martes, 17 de junio de 2008

HONESTIDAD


Los que han leído a Raymond Chandler saben que el detective Philip Marlowe es, por arriba de todo, la genuina representación del hombre honesto. Como en una ocasión apuntó el creador del personaje refiriéndose a su novela “El largo adiós”, “Me tenía sin cuidado que el misterio fuera bastante obvio. Lo que me importaba era la gente, ese extraño y corrupto mundo en el que vivimos, y en el que toda persona que intenta ser honesta termina pareciendo sentimental o simplemente tonta”.

¿Quién de ustedes no ha tenido esa sensación de sentirse como un auténtico tonto ante la constatación de la pasividad de los demás frente a la existencia general o particular de la maldad? Si el que cometiere un acto ruin respecto a una determinada víctima tuviera interiorizado el santo temor a la reacción real y contundente de los demás que tienen conocimiento de la ruindad o vileza cometida, habría sin duda menos sujetos ruines que los que en la actualidad existen. Sin embargo, por lo general, lo que sucede es que el ruin no sólo es consciente de la vileza de su comportamiento, sino sobre todo, de la cobardía de aquellos otros que, por omisión, consienten el despliegue de la maldad en tanto la misma no les afecte directamente a ellos. En términos de honestidad/deshonestidad, el ruin, sin ningún género de dudas, es más “honesto” que aquellos otros que pudiendo evitar o denunciar la maldad, optan por no hacerlo y permanecen en silencio. El ruin cumple a rajatabla con sus normas, aunque las mismas sean moralmente detestables, en tanto que los presuntamente honestos, lo único que hacen es meter la cabeza bajo el ala y “ven pasar” –aunque en realidad no ven, pues son ciegos voluntarios- la ruindad que piensan jamás les afectará a ellos.

Es en estos precisos instantes cuando las personas auténticamente honestas han de reaccionar como lo que realmente son. No cabe otra alternativa, y no vale alegar, sin fundamento alguno, la existencia de un miedo insuperable. ¿Miedo de llamar a la policía cuando oímos los lamentos de una persona que es objeto de maltrato en la habitación contigua a la de nuestro piso?, ¿Miedo a enfrentarse al corrupto que de forma clara y manifiesta se pavonea de sus fechorías?, ¿Miedo a…? Vivir con miedo no es vivir libremente, es vivir bajo la égida del corrupto, del opresor, del malvado, del deshonesto. No es vivir, o es hacerlo pendiente de que también a nosotros nos llegue en cualquier momento la aplicación de la maldad y la injusticia, sin que entonces tampoco haya nadie que salga en nuestra defensa.

No se trata de contraponer héroes a malvados, valientes a cobardes, sino más bien, de no olvidar que la honestidad ha de practicarse en todas las facetas de nuestra vida cotidiana, pues de ello dependerá en gran medida que así estemos preparados en un determinado momento para saber identificar la maldad y, sobre todo, como ésta puede transformarse en regla general de comportamiento. El “esto no va conmigo” ante la injusticia manifiesta ejercida sobre otros, es un auténtico boomerang que cuando regresa y nos afecta, sólo tiene una solución: luchar contra ella a brazo partido bajo la certeza de que siempre habrá algún falso tonto que honestamente esté con nosotros en la batalla contra la misma, pues si así no fuera, habría vencido finalmente el mal.

No hay comentarios: