jueves, 20 de noviembre de 2008

UNA EDAD DIFÍCIL


A partir de los cincuenta, no ya el cuerpo, sino sobre todo la mente, empieza a manifestar un nivel de “mala leche” vital mezclado con cierto grado de cinismo y una elevadísima cota de incredulidad ante los comportamientos humanos, que no resultará extraño que el sujeto sufra una transformación profunda en sus perspectivas de vida comunitaria. Lo más usual, será que el sujeto se recluya en sí mismo y en sus circunstancias familiares (si es que todavía mantiene a esas alturas la familia), y que de vez en cuando contribuya a mantener el engaño colectivo del llamado “grupo de amigos/as” que le servirá de refugio para desahogar sus lamentos vitales y corroborar que aún mantiene despiertos sus deseos sexuales pero que difícilmente los mismos podrán ser satisfechos en su plenitud dentro o fuera del matrimonio.

En el campo de los hombres, que por naturaleza creo conocer un poco más por circunstancias obvias, a más de uno se le ocurre en esta etapa de la vida tirar todo por la borda y optar por el cambio de pareja. Y es que todavía a los cincuenta el sujeto cree que para llegar a los sesenta aún falta una auténtica eternidad, pero cuando ese cambio drástico acontece a los cincuenta y cinco o cincuenta y siete, es que la cosa (mental y física) se encuentra en un estado de deterioro de tal calibre, que posiblemente ha sido un proceso continuado de alucinaciones el que explica la adopción de una decisión de estas características. Bueno, alucinaciones o percepciones mentales que recrean la realidad en función de nuestras expectativas. Seguramente fue Platón uno de los primeros en manifestar por escrito este tipo de alucinaciones dando lugar a la conocida teoría de las ideas, aunque sin reconocer que las mismas estaban provocadas por la edad o vaya usted a saber por qué oscuro objeto del deseo. Lo del amor platónico no es más que un sucedáneo del verdadero amor que Platón, o no llegó a experimentar, o experimentó locamente y optó por ocultar bajo la idea (eterna) del amor.

Además, es a esta edad, cuando normalmente la vida nos suele pasar factura, bien de nuestra constitución genética originaria, bien de nuestros pequeños excesos vitales anteriores. En uno y otro caso, si tenemos la suerte de poder pagar la factura a través de la ayuda que en cada caso nos preste la ciencia (pues si contamos exclusivamente con la de Dios, vamos aviados), el resultado no pude ser más esplendoroso: reparamos en lo importante que es haber gozado de la suerte de nacer y de vivir durante el tiempo que nos corresponda, pero sobre todo, del que nos pueda quedar por vivir a partir de la cancelación –aunque sea transitoria- de la deuda.

Todo se reduce a aquello que cada uno califica como importante. En mi caso, ante todo será mi familia y después todo lo demás, incluida mi propia vida. Entre medio, el aderezo de la lectura, una buena película, la música, mis clases, un reconfortante polvete de vez en cuando (pues los excesos a estas edades no son aconsejables), y muchas otras cosas entre las que se incluye el escribir este tipo de paridas en un blog. Esto último, he de reconocerlo, me produce una gran satisfacción, pues experimento la sensación de sentirme libre de decir por escrito a todo el globo lo que me sale de los güevos y a veces, como ahora, del corazón. Salud, camaradas.

2 comentarios:

Carina dijo...

excelente!
me transmitiste esa sensación de liberación, y al mismo tiempo de hastío, de resignación-aceptación-esperanza, el conocimiento sobre el disfrute cotidiano, y ese "viva el dios de las pequeñas cosas"!

y aquí sigo escribiendo, saboreando un chocolate :-)

pd: me encanta platón y su mito de la caverna...

Anónimo dijo...

Hacía tiempo que no sabía de vos, o mejor, sabía que vos estabas de viaje ¿en la Gran Bretaña? Saludos.