lunes, 16 de febrero de 2009

IDEALES

Mi amiga Alice me recordaba ayer en un comentario que era imposible concebir al ser humano sin ideales. Y estoy totalmente de acuerdo con ella. Los ideales son casi como la expresión estratificada de nuestro recorrido vital a partir, fundamentalmente, de nuestra juventud física, pasando por nuestro período de madurez y terminando por nuestra vejez física, que no necesariamente mental. En todos esos períodos de nuestra vida los seres humanos vivimos animados por nuestros ideales, que serán más o menos amplios en función de las circunstancias y experiencias vitales de cada uno de nosotros, pero que en general suelen coincidir, como es lógico, en la mayoría de los humanos.

Es verdad que los ideales suelen identificarse casi en exclusiva con la política, dando lugar a la ya tradicional distinción entre derecha e izquierda, o conservador y progresista, o revolucionario y reaccionario…. Sin embargo, reducir los ideales al campo de la política es tanto como entender que los ideales a los que aquí nos estamos refiriendo son las denominadas ideologías políticas. En realidad, los ideales son para nosotros algo que va mucho más allá del mundo estricto de la política. Se trata de visiones del mundo que hemos ido conformando paulatinamente en nuestras respectivas trayectorias y que comprenden una multiplicidad de aspectos que dan sentido a nuestra propia existencia. Sin duda, habrá personas que legítimamente participen de esta reducción consistente en identificar sus ideales con una determinada ideología política, y que contemplen todo en la vida a partir de tales presupuestos ideológicos. Pero no es ese nuestro caso.

En el tiempo de la juventud física, no es extraño que concibamos el mundo en términos elementales, esto es, sin complicaciones. Estamos en una fase de tal intensidad vital que a veces es normal nos impida asimilar bien nuestra posición en el mundo y la fijación de nuestros ideales vitales. Pero parece claro que es en esa fase donde damos los pasos decisivos para conformar nuestro ser en el inmediato presente y también en el futuro. Si en esta fase permanecemos indiferentes y no nos rebelamos ante el atropello y la injusticia concreta que pueda cometerse ante nuestras mismísimas narices, difícilmente lo vamos a hacer cuando pasado el tiempo y alcanzada la madurez nos creamos que vivimos de acuerdo a algún tipo de ideal. Seguramente viviremos de acuerdo a un ideal, pero casi con toda seguridad este será el de la mentira tranquilizadora de conciencias que proporciona el cinismo más escandaloso.

Creo que entre los ideales que existen y se repiten en muchos seres humanos, uno que me parece de la máxima relevancia es el del sentido de la rebelión. Puede parece una broma de mal gusto, pero en realidad no lo es. Mi ideal es ser toda la vida un auténtico rebelde; sí, un tipo que se rebela contra lo que considera un injusticia aún a riesgo de comprobar que eso va contra la opinión de la mayoría o incluso contra la de aquellos que profesionalmente están encargados de impartir justicia. Es la diferencia entre acatar la ley o la sentencia y manifestar abiertamente mi disgusto ante la misma por considerarla contraria a mis ideales vitales. Es en definitiva la diferencia entre los que creen que el ideal de la democracia se logra pura y simplemente con las mayorías, y no con el respeto a cuestiones que muchas veces están más allá del puro contenido de una ley aprobada por mayoría.

La confianza en que este ideal de la rebelión nunca desaparecerá del todo en los seres humanos, es lo que me permite vivir de manera más sosegada en este mundo complejo, pues serán precisamente los rebeldes los que de una u otra forma tratarán siempre de impedir que caigamos en la barbarie.

No hay comentarios: