miércoles, 2 de julio de 2008

FUNCIONARIOS


¿Pero hay alguna persona honrada entre tanto bergante? Mire usted, creo que se equivoca. La cuestión, debidamente planteada, es la siguiente: ¿Pero acaso no hay bergantes entre un colectivo tan amplio de personas? Por supuesto que sí los hay. Es difícil cuantificarlos, “pero haberlos haylos”, y sin duda, aparte de ser una labor ardua y casi imposible erradicarlos, se conforman como especímenes cancerígenos que tienden a una reproducción desenfrenada capaz de llevar a la UVI a cualquier Institución, Administración central, autonómica o local, o a cualquier modesto negociado.

He conocido a varios en mi trayectoria funcionarial. A algunos desde mi condición de funcionario. A otros, desde mi condición de responsable político. Entre mis colegas funcionarios, cargo con el “deshonor” de denunciar a un compañero que formando parte de un tribunal de selección de otros futuros funcionarios, incumplió con su deber de abstención por concurrir en el mismo la nota de tener amistad manifiesta con uno de los concursantes. Para los bergantes que lo son por acción y convicción, sin duda la denuncia es un acto de deshonor: ¡poner en cuestión la honorabilidad de un compañero¡ Para aquellos otros que son bergantes por omisión, la denuncia no deja de ser un mal trago que, además de innecesaria –aún siendo verdad el objeto de la misma-, es muestra de algún tipo de interés oculto igual de bastardo que aquel otro que es objeto de denuncia. ¿Conoce usted a alguien que denuncie simplemente a fin de que prevalezca en todo caso la legalidad vigente? Pues sí, conozco a muchos. Agraciadamente, en esto, la labor realizada por muchas organizaciones ecologistas es encomiable. La denuncia aquí no es un mero instrumento utilizado con una finalidad política o partidista que desvirtúa su propia naturaleza, sino que es expresión genuina de una preocupación social ante tanto desafuero comprometedor del presente y del porvenir de muchos.

Desde mi condición de responsable político, tuve la desgracia de sufrir la inquina de más de un bergante, pero esto no me afectó nada en comparación con la cobardía mostrada por la mayoría del colectivo de funcionarios honrados. Quizás, en ocasiones, se trate de errores de naturaleza estratégica, pues no cabe olvidar que las mayorías se caracterizan por no estar organizadas, en tanto los bergantes sí que lo están y suelen ser además muy eficaces a la hora de propagar bulos y falsedades. A pesar de todo, aún conservo gratos recuerdos de muchos funcionarios/as valientes y dignas/os, así como la satisfacción de haber expulsado a algún bergante a que continuara cometiendo sus fechorías en otra Administración distinta a aquella en la que venía haciéndolo (es una de las servidumbres de la Administración: es inconcebible el despido).

Mi respeto y consideración por los funcionarios honrados viene desde la época franquista. En esa época, siendo proclive a condenar cualquier manifestación proveniente del régimen, máxime si ésta estaba representada por las fuerzas represivas, conocí en circunstancias difíciles a miembros de la Policía Armada que actuaron como auténticos servidores del Derecho. Desde entonces, siempre he estado convencido de la injusticia e inutilidad de generalizar en la condena al colectivo de funcionarios públicos. No sólo son necesarios, entre otras cosas a fin de garantizar la independencia en la adopción de muchas decisiones, sino que en su mayoría son fieles cumplidores de la ley y del Derecho, a pesar de los bergantes…

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