miércoles, 11 de marzo de 2009

TEMPERAMENTOS


En torno a 1967 -año más, año menos- tuve la suerte de contar con una pequeña escopeta de balines. Se me estropeó pronto, pero la conservé durante algunos años porque en su culata gravé pacientemente el nombre de Che Guevara. El Che era entonces para mí un auténtico héroe y un revolucionario que había dejado atrás el disfrute de una vida plácida en su Argentina natal para unirse a la conquista y defensa de la Revolución cubana. Muy pocos años después, fui captado por un compañero para crear en el Instituto en el que estudiábamos la primera célula de las Juventudes Comunistas de España en La Laguna. Aquella experiencia tuvo un final difícil y traumático para mí en el año 1971: me detuvo la policía política repartiendo panfletos contrarios al régimen y me procesaron por haber cometido un delito de propaganda ilegal, penado entonces con seis años de cárcel. Tuve muchísima suerte, pues además de no confesar a la policía política, pese a las torturas a las que fui sometido, quiénes eran mis camaradas y quien me acompañaba en la distribución de los panfletos el día en que fui detenido (era una mujer a la que profesaba un amor no correspondido), me pude acoger al último indulto general que otorgó el Jefe del Estado, Francisco Franco, con el fin de beneficiar a algunas personas cercanas al régimen implicadas en un caso de corrupción conocido como el Caso Matesa.

Esta experiencia, que hoy hago pública por vez primera, marcó mi destino en muchos aspectos. Fue el causante de mi inclinación definitiva por el Derecho en detrimento del periodismo, pero también, fue determinante para conformar mi carácter y maneras de ver la vida a partir de entonces.

Estos días, el escritor Francisco Ayala cumplirá la friolera de 103 años de lucidez permanente. Desde hace muchos años, es uno de mis modelos o puntos de referencia entre la especie humana, y al que no me importaría emular especialmente en lo de la edad. Pero también lo es Fraga Iribarne o Torcuato Fernández Miranda, a pesar de mi pasado antifranquista y sus pasados franquistas, o José Luis Sampedro, al que nunca he hecho mucho caso como economista, pero sí como humanista, o Sánchez Ferlosio, o D. Felipe González Vicen, o la Reina Sofía, o Fernando Savater, o mi padre y mi madre, ejemplos de una vida de rectitud y honradez a prueba de bombas, o Roberto Roldán, que fue el juez al que me condujo la policía y al que pasados luego los años tuve como compañero y amigo en la Facultad de Derecho…y a tantos otros y otras que con el paso de los años han ido contribuyendo a templar mi temperamento y, sobre todo, a impedir que fuera un ser humano de juicio rápido y condena poco meditada a la hora de enjuiciar a los demás en sus respectivas trayectorias vitales.

Estoy acostumbrado a tratar con gente joven, y comprendo a la perfección que muchos de ellos me vean y enjuicien como un carca y hasta como un facha en ciertas ocasiones. Es cuestión de temperamento, de naturaleza y hasta de exigencia vital. Era lo que yo hacía con algunos profesores, como con aquel de Filosofía del Derecho que dirigiéndose a la clase decía: “¿Saben ustedes por qué en Cuba después de la Revolución todos son iguales? Pues muy sencillo, porque nadie come carne ni bebe leche”. Algunos decidimos dejar de ir a clase por considerarlo un auténtico fascista. Hoy, pasados los años, me he dado cuenta de que tenía toda la razón. ¿Me habré transformado también en un fascista? Está claro que no, lo único que sucede es que me he hecho un poco mayor y seguramente también un poquito más sabiondo.

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