lunes, 29 de diciembre de 2008

"ES QUE SON COMO NIÑOS" (O SOBRE LAS LAS FORMAS DE MANIFESTARSE LA FELICIDAD)


La afirmación de partida podría ser del siguiente tenor: cuando actuamos como niños, lo hacemos en el sentido de no tomar en consideración determinadas reglas o normas que hemos interiorizado como pautas cuasinaturales de comportamiento en el contexto en el que vivimos. Desde la perspectiva de cómo nos ven otros con los que normalmente nos relacionamos, el que califiquen nuestro comportamiento en un momento determinado como el propio de los niños, no deja de ser una manifestación de disculpa y suave reprimenda a una actuación que no es la debida o que cuanto menos resulta extraña por parte de quien la realiza.

En definitiva, se trata de una cuestión que no puede ser encajada en sentido estricto en el reproche social de naturaleza condenatoria, sino más bien, en el juicio de complacencia contenida que se resiste a sumarse a la algarabía que siempre supone actuar de una manera que no es la habitual. No condenan nuestra actuación, sino que la justifican sobre la base de considerar que la misma responde a que actuamos como si fuéramos niños/as aunque en realidad no lo seamos. Me parece de verdad maravilloso, pues de alguna forma es una muestra de las espitas con las que cuenta nuestra sociedad para resolver la rigidez que supondría atenerse de manera estricta a las normas que rigen los distintos roles sociales.

Pero si lo pensamos bien –sobre todo los que nos empeñamos casi todo el día en ser animales racionales-, actuar como si fuéramos niños es una manifestación patente de que nos sentimos felices en el momento en que lo hacemos. Veamos algunos ejemplos:

Niños jugando al fútbol en la calle (cosa cada vez menos frecuente, desgraciadamente, por la prevalencia de los vehículos de motor). Señor circunspecto y con pinta de funcionario que inicialmente pasa junto a los niños con mirada un tanto desvaída de reproche, pero al que de repente le llega la pelota y sin pensárselo dos veces empieza a jugar con ella driblando a sus oponentes hasta acercarse a la portería y disparar a gol ante el asombro y la incredulidad de los pibes, que parece actúan en tales momentos como austeros adultos, máxime si el tiro se ha transformado en gol.

Acompañar a un amigo que tiene un vehículo en el que transporta quinientos kilos de cebollas por toda la autopista que cruza el sur de la isla de Tenerife, embarcar en el transbordador que va hasta la Gomera, y cuando desembarcamos, cruzar la capital de la isla, San Sebastián, con la música a todo volumen (ameniza la función el grupo “Los Concejales”, ¡toma ya¡). (Nota: una auténtica horterada de la que disfruté como un “enano” con un buen amigo que ya no está en este mundo).

Encontrarse en el exterior de El Corte Inglés en Madrid y advertir que en ese momento hay una cámara de TVE y una locutora que da cuenta del ambiente reinante respecto a las compras de navidad: en la imagen que se reproduce en la TV se advierte un mogollón de adultos llamando con el teléfono móvil a cada casa para que los vean haciendo el pato (saludando y saltando) para toda España.

(…) Piensen en casos similares y encájenlos en lo que venimos diciendo.

Ahora piensen en la calificación que muchos europeos hacen del comportamiento de algunos norteamericanos célebres en momentos determinados, cuando éstos optan por romper las reglas y actuar como si fueran niños. Son calificados como “ingenuos”, esto es, poco respetuosos con las formas que rigen los comportamientos protocolarios, en fin, algo realmente condenable pero que se queda en una mera acusación de ingenuidad. (¿Sería concebible que la Reina de Inglaterra no se reprimiera un ataque de “risa boba” en una audiencia con el Presidente ruso, tal y como le sucedió en su momento a B. Clinton con B. Yeltsin?).

Estoy convencido de que la recuperación por los adultos de sus actuaciones como niños, es no sólo una buena señal de salud mental, sino también, de confianza en uno mismo y en el breve trazo que existe entre la vida y los momentos de felicidad. Tal vez sea esto último lo que les suceda a los norteamericanos, de ahí que en ocasiones subviertan las formas y pongan por encima de todo los contenidos, perdiendo así todo temor a hacer el ridículo.

Es por todo lo anterior por lo que he de reconocer me gusta la persona del Rey de España, pues en algunas de sus actuaciones se parece más a los personajes célebres norteamericanos que a la Reina de Inglaterra.

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