miércoles, 4 de marzo de 2009

LA PASIÓN POLÍTICA


Definitivamente, Mariano Rajoy no es una persona que manifieste de manera abierta y natural su pasión política; es algo que va contra su propia naturaleza, y sólo estos días lo hemos visto exteriorizar cierto grado de auténtica alegría –eso sí, comedida- con el triunfo de su partido y el suyo personal en Galicia. Pero tampoco lo hace Rodríguez Zapatero y ahí está como Presidente del Gobierno de la Nación con esa carita de “niño bueno que no rompe un plato” (cuando ha sido y es el Presidente que más platos ha roto sin ningún tipo cesión al otrora y siempre necesario consenso en las cuestiones fundamentales que afectan a la mayoría de los españoles).

¿Y qué decir de Ruiz Gallardón y de Esperanza Aguirre? Dos políticos claramente contrapuestos; ambos animados por una común y legítima ambición a presidir el PP y, si fuera posible, también la Nación, pero radicalmente separados en cuanto a las estrategias a seguir para alcanzar sus objetivos (lo cual no sólo es lógico, sino comprensible en atención a sus dos distintos caracteres y “fuerzas” que les apoyan). Y en cuanto a la manifestación de sus sentimientos políticos, pues ahí está el frío y estirado Gallardón, genuino representante (seguramente sin quererlo) del niñito empollón que sólo le interesan sus temas y sacar las mejores notas para júbilo personal merecido, pero que no deja de enviar un mensaje subliminal a los demás diciéndoles: “¡Toma ya, pa que te fastidies, que el mejor siempre seré yo, yo, yo y siempre yo”. Mientras que Esperanza, con esa mirada que parece un tanto extraviada y que sin embargo le permite estar simultáneamente al ataque y a la defensiva, va a pecho descubierto diciendo lo que casi siempre piensa, sin concesiones “políticamente correctas” ante navajazos despiadados como el propiciado por el periódico El País con el tema de los famosos espías (ante una pregunta de un reportero de ese diario con relación a esta cuestión, Esperanza contestó algo así como que la respuesta la sabría dar mejor el propio reportero, pues todo era un montaje de su periódico). Como bien apunta mi amiga Rosa, estamos ante un auténtico animal político capaz de revolucionar muchos de los tics que han transformado la política en algo cada día más alejado de los votantes (y ni mucho menos me estoy refiriendo aquí a que necesitemos políticos populistas al “estilo Chavez”).

Como votante me apasiona aún la política. Soy capaz de estar pendiente en la noche electoral de cómo quedará finalmente el resultado y quién en definitiva gana el gobierno o la oposición. No soporto escuchar a un político que cuando habla no exterioriza de verdad sus sentimientos ante determinadas coyunturas (v.gr., cuando Rodríguez Zapatero, ante los resultados electorales en Galicia, dice que esos resultados adversos no pueden ser trasladados al ámbito nacional en términos de lectura política). Soy consciente de que la pasión de los políticos no es una condición imprescindible para que ganen elecciones, pero también, de que a veces, algunas dosis de pasión son realmente necesarias para que cunda el entusiasmo entre tanto votante desencantado.

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