viernes, 25 de julio de 2008

FELONES Y FELONAS O LA TRAICIÓN COMO OBJETIVO


El legislador siempre ha sabido diferenciar entre la alta y la baja traición. La alta traición es un tipo penal debidamente castigado en el Código, en tanto que la baja traición sólo merece como castigo un reproche de indignidad. Sin embargo, en ocasiones, lo que es calificado como delito de alta traición por la legislación de un Estado e imputado a un sujeto determinado, para éste, y para un sector de la sociedad, se conforma como un motivo de orgullo y hasta de heroicidad. Baste pensar en los casos de espías que cumplen su cometido por razones ideológicas y nunca crematísticas. Lo que no parece ofrecer dudas, en cualquier caso, es que la alta o baja traición por razones económicas es siempre detestable.

Pero la traición que todos conocemos y con la que a diario convivimos es aquella que está presente en las relaciones humanas cotidianas, las que se desarrollan en el seno de la familia ampliada, en el trabajo o en la localidad en la que vivimos. Los casos de traición en este ámbito presentan muchas variaciones, pero en lo esencial, responden a dos actitudes típicas que siempre se repiten, ya sea por acción o por omisión. En todos estos casos, la traición supone siempre el rompimiento de una relación de confianza, aún incluso en la hipótesis de que una de las partes no llegue nunca a enterarse de que ese rompimiento se ha producido. En este último supuesto, lo que acontece es una traición a uno mismo, que es una de las manifestaciones más vergonzosas que puede revestir la traición.

En circunstancias de convivencia en paz (pues en guerra confluyen otros factores que modulan de distinta manera la naturaleza e intensidad de la traición), la traición muchas veces aparece asociada a la cobardía. Es un estado de franca cobardía el que explica que el sujeto traicione a otro sujeto, y que además lo haga normalmente por omisión. Para comprobar si el fulano o la fulana sobre el que concurren sospechas de traidor efectivamente lo es, basta con llevar a cabo una sencilla prueba: “poner a parir” de manera desmedida o exagerada a un supuesto amigo suyo y esperar a ver cuál es su reacción. Si sale en su defensa, no será un traidor. Si reacciona con la “callada por respuesta”, está claro que empieza a mostrar signos evidentes de ser un traidor, y si reacciona superando nuestras descalificaciones, está claro que no sólo será un traidor contumaz, sino también, un hijoputa.

El que ejerce socialmente cualquier tipo de manifestación de poder, debería tener como obligación irrenunciable la lectura de esa obra maravillosa de Nicolás Maquiavelo que es El Príncipe. En mi opinión de lector no imparcial, se trata de la primera obra que, con una brevedad y concisión encomiable, analiza de manera meticulosa los comportamientos de casi todas las modalidades de traición que pueden poner en peligro el poder del Príncipe y, por tanto, que pueden estar presentes en las relaciones de los gobernados. En este último sentido, se trata de una magnífica guía para los que no nacemos ni nunca viviremos como vulgares traidores.

No hay comentarios: