lunes, 3 de noviembre de 2008

!VIVA LA REINA¡

¿De verdad que estaría usted dispuesto a gritar sin autoimponerse ningún tipo de cortapisa ¡Viva la Reina¡? Pues sí, sin ningún género de dudas. Es más, visto a posteriori, creo que el dictador Francisco Franco acertó plenamente al nombrar como su sucesor en la jefatura del Estado al Príncipe Juan Carlos y a la princesa Sofía (gracias, entre otras cosas, a personas tan inteligentes como Torcuato Fernández Miranda). Aunque algunos fascistas recalcitrantes y poco proclives a abrir sus mentes y corazones (lo que siempre es un signo de inteligencia exclusivo de los seres humanos más humanistas), acompañados por algunos otros comunistas, anarquistas y demás especies izquierdistas igual de recalcitrantes, mental y vitalmente también anquilosados, aún parecen añorar la época de locura generalizada que vivió la sociedad española durante los años que van desde la dictadura del general Primo de Rivera hasta la proclamación de la II República y el final de la guerra civil, no hay que cansarse de repetir que la reinstauración de la Monarquía constitucional en España ha sido un factor muy relevante a la hora de contribuir a que nuestra sociedad haya logrado en los últimos treinta años un período modélico de convivencia en su historia.

Oiga, de acuerdo, pero no me negará usted que si vamos a hablar de ideas e instituciones anquilosadas, habría que empezar por la propia institución monárquica. Pues sí, tiene usted toda la razón, pero vaya y cuénteselo usted a los británicos, ejemplo palmario de simbiosis perfecta entre monarquía y democracia durante muchos años y espero que por muchos más.

O sea, que no cree usted que la monarquía ya ha cumplido su papel histórico (reinstaurar el sistema democrático en España), y ahora lo que procede es volver a la república. Pues la verdad, qué quiere que le diga… Creo que defender la III República para España en la actualidad, es una auténtica estupidez y, sobre todo, una temeridad desde el punto de vista político. Yo confío en que nuestros queridos José Luis y Mariano sean capaces de controlar en el seno de sus respectivos partidos (otra vez las extremas: derecha e izquierda) los cantos de sirena que algunos entonan cada vez más frecuentemente para cuestionar el papel de la institución monárquica en el sistema democrático español. Ya se sabe que con el ánimo constructivo coexiste como antítesis un ánimo destructor que pretende siempre presentar como más democrático y más progresista todo aquello que signifique cuestionamiento de lo construido, sin entrar a analizar si lo construido ha sido bueno y debe ser no sólo conservado, sino incluso renovado y fortalecido al compás del paso del tiempo.

Vamos, que está usted hecho un auténtico monárquico de pro. Pues mire, si lo quiere ver así, aunque no sea así, pues véalo así. Estoy encantado con los Reyes, con los Príncipes y si me apura hasta con las Infantas. Seguiré defendiendo la institución como una solución hasta el presente insuperable a fin de organizar la convivencia en España, y manifestaré mi simpatía por las polémicas declaraciones realizadas por la Reina en un libro escrito por una periodista del Opus Dei, no sólo por estar de acuerdo con algunas de sus opiniones, sino sobre todo, porque creo que está en su pleno derecho a hacerlas, aún a riesgo de que las mismas no coincidan con la opinión de muchos españoles. Es más, creo que es aquí, en la exteriorización patente de esta posible discrepancia, donde radica la grandeza de la Monarquía constitucional: la opinión de la Reina, que es por encima de todo igual de legítima que la de cualquier otro ciudadano, no se ha de ver reflejada en las leyes que ha de promulgar el Rey y que son aprobadas por la voluntad popular, tal y como sucede con la ley que aprueba el matrimonio homosexual. ¿No le parece esto una manifestación grandiosa del sistema político que nos hemos dado libremente los españoles? Estoy convencido de que a la Reina sí se lo parece, por eso merece todo mi respeto.

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