miércoles, 25 de febrero de 2009

LIBRO DE LA SEMANA: "GOD & GUN (Apuntes de polemología)" R. Sánchez Ferlosio, Ed. Destino, Barcelona, 2008


Hace ya algunos años que sigo a Rafael Sánchez Ferlosio en su trayectoria como ensayista, y la verdad es que cada día me sorprende más la originalidad de su pensamiento y, sobre todo, las consecuencias que de ese pensamiento obtengo en el ámbito del Derecho. Además, es para mí un personaje muy singular porque considero que con su sabiduría, fruto de su capacidad para estudiar y reflexionar sobre la realidad, se ha situado por arriba de las pequeñas y grandes miserias que habitualmente marcan los pensamientos que emanan de las personas que conformamos la institución universitaria, poniendo así de manifiesto que no siempre esa institución es garantía de que en su seno fructifique el pensamiento crítico. Como se señala en la breve reseña biográfica que aparece en la contraportada del libro, “su máximo título académico es el de bachiller. Habiéndolo emprendido todo por su sola afición, libre interés o propia y espontánea curiosidad, no se tiene a sí mismo por profesional de nada”. En todo caso, lo que sí resulta de todo punto sorprendente en esta sociedad nuestra, es que finalmente la misma –incluida la reticente institución universitaria- haya reconocido a nuestro autor sus innegables méritos, tanto en su vertiente literaria como ensayística, lo cual es de agradecer desde el punto de vista de que tal circunstancia ha propiciado una mayor difusión de su pensamiento.

He de reconocer que la primera lectura del libro la realicé entre un vuelo a Madrid y mi estancia en la ciudad durante un fin de semana. Como siempre, acompañado de un lápiz para subrayar y marcar lo que despertara mi interés. Luego, en mi regreso a Tenerife, coloqué el libro en la estantería y dejé pasar un tiempo, unos tres meses, más o menos, en que volví sobre el mismo para redescubrir perspectivas que ya había advertido y ver otras nuevas que se me abrían en esta nueva lectura.

Voy a reproducir aquí una cita un poco extensa que he de confesar me ha resultado totalmente clarificadora a la hora de comprender la percepción que la nobleza y la burguesía tienen del Derecho como orden normativo y de cuál es su legitimación como tal orden. Se trata, en mi opinión, de un texto que sólo puede ser calificado como sublime (es todo un curso de sociología del Derecho en dos páginas) y expresivo de cómo el empleo del lenguaje en manos de Sánchez Ferlosio se torna en pura belleza capaz, sin embargo, de sublevar y poner en guardia a las neuronas más acomodaticias ante el discurrir cotidiano de la realidad y al papel que juegan las ideologías en su justificación.

“Cuando, hace pocos años, se quemó en Barcelona el famoso Teatro del Liceo, me llamó la atención el que dos damas hijas de la alta burguesía barcelonesa, al comentar en sendos artículos la catástrofe y refiriéndola a los recuerdos de su propia juventud, cuando, vestidas de gala, entraban a la función, coincidiesen curiosamente en evocar la gran aglomeración de los pobres –por abarcar con esta palabra a las clases modestas, desde los obreros hasta la pequeña burguesía, excluidas de cualquier posibilidad de acceso a la función- que se formaba a las puertas del teatro, para ver y admirar a los elegantes señores, a las damas, con `sus tocados, sus vestidos, sus olores´, a los galanes, con ‘aquellas ropas chapadas que traían’. Y entonces se me antojó pensar que esta pervivencia en el recuerdo, como un dato relevante común a ambas articulistas, de la imagen de los pobres que miraban a los privilegiados, o más precisamente, el recuerdo de haberse sentido miradas, era una característica significativamente propia de la burguesía por contraposición a la antigua aristocracia. Las damas aristocráticas ni tan siquiera habrían visto a los pobres, ni menos todavía se habrían sentido miradas y admiradas; para ellas los pobres habrían sido, por así decirlo, ‘un paisaje natural’, o diciéndolo en términos de la psicología de la Geltalt, no habrían sido ‘figura’, sino ‘fondo’, un fondo que ni verían ni por el cual podrían sentirse vistas. La aristocracia no sentía al pobre como ‘su depredado’, porque la depredación había sido llevada a cabo por el medio natural de las armas; el burgués sí siente al pobre como su robado, porque el robo ha sido llevado a cabo por el medio social de la explotación. Para el burgués el pobre ya no es ‘naturaleza’, sino ‘sociedad’; lo ve porque ha dejado de ser ‘fondo’ ya ha pasado a ser ‘figura’, en la medida en que contractualmente pertenece a su propia sociedad, y, por lo mismo, podrían intercambiarse los lugares. Siente que la legitimidad de su privilegio con respecto al pobre, por cuanto ambos forman parte de la misma sociedad, es relativa, y, por lo tanto, discutible. Esta diferencia entre el burgués y el aristócrata vendría a significar a fin de cuentas que también para el burgués sigue valiendo, de manera latente, el principio de que el derecho creado por las armas es el único fundamento verdadero de legitimidad; de que la violencia es el origen del concepto mismo de ‘legitimidad’. Por eso el alma del burgués no logra apagar del todo en sus entrañas la inquietud de que su estatus de riqueza no es tan legítimo como el ‘más valer’ de los antiguos señores de la guerra; y por muchos esfuerzos que haga por hallar el criterio de una ‘nueva legitimidad’ que rechace la creada por el derecho de las armas, adivina que tendría que suprimir, junto éstas, el propio concepto de ‘legitimidad’. Por eso la transacción más aceptable, en la misma medida en que reintroduce solapadamente la ‘naturaleza’ y con ella la violencia, ha sido la habilitación de la struggle for life para la sociedad, o sea el llamado `darwinismo social’; y así la única fórmula, apenas precariamente convincente, para legitimar lo expoliado mediante explotación consiste en equiparlo a lo ganado, por los propios méritos, en una supuesta contienda social. Pero de esta manera el burgués va a reencontrarse con el aristócrata, en la misma medida en que, a través de la fraudulenta introducción de la doctrina de la struggle for life, fundamenta su derecho al ‘más valer’ en el antiguo criterio del que nació la noción misma de ‘legitimidad’: la ley del más fuerte” (pp. 93-94)

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