lunes, 14 de julio de 2008

PERDURAR

El ambiente en el que coexistimos no puede decirse que sea el más propicio para conservar nada, sino más bien, para todo lo contrario, esto es, para que todo sea fútil y efímero. Las sociedades basadas en el consumo se rigen necesariamente por esta regla, la de la necesidad innecesaria: usted habla hoy por el teléfono móvil, pero se ve en la necesidad de cambiarlo por un iPhone de Apple porque el mismo incorpora novedades revolucionarias que mentalmente ya usted demanda (gps, pantalla táctil, televisión, etc.). Ya lo ve usted, colas en las tiendas de Telefónica para hacerse con un nuevo aparato que supla transitoriamente las necesidades presentes, en tanto en la mente de sus creadores (o de sus competidores) ya bullen nuevas ideas que harán avanzar el conocimiento, pero que a la vez servirán para crear nuevas necesidades innecesarias. La novedad es la regla, la innovación el objetivo. Se trata de ser más productivos y competitivos, aunque no se sepa muy bien para qué. La vieja esperanza en el más allá se ha sustituido por la esperanza de adquirir, poseer, disfrutar, consumir… en el más acá.

Ante esta “filosofía” de la vida, sólo queda la religión (a pesar del mal ejemplo que pueda dar Benedicto XVI con sus zapatillas de diseño). Arrinconadas, de momento, las ideologías totalitarias, a los hombres y mujeres de las sociedades capitalistas que no están por ponerse a la cola del nuevo iPhone, sólo les queda el refugio de su propia individualidad (que supone, entre otras cosas, no cambiar de coche sino cada veinte años, utilizar las prendas de vestir por dos o más temporadas, no tener pantalla plana de plasma para ver la mierda de TV que puede ser vista en la pantalla tradicional, o no comprar el último libro, ni el primero, de Harry Potter), o bien, el refugio de la religión. En este segundo caso, no se trata tanto de pensar en la vida que nos espera después de la muerte, como en el ámbito de espiritualidad que aún pueda quedar en el hombre después de tanta incitación permanente y omnipresente a tanto consumo innecesario.

No diré que me cae bien Bin Laden, porque realmente no me cae bien semejante sujeto. Sin embargo, es preciso reflexionar sobre su presencia y sobre sus ideas, y no tanto desde la perspectiva de justificar sus métodos de lucha ante las injusticias causadas o consentidas por los ricos (posición farisea de la izquierda), como porque tales ideas conectan con ese sentimiento innato al ser humano y que sí que es realmente necesario, que es el sentimiento de entrega, solidaridad, comunidad y justicia. En el ser humano confluyen como necesidad esas dos vertientes inescindibles: el espíritu de individualidad y el de comunidad. Cualquier religión siempre lo ha tenido claro, pero la nueva religión del consumo no. De esta última negación es donde surge en buena medida la fuerza del Islam, que se alza como conexión con lo permanente y necesario del hombre frente a lo efímero e innecesario del consumo por el consumo.

viernes, 11 de julio de 2008

LOS DEPREDADORES


No empleamos el término “depredador” para referirnos a un animal irracional, sino a un tipo especial de humano que se hace llamar empresario y que utiliza su inteligencia para lograr ganancias rápidas y, sobre todo, ganancias a costa de lo que haga falta: destrozo del hábitat, fomento de prácticas corruptas, empleo de triquiñuelas, fraude a la Hacienda Pública y a los ciudadanos, prácticas ilegales de contratación de inmigrantes, desarrollo de sistemas de “economía sumergida”, etc.

En Canarias y, en general, en toda España, este tipo especial de humano ha estado presente durante los últimos años fundamentalmente en el sector de la construcción. Se trata de un empresario muy singular: bajo nivel cultural; inteligencia para percatarse de las coyunturas favorables de negocio; conexión con determinadas autoridades políticas, fundamentalmente de ámbito municipal, ansia desenfrenada de gastos suntuarios, etc. Si con algo se puede asociar plenamente la corrupción en el ámbito de la política, es con la propagación de este espécimen singular, que se corresponde a su vez con el paralelo desarrollo de un tipo singular de político: aquel que va a la política con la finalidad de poder conectar con esta especie depredadora a fin de así poder participar del festín.

