jueves, 5 de junio de 2008

REPARTO GRATIS DE PESCADO


¿Ha tenido usted la maravillosa oportunidad de asistir a un reparto gratuito de toneladas de pescado entre una multitud enfervorizada de ávidos demandantes? ¿Y de papas? ¿Y de tomates? ¿Y de berenjenas? ¿Y de pimientos? ¿Y de la madre que los parió?...

Yo todavía no, pero visto lo visto, no dudo que en cualquier momento se me presente la oportunidad. No es que pierda el sueño pensándolo, pero sí que de alguna forma me preocupa cuál pueda ser mi reacción ante el evento, sobre todo, cuando miro y remiro las imágenes de la última protesta de los pescadores españoles que, ante el encarecimiento del precio del gasoil, decidieron plantarse ante la sede el Ministerio de Agricultura y empezaron a regalar al público presente pescado a mansalva. Señoras y señores maduritos en tropel (cabría pensar que algunos de ellos vivieron la época del racionamiento en España, pero no, si los había, éstos eran minoría), a empujones y poniendo todas sus energías por coger una merluza por el cogote, un bocinegro escurridizo o una morena despampanante. Todo a cero euros, señores y señoras. Sírvase usted mismo y solidarícese con nosotros. Exija una rebaja de los combustibles al Gobierno, pues va resultando más caro el gasoil necesario para faenar que el producto que obtenemos de la faena, y así (o aquí) no hay quien viva.

De solidaridad nada de nada. Aquí de lo que se trata es de cómo avanzar entre la masa y poder llegar hasta la caja del pescado a fin de satisfacer la expresión máxima no de una necesidad vital como el hambre, sino del consumo gratuito. Si al caballo regalado no se le mira el diente, con menos razón se lo vamos a mirar a un pescado que nos cabe en el bolso, que nos mira con ojos perdidos y que podemos meter directamente en la cazuela, con la satisfacción añadida de que ni cruje ni muge y mucho menos molesta al vecino (bueno, sí le molestará saber que él no tuvo la oportunidad de pescar nada ese día).

Pero sigo con mi duda existencial. ¿No será acaso una manifestación de felicidad haber conseguido así el pescado y poder luego comérselo en familia? ¿No actuaría yo de la misma manera al verme en esa coyuntura favorable de poder conseguir y comer pescado gratis? Aparecer en casa con la ropa un poco arrugada después del fragor de la batalla, los zapatos manchados, el corazón aún acelerado después de haber segregado tanta adrenalina, pero con la cara radiante a la hora de anunciar: “hoy comemos pescado fresco gratis”. La repera.

No se trata de la arriesgada satisfacción que pueda producir obtener un beneficio mediante la infracción de una norma (pagar menos a Hacienda de lo que nos corresponde, colarse en el autobús, en el tranvía o en un espectáculo de pago, etc.), sino de aquella otra que es consecuencia de un acto de liberalidad ajeno cuando en realidad no necesitamos lo que el mismo nos ofrece. En estos casos se pone en marcha un mecanismo cerebral que seguramente es consecuencia de la interrelación existente entre economía y evolución biológica. Acostumbrados a que todo tenga un precio o una contraprestación, nuestra alma nos empuja al “combate” por la consecución del milagro de los panes y los peces: todo para todos, pensamos, pero seremos capaces de pisar al más pintado para ser de los primeros que lleguen, que serán los elegidos para comerse el pescado gratis, pues los demás tendremos que pagarlo si queremos que sigan existiendo pescados y también pescadores.

Creo que me quedo entre los segundos. Definitivamente prefiero seguir comprando el pescado aunque sea más caro por el aumento de los costos, que obtenerlo gratuitamente en las condiciones descritas. Mi cerebro, en su actual estado evolutivo, me dice que es lo más sensato y también lo más productivo. Además, en el primer caso estoy en la inopia (en el doble significado que tiene este término) y en el segundo en la realidad del buen consumista...de pescado.

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