viernes, 27 de febrero de 2009

UNA INTERPRETACIÓN A LA BOLOÑESA


Pasen señoras y señores y vean el maravilloso mundo del circo…o del pan y circo, que decían los romanos. Encierros de alumnos en algunas universidades españolas contra la puesta en marcha del llamado Plan Bolonia, un plan verdaderamente maquiavélico para transformar las anquilosadas universidades europeas en algo nuevo y distinto, más acorde con los nuevos tiempos. Cosa, en verdad, de los estudiantes, de los de ahora y de los de hace treinta años, que se manifiestan siempre por algo aunque no se sepa en la mayoría de las ocasiones por qué. Y a pesar de todo, nos gustan esas manifestaciones y encierros, pues nos recuerdan nuestra época de juventud, ya que a pesar de protestar por otras cosas que poco tenían que ver con la investigación y la docencia, estábamos convencidos de que la razón nos acompañaba, aunque en muchas ocasiones no fuera así. Como jóvenes, teníamos entre nuestra reivindicaciones la introducción de las reglas de la democracia en el seno de la Universidad, y así nos ha ido, de fracaso en fracaso y de hartazgo en hartazgo, hasta que finalmente hemos llegado al Plan Bolonia y al firme propósito de que por fin se implemente y haga realidad el denominado Espacio Europeo de Educación Superior.

De acuerdo con la propaganda oficial del régimen, de lo que se trata es de armonizar los sistemas universitarios de los países miembros de la Unión Europea. No es de recibo que la Unión Europea siga contando con sistemas universitarios que difícilmente puede ser homologados entre sí por la cantidad de diferencias que existen entre unos y otros, y ya se sabe que una de las llamadas libertades de la Unión es la libre circulación de personas, así que uno de sus requisitos será facilitar la movilidad de sus estudiantes y luego, en el futuro, de sus profesionales salidos de las Universidades europeas. Para los estudiantes protestones, sin embargo, esta es la excusa formal de la reforma, pues en realidad, el objetivo real no es otro que acabar con el actual modelo de universidad pública y crítica (¿?) y acondicionar la universidad a las exigencias de la llamada globalización económica, esto es, a los intereses del capital transnacional que carece de patria y de sentido de la misma.

Es un poco difícil exponer aquí de manera breve y concisa lo que pensamos de Bolonia y del Espacio Europeo de Educación Superior. Sin embargo, sí que nos parece necesario poner de manifiesto que nuestras autoridades educativas (las de la nación y las de las nacionalidades y regiones), bien sea por pura ignorancia, bien por intención aviesa y consciente, nos engañan con esta historia de Bolonia. En realidad, el objetivo que se persigue no es otro que el de dar carta de naturaleza a los que nuestras universidades en realidad son: centro educativos de nivel superior (en el sentido de que expiden el título que culmina los estudios que legalmente puede realizar el estudiante), en los que se ofrece una formación general y al que acceden en realidad los que realmente quieren acceder (pues las facilidades son todas, desde becas, hasta otras para aprobar las asignaturas en las convocatorias que fueren necesarias...). Cuando de acuerdo con las directrices boloñesas se determina que la regla general es que todas las actuales carreras pasan a ser de cuatro años (título de grado), se está diciendo incluso que así se facilita más ampliamente la obtención de un título de rango universitario (los usuarios o sus padres se ahorran un año). Y luego viene la segunda parte, la especialización (título de master), que ya no precisaran cursarlo todos los estudiantes, sino sólo aquellos que efectivamente deseen obtener una especialización profesional, y finalmente, el doctorado, que será para aquellos que normalmente enfoquen su futuro a la permanencia en la propia universidad.

En otras palabras, se trata, señoras y señores, de aplicar a Europa el modelo universitario norteamericano, pero sin los americanos, su tradición, su cultura universitaria y, sobre todo, sus niveles de rigor y seriedad. ¿Por qué no nos dicen la verdad? Seríamos todos menos felices, pero también más sabios….

jueves, 26 de febrero de 2009

DESIDIA


La desidia en política (en la política democrática, al menos) se suele pagar con el pase a la oposición o con nunca llegar a ocupar el poder; es decir, tiene su correspondiente “castigo”. En otros ámbitos, sin embargo, la desidia, identificada como inercia hacia el precipicio, es un mal que rara vez es detectado o al que difícilmente se le puede poner remedio “desde dentro”, porque contamina de manera lenta y sórdida a todos aquellos que viven o entran a vivir en el contexto en el que la misma ha prendido sus raíces y extendido sus dañinos efectos.

Sin duda, existen ámbitos sociales en los que la desidia encuentra unos ambientes más propicios que otros a la hora de prender y contaminarlo todo. Uno de esos ámbitos es la Administración Pública, y dentro de ella, por lo que aquí nos afecta, la enseñanza y la investigación universitaria. En las universidades públicas, muchos de los funcionarios y personal laboral que vivimos en y de ellas (es decir, del dinero que proporcionan los contribuyentes), solemos adoptar, después de algunos años de experiencia, la pauta de comportamiento consistente en hacer las cosas que nos competen directamente más o menos bien y no preocuparnos por todo lo demás. Diríase que es esta una manifestación muy peculiar de protesta, toda vez que se circunscribe al terreno individual y nada tiene que ver con la “organización” en la que se está inserto. En el caso de los profesores, esto significa que los afectados por esta original forma de protesta “pasan” de los procesos electorales en curso (a director de departamento, a decano, a rector, a representante sindical, a comisionado para evaluar y, en general, al politiqueo universitario) y se dedican exclusivamente a sus alumnos y a sus tareas investigadoras. Claro, si el noventa por ciento del profesorado actuare de igual manera, está claro que la marcha de la institución sería seguramente óptima en cuanto al rendimiento alcanzado en materia docente e investigadora… pero no parece que esto sea así, al menos, en las dos universidades canarias que, de acuerdo con los distintos rankings que circulan en el país, son de las de peor calidad en cuanto a los parámetros generalmente aplicados para su medición.

Cuando algún medio de comunicación publica la noticia de que las universidades canarias no son precisamente universidades de excelencia, se desencadena casi de manera automática un proceso de autodefensa consistente en justificar que ello es así como consecuencia de los escasos recursos económicos con los que el Estado o la Comunidad Autónoma dota a la Universidad. Vamos, una auténtica vergüenza que sólo puede proceder de aquellos que beneficiándose del mal uso de los recursos públicos, tienen la desfachatez inaudita de pretender continuar ocultando a la ignorante sociedad canaria la desidia en la que hoy viven nuestras universidades.

¿La solución? Pues, de verdad, a estas alturas no estoy capacitado para atisbarla. Y los que crean que la solución es Bolonia, es porque desconocen la miseria humana e intelectual que hemos ido alimentando entre todos en el seno de nuestras universidades. A lo mejor deberíamos empezar por una drástica reducción de recursos económicos públicos, obligando a las Universidades a que tales recursos se transfirieran en función de resultados alcanzados…es posible que con medidas de este tipo se empezara a quebrar la desidia que hoy nos embarga en todos los ámbitos salvo para seguir “chupando” del dinero de los contribuyentes.

miércoles, 25 de febrero de 2009

LIBRO DE LA SEMANA: "GOD & GUN (Apuntes de polemología)" R. Sánchez Ferlosio, Ed. Destino, Barcelona, 2008


Hace ya algunos años que sigo a Rafael Sánchez Ferlosio en su trayectoria como ensayista, y la verdad es que cada día me sorprende más la originalidad de su pensamiento y, sobre todo, las consecuencias que de ese pensamiento obtengo en el ámbito del Derecho. Además, es para mí un personaje muy singular porque considero que con su sabiduría, fruto de su capacidad para estudiar y reflexionar sobre la realidad, se ha situado por arriba de las pequeñas y grandes miserias que habitualmente marcan los pensamientos que emanan de las personas que conformamos la institución universitaria, poniendo así de manifiesto que no siempre esa institución es garantía de que en su seno fructifique el pensamiento crítico. Como se señala en la breve reseña biográfica que aparece en la contraportada del libro, “su máximo título académico es el de bachiller. Habiéndolo emprendido todo por su sola afición, libre interés o propia y espontánea curiosidad, no se tiene a sí mismo por profesional de nada”. En todo caso, lo que sí resulta de todo punto sorprendente en esta sociedad nuestra, es que finalmente la misma –incluida la reticente institución universitaria- haya reconocido a nuestro autor sus innegables méritos, tanto en su vertiente literaria como ensayística, lo cual es de agradecer desde el punto de vista de que tal circunstancia ha propiciado una mayor difusión de su pensamiento.

He de reconocer que la primera lectura del libro la realicé entre un vuelo a Madrid y mi estancia en la ciudad durante un fin de semana. Como siempre, acompañado de un lápiz para subrayar y marcar lo que despertara mi interés. Luego, en mi regreso a Tenerife, coloqué el libro en la estantería y dejé pasar un tiempo, unos tres meses, más o menos, en que volví sobre el mismo para redescubrir perspectivas que ya había advertido y ver otras nuevas que se me abrían en esta nueva lectura.

Voy a reproducir aquí una cita un poco extensa que he de confesar me ha resultado totalmente clarificadora a la hora de comprender la percepción que la nobleza y la burguesía tienen del Derecho como orden normativo y de cuál es su legitimación como tal orden. Se trata, en mi opinión, de un texto que sólo puede ser calificado como sublime (es todo un curso de sociología del Derecho en dos páginas) y expresivo de cómo el empleo del lenguaje en manos de Sánchez Ferlosio se torna en pura belleza capaz, sin embargo, de sublevar y poner en guardia a las neuronas más acomodaticias ante el discurrir cotidiano de la realidad y al papel que juegan las ideologías en su justificación.

“Cuando, hace pocos años, se quemó en Barcelona el famoso Teatro del Liceo, me llamó la atención el que dos damas hijas de la alta burguesía barcelonesa, al comentar en sendos artículos la catástrofe y refiriéndola a los recuerdos de su propia juventud, cuando, vestidas de gala, entraban a la función, coincidiesen curiosamente en evocar la gran aglomeración de los pobres –por abarcar con esta palabra a las clases modestas, desde los obreros hasta la pequeña burguesía, excluidas de cualquier posibilidad de acceso a la función- que se formaba a las puertas del teatro, para ver y admirar a los elegantes señores, a las damas, con `sus tocados, sus vestidos, sus olores´, a los galanes, con ‘aquellas ropas chapadas que traían’. Y entonces se me antojó pensar que esta pervivencia en el recuerdo, como un dato relevante común a ambas articulistas, de la imagen de los pobres que miraban a los privilegiados, o más precisamente, el recuerdo de haberse sentido miradas, era una característica significativamente propia de la burguesía por contraposición a la antigua aristocracia. Las damas aristocráticas ni tan siquiera habrían visto a los pobres, ni menos todavía se habrían sentido miradas y admiradas; para ellas los pobres habrían sido, por así decirlo, ‘un paisaje natural’, o diciéndolo en términos de la psicología de la Geltalt, no habrían sido ‘figura’, sino ‘fondo’, un fondo que ni verían ni por el cual podrían sentirse vistas. La aristocracia no sentía al pobre como ‘su depredado’, porque la depredación había sido llevada a cabo por el medio natural de las armas; el burgués sí siente al pobre como su robado, porque el robo ha sido llevado a cabo por el medio social de la explotación. Para el burgués el pobre ya no es ‘naturaleza’, sino ‘sociedad’; lo ve porque ha dejado de ser ‘fondo’ ya ha pasado a ser ‘figura’, en la medida en que contractualmente pertenece a su propia sociedad, y, por lo mismo, podrían intercambiarse los lugares. Siente que la legitimidad de su privilegio con respecto al pobre, por cuanto ambos forman parte de la misma sociedad, es relativa, y, por lo tanto, discutible. Esta diferencia entre el burgués y el aristócrata vendría a significar a fin de cuentas que también para el burgués sigue valiendo, de manera latente, el principio de que el derecho creado por las armas es el único fundamento verdadero de legitimidad; de que la violencia es el origen del concepto mismo de ‘legitimidad’. Por eso el alma del burgués no logra apagar del todo en sus entrañas la inquietud de que su estatus de riqueza no es tan legítimo como el ‘más valer’ de los antiguos señores de la guerra; y por muchos esfuerzos que haga por hallar el criterio de una ‘nueva legitimidad’ que rechace la creada por el derecho de las armas, adivina que tendría que suprimir, junto éstas, el propio concepto de ‘legitimidad’. Por eso la transacción más aceptable, en la misma medida en que reintroduce solapadamente la ‘naturaleza’ y con ella la violencia, ha sido la habilitación de la struggle for life para la sociedad, o sea el llamado `darwinismo social’; y así la única fórmula, apenas precariamente convincente, para legitimar lo expoliado mediante explotación consiste en equiparlo a lo ganado, por los propios méritos, en una supuesta contienda social. Pero de esta manera el burgués va a reencontrarse con el aristócrata, en la misma medida en que, a través de la fraudulenta introducción de la doctrina de la struggle for life, fundamenta su derecho al ‘más valer’ en el antiguo criterio del que nació la noción misma de ‘legitimidad’: la ley del más fuerte” (pp. 93-94)

viernes, 20 de febrero de 2009

TRISTEZA

Hoy, como casi todos los días de la semana, acompañado por mi buena amiga Isabel, salimos a tomarnos el cortado mañanero al bar de la Facultad de Ciencias Económicas, que además de quedar muy cerca del edificio de la Facultad de Derecho, hay que reconocer que utiliza un café de mayor calidad que el empleado en mi Facultad (bueno, la verdad es que los niveles de calidad de todo lo de mi Facultad están cada más por los suelos). Por cierto, siempre me ha llamado la atención el hecho de que los precios que se pagan en estos bares universitarios son considerablemente inferiores a aquellos otros que se pagan fuera de la Universidad. Es algo totalmente absurdo…pero en fin, está claro que tal circunstancia es aceptada por el concesionario sobre la base de condiciones que realmente desconozco, pero que en ningún caso creo se puedan traducir en pérdidas para el mismo. Todo lo más, este tipo de precios posiblemente subvencionados, son manifestación de un privilegio más de los muchos que aún tienen los estudiantes y los profesores en las universidades públicas españolas.

A la salida del bar nos encontramos con otro buen amigo que nos comentó lo desagradecida que era nuestra Universidad con sus empleados, ya fueran estos profesores o miembros del personal de administración y servicios. En particular, nos comentó el caso de una excelente funcionaria que durante muchos años había desarrollado ejemplarmente su trabajo en el Rectado, que al jubilarse no había tenido por parte de las autoridades académicas el más mínimo detalle a toda una vida dedicada a la Universidad (ni tampoco por parte de la Junta de Personal o del Comité de Empresa o de cualquiera de esos órganos que dicen representar al personal y que casi no tienen utilidad ninguna y que en realidad son una rémora para la institución universitaria).

Cuando pensé en la persona a la que se refería nuestro amigo, me entró un poco de melancolía y por un instante pasaron por mi cabeza los años que tan rápidamente han transcurrido desde que ingresé como alumno en la Facultad de Derecho. Pero la melancolía rápidamente se transformó en rabia contenida, pues la verdad es que cada día que pasa me doy más cuenta de que trabajo en una Universidad que en general no se fortalece en cuanto a sus niveles de prestigio académico, sino que ocurre más bien lo contrario, que cada día que pasa se deteriora asentándose una especie de espíritu fatalista generalizado que se traduce en ocasiones en auténtica desidia.

Desde hace ya algunos años, he visto cómo algunos colegas se jubilan y abandonan definitivamente la Universidad ; a otros, que definitivamente abandonan la Universidad y también este mundo conocido; y a otros que se reenganchan porque dicen tener méritos para ser eméritos, y siempre es igual, dejan de venir un día (incluidos los que se reenganchan) y a partir de entonces nadie los recuerda y mucho menos los reclama. Es como una especie de rueda trituradora que esporádicamente se concreta en algún caso en que a alguien se le ocurre poner el nombre del desaparecido a una aula, a un salón de grados o a un paraninfo, vamos, una auténtica estupidez en mi pobre, inútil e intrascendente opinión.

He hecho prometer a mi familia que si llegara a desaparecer antes de llegar a mi edad de jubilación voluntaria o forzosa, impidan –o al menos no participen de ello- un hipotético acto de recuerdo u homenaje a mis años en la institución por parte de mis colegas (amigos y enemigos). Sería una afrenta para mí y una tristeza inconmensurable que cargaría en mi otra vida. En cualquier caso, estoy seguro que ello no va a ocurrir, menos mal.

jueves, 19 de febrero de 2009

VEHEMENCIA


Siempre he preferido la vehemencia y la pasión ante determinados acontecimientos humanos, que la actitud supuestamente reflexiva que trata de entender las causas del problema y que una vez determinadas sirven para publicar un artículo en una revista científica y justificar puntos para un nuevo complemento retributivo. Pero mientras esto último ocurre, las causas siguen provocando los efectos de la enfermedad o del desorden y el investigador se limita a adoptar una actitud pasiva y a responsabilizar a los políticos de todos los males presentes y futuros que nos rodean.

Una de las últimas cosas que he tenido oportunidad de ver es las actitud que algunos profesores e investigadores universitarios pertenecientes a las Facultades de Derecho mantienen con relación a la primera convocatoria de huelga realizada por los jueces españoles. Todos estos capullitos de alelí debaten y debaten en torno a la constitucionalidad o no del instrumento de la huelga por parte de los jueces. Y muchos de ellos concluyen de manera terminante y científicamente fundada que en términos jurídicos es claramente inconstitucional la huelga como instrumento de defensa de los intereses de los jueces. Sin duda, una conclusión –aparte, claro está, de ser favorable a los intereses del Gobierno y del partido en el poder- que está amparada en términos jurídicos pero que como no podía ser de otra forma, obvia el tema sustantivo o material de la existencia del conflicto. Y es que estos chicos y chicas progres que en la Universidad se dedican a la enseñanza e investigación, cuando de defender al Gobierno se trata, son capaces de ser más formalistas que el propio Kelsen. No tienen el más mínimo reparo…

Bien es verdad que entre los jueces españoles hay de todo: gente trabajadora y sacrificada y vagos redomados; honrados y corruptos; profesionalmente competentes y auténticos ignorantes….También, que en el actual conflicto que han planteado, muchos han aprovechado para tratar de obtener aumentos retributivos y de otro tipo. Pero todo esto es pura anécdota con relación al que yo creo que es el motivo nuclear de la huelga como medida de protesta constitucionalmente legítima: el hartazgo de tener que soportar una Administración de Justicia ineficaz, ineficiente, anquilosada, colapsada, decimonónica, irrespetuosa con los derechos de los justiciables, etc, etc. Uno de los principales protagonistas de la prestación de uno de los servicios fundamentales que se supone ha de prestar el Estado, los jueces, han dicho por fin ¡!!!!!!BASTA¡¡¡¡¡, y lo han hecho mediante el empleo de un instrumento que por vía material nos está vedado a los ciudadanos como tales, la huelga. En otras palabras, han utilizado la huelga, prevista como derecho de los trabajadores en la defensa de sus intereses, como instrumento para defender los derechos de los ciudadanos que no recibimos un servicio digno por parte de la Administración de Justicia.

En la Junta de la Facultad de Derecho de mi Universidad celebrada el pasado día 17, propuse que constara en acta mi apoyo a la primera huelga de jueces de España. Es un detalle y fue además expresado de manera vehemente.

miércoles, 18 de febrero de 2009

APRENDER DE LA EXPERIENCIA DE OTROS


Es realmente complicado contar con una versión de los acontecimientos pasados que pueda ser calificada como definitiva e indiscutible. Está claro que los profesionales que se dedican a este menester de la historia, tratan por lo general de dar una explicación de tales acontecimientos a partir de los hechos (documentos, pruebas, testimonios, etc.) y con la conciencia de tratar de no influir en una determinada interpretación de los mismos. Sin embargo, es harto difícil lograrlo, pues de alguna forma siempre estará presente esa visión subjetiva del historiador que se retrotrae en el tiempo y analiza con su cerebro y sus sentimientos actuales las denominadas pruebas objetivas existentes. Pero en fin, tampoco es mi intención poner en cuestión la labor de los historiadores.

Lo que sí me interesa cada vez más es conocer la experiencia vital de aquellos hombres y mujeres, niños y niñas, que tuvieron la oportunidad o la desgracia de vivir o sufrir determinados acontecimientos trascendentales para sus vidas. Y me refiero aquí a acontecimientos con trascendencia colectiva pero con profunda incidencia en la vida personal de los protagonistas activos o pasivos de los mismos.

Pensemos en un acontecimiento histórico como el de la guerra civil española. Existen miles de publicaciones que abordan este conflicto desde una perspectiva histórica. Pensemos en otro acontecimiento más reciente en el tiempo, en la transición española a la democracia. Existen cada vez más publicaciones y testimonios de los que vivieron esos acontecimientos. Todas esas publicaciones conforman una fuente de interés indudable a la hora de conocer cómo transcurrieron los hechos en uno y otro caso, pero junto a ello, están también los testimonios no publicados de personas que directamente vivieron tales hechos históricos. Conocer de primera mano esas historias personales nos lleva de verdad a conocer desde la piel de sus protagonistas directos una realidad que nosotros no vivimos, y nos lleva también a tratar de ver, sin el apasionamiento propio de los protagonistas, cómo de verdad se vivieron esas realidades desde la óptica personal de esos seres humanos. Es la historia de la vida de los seres humanos de carne y hueso, teñida de ilusiones y fracasos, de esfuerzo y trabajo, de perspectivas de futuro y frustraciones, de traiciones y engaños, de satisfacciones…en fin, es otra historia que muchas veces nada o poco tiene que ver con la Historia con mayúsculas, que normalmente prescinde de esas pequeñas historias para dar una visión supuestamente “objetiva” del pasado.

Pienso ahora mismo en la llamada historia del movimiento de liberación nacional de Euzkadi. Espero que dentro de 100 años no exista un Estado vasco, pero si así fuere, la Historia relativa a su constitución seguramente “olvidará” el sacrificio pagado con la vida y la angustia de la opresión que a diario vivieron muchos españoles que sintiéndose vascos se opusieron con todas su fuerzas a que en el futuro existiera esa Historia. Me quedo en este caso con las pequeñas historias de los que hoy sufren la opresión y hasta hace bien poco la desconsideración más absoluta (las víctimas), que con la Historia de los que creen que algún día acabarán con la resistencia de los rebeldes.

martes, 17 de febrero de 2009

DUDA


No, no me diga que se pondría usted en el lugar de… el padre de Marta, esa joven sevillana que fue presuntamente asesinada por su exnovio y que luego fue arrojada a las aguas del río Guadalquivir. No me lo diga, porque es imposible que así fuere. Hay que estar en esa situación de verdad, esto es, realmente, para saber qué es lo que se puede sentir por la pérdida de una hija en tales circunstancias. Exactamente igual que hay que estar también de verdad en la situación en la que se hallan los padres del presunto asesino, para saber qué se siente cuando este es detenido y esposado por la policía y conducido ante el juez, ante una muchedumbre dispuesta irracionalmente a tomarse la justicia por su mano y asesinar al presunto culpable.

Pero a pesar de todo, lo decimos, lo pensamos y nos imaginamos cómo reaccionaríamos ante tremenda hecatombe que acaba con la vida de un ser querido y que cambia radicalmente las condiciones de vida de los que sufren esa pérdida. En mi caso, cuando oigo la noticia de la detención del presunto culpable, que además ha confesado su crimen, manifiesto sin pensar mi sentimiento de venganza: le mataría. No sé cómo, pues ni me lo planteo, pero le mataría sin pensármelo… sí, sin pensármelo, sin el atisbo de la menor clase de duda (me viene ahora a la memoria la escena real de una madre que en Alemania entró en la sala de juicio y disparó varios tiros contra el asesino de su hija).

En el complejo mundo de la mente humana, debe existir un punto en el que el ánimo de venganza, siendo totalmente natural, pierde sin embargo la posibilidad del retorno a la racionalidad, esto es, a la normalidad de la vida tal y como la misma está organizada en el momento en que transcurren los acontecimientos de que se trate. Es verdad que en determinados sistemas legales, ese punto de retorno se formaliza teóricamente mediante la aplicación de la pena de muerte al culpable, dando de esta forma supuesta satisfacción a los familiares de la víctima, que ven así cómo sus frustrados deseos de legítima venganza son satisfechos por un tercero (el Estado) de manera fría y protocolaria. Y sin entrar aquí en el debate en torno a la pena capital, me parece a mí que allí donde la misma esté en vigor, lo más justo sería siempre dar opción a los familiares de la víctima para que pudieran ejercitar el perdón del culpable, o bien, la opción al propio culpable para no aceptar ese perdón y optar por la pérdida de su vida en estricta compensación a la muerte que el mismo ha provocado (por cierto, creo que este es en definitiva el mensaje que nos transmite la película “Siete almas” protagonizada por Will Smith).

El punto de no retorno de la venganza es en todo caso siempre la muerte: la de la víctima, que ya es por sí misma irreparable, y la del culpable. Así que analizando el tema “como si yo estuviera en la posición del padre de Marta…”, me hallaría en una primera fase disparando al presunto culpable (siempre es una muerte más aséptica que la de quitarle la vida mediante otros procedimientos menos tecnificados). En una segunda fase, esto es, cuando el Estado ha arrebatado al presunto culpable de mi natural ámbito justiciero y mi natural venganza, y ha impedido que la chusma se tome la justicia por su mano para cometer un execrable asesinato anónimo-colectivo, espero que mi mente reaccione al margen de mi corazón y mis emociones, y me permita volver al ámbito de la racionalidad, que no es otro que el de la ley y la existencia de la justicia que, con todas sus imperfecciones, siempre será mejor que la barbarie que supone el “ojo por ojo…”, o el puro y duro linchamiento de la siempre injusta chusma desalmada. No tengo la menor duda de ello, aunque en el fondo espero no experimentar nunca la situación que han vivido los padres de la pobre Marta.

lunes, 16 de febrero de 2009

IDEALES

Mi amiga Alice me recordaba ayer en un comentario que era imposible concebir al ser humano sin ideales. Y estoy totalmente de acuerdo con ella. Los ideales son casi como la expresión estratificada de nuestro recorrido vital a partir, fundamentalmente, de nuestra juventud física, pasando por nuestro período de madurez y terminando por nuestra vejez física, que no necesariamente mental. En todos esos períodos de nuestra vida los seres humanos vivimos animados por nuestros ideales, que serán más o menos amplios en función de las circunstancias y experiencias vitales de cada uno de nosotros, pero que en general suelen coincidir, como es lógico, en la mayoría de los humanos.

Es verdad que los ideales suelen identificarse casi en exclusiva con la política, dando lugar a la ya tradicional distinción entre derecha e izquierda, o conservador y progresista, o revolucionario y reaccionario…. Sin embargo, reducir los ideales al campo de la política es tanto como entender que los ideales a los que aquí nos estamos refiriendo son las denominadas ideologías políticas. En realidad, los ideales son para nosotros algo que va mucho más allá del mundo estricto de la política. Se trata de visiones del mundo que hemos ido conformando paulatinamente en nuestras respectivas trayectorias y que comprenden una multiplicidad de aspectos que dan sentido a nuestra propia existencia. Sin duda, habrá personas que legítimamente participen de esta reducción consistente en identificar sus ideales con una determinada ideología política, y que contemplen todo en la vida a partir de tales presupuestos ideológicos. Pero no es ese nuestro caso.

En el tiempo de la juventud física, no es extraño que concibamos el mundo en términos elementales, esto es, sin complicaciones. Estamos en una fase de tal intensidad vital que a veces es normal nos impida asimilar bien nuestra posición en el mundo y la fijación de nuestros ideales vitales. Pero parece claro que es en esa fase donde damos los pasos decisivos para conformar nuestro ser en el inmediato presente y también en el futuro. Si en esta fase permanecemos indiferentes y no nos rebelamos ante el atropello y la injusticia concreta que pueda cometerse ante nuestras mismísimas narices, difícilmente lo vamos a hacer cuando pasado el tiempo y alcanzada la madurez nos creamos que vivimos de acuerdo a algún tipo de ideal. Seguramente viviremos de acuerdo a un ideal, pero casi con toda seguridad este será el de la mentira tranquilizadora de conciencias que proporciona el cinismo más escandaloso.

Creo que entre los ideales que existen y se repiten en muchos seres humanos, uno que me parece de la máxima relevancia es el del sentido de la rebelión. Puede parece una broma de mal gusto, pero en realidad no lo es. Mi ideal es ser toda la vida un auténtico rebelde; sí, un tipo que se rebela contra lo que considera un injusticia aún a riesgo de comprobar que eso va contra la opinión de la mayoría o incluso contra la de aquellos que profesionalmente están encargados de impartir justicia. Es la diferencia entre acatar la ley o la sentencia y manifestar abiertamente mi disgusto ante la misma por considerarla contraria a mis ideales vitales. Es en definitiva la diferencia entre los que creen que el ideal de la democracia se logra pura y simplemente con las mayorías, y no con el respeto a cuestiones que muchas veces están más allá del puro contenido de una ley aprobada por mayoría.

La confianza en que este ideal de la rebelión nunca desaparecerá del todo en los seres humanos, es lo que me permite vivir de manera más sosegada en este mundo complejo, pues serán precisamente los rebeldes los que de una u otra forma tratarán siempre de impedir que caigamos en la barbarie.

sábado, 14 de febrero de 2009

LIBRO DEL FIN DE SEMANA

“Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales”. Rafael del Águila. Ed. Taurus. Madrid, 2008.

Inicio hoy una serie de comentarios relativos a libros y a artículos que he leído y que pienso pueden ser de interés para los lectores de este blog a la hora, sobre todo, de que les puedan incitar también a su lectura. Al margen de la búsqueda de los trabajos existentes sobre mi especialidad de Derecho Financiero y Tributario (por cierto, en general cada día más plomizos y carentes de auténtico interés desde el punto de vista del pensamiento crítico que se supone se cultiva en la Universidad española), tengo la costumbre de acudir de vez en cuando a las librerías en busca de no sé qué exactamente, pero lo cierto es que casi siempre esa búsqueda se materializa en algún libro cuya lectura me parece de interés. En otras ocasiones, acudo raudo y veloz los lunes a la liberaría con mi suplemento literario de los sábados del ABC o El País, en el que he marcado algún libro que me interesa a partir de la lectura de su recensión en dichos suplementos. Esta última ha sido la vía seguida para hacerme con el libro del que fuera catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, Rafael del Águila, desgraciadamente fallecido el pasado día 13 de febrero. (Ya en el capítulo de agradecimientos contenido al final del libro señalaba el autor: “Quiero también agradecer muy especialmente a Luis Paz Ares, Daniel Castellano y Pedro Domínguez, mis médicos, por haberme regalado el tiempo y la calidad de vida necesarios para escribirlo”).

Ante todo, he de señalar que me he leído el libro casi de un tirón, pues además de estar bien escrito y muy bien entrelazada la argumentación seguida por el autor para sustentar sus tesis, éstas últimas coinciden en gran medida con mis propias ideas sobre el significado y las consecuencias nefastas que para la humanidad han tenido determinadas ideologías. Las dos primeras “constelaciones ideológicas” a las que se refiere el autor son, de alguna forma, ampliamente conocidas en cuanto a los efectos perniciosos derivados de las mismas en la más reciente historia de la humanidad. Es el caso de las ideologías fundamentadas en el “ideal emancipatorio” (la mirada al futuro para la construcción del “hombre nuevo” de la revolución bolchevique primero y cubana después, por ejemplo), o aquellas otras que encuentran su razón de ser en propugnar el “ideal de la autenticidad”, (la recuperación de los valores perdidos, mirando permanentemente al pasado: “Hay que mantener nuestra incorruptibilidad y expulsar todo lo que se le opone. Garantizar nuestra pureza. Exterminar todo lo necesario para evitar la contaminación. Y, nosotros, debemos someternos, y someter a aquellos otros con los que aún quepa alguna esperanza de regeneración, a un proceso de purificación”) (p. 172). Con mucha razón y también sentimiento, el autor dedica su libro “a las víctimas de los ideales, especialmente a las víctimas del 11-M”.

Sin embargo, la auténtica tesis original que defiende el autor y que me ha llamado la atención, pero sobre todo, que me ha hecho reflexionar, es la relativa a la utilización de la idea de la democracia como idea central de una nueva constelación ideológica con consecuencias que, a juicio del autor, han de ser calificadas como nefastas. Es el empleo de la defensa de los “valores democráticos” a través de su identificación con una especie de misión mesiánica que Dios ha encomendado al gobierno de los EE.UU para así lograr expandir dichos valores entre los países que forman parte del “Eje del Mal”.

El autor analiza la trayectoria del expresidente Bush, sus discursos a la Nación y, sobre todo, la influencia determinante que en la legitimación ideológica de su política exterior claramente belicista han tenido las corrientes fundamentalistas cristianas y del llamado pensamiento neocon, como manifestaciones patentes de esta nueva ideología de la derecha norteamericana.

Al margen de poder estar o no de acuerdo con algunos de los planteamientos del autor, al menos en cuanto a los matices, es lo cierto que sí que lo estoy plenamente cuando señala que “enfrentar la realidad con esperanzas y sin ilusiones, ser veraz con uno mismo, no engañarse con cuentos balsámicos, estar dispuesto a evolucionar hacia otras posiciones, no es algo que sea típico de sociedades o individuos débiles. Más bien son las muletas metafísicas, los grandes ideales que ofrecen seguridad, garantías y certezas, los que denotan a la postre debilidad. Y esto lesiona la capacidad y el coraje necesarios para enfrentarse al mundo, aprender y evolucionar. El peligro de los ideales dogmáticos y fanáticos reside en la incapacidad absoluta para hacer esto” (p. 180-181).

El libro es clara expresión de ese ideal anterior, es decir, del pensamiento crítico que agraciadamente también está presente entre muchos de los investigadores que desarrollan su misión en el seno de la Universidad española.


viernes, 13 de febrero de 2009

DESCONCIERTO CON DESGOBIERNO


Una de las acepciones de la palabra desconcierto es la de desorden y descomposición. Aplicada a la situación en la que en la actualidad se encuentra el Partido Popular, es posible que para muchos sea una palabra que resulta excesiva. Sería este, seguramente, el caso de los militantes del partido o de aquellos que sin serlo, se sienten muy identificados con el mismo. Sin embargo, para otros, entre los que me encuentro, que alguna vez han votado por el PP y que cada día que pasa ven en este partido la única alternativa real al desgobierno del PSOE en el ámbito nacional, el término desconcierto es sin duda el más ajustado para expresar una doble percepción de la realidad: de una parte, la ausencia de un liderazgo sólido en el seno del PP; de otra, la presencia de presuntos elementos corruptos que ensombrecen el sacrificio y esfuerzo de los militantes y de la mayoría de los líderes políticos populares, y que posibilitan la “carnaza” necesaria para que los adversarios políticos desvaloricen las propuestas alternativas de gobierno del PP y “tapen” a la par la ausencia total por parte del PSOE de alternativas serias a la peor crisis económica de los últimos años que vive nuestro país.

Yo no creo en absoluto que las manifestaciones de corrupción en el ámbito de la política sean consustanciales al poder. Lo que sí creo es que son los partidos políticos que están en el poder o con expectativas fundadas de estarlo, los que se transforman en puntos de referencia fundamentales para los que ya son corruptos, o para los que sin serlo con carácter previo, se hacen corruptos una vez ocupan posiciones de poder. En uno y otro caso, los corruptos saben bien cómo manejar los hilos –algo por cierto nada complicado cuando socialmente existe cierta condescendencia hacia la corrupción en general- para comprar voluntades o acallar conciencias a la hora de enriquecerse u obtener prebendas ilegalmente. En este ámbito, lo grave no es tanto que exista la figura del corrupto, como que la persona que es honrada se conforme con serlo y permita por omisión que el corrupto prospere en su actuación. Desde esta óptica, no es extraño por consiguiente que los casos más numerosos de corrupción se hayan descubierto en aquellos partidos que ocupan posiciones de poder (PSOE, PP, CIU, PNV, CC…), y que ello provoque que para muchos ciudadanos “todos los partidos y todos los políticos sean iguales en materia de corrupción”.

Esta última sensación es la que a mí me ha provocado la última comparecencia del Sr. Rajoy y la plana mayor del Partido Popular a la hora de “condenar” la actuación del juez Garzón con relación a los presuntos casos de corrupción de algunos militantes del PP y de empresarios allegados al mismo. No dudo lo más mínimo en que la actuación judicial pueda haberse hecho pública con una finalidad política, esto es, con la finalidad de perjudicar los legítimos intereses del PP. Pero dicho esto, la declaración del Sr. Rajoy tenía que haber sido una declaración tajante y radical exigiendo al juez que llegara en su investigación hasta donde fuere necesario a fin de así descubrir cualquier posible practica corrupta que pudiera afectar los legítimos intereses de un partido serio, cuya seña de identidad en un momento determinado fue precisamente la denuncia implacable de la corrupción practicada por determinadas autoridades políticas socialistas.

No ha sido así, y por ello estoy desconcertado. “No es esto, no es esto…” lo que muchos esperábamos de alguien que pretende ser la alternativa a tanto desgobierno.

jueves, 12 de febrero de 2009

CORRUPCIÓN EN LA POLÍTICA: EL RAYO QUE NO CESA


El ser humano por naturaleza no es corrupto, pues la corrupción es un atributo que sólo puede ser comprendido y explicado a partir de la pertenencia del hombre a un grupo socialmente organizado. El ser humano es el único animal vivo capaz de emplear su inteligencia para lograr provecho propio bajo la apariencia permanente de dar su tiempo y hasta su vida por los demás miembros de su especie. En otras palabras, el hombre es el único animal con capacidad ilimitada para utilizar su inteligencia cínicamente, máxime, si de esa utilización se derivan consecuencias beneficiosas de todo tipo que además de ser contrarias a la ley, son claramente contrarias a la ética más elemental.

Otra vez la actuación del juez Baltasar Garzón en un caso de presunta corrupción asociada con la política. Y otra vez, los dirigentes políticos del máximo rango, en este caso del Partido Popular, tratando de establecer como probado un hecho que la realidad hasta el presente se ha encargado de negar: que la actuación de los fiscales y de los jueces es una actuación corrupta. Desgraciadamente, y también con ocasión de una actuación del juez Garzón, hace ya algunos años que tuvimos oportunidad de escuchar a los máximos dirigentes del PSOE que dicha actuación era también “corrupta” y que, en definitiva, dirigentes como José Barrionuevo, Vera, Colorado, Roldán….eran pura y simplemente objeto de una persecución judicial injustificada.

Después de treinta años de democracia, me temo que aún no ha habido un solo congreso de las fuerzas políticas de ámbito nacional y mayoritarias (PSOE y PP), en el que la ponencia central a debatir fuera la corrupción en la política y los medios e instrumentos para atajarla. La presunción generalizada que existe entre la ciudadanía de que en todos los partidos políticos florece –y se consiente por activa o por pasiva- la corrupción, es una presunción que tiene muchos elementos racionales para llegar incluso a afirmar en términos políticos –no jurídicos, obviamente- que la misma está muy arraigada en la práctica diaria de los responsables políticos. No pasa un solo día en que los ciudadanos no nos levantemos sin conocer un nuevo caso de presunta corrupción entre la clase política; presunción que en la mayoría de los casos luego se confirma como que efectivamente los hechos eran de tal naturaleza.

Que no todos los políticos son corruptos, por supuesto; pero que los corruptos actúan en la mayoría de los casos ante los oídos sordos y la inactividad de los honrados, es un hecho que cada día que pasa me parece más evidente. Precisamente por eso, como ciudadano, agradezco que la policía, la fiscalía y los jueces, actuando con todas las garantías previstas por la ley, se encarguen sin temor alguno de descubrir y perseguir de forma implacable a los corruptos que existen en el mundo de la política.

No soy un pesimista en términos antropológicos, pero cada día que pasa me parece más grave el tema de la corrupción en la política, máxime además en un período de crisis económica profunda que ha de conducir necesariamente en un corto período de tiempo a que los ciudadanos salgamos a la calle a gritar y exigir la reducción de sueldos y prebendas de tantos politicastros y, sobre todo, la conducción a la cárcel de tanto corrupto relacionado con la política.

miércoles, 11 de febrero de 2009

SI TE VAS A DIR, DITE Y ER QUE SE FU, FU


Ayer y hoy han sido días de presentación de reclamaciones por parte de mis alumnos a las calificaciones obtenidas en la convocatoria de una de las asignaturas que imparto correspondientes al primer cuatrimestre en la Universidad de La Laguna. Por lo general, desgraciadamente, vienen con cierto nerviosismo y no con el ánimo de estar ejercitando un derecho, sino más bien, con el ánimo de que el profesor sea condescendiente y atienda, casi como quien realiza un favor personal, la solicitud para ver y comentar el examen realizado. Y no, rotundamente no, es que defienda aquí que los derechos se tengan que ejercitar con arrogancia y malcriadez, pues eso sería una auténtica estupidez que coincidiría con aquella otra que parte de considerar que los profesores refuerzan su auctoritas cuando tratan a sus alumnos como seres inferiores que nadan en el mar de la ignorancia.

No es exagerada la afirmación de que personalmente cada curso aprendo algo nuevo de mis alumnos. Siempre es así, pues cuando pierden el santo temor al profesor y se vuelcan a hablar y expresar abiertamente sus ideas y visiones de la materia, suelen abrir nuevas perspectivas que el profesor por sí mismo, sujeto en cierta forma a la rutina que suelen imponer los años, no ha visto o no ha optado por profundizar sobre la misma porque justo hasta ese momento nadie le había hecho reparar en esa nueva perspectiva que le ha abierto el alumno.

Pero viene todo esto a cuento de que a una de las alumnas que vino a reclamar, y que por cierto dio lugar a que yo advirtiera que le había calificado erróneamente su ejercicio práctico, le dijera en tono de broma que si no estaba de acuerdo con mi calificación debería ir a “reclamar al maestro armero”. La carita de la alumna fue no sólo de sorpresa, sino de extrañeza total: “¿Al maestro armero?”. “Sí, si, al maestro armero… ¿No sabe usted quién es el maestro armero?... Pues va usted aviada en esta vida…”.

Claro, lo de “ir a protestar al maestro armero”, es lógico que no lo supiera la alumna, entre otras razones, porque es una típica expresión castrense que hoy todavía se utiliza entre aquellas generaciones, como es mi caso, que tuvimos que cumplir con el servicio militar obligatorio. Pero es que hoy no sólo ha dejado de existir ese deber general de todos los ciudadanos, sino que además, los cauces de protesta se han ampliado en tanto en cuanto los ciudadanos han conquistado nuevos derechos... cuestión distinta es que la reclamación de esos derechos encuentre luego en la práctica los cauces adecuados para su efectiva realización (v.gr. Administración de justicia).
En fin, que mientras dialogaba con mi alumna haciendo uso de una expresión tan extraña y surrealista para ella, pensé en aquella otra con la que encabezo la presente parida y que ya no me atreví a decirle no fuera a ser que me calificara como chiflado: “Si te vas a dir, dite, y er que se fu, fu”.

martes, 10 de febrero de 2009

OFF


Bueno…, sí, no está mal, es entretenido, contactas con gente interesante y menos interesante y puedes hacer muchos amigos y amigas virtuales. Todo eso combinado con multitud de aderezos que la propia compañía pone a tu disposición para que te dirijas a tus amigos y amigas ofreciéndoles una multiplicidad de cosas y/o actividades: desde formar un grupo de apoyo a algo o alguien, o enviar corazones, besos o abrazos, hasta intercambiar notas personales y bajar videos de yotube y reproducirlos en la comunidad virtual de la que formas parte. Todo esto y seguramente mucho más es “Facebook”. Lo único que se precisa es un ordenador personal, conexión a internet y, sobre todo, tiempo para dedicar a la comunidad virtual.

La verdad es que las llanadas nuevas tecnologías de la información están cambiando nuestro modo de vida sin que apenas nos demos cuenta de ello. Parece que todo se encamina a partir de las mismas y que aquel que se desconecte del proceso va a estar en un corto período de tiempo bastante perdido. Espero que no sea mi caso, pues por mi trabajo la verdad es que ya me resulta imprescindible estar conectado a Internet a todos los efectos y casi que en todos los lugares o, al menos, utilizar el ordenador como instrumento de trabajo.

Sin embargo, lo que no veo como imprescindible es estar formando parte de una comunidad virtual como “Facebook” u otra de similares características. En este caso, creo que esta pertenencia es más consecuencia de un entretenimiento y una curiosidad, que de una necesidad, salvo, claro está, que la pertenencia inicial se transforme en una adicción. Y cuando esto sucede, el resultado puede ser catastrófico o, por lo menos, no deseable en orden al necesario equilibrio mental-temporal que cada uno de nosotros debe procurar seguir.

En mi corta experiencia como miembro de la comunidad de “Facebook” he podido comprobar que todos los elementos que la rodean están diseñados para lograr el objetivo de la adicción o dependencia. Claro, ya se que el transformarse en adicto o no depende del grado de fuerza de voluntad de cada uno, pero lo cierto es que en tan corto período de tiempo yo he experimentado el hormigueo que se siente un fin de semana estando en el Sur de la isla sin el ordenador y sin conexión con la comunidad virtual, y cómo las ganas de conexión insatisfechas se acrecientan a medida que se aproxima el regreso de nuevo al hogar, dulce hogar… Y esto, queridos amigos y amigas de dentro y de fuera de “Facebook”, no puede ser…y aunque pueda ser posible, estoy por impedir que lo sea.

Así que de momento voy a colocar la palanca en OFF y a procurar no visitar a mis amigos y amigas por un cierto tiempo. Espero que sepan comprenderme y, sobre todo, que no vayan a añorar mi apagamiento temporal. Un beso para todos y todas…

lunes, 9 de febrero de 2009

UN CIERTO ORDEN ES SIEMPRE BUENO


Es como todo en esta vida tan corta y agraciadamente tan ordenada que tenemos en las sociedades del llamado primer mundo: que los humanos que vivimos en ellas podemos permitirnos como lujo un cierto desorden personal sin por ello atentar al orden general que rige la sociedad. No, y no se trata ahora de referirnos al llamado “orden impuesto por el sistema capitalista” (¿?), sino a aquel que con carácter general percibimos nada más levantarnos y salir a la calle todos los días: desde comprobar que podemos cruzar un paso de peatones con la luz en verde sin que nos atropellen los automóviles, hasta que realizamos diariamente tres comidas a distintas horas o que defecamos en lugares especialmente habilitados para ello.

Este es para mí el auténtico orden que expresa el progreso de los humanos, pues en el campo de las ideas, la cuestión es mucho más peliaguda a la hora de comprobar si éstas conforman o no un orden bueno o malo para los humanos; además, en este terreno los juicios globales son siempre arriesgados y tampoco creo que sean en ningún caso convenientes, pues conducen casi siempre a posturas dogmáticas y fundamentalistas que desembocan siempre en violencia, sobre todo cuando los fundamentalistas logran expandir e imponer sus ideas del orden social que deben seguir sin el más mínimo desorden los humanos a ellas sometidos. Por eso, siempre será preferible un orden que permita el relativismo que no el dogmatismo, y menos si este es religioso.

He de reconocer que por lo general me vanaglorio de ser un tanto desordenado en la organización de mis “papeles”, pero que ello no se traduce en que los pierda –aunque a veces tampoco es malo que ello suceda-, sino que sólo significa que cuando los necesito no puedo “ir a tiro hecho” y encontrarlos, sino que preciso acudir a una labor previa de búsqueda global que se va concretando hasta que por fin termino por hallarlos. “Si tuvieras tus papeles ordenados….”, sí, es verdad, lo reconozco, sería mucho más sencillo encontrarlos y no provocaría en ocasiones subidas de tensión por los nervios de no encontrarlos de manera inmediata.

En ocasiones pongo toda mi buena voluntad en ser más ordenado y la verdad es que lo logro, comprobando de esta manera las grandes ventajas que ello puede reportar. Me acaba de pasar hoy mismo. Había colocado entre los papeles del coche el último recibo del seguro y en el mismo había apuntado el teléfono de la grúa. Lo hice, esta es la verdad, por haberme sometido gustoso a la orden que en este sentido me dio en su día mi mujer. Y el resultado ha sido maravilloso. El coche me ha dejado tirado en la carretera y sólo he tenido que abrir la guantera, tomar el teléfono de la grúa y ver cómo ésta aparecía al cabo de veinte minutos a recogerme. Sólo me queda la duda de si esto es una consecuencia del orden en sí mismo considerado o de tener la suerte de casarme con una mujer con más sentido del orden que el que yo poseo.

viernes, 6 de febrero de 2009

ACTOS EN MASA Y PARA LA MASA


La generalización del consumo de bienes y servicios es una de las características definitorias del modelo económico capitalista actual, y aún a pesar de que hoy comprobemos en plena crisis que existe una retracción de los mismos, parece evidente –al menos eso es lo que nos dicen los economistas- que será a través de la revitalización del consumo como de nuevo podamos volver a niveles de “crecimiento” económico. Cuestión distinta es entrar a discutir qué tipo de crecimiento es el más idóneo para todos, es decir, para los que ahora vivimos y para nuestros descendientes que se supone vivirán en el futuro en este planeta o en otros. Es ahí donde deberían entrar a jugar sus cartas los verdaderos políticos, explicando al pueblo por qué interesa seguir un determinado modelo de desarrollo y no otro, y si fuere menester, poniendo a votación directamente por el pueblo la elección definitiva entre uno y otro (esto es lo que se hace en muchos Estados en Norteamérica y es lo que debería hacerse entre nosotros, los canarios, con temas como la construcción o no del Puerto de Granadilla).

Una de las características de la generalización del consumo es que los negocios jurídicos en los que se sustentan los actos individuales de consumo se establecen como condiciones-tipo o clausulas generales de adhesión, sin que quepa la posibilidad de que el cliente pueda modificar esas condiciones, a las que se adhiere de manera automática sin ser consciente en la mayoría de los casos de los derechos y deberes que se desprenden de las mismas. Esto sucede, tanto cuando compramos en unos grandes o pequeños almacenes, como cuando compramos un coche en un concesionario o un billete de avión a través de internet o directamente en el aeropuerto. La fijación de esas condiciones generales y la salvaguarda de los derechos de los consumidores en las mismas no puede obviamente ser una cuestión que pueda fijarse de manera unilateral por parte del oferente de los bienes y servicios, sino que las mismas han de ser supervisadas por el poder público y por las organizaciones cívicas que representen los intereses de los consumidores. El poder público actúa aquí como garante o árbitro de los recíprocos derechos y deberes de empresas y consumidores, pero también, como protector de los derechos de la parte en general más débil de la relación, esto es, de los consumidores.

El sistema reseñado se va construyendo poco a poco, pero sobre todo, al hilo del progresivo aumento de la conciencia cívica de los ciudadanos, puesto que es este un requisito imprescindible para reclamar la pertinente acción –pública o privada- tendente a proteger los derechos de los consumidores frente a los posibles excesos o abusos de los oferentes de bienes y servicios.

Cuestión totalmente distinta a la anterior se plantea cuando es el propio poder público (la Administración) la que actúa para la consecución de sus propios fines. En este caso, existe en nuestro país (en esto heredero, desgraciadamente, del sistema establecido por la revolución francesa) una tendencia a conceptuar como inevitable (siempre justificada en la injustificada prevalencia del llamado “interés público”) la actuación de la Administración. En este caso, es la Administración la que es dotada por la ley de una serie de poderes exorbitantes frente al ciudadano que la mayoría de las veces carecen de cualquier tipo de justificación, pero que rara vez son cuestionados por los ciudadanos por la sencilla razón de creer de manera infundada que el llamado interés general ha de prevalecer siempre sobre el interés individual. Aquí la actuación administrativa es una actuación en masa…pero desgraciadamente también para la masa que permanece inerme ante el despliegue de tanto poder ilimitado.

jueves, 5 de febrero de 2009

MICHAEL BLOOMBERG


Un multimillonario que ha ganado su fortuna en el hoy denostado mundo de las finanzas, y que en la actualidad ocupa la alcaldía de la ciudad de Nueva York. Esta circunstancia ya es por sí misma digna de relieve, puesto que en Europa resulta excepcional que un multimillonario se dedique a la actividad política, salvo excepciones como la de Silvio Berlusconi en Italia. En España aún es seguramente pronto para que esto ocurra, o para que un personaje socialmente relevante en el campo del arte, la cultura o el deporte se decida a participar activamente en política, como también hoy es totalmente normal que suceda en los EE.UU.

Pero siendo esto así, es aún más sorprendente que un multimillonario como Michael Bloomberg decida, además de “perder su tiempo” por los demás ocupándose de la alcaldía de su ciudad, ceder importantes porciones de su fortuna personal multimillonaria a organizaciones sin ánimo de lucro a fin de así contribuir a la consecución de objetivos sociales dignos a su juicio de protección (educación, investigación, lucha contra la drogadicción, etc.), y que además lo haga declarando que se siente orgulloso de hacerlo para de esta forma cumplir con su deber como ciudadano, que no es otro que tratar de devolver a la sociedad todo aquellos que la misma ha contribuido a darle a él. Es más, para ya “rizar el rizo”, el alcalde de Nueva York lleva varios años recibiendo clases de español a fin de así poder dominar esta lengua y comunicarse con la considerable comunidad hispana que vive en la ciudad.

Pues bien, ante actitudes tan particulares y encomiables, se presenta el comentario chusco y desagradable que desde España hacen algunos estúpidos cegados por un antiamericanismo enfermizo y casi irreversible: este tipo de actitudes no tienen nada de encomiables, pues en realidad las mismas se adoptan con la exclusiva finalidad de pagar menos impuestos.

Como puede fácilmente comprenderse, se exterioriza de esta forma una “filosofía” radicalmente diversa entre dos concepciones del Estado y también de los impuestos. En ambas el Estado no está en cuestión y tampoco lo están los impuestos, pero mientras que para los americanos su contribución tributaria no ha de cubrir la totalidad de las demandas sociales (Estado superprotector), para los europeos parece que sí, de ahí que nuestros ciudadanos pagan lo que deben (salvo que no paguen o paguen menos de lo que legalmente les corresponda) y, a partir de ahí, se desentiendan plenamente de cualquier otro tipo de consideración o preocupación con sus semejantes.

Qué quieren que les diga. Me gustaría ver que en este país nuestro en el que en los últimos quince años tantos se han hecho multimillonarios en el negocio de la construcción, alguno de ellos se comportara tan cristianamente como lo ha hecho Michael Bloomberg, y devolviera a la sociedad directamente algo de lo que ésta le ha dado.

miércoles, 4 de febrero de 2009

EN ´TRÁNSITO


Cuando visito un aeropuerto aún recuerdo en ocasiones la relevancia que tiene la cuestión de los llamados “pasajeros en tránsito”. Son aquellos que tomando el avión en un determinado punto han de hacer parada en algún aeropuerto para cambiar de avión antes de llegar a su destino. Hoy, cuando regresaba de El Hierro y cruzaba la pista de Los Rodeos para llegar a la terminal de pasajeros, una empleada de la compañía Binter-Canarias iba preguntando a cada uno de los pasajeros si su destino era Gran Canaria o Lanzarote, es decir, si eran pasajeros en tránsito por Tenerife hacia su destino definitivo.

Después de haber contestado que no, que mi destino definitivo era Tenerife, me encaminé a la cinta de equipajes a recoger mi maleta. Mientras esperaba, pensaba en lo curioso que resultan en general las palabras cuando las utilizamos en uno u otro contexto. En el lenguaje aeroportuario, el tránsito es una persona (o unas maletas) cuyo destino definitivo no es el primer aeropuerto al que llega y en el que desembarca, sino otro distinto. En el lenguaje religioso, las personas también somos tránsitos, puesto que nuestro paso por la tierra no se agota aquí, sino que es una “escala” necesaria para nuestro destino definitivo fuera de este mundo.

Definitivamente, en el tiempo que tardaron las maletas en aparecer por la cinta transportadora, llegué a la conclusión de que con toda certeza fue el significado originariamente religioso de determinadas palabras el que luego se aplicó al ámbito de la navegación aérea. No sólo es el caso de la palabra “tránsito”, sino también en los de “edificio terminal” y “cinta sin fin de transporte de equipajes”. La “cinta sin fin” no es más que la representación de la vida en este mundo que gira sobre sí mismo y alrededor del sol desde y hasta que Dios quiera, en tanto que la “terminal” expresa el lugar a partir del cual –aunque eso sí, cada día con menos posibilidades de que ello ocurra debido a los avances técnicos de la aeronáutica- estamos a un pequeño paso de lograr el tránsito a la otra vida.

Cuando apareció en la cinta mi maleta, me percaté de que estaba a un pequeño paso de la recuperación de mi vida ordinaria en la que, en principio, nada iba a evocarme mi condición de transeúnte o pasajero de un vuelo con un destino que quiero y deseo se retrase lo más posible.

martes, 3 de febrero de 2009

NADAL Y NO GUARDAR LA ROPA


Y vuelta otra vez al orgullo patrio o como quieran calificarlo, esto es, al sentimiento de sentirse orgulloso por pertenecer a una nación, a un país, España, en el seno del cual ha surgido una figura como la de Rafael Nadal, un joven de veintidós años que en tan corto pero intenso período vital se ha convertido en el primer referente del tenis mundial.

Es la viva representación de muchas cosas positivas: juventud, fuerza, tesón, educación, solidaridad, competencia, capacidad mental, afecto… pero sobre todo, riesgo. Sí, es el polo opuesto a ese viejo refrán español de “saber nadar y guardar la ropa”, que pone de manifiesto la calculada intención no precisamente de “entrar al trapo”, sino de otear el panorama a fin de garantizar por encima de todo la propia seguridad personal. No me hables de complicaciones, como dicen o piensan en la actualidad muchos tontos universitarios, a mí lo que de verdad me interesa es hacer carrera política y llegar algún día a concejal o a diputado nacional o autonómico, o a funcionario, y a todo lo demás que le den morcilla…

Aún hay gente que se dedica a la profesión docente en el seno de las Universidades públicas españolas que sigue pensando que transmitir a los alumnos la importancia de la asunción del riesgo como directriz vital, es algo que no corresponde a su función educadora. Esto es algo que más bien corresponde al mundo de la empresa y no al de la Universidad, y así nos va…con unos profesores-funcionarios adocenados y pensando en una pronta jubilación, y una legión de jóvenes que con suerte puede que luego encuentren, una vez han dejado las aulas universitarias, el incentivo intelectual necesario para descubrir las ventajas de lo que significa esfuerzo, sacrificio, trabajo duro y asunción del riesgo que les impulse definitivamente a una vida profesional cargada de sentido y responsabilidad.

Está claro que Rafa Nadal hace ya mucho tiempo que se trazó un objetivo vital con plena conciencia de quererlo realizar. Imagino que habrán sido horas y horas de entrenamiento, de estudio, de renunciar a otras cosas posiblemente más placenteras en momentos determinados. Ha tenido el apoyo y sostén de su familia, pero también, sus dotes y capacidades propias para llegar finalmente a ser el número uno del tenis mundial. Le queda toda una vida por delante, pero a sus veintidós años ya ha conseguido uno de sus objetivos vitales.

En este período de crisis económica y de previsibles convulsiones sociales que estamos empezando a vivir, la figura de Rafa Nadal y su trayectoria profesional es sin duda uno de los mejores ejemplos que tenemos a mano para decirle a nuestros jóvenes que las respuestas válidas sólo pueden venir del trabajo serio y riguroso, del esfuerzo personal, de la responsabilidad, de la asunción del riesgo y la fijación de objetivos que nos impulsen a cambiar y mejorar la sociedad en la que vivimos por la vía de empezar por nosotros mismos.

lunes, 2 de febrero de 2009

SENSACIÓN DE FRÍO DESPUÉS DE LA SIESTA


Oía o leía hace unos días que en los últimos tiempos había decrecido muchísimo el número de españoles que hacían la siesta al mediodía después de comer. Sin duda, una muestra más de nuestra confluencia con Europa –la productiva, me refiero- y, sobre todo, con los Estados Unidos de América. He de confesar, sin embargo, que soy uno de esos españoles que no todos los días, pero sí algunos días, se tumba en la camita después de almorzar con la excusa de leer el periódico y así echarse una dormidita que puede prologarse por más o menos tiempo en función de que llegue o no mi mujer y me despierte. La verdad es que cada día soy más respetuoso con determinadas tradiciones que han marcado nuestra idiosincrasia y que además hemos aportado a la humanidad, pero que el curso de los tiempos y el afán por producir por producir de algunos (es decir para vender y vender sin saberse muy bien para qué), han calificado como muestra de una vagancia malsana que no contribuye para nada ni a la producción ni al consumo. Bueno, ¿y qué?, pero sí que contribuye a la salud física y mental de los españoles…..

Es una sensación maravillosa la de dormirse como un bebé, a veces hasta con las gafas puestas, y a veces, como me ha ocurrido en estos días de tanto frío, sin tomar la precaución de taparme con una manta. Cuando esto último ocurre, la sensación de frío que se tiene cuando uno se despierta es una sensación bien desagradable. Es como si el cerebro hubiera grabado mientras dormimos la sensación de frío y luego la reprodujera cuando despertamos. En este caso, el despertar nos hace sentir desangelados, como si hubiéramos pasado un pequeño trance en el que carecimos del calor necesario para gozar de unos placenteros minutos de transmutación hacia la inconsciencia a la que el sueño nos conduce.

Cuando esto ocurre, el despertar no suele ser agradable. Nos levantamos con “mal cuerpo” y con cara contrariada, y la sensación de no haber aprovechado de manera plácida nuestros minutos de siesta. A pesar de repetir en casa que cuando me vean dormido no dejen de ponerme una manta por arriba, es claro que muchas veces nadie lo hace, y no creo que sea por mala fe, sino simplemente porque no piensan en el frío que mi cerebro está registrando en aquel preciso instante en el que me ven durmiendo.

Yo creo que a mi edad es ya un poco complicado renunciar a un derecho como sin duda es el derecho a la siesta. Sé que no está aún calificado como derecho humano digno de protección, pero sí que espero que algún día alguno de nuestros jueces de la Audiencia Nacional procese a algún empresario nacional o extranjero por no respetarlo. Sería de estricta justicia y contribuiría, junto con nuestra dieta mediterránea, a la longevidad y verdadera productividad de todos los europeos.