martes, 8 de julio de 2008

VUELVE USTED A ESTAR CONECTADO

Ya no es una cuestión de preferencias, sino de necesidades. Hace algunos años, muy pocos, tener en casa teléfono (fijo) era para muchos no sólo un lujo, sino la expresión de una novísima necesidad que empezaba entonces a dejar de ser minoritaria para pasar a ser de masas. Pero esto mismo ocurría con otros artefactos de la industria: con el automóvil, la lavadora, la televisión –primero en blanco y negro y luego en color-, la secadora, el lavavajillas, la olla exprés, la batidora… Mientras en los denominados países socialistas dominados por el antiguo imperio soviético, la economía estatal planificada dirigía sus esfuerzos a la industria armamentista olvidándose de las “falsas necesidades burguesas” de las masas (aunque ello no sucedía respecto a colmar las “necesidades” de las clases dirigentes), en los países capitalistas, el libre desarrollo de la iniciativa privada inundaba el mercado de nuevos productos cada vez más sofisticados que en unos casos venían ciertamente a cubrir auténticas necesidades –o que incluso suponían instrumentos de liberación de determinadas obligaciones, como resultó ser el caso de la lavadora- y, en otros, no eran más que la expresión de la propia necesidad intrínseca del sistema para continuar desarrollándose (¿ilimitadamente?) en la senda de una sociedad caracterizada en lo fundamental por el consumo de bienes y servicios en gran parte innecesarios desde el punto de vista humano.

Es precisamente con relación a esta última cuestión donde hoy se plantea el dilema fundamental de nuestras sociedades desarrolladas. Los anuncios un tanto catastrofistas auspiciados por ciertas corrientes ecologistas con relación al cambio climático, contienen sin embargo en el fondo un planteamiento serio respecto a qué tipo de desarrollo económico estamos siguiendo y cuáles son –y serán- las consecuencias que del mismo se derivan respecto a la naturaleza y a los propios seres humanos como parte de la misma.

Pero en un plano más concreto, baste con pensar en las nuevas necesidades que nos ha creado la industria y que hemos interiorizado como vitales. Fijémonos en tres de ellas que además están muy relacionadas entre sí: el automóvil, el teléfono móvil e internet.

Hoy me he sentado ante mi ordenador portátil dispuesto a redactar este artículo y me he llevado la desagradable sorpresa de que al tratar de conectarme a internet he recibido el siguiente mensaje: “no hay conexión a internet”. Gran cabreo y sentimiento de impotencia, pues mis conocimientos de informática son muy elementales y no está aquí mi hija que es a quien recurro ante catástrofes de esta índole. Me queda la opción de coger mi coche e ir a mi lugar de trabajo para hacer uso del ordenador personal. Pero a esta hora de la mañana, coger el coche y circular por la autopista supone, como mínimo, invertir una hora de tiempo para un trayecto que en circunstancias normales (¿?) se haría en quince minutos. Bueno, me queda tratar de conectarme a internet a través del modem del móvil, pero tampoco funciona… Joder, estoy realmente desesperado y al borde de un ataque de nervios.

Por fin, agraciadamente, intento de nuevo la conexión a internet a través del portátil, y ésta funciona a la perfección. Vuelvo a estar conectado. Mis necesidades están colmadas. ¿Lo están realmente? Sólo espero –y fervientemente deseo- que la actual crisis económica que atravesamos nos lleve a replantearnos algunas de las necesidades que nos han creado y de las que podríamos prescindir sin perder nada.


No hay comentarios: