jueves, 31 de julio de 2008

APRENDER DE LA CRISIS DESDE LA CRISIS


Partamos de un reconocimiento: el poder satisfacer cada vez más “nuevas necesidades” de consumo de bienes y servicios, no sólo es una ley de funcionamiento del capitalismo, sino que es también una ley que explica el comportamiento de los seres humanos. La ideología de izquierda que opera en las sociedades capitalistas, tiende todavía a presentar como ley propia del sistema capitalista el consumismo y el afán de riqueza. Es una ley que sirve para explicar una de las características propias del sistema económico y, sobre todo, es una ley que sirve para justificar, si no su derogación radical para ser sustituida por otra (implantación del sistema económico socialista), sí al menos el control de sus efectos “intrínsecamente perniciosos” a través del control establecido por el poder público.

Sin embargo, las tendencias consumistas y el afán de alcanzar poder y riqueza, más que predicarse como propias de un determinado sistema económico y ser calificadas como fuerzas negativas del mismo que precisan ser “controladas”, se configuran en realidad como tendencias innatas a los seres humanos. Hasta el presente, esas tendencias han fundamentado el desarrollo del sistema capitalista y han “derrotado” las creencias contrarias que parten de considerar que las mismas no son innatas al hombre, sino producto exclusivo del capitalismo. Y es que, como acertadamente ya señalaba Marx, una cosa es la realidad y otra bien distinta la ideología. Y la realidad parece que lo que nos indica es que el hombre no sólo se limita a cubrir sus necesidades vitales mínimas que en todo caso resultan imprescindibles, sino que a partir de ese estadio se empieza a inventar nuevas necesidades que siendo por sí mismas superfluas, determinarán sin embargo luego su sistema económico, político, jurídico y hasta religioso.

Y en esas estamos hoy los españolitos. Impregnados hasta la médula del espíritu consumista, estamos orgullosos de ser la décima potencia industrial del mundo; ser el país europeo que más inmuebles ha construido en la última década; tener carreteras y vías de circunvalación modernas y cada vez más largas y anchas (el largo, sobre todo, ya se sabe que es también una obsesión innata no tanto al capitalismo como al macho humano, y si ya es español no digamos, y aquí no hay aún distingos artificiales dependiendo de la Comunidad Autónoma a la que se pertenezca); fabricar y utilizar vehículos de tracción mecánica, viajar a Bali y otras estupideces por el estilo; presentar como símbolo de los nuevos y cada vez más estúpidos tiempos la destrucción de las llamadas “bombas de racimo” por una ministra pacifista, etc., etc.

Con Fernando Martín- Martinsa y la madre que los parió (Entidades financieras, empresarios multimillonarios ignorantes cuya única aportación social, aparte de la consabida creación-destrucción de puestos de trabajo, es ser presidentes de un club deportivo de primera división, etc.), estamos hoy metidos en una típica y ya clásica crisis cíclica del desarrollo capitalista. Nuestra esperanza es exclusivamente esa, la del ciclo, pues como es sabido, los cubanos ya no saben lo que eso significa y están convencidos de que viven en un sistema maligno que es, como el infierno, eterno.

Pero también, la esperanza de algunos es que la crisis nos sirva para reflexionar sobre sus causas y así aprender de los posibles errores y excesos cometidos. Todavía estamos esperando que el Gobierno asuma, al menos, esta función pedagógica y nos deje de tomar el pelo transmitiendo de manera subliminal que el principal responsable de la crisis es G. Bush.

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