miércoles, 23 de julio de 2008

¿CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR?


Más que como afirmación rotunda, cuando se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor es porque en ese preciso momento confluyen diversas circunstancias que explican la referida frase como expresión nostálgica de un tiempo ya vivido y como tal oponible tanto al presente como al incierto futuro. El tiempo pasado es evocado casi siempre como un tiempo positivo (el de la infancia, el de la juventud, el de la época de estudiante, el de la mili, el del noviazgo, el de la lucha contra el franquismo…), pues entre otras cosas, nuestra mente se deshace fácilmente de los malos recuerdos producto de las malas experiencias vitales, para conservar sólo aquellos otros que nos han resultado satisfactorios. Es ley de vida o, al menos, lo es para aquellos que deseamos seguir viviendo de acuerdo con estas leyes. En tanto los jóvenes no tienen siquiera tiempo para evocar el pasado, los no tan jóvenes y los más viejos somos cada vez más conscientes del tiempo vivido y del que nos pueda quedar por vivir. Añoramos el pasado en la medida en que sabemos que lo hemos vivido, y cuanto más pasado sea, más habremos vivido. Por ello, cuando el futuro ya empieza a mostrarse como futuro a término por razones naturales, nuestro apego al pasado no es más que la expresión de un sentimiento de impotencia por la imposibilidad de vivir el futuro.

Sin embargo, cuando se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, hay siempre que matizar. ¿Mejor para qué? ¿Mejor para quién? ¿Era mejor para tantos miles de canarios que se vieron obligados a emigrar a América en busca de oportunidades vitales que aquí no se daban? ¿Era mejor para los jóvenes en cuanto a sus posibilidades de acceso a la educación y a la formación? ¿Era mejor para las mujeres que hasta la década de los setenta del siglo pasado tenían limitada su capacidad de obrar por el hecho de ser mujeres? En fin, las cuestiones a plantear podrían ser interminables.

Pero también existe una tendencia innata al ser humano que es aquella que le lleva a plantearse el sentido y significado de lo realizado, o lo que es igual, a indagar y a preguntarse acerca de si lo realizado era lo mejor o, si por el contrario, era lo peor o al menos no era lo más conveniente desde el punto de vista de los intereses de aquellos a los que correspondería vivir el futuro.

Expondré un simple ejemplo. En mi época de adolescente, recuerdo que las matrículas de los coches que entonces circulaban por la calles de mi ciudad estaban en torno al número once mil. En otras palabras, en toda la isla de Tenerife no había más de once mil vehículos. En el tiempo que ha transcurrido desde entonces, hemos llegado hoy a una situación no sólo caótica en cuanto al elevado número de automóviles que copan nuestras cada vez más largas y anchas vías, sino a una situación que nadie con responsabilidades de gobierno es capaz de abordar y plantear en el sentido de preguntarse qué sentido tiene este monstruoso sinsentido. Lo único que se les ocurre es propugnar que sigan aumentando el número de vías a fin de así poder acoger cada día mayor número de coches. En este punto, me sale del alma afirmar con rotundidad que el tiempo pasado de mi adolescencia fue muchísimo mejor que el de hoy. Además, estoy convencido de que ello es verdad. Por eso creo que es suicida seguir cubriendo nuestro frágil y deteriorado territorio insular de nuevas vías, más asfalto y más automóviles.

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