martes, 17 de febrero de 2009

DUDA


No, no me diga que se pondría usted en el lugar de… el padre de Marta, esa joven sevillana que fue presuntamente asesinada por su exnovio y que luego fue arrojada a las aguas del río Guadalquivir. No me lo diga, porque es imposible que así fuere. Hay que estar en esa situación de verdad, esto es, realmente, para saber qué es lo que se puede sentir por la pérdida de una hija en tales circunstancias. Exactamente igual que hay que estar también de verdad en la situación en la que se hallan los padres del presunto asesino, para saber qué se siente cuando este es detenido y esposado por la policía y conducido ante el juez, ante una muchedumbre dispuesta irracionalmente a tomarse la justicia por su mano y asesinar al presunto culpable.

Pero a pesar de todo, lo decimos, lo pensamos y nos imaginamos cómo reaccionaríamos ante tremenda hecatombe que acaba con la vida de un ser querido y que cambia radicalmente las condiciones de vida de los que sufren esa pérdida. En mi caso, cuando oigo la noticia de la detención del presunto culpable, que además ha confesado su crimen, manifiesto sin pensar mi sentimiento de venganza: le mataría. No sé cómo, pues ni me lo planteo, pero le mataría sin pensármelo… sí, sin pensármelo, sin el atisbo de la menor clase de duda (me viene ahora a la memoria la escena real de una madre que en Alemania entró en la sala de juicio y disparó varios tiros contra el asesino de su hija).

En el complejo mundo de la mente humana, debe existir un punto en el que el ánimo de venganza, siendo totalmente natural, pierde sin embargo la posibilidad del retorno a la racionalidad, esto es, a la normalidad de la vida tal y como la misma está organizada en el momento en que transcurren los acontecimientos de que se trate. Es verdad que en determinados sistemas legales, ese punto de retorno se formaliza teóricamente mediante la aplicación de la pena de muerte al culpable, dando de esta forma supuesta satisfacción a los familiares de la víctima, que ven así cómo sus frustrados deseos de legítima venganza son satisfechos por un tercero (el Estado) de manera fría y protocolaria. Y sin entrar aquí en el debate en torno a la pena capital, me parece a mí que allí donde la misma esté en vigor, lo más justo sería siempre dar opción a los familiares de la víctima para que pudieran ejercitar el perdón del culpable, o bien, la opción al propio culpable para no aceptar ese perdón y optar por la pérdida de su vida en estricta compensación a la muerte que el mismo ha provocado (por cierto, creo que este es en definitiva el mensaje que nos transmite la película “Siete almas” protagonizada por Will Smith).

El punto de no retorno de la venganza es en todo caso siempre la muerte: la de la víctima, que ya es por sí misma irreparable, y la del culpable. Así que analizando el tema “como si yo estuviera en la posición del padre de Marta…”, me hallaría en una primera fase disparando al presunto culpable (siempre es una muerte más aséptica que la de quitarle la vida mediante otros procedimientos menos tecnificados). En una segunda fase, esto es, cuando el Estado ha arrebatado al presunto culpable de mi natural ámbito justiciero y mi natural venganza, y ha impedido que la chusma se tome la justicia por su mano para cometer un execrable asesinato anónimo-colectivo, espero que mi mente reaccione al margen de mi corazón y mis emociones, y me permita volver al ámbito de la racionalidad, que no es otro que el de la ley y la existencia de la justicia que, con todas sus imperfecciones, siempre será mejor que la barbarie que supone el “ojo por ojo…”, o el puro y duro linchamiento de la siempre injusta chusma desalmada. No tengo la menor duda de ello, aunque en el fondo espero no experimentar nunca la situación que han vivido los padres de la pobre Marta.

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