jueves, 13 de noviembre de 2008

JESÚS NEYRA: SU ACCIÓN NO TIENE PRECIO


Si no tiene precio es que su valor es ilimitado, inconmensurable. Nunca al contrario, pues si tiene precio, es obvio que también puede tener valor, pero este será siempre conmensurable. Así que pensemos en todas aquellas acciones que efectivamente no tienen precio y que resultan ser altamente valoradas por los humanos de buena fe (con independencia de que la fe sea en Dios o en la propia humanidad, pues lo relevante en todo caso es que no pertenezcan al grupo de los humanos que actúan de mala fe).

Por ejemplo, las acciones que a diario realizan los misioneros y misioneras de alguna confesión religiosa (en lo que aquí nos afecta, de nacionalidad española) en muchos países del llamado tercer mundo o en nuestro propio país (equiparable a las acciones que realizan los misioneros laicos pertenecientes a distintas ONG). Esas actuaciones las valoramos la generalidad de forma muy positiva, y nos acordamos de sus protagonistas con ocasión de algún conflicto bélico en el que los mismos resultan ser víctimas en el desarrollo de su labor altruista (secuestrados, asesinados, heridos, prisioneros…). Mientras tanto, nuestros sentimientos de solidaridad con ellos y con aquellos otros a los que ellos sirven, se limita por lo general –lo que no es poco y resulta vital- a contribuir económicamente a su sostenimiento. Por eso, en época de crisis y de recorte de gastos superfluos, no parece lo más honesto y acorde con las exigencias de la solidaridad que califiquemos como superfluas y prescindibles nuestras contribuciones económicas a las ONG, sean o no religiosas. En consecuencia, lo que tiene un valor incalculable (no tiene precio, en definitiva) es la disposición de los misioneros religiosos o laicos a contribuir a mejorar la vida de los demás aún a costa de empeorar la propia (lo que no siempre ocurrirá, pero sí que eventualmente podrá ocurrir). Nuestra contribución económica a su sostenimiento tiene valor pero también tiene precio: el importe de nuestra aportación. Con ella cubrimos los costes de mantener tranquila nuestra conciencia solidaria.

Por ejemplo, la acción de acudir raudo y veloz, sin pensárselo, en auxilio de una víctima indefensa. Se trata de una acción de un valor incalculable. En ocasiones, la acción es realizada por aquellos que profesionalmente han asumido como deber actuar de tal manera (el bombero, el policía, el médico…), lo cual no resta nada al valor de su acción, pues es precisamente la existencia previa de esta actitud volcada al altruismo la que engrandece sus actuaciones en momentos particulares. Pero el tema adquiere tintes de auténtica heroicidad cuando el que actúa lo hace sin ni siquiera haber asumido como deber profesional el hacerlo ante la concurrencia de determinadas circunstancias. Es el caso de Jesús Neyra, el profesor universitario que interviene ante el agresor de una mujer a fin de tratar de paralizar la agresión e increpar al cobarde que la comete.

Todos los humanos de buena fe estamos con Jesús Neyra. Coincidimos en que su acción no tiene precio. Se trata de un auténtico héroe doméstico. Pero… una amplia mayoría coincide en que no teniendo precio en sí misma la acción realizada, sin embargo sí que Jesús Neyra ha tenido que pagar un precio muy alto por realizarla: sufrir el brutal asalto del agresor. La conclusión a la que parece se llega es elemental: ¿merece la pena pagar un precio tan alto por realizar una actuación que en sí misma es de un valor incalculable? Fríamente, la respuesta es que no, máxime además, si como ocurre en el presente caso la propia víctima ha desvalorizado la actuación llevada a cabo por su defensor. No obstante, la gran paradoja y lo que de verdad no tiene precio es que los seres humanos no siempre actuamos fríamente, esto es, calculando los costes y los posibles beneficios y pérdidas de nuestras actuaciones, sino que por el contrario lo solemos hacer en muchos casos movidos por sentimientos profundos que tienen que ver con la consecución de la justicia y la defensa de determinados valores que agraciadamente no tendrán nunca precio, aunque en ello nos vaya la propia vida.

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