martes, 9 de diciembre de 2008

ETA: UN CIERTO SENTIMIENTO DE HASTÍO Y UNA CERTEZA

¿Será legítimo contrariarse por las pequeñas sinrazones de la vida cotidiana ante tragedias como la que ahora mismo están viviendo millones de seres humanos de la República Democrática (¡que contrasentido más terrible¡) del Congo? No, no lo es, pero así somos los seres humanos. Obviamos el dolor ajeno, sobre todo si el mismo acontece a miles de kilómetros de distancia, para centrarnos en la contemplación de minúsculos problemas que a veces llegamos a calificar en nuestra paranoia de grandes y que incluso nos pueden llevar a la consulta de un siquiatra por ser la antesala de una profunda e indeseada depresión.

Ayer veía un programa de una de esas abominables televisiones locales que durante el día hacen periodismo del malo y por la noche proyectan pornografía de la más baja estofa, en el que su presentador comentaba con otros dos contertulios el último asesinato cometido por dos pistoleros de ETA. La conclusión era bien clara: estamos hartos de los terroristas de ETA y de sus atentados. Si lo que quieren es la independencia, ¿por qué no dárselas de una puñetera vez y así acabar con el problema del terrorismo?

Son más de treinta años de sufrimiento para las víctimas inocentes que han tenido que vivir el asesinato de sus seres queridos y, sobre todo, que han tenido que vivir con el desprecio mostrado por un sector de la población del País Vasco y Navarra que está de acuerdo con los asesinatos como medio necesario para conquistar la independencia. Para estos auténticos vascos, las víctimas del terror nunca serán tales, sino meros muertos o lisiados colaterales de un conflicto con un único culpable, el Estado español opresor. Las verdaderas víctimas no son otras que los jóvenes encarcelados por haber luchado contra el Estado español por la defensa de la libertad del pueblo vasco. Son víctimas, pero también y por arriba de todo, son héroes que serán objeto de idolatría permanente y que emularán de seguro muchos otros jóvenes dispuestos no tanto a dar su vida por una idea, como a arrebatárselas a otros que no compartan tales ideas.

Vivimos una coyuntura socioeconómica delicada que objetivamente propicia –o propiciará de seguro a medida que la crisis se extienda- actitudes derrotistas. Es verdad que lidiar con las dificultades puede llegar a ser en un momento determinado un incentivo importante para encontrar vías de mejora en todos los ámbitos (es aquí donde se reclama el papel de los auténticos líderes políticos y de toda índole), pero también, tales dificultades pueden transformarse en un excelente caldo de cultivo en el que prosperen los virus de la desesperanza, el hastío y el sentimiento de derrota. Es un ambiente propicio para que prenda la mecha del radicalismo y de la irracionalidad. Sin embargo, ya bastante irracionalidad hemos tenido con los pistoleros de ETA durante tantos años para saber lo que eso significa. No cabe más alternativa que la de seguir confiando plenamente en la ley y el Derecho como instrumentos imprescindibles para acorralar y acabar con los pistoleros de ETA. No sólo estamos asistidos por la razón y la legitimidad democrática, sino sobre todo, por la irrenunciable certeza de nuestro derecho-deber a la hora de impedir que los vasco-españoles puedan ser objeto de exterminio sobre la base de una ideología nacionalista excluyente, racista y asesina.

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