jueves, 26 de febrero de 2009

DESIDIA


La desidia en política (en la política democrática, al menos) se suele pagar con el pase a la oposición o con nunca llegar a ocupar el poder; es decir, tiene su correspondiente “castigo”. En otros ámbitos, sin embargo, la desidia, identificada como inercia hacia el precipicio, es un mal que rara vez es detectado o al que difícilmente se le puede poner remedio “desde dentro”, porque contamina de manera lenta y sórdida a todos aquellos que viven o entran a vivir en el contexto en el que la misma ha prendido sus raíces y extendido sus dañinos efectos.

Sin duda, existen ámbitos sociales en los que la desidia encuentra unos ambientes más propicios que otros a la hora de prender y contaminarlo todo. Uno de esos ámbitos es la Administración Pública, y dentro de ella, por lo que aquí nos afecta, la enseñanza y la investigación universitaria. En las universidades públicas, muchos de los funcionarios y personal laboral que vivimos en y de ellas (es decir, del dinero que proporcionan los contribuyentes), solemos adoptar, después de algunos años de experiencia, la pauta de comportamiento consistente en hacer las cosas que nos competen directamente más o menos bien y no preocuparnos por todo lo demás. Diríase que es esta una manifestación muy peculiar de protesta, toda vez que se circunscribe al terreno individual y nada tiene que ver con la “organización” en la que se está inserto. En el caso de los profesores, esto significa que los afectados por esta original forma de protesta “pasan” de los procesos electorales en curso (a director de departamento, a decano, a rector, a representante sindical, a comisionado para evaluar y, en general, al politiqueo universitario) y se dedican exclusivamente a sus alumnos y a sus tareas investigadoras. Claro, si el noventa por ciento del profesorado actuare de igual manera, está claro que la marcha de la institución sería seguramente óptima en cuanto al rendimiento alcanzado en materia docente e investigadora… pero no parece que esto sea así, al menos, en las dos universidades canarias que, de acuerdo con los distintos rankings que circulan en el país, son de las de peor calidad en cuanto a los parámetros generalmente aplicados para su medición.

Cuando algún medio de comunicación publica la noticia de que las universidades canarias no son precisamente universidades de excelencia, se desencadena casi de manera automática un proceso de autodefensa consistente en justificar que ello es así como consecuencia de los escasos recursos económicos con los que el Estado o la Comunidad Autónoma dota a la Universidad. Vamos, una auténtica vergüenza que sólo puede proceder de aquellos que beneficiándose del mal uso de los recursos públicos, tienen la desfachatez inaudita de pretender continuar ocultando a la ignorante sociedad canaria la desidia en la que hoy viven nuestras universidades.

¿La solución? Pues, de verdad, a estas alturas no estoy capacitado para atisbarla. Y los que crean que la solución es Bolonia, es porque desconocen la miseria humana e intelectual que hemos ido alimentando entre todos en el seno de nuestras universidades. A lo mejor deberíamos empezar por una drástica reducción de recursos económicos públicos, obligando a las Universidades a que tales recursos se transfirieran en función de resultados alcanzados…es posible que con medidas de este tipo se empezara a quebrar la desidia que hoy nos embarga en todos los ámbitos salvo para seguir “chupando” del dinero de los contribuyentes.

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