Sin embargo, lo que no parece estar muy claro es si la presencia de esta especie salvaje es propia de un estado inicial del desarrollo del sistema capitalista o si, por el contrario, la misma puede presentarse repentinamente en cualquier momento de dicho desarrollo. Si nos fijamos en los casos de las antiquísimas ex repúblicas soviéticas o en el caso de China comunista, la primera impresión es la de que efectivamente parece que es en el estadio inicial de desarrollo del sistema capitalista donde se dan los elementos propicios para que estén presentes los depredadores. Diríase que se conforman como un elemento inherente al sistema. Es más, muchos de ellos, con el paso de los años, pasan a ser hombres respetables y llegan incluso a formar parte del panteón de próceres nacionales. Pero si nos fijamos en sociedades en las que el sistema capitalista está sólidamente asentado (pensemos en Gran Bretaña), la impresión es totalmente la contraria. Baste con pensar, por ejemplo, que los mayores ataques al “estilo depredador” representado por Berlusconi en Italia no proceden de la izquierda política británica, sino de la revista The Economist. Para los buenos e inteligentes liberales británicos, resulta inconcebible que un espécimen empresarial como S. Berlusconi pueda ser a la vez primer ministro de la República. Simplemente no lo entienden.

¿Y qué sucede en España? Pues sucede que este es un tema tabú. Acaban de clausurarse los congresos nacionales de las dos principales fuerzas políticas de este país (PP y PSOE), y ambos no han dicho ni pío sobre unos de los principales problemas que afectan a nuestro sistema democrático: la corrupción en la política y en la sociedad. Ni unos ni otros han tenido la dignidad de plantearse una mínima reflexión autocrítica sobre el modelo específico que ambos sostuvieron y fomentaron en el ámbito de la construcción y del llamado boom inmobiliario. Porque en realidad, el modelo que ambos permitieron no cabe duda que tiene mucho que ver con la presencia y desarrollo de auténticos depredadores. Tal vez, lo que suceda es que tantos unos como otros eran de alguna forma partícipes del festín. Creo que aún El Pocero no se ha planteado dar el paso a la política, pero tiempo al tiempo…

miércoles, 9 de julio de 2008

A GASTAR, A GASTAR, QUE "ER MUNDO SE VA A ACABÁ"

Cada día me convenzo más de que una de las manifestaciones del deterioro del sistema democrático en España es la baja cualificación de nuestros políticos. Y no hablo ya de cualidades simplemente humanas (generosidad, solidaridad, afán de servir a los demás, ánimo de querer hacer cosas para la colectividad y además hacerlas de la mejor manera posible, etc.), sino de las mínimas cualidades o aptitudes en cuanto a niveles de información y de conocimiento de la realidad que se exigen para poder tener una visión crítica de ésta y, consiguientemente, para poder actuar sobre la misma. Mucho me temo que una amplia mayoría de nuestra clase política es producto del desastroso sistema de enseñanza básica, media y superior que variablemente ha regido la formación de las generaciones de jóvenes de la democracia, y que algunos a estas alturas pretenden resolver falazmente con una asignatura llamada “Educación para la Ciudadanía”. En este país, en el que tanto se reclaman pactos de Estado para tantas cosas, los reclamantes se olvidan siempre de la educación y de la justicia; es más, son reclamantes en la oposición y una vez llegan al Gobierno de la Nación lo que hacen es deshacer lo que han hecho los que les precedieron.

En estos días de aciaga crisis económica que estamos empezando a vivir y a sufrir un amplio sector de la población que conformamos las clases medias españolas (otros sectores minoritarios la han sufrido ya desde hace tiempo), resulta cuanto menos esperpéntico comprobar cómo nuestra clase política (y no digamos ya periodística) se entretiene en reprocharse mutuamente si existe o no la crisis, o si ésta, de existir, es consecuencia de la crisis financiera originada por las “hipotecas basura” de EE.UU o, por el contrario, es exclusiva responsabilidad de la política económica seguida por el Gobierno. El colmo de los colmos es el entretenimiento en comentar las frases de nuestro Presidente del Gobierno con relación a esta cuestión. Por ejemplo, la última de dichas frases creo que hacía referencia a la necesidad de que los españoles consumamos más a fin de así favorecer la salida a la crisis.

No existe manifestación más clara de crisis económica en una sociedad capitalista que el retraimiento drástico de los niveles de consumo de la población. En los últimos quince años, los españolitos, por término medio, hemos podido comprobar lo que significaba en buena medida ser rico y gastar lo que teníamos y lo que no teníamos. El viejo becerro de oro se ha transformado hoy en el centro comercial (Alcampo, Carrefour, Ikea, Leroy Merlin, Decathlon, etc.), lugar no sólo en el que podemos hallar de todo (y todo mezclado: alimentación y ropa; jardinería y electrodomésticos; cine y bares, etc.), sino además, en el que nos citaremos para comprobar si también hallamos el amor después de haber contactado previamente por internet. ¿Puede existir acaso mayor manifestación de felicidad? Únase a ello el culto al automóvil y a la posesión de cuatro o más tarjetas de crédito en la cartera con líneas de crédito casi ilimitado o por más de 50 años de plazo para devolver el capital prestado, y el resultado no puede ser otro que el de la felicidad casi absoluta.

Desde estos parámetros es desde los que el Sr. Rodríguez Zapatero invoca la necesidad de que los españolitos consumamos, como si de una cuestión de voluntad se tratara. Diríase que su memoria histórica sólo conoce la supuesta felicidad que proporciona el consumo. Tal vez precise, si no de unas lecciones de Educación para la Ciudadanía, sí al menos de unas lecciones de economía, aunque tal vez, lo que precise de verdad sean unas lecciones de filosofía e incluso de religión.

martes, 8 de julio de 2008

VUELVE USTED A ESTAR CONECTADO

Ya no es una cuestión de preferencias, sino de necesidades. Hace algunos años, muy pocos, tener en casa teléfono (fijo) era para muchos no sólo un lujo, sino la expresión de una novísima necesidad que empezaba entonces a dejar de ser minoritaria para pasar a ser de masas. Pero esto mismo ocurría con otros artefactos de la industria: con el automóvil, la lavadora, la televisión –primero en blanco y negro y luego en color-, la secadora, el lavavajillas, la olla exprés, la batidora… Mientras en los denominados países socialistas dominados por el antiguo imperio soviético, la economía estatal planificada dirigía sus esfuerzos a la industria armamentista olvidándose de las “falsas necesidades burguesas” de las masas (aunque ello no sucedía respecto a colmar las “necesidades” de las clases dirigentes), en los países capitalistas, el libre desarrollo de la iniciativa privada inundaba el mercado de nuevos productos cada vez más sofisticados que en unos casos venían ciertamente a cubrir auténticas necesidades –o que incluso suponían instrumentos de liberación de determinadas obligaciones, como resultó ser el caso de la lavadora- y, en otros, no eran más que la expresión de la propia necesidad intrínseca del sistema para continuar desarrollándose (¿ilimitadamente?) en la senda de una sociedad caracterizada en lo fundamental por el consumo de bienes y servicios en gran parte innecesarios desde el punto de vista humano.

Es precisamente con relación a esta última cuestión donde hoy se plantea el dilema fundamental de nuestras sociedades desarrolladas. Los anuncios un tanto catastrofistas auspiciados por ciertas corrientes ecologistas con relación al cambio climático, contienen sin embargo en el fondo un planteamiento serio respecto a qué tipo de desarrollo económico estamos siguiendo y cuáles son –y serán- las consecuencias que del mismo se derivan respecto a la naturaleza y a los propios seres humanos como parte de la misma.

