lunes, 15 de diciembre de 2008

NADA MÁS LEJOS DE MI INTENCIÓN


Un buen amigo me comenta que muchos de los artículos de mi blog están tomando un cariz un tanto preocupante con relación a mis críticas a la denominada clase política, y que de alguna forma, me dice, podrían ser interpretados como una crítica o un cuestionamiento a los fundamentos mismos del sistema democrático representativo. Y, claro, ya se sabe lo que eso puede suponer en España, tierra de escasa tradición democrática donde aún no sólo está cercano el recuerdo del régimen dictatorial del general Franco y el intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero, sino también, las permanentes destemplanzas que ocasionan los asesinatos de ETA, determinadas declaraciones de políticos nacionalistas irresponsables y, sobre todo, los malos augurios que para cualquier sistema democrático siempre conllevan los vientos de una crisis económica.

Como no podía ser de otra manera, lo he tranquilizado, y aunque no le he podido convencer seguramente de que es la edad lo que me ha vuelto un poco más de derechas (aunque prefiero afirmar que en realidad me he vuelto más tonto, y en alguna ocasión explicaré por qué), sí que le he convencido de que en realidad no son mis críticas y muchas otras similares a las mías las que socavan los fundamentos de nuestro sistema democrático, sino que sobre todo, los motivos hay que buscarlos en las actuaciones erráticas que realizan los partidos políticos y muchos de sus dirigentes y militantes. Es la clase política la que fundamentalmente se ha transformado en la actualidad en uno de los mayores riesgos del sistema democrático. Y es esto lo que todos los demócratas debemos denunciar, pues si por algo debe caracterizarse a la democracia es por la posibilidad de que cualquier ciudadano ejercite su derecho-deber a opinar sobre los asuntos que a todos nos atañen y nos preocupan.

En el artículo de Pedro J. Ramírez de ayer domingo en el diario El Mundo, venía este a poner de manifiesto una sensación que es hoy común a muchos ciudadanos en España: el cada día menor nivel político, intelectual, profesional e incluso ético que actualmente se exige a cualquier persona para asumir y desarrollar responsabilidades políticas públicas. Y no se trata de abogar porque los puestos de responsabilidad política sean ocupados por los “mejores” provenientes de otras profesiones, pues no necesariamente ello es signo de garantía alguna para que la política cumpla con sus cometidos propios, pero sí de afirmar que algo no debe de estar funcionando debidamente en el sistema cuando sucede que los “mejores” rechazan o esquivan cada vez más la asunción de cualquier tipo de responsabilidad política a favor de la comunidad. Cuando la vox populi señala que hoy a la política se va a ganar y no a perder dinero e influencia personal, se está manifestando que una buena parte de nuestros políticos en lo menos que piensan es en asumir el mínimo sacrificio por los demás.

Cada uno de nosotros, en nuestra condición de ciudadanos, es posible que vivamos a diario la experiencia vital de comprobar cómo el régimen de descentralización política que hemos desarrollado en España, se ha traducido en una ampliación casi ilimitada de la clase política, aparte, claro está, de la burocracia. Siempre se podrá decir que este régimen de descentralización ha supuesto un desarrollo económico innegable de España en su conjunto, puesto que la referencia comparativa no es otra que la de una España centralizada previa a la Constitución de 1978. Sin embargo, lo anterior no es óbice para que nos planteemos qué hubiera sido de la España democrática si la descentralización no hubiera alcanzado los grados que ha alcanzado y las distorsiones de muy diversa clase y naturaleza que ha provocado. Plantearse este tipo de cuestiones es posible que sea visto por algunos como un rasgo característico de un espíritu antidemocrático e incluso fascista-centralista. Sin embargo, entiendo que ello sería signo de todo lo contrario, pues repensar a la luz de la experiencia las técnicas de organización del poder político, no sólo es lo más democrático, sino seguramente también lo más sano desde el punto de vista del fortalecimiento y subsistencia del propio sistema democrático. En consecuencia, nada más lejos que pretender cuestionar el sistema democrático; se trata tan sólo de no ver la realidad con orejeras que nos impidan mirar a izquierda y derecha.

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