas el peso de los mismos.

Visto desde el tiempo presente, he de reconocer que la única ventaja de la piola era la de ser un juego colectivo del que se disfrutaba sin más, pues aparte de ser también un medio para que los más gallitos mostraran sus facultades saltarinas ante las potenciales espectadoras femeninas, lo más que podía provocar era alguna que otra magulladura por un mal salto o el agarrarse con demasiada fuerza al cuerpo del otro. De alguna forma, podría decirse que el grado de disfrute estaba directamente relacionado con la improductividad absoluta del juego. Sí, es verdad que, como en todo juego, se ganaba o se perdía, pero el resultado en realidad nunca dio ocasión a que sobre el mismo pudiera luego desarrollarse una dinámica abocada a la ganancia económica, cosa que, por el contrario, sí ocurrió con otros juegos individuales o colectivos que han transformado a los padres y madres de muchos niños y niñas en auténticos y obsesivos “creadores” y “cuidadores” (¿o será “explotadores”?) de fenómenos futbolísticos, tenísticos, gimnásticos, baloncentísticos, etc. como fuente de pingües beneficios económicos (es la parte triste del pobre Rafa Nadal, que seguramente no pudo jugar de niño a la piola o a un juego igual de improductivo).

No, definitivamente no es nostalgia lo que me anima, pero tampoco es cariño por los juegos electrónicos y los grandes espectáculos de masas a los que hoy nos tienen acostumbrados y sometidos. Estos últimos están muy bien, pues reconozco que permiten incluso la única comunicación que va subsistiendo entre los no jugadores en la sociedad del espectáculo, pero no creo que sea bueno que hayan desaparecido entre nuestros niños juegos tan inútiles en términos económicos como el de la piola.

lunes, 9 de marzo de 2009

TIENE USTED MÁS CUENTO QUE CALLEJA


“Ya sé que no está el horno para bollos ni tampoco para ir a protestar por ello ante el maestro armero, pero tiene usted más cuento que Calleja… ¿Pero acaso pretende convencerme a mí, después de los años que llevo en esto de la enseñanza, de que usted no pudo presentarse porque lo detuvo la guardia civil por conducir de forma temeraria en su afán de llegar a tiempo para realizar mi examen? Vamos, hombre… invéntese usted una excusa más apropiada y más seria, y no pretenda, por favor, tomarme el pelo. Vaya usted con ese cuento a otra parte…”.

“Horno para bollos”, “protestar ante el maestro armero”, “tener más cuento que Calleja” y “tomadura de pelo”, son expresiones que poco a poco se pierden indefectiblemente del lenguaje ordinario, para ser sustituidas por otras de significado similar pero acompasado al tiempo actual. Es el lenguaje, que como la vida misma, evoluciona y se interrelaciona -creo que siempre en términos de enriquecimiento- con otros lenguajes, pero sobre todo, con el cambio de significado de muchas de sus palabras y expresiones en función de las propias variaciones que acontecen en la realidad. A título de ejemplo, “ser un crack” es una expresión cuyo significado, si no es por mis amigas y amigos de “Facebook”, jamás hubiera podido imaginar, y que si no me equivoco, equivaldría más o menos a la de ser “un tío o una tía chachi”.

Compruebo a diario con mis alumnos de la Universidad que muchas de las expresiones que yo utilizo carecen para los mismos de significado. Es lo que sucede con esta que encabeza el presente comentario. Tener más cuento que Calleja es una expresión apropiada para manifestar que quien nos está contando algún acontecimiento está inventándose o recreando en términos fantasiosos la realidad. Vamos, que tiene más cuento que “Antoñita la fantástica”, que sería otra expresión con un significado y alcance similar, pero igualmente extraña o desconocida para las nuevas generaciones.

Hay que reconocer que muchos de los que manifiestan su predisposición desde la juventud a engrosar el grupo de los que “tienen más cuento que calleja”, pasarán luego a integrar las filas de nuestros narradores, novelistas y autores de ficción, que tantas satisfacciones y emociones nos procuran a lo largo de nuestra civilizada y, agraciadamente, rutinaria vida. Otros, los menos, pasarán a formar parte del grupo de los delincuentes, ya sea en el mundo de las altas finanzas (los más peligrosos, tal y como estamos viendo y sufriendo los que tenemos bajas finanzas), ya en el mundo del “menudeo” propio de la superchería. Y otros, en fin, formarán parte del mundo de la política. Entre estos últimos se hallan aquellos que piensan que pueden estar eternamente ocupando posiciones de poder porque son parte de la “esencia” del pueblo…vasco, gallego, catalán, andaluz o canario. La realidad y los individuos con derecho a voto les están mostrando la dura evidencia para ellos de que en buena medida su discurso político es el propio de la gente que “tiene más cuento que calleja”.

viernes, 6 de marzo de 2009

LA PERVERSIÓN DEL ESPÍRITU DE LA LEY


Comprendo que los no juristas se sorprendan muchas veces con relación a las cuestiones que se suscitan en torno a las leyes y a su aplicación, y que esa incomprensión les lleve casi que automáticamente a desvalorizar o a expulsar sin más miramientos la labor que realizan los juristas del ámbito de la racionalidad y, sobre todo, del ámbito de la justicia. Pero esta comprensión, sin embargo, no significa en caso alguno la justificación de tales comportamientos, y menos aún, aceptación de que los mismos puedan marcar o condicionar de forma mecánica el ya secular obrar de los juristas a través del “arte” de la Jurisprudencia.

Una de esas cuestiones propias del ámbito jurídico y que para los profanos resulta un tanto irracional, es el llamado “espíritu de la ley”. ¿Cómo hablar de un espíritu de la ley cuando la ley no es más que la expresión escrita de una decisión adoptada por el poder? Los juristas, creen los profanos, deberían limitarse a interpretar el texto de la ley sin más indagaciones, y mucho menos, tratando de encontrar o concretar un supuesto espíritu incorpóreo que al parecer acompaña como halo –beatífico o no- a la ley creada por los hombres.

No vamos a hablar aquí de las técnicas que siguen los juristas a la hora de llevar a cabo la función primordial que tienen encomendada de interpretar las normas jurídicas, sean éstas leyes o no, pero lo que resulta indudable es que el propio Código Civil señala de manera expresa que “Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas” (artículo 3.1).

Cuando nosotros aquí hablamos de perversión del espíritu de la ley, nos estamos refiriendo a aquellas actuaciones que sin poder ser calificadas abiertamente como contrarias al mandato de la ley, esto es, sin poder ser tildadas formalmente de meros incumplimientos, sí que las mismas ponen en cuestión el “espíritu y finalidad” de la ley, o lo que es igual, ponen en cuestión los objetivos fundamentales que justificaron el nacimiento de la ley y, por consiguiente, pervierten e incumplen materialmente la ley. Baste con señalar dos ejemplos.

Estatuto de Autonomía de Cataluña. Aún estando pendiente la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la constitucionalidad o no de determinados aspectos de la ley orgánica por la que se aprobó la última modificación del Estatuto de Cataluña, estamos convencidos de que la misma es claramente contraria a la Constitución, y que lo es, en lo fundamental, sobre la base de que la misma pone en cuestión el “espíritu y finalidad” que nuestro texto constitucional atribuyó al denominado principio de autonomía como principio organizador del nuevo modelo de organización territorial del Estado que establece la Constitución.

Ampliación de la ley del aborto. El incumplimiento reiterado y permitido por las autoridades de la ley del aborto actualmente vigente (perversión jurídica de su espíritu), ha servido como argumento al Gobierno de la Nación (perversión política) para ampliar su ámbito y permitir, entre otras barbaridades, que las niñas menores de edad (dieciséis años) pueda abortar por propia decisión sin que medie absolutamente para nada el conocimiento y consentimiento de los padres.

miércoles, 4 de marzo de 2009

LA PASIÓN POLÍTICA


Definitivamente, Mariano Rajoy no es una persona que manifieste de manera abierta y natural su pasión política; es algo que va contra su propia naturaleza, y sólo estos días lo hemos visto exteriorizar cierto grado de auténtica alegría –eso sí, comedida- con el triunfo de su partido y el suyo personal en Galicia. Pero tampoco lo hace Rodríguez Zapatero y ahí está como Presidente del Gobierno de la Nación con esa carita de “niño bueno que no rompe un plato” (cuando ha sido y es el Presidente que más platos ha roto sin ningún tipo cesión al otrora y siempre necesario consenso en las cuestiones fundamentales que afectan a la mayoría de los españoles).

¿Y qué decir de Ruiz Gallardón y de Esperanza Aguirre? Dos políticos claramente contrapuestos; ambos animados por una común y legítima ambición a presidir el PP y, si fuera posible, también la Nación, pero radicalmente separados en cuanto a las estrategias a seguir para alcanzar sus objetivos (lo cual no sólo es lógico, sino comprensible en atención a sus dos distintos caracteres y “fuerzas” que les apoyan). Y en cuanto a la manifestación de sus sentimientos políticos, pues ahí está el frío y estirado Gallardón, genuino representante (seguramente sin quererlo) del niñito empollón que sólo le interesan sus temas y sacar las mejores notas para júbilo personal merecido, pero que no deja de enviar un mensaje subliminal a los demás diciéndoles: “¡Toma ya, pa que te fastidies, que el mejor siempre seré yo, yo, yo y siempre yo”. Mientras que Esperanza, con esa mirada que parece un tanto extraviada y que sin embargo le permite estar simultáneamente al ataque y a la defensiva, va a pecho descubierto diciendo lo que casi siempre piensa, sin concesiones “políticamente correctas” ante navajazos despiadados como el propiciado por el periódico El País con el tema de los famosos espías (ante una pregunta de un reportero de ese diario con relación a esta cuestión, Esperanza contestó algo así como que la respuesta la sabría dar mejor el propio reportero, pues todo era un montaje de su periódico). Como bien apunta mi amiga Rosa, estamos ante un auténtico animal político capaz de revolucionar muchos de los tics que han transformado la política en algo cada día más alejado de los votantes (y ni mucho menos me estoy refiriendo aquí a que necesitemos políticos populistas al “estilo Chavez”).

Como votante me apasiona aún la política. Soy capaz de estar pendiente en la noche electoral de cómo quedará finalmente el resultado y quién en definitiva gana el gobierno o la oposición. No soporto escuchar a un político que cuando habla no exterioriza de verdad sus sentimientos ante determinadas coyunturas (v.gr., cuando Rodríguez Zapatero, ante los resultados electorales en Galicia, dice que esos resultados adversos no pueden ser trasladados al ámbito nacional en términos de lectura política). Soy consciente de que la pasión de los políticos no es una condición imprescindible para que ganen elecciones, pero también, de que a veces, algunas dosis de pasión son realmente necesarias para que cunda el entusiasmo entre tanto votante desencantado.

martes, 3 de marzo de 2009

HOY NO FIAMOS, MAÑANA SÍ


El “hoy no fiamos, mañana sí” expuesto en un cartelito en algunos bares de la geografía española, no es más que el reflejo humorístico de una época lejana en la que ese cartel se exponía en las pequeñas tiendas de pueblos y barrios de ciudad sin ningún sentido del humor, sino más bien, como expresión de una época de dificultades económicas para muchos españoles que simplemente para poder comer tenían que valerse de la confianza del tendero a fin de así adquirir alimentos básicos que no podían ser pagados al contado y que, por tanto, este les fiaba hasta que llegaba el ansiado primero de mes y la correspondiente paga. El “hoy no fiamos, mañana sí” no era, sin embargo, una norma aplicada a rajatabla, pues a pesar de que el mensaje se perpetuaba en el tiempo y el desasosiego cundía cada vez que el sujeto veía el mensaje y volvía al día siguiente, la confianza se colaba por las rendijas de la convivencia y los tenderos aplicaban excepciones que permitieron a muchas familias de la incipiente clase media “salir adelante”.

Yo particularmente guardo un grato y emocionado recuerdo de la “Venta de Antoñita”, una tienda de comestibles a la que mi madre me mandaba a comprar con una cortísima y comedida lista de cosas realmente imprescindibles, con el mensaje de que el importe de la compra “era para que lo apuntara en la libreta”. Recuerdo de pibe que en muchas ocasiones soñé con la “libreta”, en la que con orden y concierto Antoñita registraba las deudas que acumuladas a lo largo del mes eran liquidadas a principios del mes siguiente una vez mi padre cobraba su sueldo de Maestro de escuela (que nombre tan bello, y que horrible me sigue pareciendo el de Profesor de EGB).

Tengo la impresión (no fundamentada precisamente en eso que llaman “ciencia económica”) de que estamos regresando a la época en la que el cartelito de “Hoy no fiamos, mañana sí”, vamos a verlo expuesto en muchos lugares y no precisamente con la finalidad de expresar una reminiscencia humorística del duro pasado. Sin embargo, ese regreso al pasado nunca podrá ser igual, pues ahora ya casi no existen tenderos en el ámbito de la alimentación. Ahora lo que existen son “grandes superficies”, esto es, espacios mastodónticos en el exterior y en el interior en los que se acumulan coches, más coches y más coches (exterior), y consumidores, consumidores, y más consumidores (interior). Un gran parte de esos potenciales consumidores pasarán ahora a ser simplemente visitantes que si bien no podrán ver el cartelito de “Hoy no se fía, mañana sí”, advertirán sin embargo la cruda realidad de comprobar que su tarjeta de crédito ya no es tal, que su tarjeta de Alcampo, Carrefur, Eroski o la madre que los parió, es simplemente eso, una tarjeta de plástico que será rechazada por una maquinita electrónica, sin que le quepa a este la opción de reclamar la presencia de Antoñita y su libreta de apuntes.

La verdad es que hoy tengo un día malo, de negras expectativas en materia económica (debe ser por no fiarme de los economistas), y presiento que este crecimiento económico del que tanto han alardeado nuestros políticos en el inmediato pasado, nos está mostrando ahora que nunca debimos fiarnos del todo ni de los economistas, ni de los banqueros, ni de los empresarios ni de los políticos… Tal vez debimos cambiar el “Hoy no se fía, mañana sí”, por aquel otro mucho más útil y trascendente para nuestras vidas de “Hoy no te fíes, mañana sí”, al menos de economistas, banqueros, empresarios y políticos....

lunes, 2 de marzo de 2009

UNOS TRISTES, OTROS CONTENTOS Y, LOS MENOS, MÁS TRISTES O MÁS CONTENTOS


Noche de resultados electorales en Galicia y País Vasco. Rapidez en el escrutinio y, sobre todo, rapidez en conocer el resultado casi definitivo de la consulta electoral por parte de los ciudadanos. Manifestación patente del éxito de la aplicación de las nuevas tecnologías de la comunicación (y lo que aún queda por ver con vistas al futuro). Hoy lunes, período de interpretaciones, de los líderes políticos y los tertulianos de emisoras de TV y radio y también de los articulistas de los distintos medios de comunicación. Y un mensaje claro del electorado que ratifica lo que ya ocurrió en las pasadas elecciones generales: ya está bien de tanto nacionalismo excluyente. Esperemos que el PSOE y el PP lo comprendan en ese sentido y no perseveren en continuar dando alas a la “izquierda independentista o autodeterminista” o a los nacionalismos insolidarios.

Puede decirse por tanto que la fiesta de la democracia se ha saldado una vez más con la alegría de unos, los que han ganado las elecciones, y la tristeza de otros, los que las han perdido. Así es la democracia. Los votantes han determinado libremente quiénes han de ocupar el gobierno y quiénes han de estar en la oposición. Sana alegría y tristeza por parte de los ciudadanos que han ejercitado su derecho al voto, pues para los que no lo han hecho, en principio se supone que el resultado les es hasta cierto punto indiferente (lo cual debería de ser preocupante para aquellos que participan mediante el voto y, sobre todo, para los partidos políticos que son los directamente responsables de que un alto porcentaje de ciudadanos reniegue de la participación democrática).

Sin embargo, hay un pequeño sector de ciudadanos en todo proceso electoral que gozan de una cuota mayor de alegría y también de una cuota mayor de tristeza. Son los abnegados militantes de los partidos políticos y aquellos otros que incluso sin ser militantes, viven pendientes de quien gana o pierde el gobierno por las repercusiones que ello tendrá para su propia vida personal, familiar, profesional… Baste con que imaginemos a todos aquellos que anoche en Galicia vieron cómo se les esfumaba de las manos su cargo de Director General, asesor del Director General, personal de confianza del Presidente, del Vicepresidente, Viceconsejero, asesor del Viceconsejero, Consejero, asesor del Consejero, Gabinetes de prensa etc, etc. Todos estos pobrecitos y pobrecitas anoche no durmieron de la intensidad de la tristeza que les embargaba. Pero esa enorme tristeza quedaba claramente compensada por la ilimitada alegría que de seguro mostraban todos aquellos cuya cabecita y corazón habían tenido un vuelco al comprobar que de nuevo iban en unos casos a volver a disfrutar de las mieles del poder o que en otros lo harían por vez primera, pues se lo habían trabajado y tenían derecho a ello. Para ellos era también la fiesta de la democracia, sólo que para unos era una auténtica fiesta mientras que para otros era una auténtica hecatombe.

Lo que ahora hay que esperar es que los nuevos responsables políticos de cualquier nivel sean personas serias, honradas y capaces de impedir cualquier manifestación o tentación de corrupción. Esta última es, en mi opinión, la auténtica clave para que de verdad se afiance el sistema democrático en España. Esperamos y deseamos que así sea.