lunes, 22 de diciembre de 2008

SOBRE LA RISA BOBA: UNA EXPERIENCIA SALUDABLE PARA EL QUE RIE Y DUDOSA PARA EL QUE LA PADECE


Estoy seguro que debe tener una explicación científica, como casi todo en esta vida, pero la desconozco y tampoco tengo mayor preocupación por conocerla. La cuestión es que cuando el acontecimiento se produce, la consecuencia no suele ser otra que la imposibilidad del autocontrol sobre nuestra propia risa y la “mosca” que la misma puede provocar en la persona o personas que por lo general resultan ser los causantes-víctimas directos de la misma.

Hace ya bastantes años, cuando era menos tonto de lo que actualmente soy, tuve la osadía de matricularme en un curso de esperanto que se impartía por el profesor D. Juan Régulo en la Universidad de La Laguna. Fue en la primera clase, después de la presentación que había hecho el profesor, cuando el mismo me pidió que leyera una frase que había escrito en la pizarra. En ese momento, cuando intenté leer la frase y reproducirla, me resultó totalmente imposible hacerlo. Tuve un acceso incontrolado de risa boba que se fue agravando a medida que el profesor (D. Juan era un señor de estatura media-baja y un poco gordito) reflejaba en su cara el color rojizo típico de un colérico ataque de rabia ante lo que él vería –nada más alejado de la realidad- como una manifestación suprema de mala educación y falta de respeto por mi parte hacia su persona. Cada vez que D. Juan me decía algo, mi risa aumentaba y se hacía total y absolutamente incontrolable. En un momento de descontrol por su parte, se acercó a mi pupitre y, gritándome, me ordenó que abandonara el aula. Salí del aula sin poder parar de reírme y nunca jamás volví a asistir a clases de esperanto, con lo que se frustró de manera definitiva mi afán con acceder al conocimiento de una lengua que pretendía ser universal. Y aunque siempre me pesó no haber ido a disculparme, creo que fue lo mejor que pude hacer, pues mi parte consciente me decía que de haberlo hecho nada podía garantizar que mi inconsciente no volviera a traicionarme.

Años después, siendo ya profesor en la universidad, se reprodujo la misma situación originadora de una risa boba incontrolada, con ocasión de un examen oral que realicé a una alumna en presencia de sus compañeros de curso. La alumna, una vez tomó asiento frente a mí y le hice la primera pregunta, no podía articular palabra, seguramente por el estado de nerviosismo y ansiedad que le provocaba el tener que exponer oralmente sus conocimientos en público. A pesar de que traté de tranquilizarla e incluso le dije que se retirara unos minutos, fue imposible. Entonces, en un momento determinado, la alumna me espetó: “profesor, es como si tuviera una papa trabada en el gaznate”. A partir de aquel momento, mi risa boba hizo acto de presencia y ya no pudo parar. Tuve que suspender el examen, tranquilizarme y rogar a la alumna que se presentara a examen al día siguiente, o bien, que lo hiciera por escrito.

De momento no tengo conciencia de haber provocado en otras personas una risa boba, pero estoy totalmente preparado para cuando ello suceda. Me sumaré casi con toda seguridad a participar de la misma, pues si hay algo que sin ningún género de duda es contagioso y saludable es reírse… y más si es de uno mismo.

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