viernes, 26 de septiembre de 2008

CARTA DE PROTESTA A MIS AUTORIDADES ACADÉMICAS


Magnífico Sr. Rector, Ilustrísimo Sr. Decano, Vicerrectoras (es), Vicedecanas (nos) y Secretaria de la Facultad de Derecho.

Llevo una semana impartiendo mis clases en un aula que no sólo no reúne las condiciones mínimas que exige la legislación vigente en cuanto a condiciones de ventilación, distancias entre el atril y la primera fila de pupitres, condiciones de aislamiento térmico y acústico, etc., sino que más bien parece ha sido rediseñada o reformada durante este pasado verano con el firme propósito de impedir que pueda servir para impartirse en la misma cualquier tipo de actividad docente o, al menos, con el propósito de perjudicar al máximo la salud de alumnos y profesores (sobre todo la de estos últimos, pues la innegable juventud de los primeros les lleva a creer erróneamente que su potencia vital actual permanecerá invariable a lo largo de toda la cortedad de la vida, sin que pueda influir en la misma las condiciones adversas en la que desarrollan sus cometidos como estudiantes).

Por razones que desconozco pero que en todo caso atribuyo a un buen propósito (presunción de legitimidad de la actuación administrativa), a alguien se le ocurrió dividir las aulas de primer curso de Derecho en dos. Se trata de macroaulas en las que cabían unos doscientos alumnos por aula. La obra puede ser calificada como obra menor, toda vez que se trataba de levantar un tabique divisorio justo en la mitad de cada aula. Pero si la obra era menor, las consecuencias de la misma han sido incalculables en cuanto a efectos perversos ocasionados.

En su concepción original, el arquitecto que diseñó el aula pensó correctamente que un aula capaz de albergar a unos doscientos alumnos tenía que tener unas condiciones de ventilación específicas que fueran capaces, entre otras cosas, de facilitar su aireación o ventilación entre clase y clase. El procedimiento para ello era sencillo. El aula estaba dotada de grandes ventanales que contaban con una apertura en su parte superior y, sobre todo, con dos entradas independientes y opuestas, lo que facilitaba que se produjera una corriente de aire que renovaba entre clase y clase el aire viciado que se generaba no sólo como consecuencia de los innumerables actos de respiración y suspiro de los presentes, sino también, por lo soporífero y contaminantes que resultamos ser por lo general los profesores. Al levantar un tabique divisorio justo en la mitad del aula, esa feliz corriente de aire que con anterioridad todo limpiaba, se ha acabado. Ahora la nueva aula se ha transformado en una sauna. Estamos a finales de septiembre, y ya he podido comprobar que al finalizar mi clase de cuarenta y cinco minutos, el sudor me llega hasta los colondrillos. No quiero ni pensar lo que podrá ocurrir a partir del mes de abril-mayo.

Pero si el aula no tiene forma de ventilarse adecuadamente, no digamos ya lo que sucede con las condiciones de aislamiento acústico. Mientras imparto mi clase de Derecho Financiero, escucho ¡nítidamente¡ al profesor de al lado hablando de otras materias que nada tienen que ver con el Derecho. ¿Qué ha ocurrido? Pues muy sencillo. El que construyó el tabique divisorio no se percató de la existencia de un falso techo, y remató el tabique en el falso techo, con la consecuencia nefasta de que las nuevas aulas resultantes están comunicadas por el espacio libre que queda entre el falso techo y el techo.

¿Y por qué ocurre todo esto? Pues está claro que no por mala voluntad o mala fe de las autoridades académicas, pero sí por la falta del más mínimo interés de tales autoridades a la hora de supervisar la realización de las obras que se realizan en la Facultad de Derecho. Cualquiera de esas autoridades, de haber puesto un mínimo de diligencia, se hubiese percatado rápidamente de la chapuza que se estaba haciendo y que hoy estamos pagando los estudiantes y profesores de la Facultad de Derecho. Así que espero que esas mismas autoridades resuelvan el problema que han creado en el más breve plazo posible.

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