martes, 15 de julio de 2008

DINERO NEGRO E IMPUESTOS


La divergencia entre forma y contenido no sólo es la razón de ser de eso que llaman hipocresía, sino también, la expresión necesaria que adoptan determinados comportamientos humanos a fin de no incurrir en inoportunas confesiones que pueden dar lugar a cuantiosas sanciones pecuniarias por parte de la Hacienda Pública.

¿Conoce usted a alguien que no haya en algún momento de su vida defraudado a la Hacienda Pública? Será difícil encontrar a alguien que abiertamente reconozca la comisión de una infracción tributaria, y no ya por el Santo temor al Fisco, sino porque efectivamente los españoles hemos progresado en la técnica del disimulo. Si hace unos años era motivo de orgullo pregonar a los cuatro vientos que nos habíamos librado por técnicas arteras del pago que nos correspondía hacer a la Hacienda, hoy esto ha cambiado profundamente. De la sana espontaneidad de reconocer como propio y con orgullo un comportamiento socialmente calificado como pícaro, hemos pasado a ser más europeos, o mejor, más británicos: bajo nuestra cara de perfectos cumplidores de la norma, se esconde un mundo más o menos complejo de manifestaciones de economía “sumergida”, dinero “negro”, cajas “B”, contabilidades “paralelas” y un largo etcétera de supuestos similares. En otras palabras, no creo que haya aumentado la “conciencia tributaria” del español medio, sino que lo que ha sucedido es que ha aumentado su nivel de hipocresía.

Pudiera pensarse que tal vez esta conclusión anterior es de naturaleza negativa. Sin embargo, no es así, pues esa patente hipocresía que atribuimos al contribuyente medio no es más que la perfecta correspondencia a aquella otra hipocresía que muestra el Poder público cuando periódicamente nos recuerda que una de sus funciones esenciales es la persecución de los grandes defraudadores tributarios.

He de reconocer que en mi caso aún no he llegado a equiparar el grado de cumplimiento de las normas de tráfico y de las normas tributarias. Las primeras las cumplo prácticamente de forma automática y con inconsciente satisfacción. Es más, me satisface comprobar que se reprimen los comportamientos infractores de tanto desalmado y homicida potencial que pulula por las carreteras. En cambio, con las normas tributarias eso no es así. Es en este punto donde hay que plantearse la necesaria reflexión. ¿Por qué me ocurre esto? ¿Será acaso un problema de ausencia de conciencia cívica? ¿Estará mi cerebro predispuesto a la infracción tributaria? ¿Se tratará de una predisposición genética lombrossiana?

No es este el momento ni el lugar apropiado para desarrollar este tipo de reflexión. Sin embargo, la misma es necesaria y urgente si de verdad pretendemos romper con la hipocresía existente en esto de la lucha contra el fraude fiscal.

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