Pero en un plano más concreto, baste con pensar en las nuevas necesidades que nos ha creado la industria y que hemos interiorizado como vitales. Fijémonos en tres de ellas que además están muy relacionadas entre sí: el automóvil, el teléfono móvil e internet.

Hoy me he sentado ante mi ordenador portátil dispuesto a redactar este artículo y me he llevado la desagradable sorpresa de que al tratar de conectarme a internet he recibido el siguiente mensaje: “no hay conexión a internet”. Gran cabreo y sentimiento de impotencia, pues mis conocimientos de informática son muy elementales y no está aquí mi hija que es a quien recurro ante catástrofes de esta índole. Me queda la opción de coger mi coche e ir a mi lugar de trabajo para hacer uso del ordenador personal. Pero a esta hora de la mañana, coger el coche y circular por la autopista supone, como mínimo, invertir una hora de tiempo para un trayecto que en circunstancias normales (¿?) se haría en quince minutos. Bueno, me queda tratar de conectarme a internet a través del modem del móvil, pero tampoco funciona… Joder, estoy realmente desesperado y al borde de un ataque de nervios.

Por fin, agraciadamente, intento de nuevo la conexión a internet a través del portátil, y ésta funciona a la perfección. Vuelvo a estar conectado. Mis necesidades están colmadas. ¿Lo están realmente? Sólo espero –y fervientemente deseo- que la actual crisis económica que atravesamos nos lleve a replantearnos algunas de las necesidades que nos han creado y de las que podríamos prescindir sin perder nada.


jueves, 3 de julio de 2008

COITUS INTERRUPTUS


Se ha presentado una circunstancia imprevista en absoluto deseada por quien suscribe, y me veo en la obligación de suspender transitoriamente la publicación de este blog de opinión. ¿Hasta cuándo? Pues si las circunstancias se desarrollan según la previsión de la ciencia y de mi fe en la misma y en otras realidades no sensibles, hasta el próximo lunes día 7 de julio (¡Viva San Fermín!).

Cuando reinicie la publicación, tengo ya decidido cambiar el título del blog. A partir de entonces, el blog pasará a denominarse La opinión de un pequeñoburgués para otros pequeñoburgueses: independencia y libertad individual como valores aún no debidamente respetados en la sociedad española de inicios del siglo XXI.

Solemos hablar de los tics autoritarios que hemos heredado del largo período temporal en que subsistió en España el régimen dictatorial de Franco, pero solemos obviar aquellos otros tics igualmente autoritarios que proceden de la izquierda opositora al franquismo y hoy en su mayor parte transformada en una izquierda respetuosa con las reglas de funcionamiento del Estado social y democrático de Derecho. Entre estos último tics destaca aquel consistente en calificar en términos negativos la opinión de los disidentes a las directrices del Partido. En mi época de juventud, cuando con otros jóvenes amigos –y entonces camaradas- fundamos en la ciudad de La Laguna, allá por el año 1968, la primera célula (¡pura terminología científica!) de las Juventudes Comunistas de España, suscribíamos en su totalidad las tesis del camarada Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) cuando calificaba como “pequeñoburgueses” a los reformistas que se oponían a la revolución entendida en los términos en los que la defendía Lenin y el partido bolchevique. Aquella calificación negativa era luego profusamente empleada en todos los ámbitos –fundamentalmente en las sesiones de autocrítica ante los otros camaradas- a fin de aislar y expulsar de nuestra mente cualquier posible manifestación de debilidad frente a la sólida e inquebrantable moral comunista. Ser un pequeñoburgués o manifestar opiniones propias de los pequeñoburgueses, era el estigma propicio para, como mínimo, recibir una reprimenda del resto de camaradas (en otra épocas, era motivo para ser simplemente fusilado).

He de reconocer que ya desde entonces siempre tuve una marcada tendencia a ser un vulgar pequeñoburgués. Ahora que he llegado a mayor, esa condición se ha impuesto, si no definitivamente, pues nunca se sabe lo que pueda deparar el futuro, sí al menos en el presente. Quiero decir aquí bien alto y claro que estoy orgulloso de ser un pequeñoburgués. Joder, que si lo soy… hasta el punto de haber votado en alguna ocasión al Partido Popular, haber concurrido a unas elecciones municipales como independiente en una candidatura de Coalición Canaria, y estarme planteando votar de nuevo al PP en alguna próxima campaña electoral. Esto último dependerá, en gran medida, de la trayectoria de la nueva Secretaria General del PP. Pero he de manifestar que, en principio, me gusta bastante el “andar de la perrita”.

En fin, que será mejor no continuar pregonando mi condición pequeñoburguesa, pues la misma pretendo que se manifieste diariamente en mi contribución a este blog. Pido disculpas a mis lectores y lectoras habituales. Salud y saludos, antiguos/as y nuevos/as camaradas. Tengo la esperanza de que no me expulsen de ningún sitio por mis palabras…aunque tal y como últimamente se está poniendo la Universidad de aguerridos y autoritarios revolucionarios, todo es posible.

miércoles, 2 de julio de 2008

FUNCIONARIOS


¿Pero hay alguna persona honrada entre tanto bergante? Mire usted, creo que se equivoca. La cuestión, debidamente planteada, es la siguiente: ¿Pero acaso no hay bergantes entre un colectivo tan amplio de personas? Por supuesto que sí los hay. Es difícil cuantificarlos, “pero haberlos haylos”, y sin duda, aparte de ser una labor ardua y casi imposible erradicarlos, se conforman como especímenes cancerígenos que tienden a una reproducción desenfrenada capaz de llevar a la UVI a cualquier Institución, Administración central, autonómica o local, o a cualquier modesto negociado.

He conocido a varios en mi trayectoria funcionarial. A algunos desde mi condición de funcionario. A otros, desde mi condición de responsable político. Entre mis colegas funcionarios, cargo con el “deshonor” de denunciar a un compañero que formando parte de un tribunal de selección de otros futuros funcionarios, incumplió con su deber de abstención por concurrir en el mismo la nota de tener amistad manifiesta con uno de los concursantes. Para los bergantes que lo son por acción y convicción, sin duda la denuncia es un acto de deshonor: ¡poner en cuestión la honorabilidad de un compañero¡ Para aquellos otros que son bergantes por omisión, la denuncia no deja de ser un mal trago que, además de innecesaria –aún siendo verdad el objeto de la misma-, es muestra de algún tipo de interés oculto igual de bastardo que aquel otro que es objeto de denuncia. ¿Conoce usted a alguien que denuncie simplemente a fin de que prevalezca en todo caso la legalidad vigente? Pues sí, conozco a muchos. Agraciadamente, en esto, la labor realizada por muchas organizaciones ecologistas es encomiable. La denuncia aquí no es un mero instrumento utilizado con una finalidad política o partidista que desvirtúa su propia naturaleza, sino que es expresión genuina de una preocupación social ante tanto desafuero comprometedor del presente y del porvenir de muchos.

Desde mi condición de responsable político, tuve la desgracia de sufrir la inquina de más de un bergante, pero esto no me afectó nada en comparación con la cobardía mostrada por la mayoría del colectivo de funcionarios honrados. Quizás, en ocasiones, se trate de errores de naturaleza estratégica, pues no cabe olvidar que las mayorías se caracterizan por no estar organizadas, en tanto los bergantes sí que lo están y suelen ser además muy eficaces a la hora de propagar bulos y falsedades. A pesar de todo, aún conservo gratos recuerdos de muchos funcionarios/as valientes y dignas/os, así como la satisfacción de haber expulsado a algún bergante a que continuara cometiendo sus fechorías en otra Administración distinta a aquella en la que venía haciéndolo (es una de las servidumbres de la Administración: es inconcebible el despido).

Mi respeto y consideración por los funcionarios honrados viene desde la época franquista. En esa época, siendo proclive a condenar cualquier manifestación proveniente del régimen, máxime si ésta estaba representada por las fuerzas represivas, conocí en circunstancias difíciles a miembros de la Policía Armada que actuaron como auténticos servidores del Derecho. Desde entonces, siempre he estado convencido de la injusticia e inutilidad de generalizar en la condena al colectivo de funcionarios públicos. No sólo son necesarios, entre otras cosas a fin de garantizar la independencia en la adopción de muchas decisiones, sino que en su mayoría son fieles cumplidores de la ley y del Derecho, a pesar de los bergantes…

martes, 1 de julio de 2008

PASIONES


¿Y a usted qué le apasiona? Pues mire, pensándolo bien -lo cual es ya un signo de anti pasión-, a mi me apasiona vivir. Joder, y también a mí. No, hombre, a lo que yo me refiero es exactamente a cuáles son las cosas que en la actualidad le llaman más la atención y respecto a las cuales haría cualquier cosa por hacerlas, tenerlas y disfrutarlas. Pues mire usted, sería en estos momentos incapaz de concretar mis preferencias. Se lo vuelvo a repetir, me apasiona la vida. ¿No le basta con esa respuesta? Pues no, no me basta. Creo que es una respuesta genérica y en gran medida vacía. Es algo así como decir que lo más importante de esta vida es la vida misma.

Bueno, trataré de hacer un esfuerzo mental y de manera desapasionada le voy a enumerar algunas de mis pasiones, pero sólo algunas ¿de acuerdo? Me apasionan las mujeres. Sí, sexualmente también, pero me apasiona comprobar cómo difieren de nosotros los hombres. Me gusta fijarme en sus comportamientos, en sus reacciones, en su forma de resolver determinadas situaciones de la vida, en sus opiniones, etc. Me acongoja comprobar cómo muchas mujeres actúan hoy como tradicionalmente hacían los hombres en el terreno del flirteo: ir a tiro hecho y jactarse entre las congéneres de la conquista realizada. Siempre he pensado que los hombres que lo hacían eran unos auténticos imbéciles; hoy lo pienso de las mujeres que lo hacen. Es algo contradictorio con la prudencia y la sapiencia y, sobre todo, con el necesario pudor que preside el buen sexo.

Me apasiona –aunque he de reconocer que cada vez menos-, joder a los que padecen de envidia. Durante mucho tiempo lo hacía sin ser consciente de ello, hasta que en un momento determinado descubrí que muchas de las puñaladas que recibía no eran más que el producto de la envidia, así que decidí a partir de ese instante manifestar y hacer público mis pequeños y efímeros logros (pero altamente dolorosos para muchos de mis queridos envidiosos), a fin de así fastidiar a los que me fastidiaban o trataban de hacerlo a través de palabra, obra, e incluso pensamiento.

Me apasiona el amor y también escribir, aunque sean gilipolleces como éstas que escribo en mi blog de opinión. Me apasiona ser libre y expresar lo que en cada momento me de la real gana, sin consideraciones a credo alguno, a disciplinas de partido, a líneas editoriales marcadas por otros. Pero también me apasiona el respeto por los demás, por aquellos que opinan de forma distinta a la mía. Me apasiona la búsqueda de la verdad y de la justicia, que son dos cosas distintas. La verdad es objeto de la ciencia. La justicia, de la jurisprudencia.

Me apasionan tantas cosas que sería interminable enumerarlas. Por eso le vuelvo a reiterar que mi auténtica pasión es la vida misma, pues todo lo demás no son más que vanas pasiones carentes de sentido si la vida misma no estuviera ahí para contrastarlas.