viernes, 28 de noviembre de 2008

¿QUIÉN ES MÁS CULPABLE DEL DETERIORO DE LA IMAGEN DE LOS POLÍTICOS?


Gozo –es un decir- de cierta experiencia en la ocupación transitoria y coyuntural de algún cargo público. En un caso (Director General de Universidades del Gobierno de Canarias) fue por designación del entonces Presidente del Gobierno Jerónimo Saavedra en mi condición de independiente y, en el otro, por elección de los ciudadanos de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife como concejal independiente en la candidatura de Miguel Zerolo en las elecciones del año 2003. El primer cargo lo ocupé durante un año, presentando al cabo de ese tiempo mi dimisión ante la moción de “autocensura” que contra su propio Gobierno -un acto políticamente presentable y éticamente deleznable- presentaron las Agrupaciones Independientes de Canarias (que luego se denominaron Coalición Canaria), pasando entonces a presidir el Gobierno Manuel Hermoso que hasta ese momento había ocupado la Vicepresidencia. De concejal de Economía y Hacienda estuve desde el año 2003 al año 2006, presentando mi dimisión en junio de ese último año por razones personales.

Si a estas alturas de mi vida alguien me propusiera volver a ocupar un puesto de responsabilidad política, le diría con total certeza que no, pues creo que el coste personal y familiar que ello ha supuesto para mí no está compensado absolutamente por nada. Quede claro que esta conclusión es total y absolutamente personal, como no puede ser de otra manera, pues la decisión de aceptar o no un cargo político conlleva siempre hacer una comparación entre el dónde y cómo estamos y el dónde y cómo vamos a estar en caso de aceptar el compromiso. También es verdad que mi actual conclusión es fruto de la experiencia, y que la misma nunca puede ser aplicada a aquellas otras personas que deciden en un momento determinado con ilusión y ganas dar el paso de asumir un compromiso político.

Sin embargo, sí he de decir –sobre todo con relación a mi experiencia como concejal- que muchas de las personas que conozco no me felicitaron con ocasión de mi elección y sin embargo sí lo hicieron –algunas incluso de manera efusiva- cuando hice pública mi dimisión. Me decían, “Guillermo, lo mejor que hiciste fue dimitir”. Si me atrevía a preguntar por qué, la respuesta era casi siempre la misma: “Pues porque el Ayuntamiento es un nido de corruptos”. Y no es que se refirieran en particular al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, sino a cualquier Ayuntamiento de España. Así de claro y así de injusto, pero también, así de significativo de una imagen que se va afianzando y prevaleciendo en el seno de la sociedad sobre la base de una realidad innegable: la existencia de casos de corrupción que a duras penas empiezan a ser atajados por la actuación judicial.

Es verdad que la masa –que siempre será enemiga de la democracia- que hoy es capaz de condenar por corrupto a un político, mañana es capaz de elevarlo a los altares. No puede uno fiarse de ella, y menos aún, de las pautas que guían muchas de sus actuaciones (por cierto, siempre he admirado a los ideólogos que encauzan a la masa hacia el consumo y no hacia otros destinos más terribles y peligrosos, ya sea para la propia masa o para los que no nos sentimos parte de la ella). Pero también es verdad que las pautas de actuación de la masa se fabrican antes en sectores específicos de la sociedad, ya sea para bien o para mal. Y en el caso de la actuación de los políticos, estoy convencido de que son éstos los principales responsables de que la sociedad en general tenga una imagen negativa de los mismos. Pero entiéndase bien, la responsabilidad no es de los políticos corruptos, sino de los políticos honrados, que conociendo muchas veces de la existencia de casos de corrupción prefieren esconder la cabeza bajo el ala y no denunciarlo o no acabar directamente con tales manifestaciones, esperando que sean otros los que lo hagan. Sin ningún género de dudas, estos últimos son más culpables.

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