martes, 16 de diciembre de 2008

UN CÍRCULO VICIOSO


Otra nueva estafa monumental (las cantidades me superan y ya soy incapaz de transformarlas automáticamente en pesetas que es la moneda que todavía controlo mejor en términos mentales) por parte de otro, hasta hace muy poco, gurú de las finanzas. Este presunto sinvergüenza y estafador radicado en uno de los centros de las finanzas mundiales (New York), se ha apropiado y dilapidado los ahorros de confiados y alegres inversores sobre la base de ofertar a los mismos unas rentabilidades y unos pingües beneficios que se salían de lo que normalmente ofertaba el mercado. El sistema, al parecer, no era nada sofisticado. Se trataba del mismo sistema que en España se aplicó en el caso Gescartera o en el de Forum Filatélico, sólo que aquí los clientes eran más selectos, y que en definitiva es parecido al sistema que legalmente emplean los Bancos para captar el ahorro de sus clientes. En ambos casos el negocio está fundamentado en la confianza y en las expectativas de obtener una rentabilidad importante de la inversión realizada. La diferencia radica en que en un caso la quiebra de la pirámide no está respaldada por el Estado, y en el otro sí. En un caso estaremos ante la comisión de un delito de estafa, y en el otro ante un problema de falta de liquidez e incluso de solvencia, pero respecto al cual el Estado debe responder ante el riesgo de quiebra del conjunto del sistema financiero.

Sin duda, en la moderna sociedad capitalista, son muchos los ciudadanos que optan libremente por colocar los “ahorros de su vida” en atención a las ofertas más ventajosas que existen en el mercado. Se trata no sólo de una opción totalmente legítima, sino muy comprensible en atención a los anhelos humanos. Y cuando ocurren situaciones como las apuntadas, es igualmente legítimo que los ciudadanos-inversores reprochen al Estado que el mismo no hubiera controlado debidamente las actividades de los que luego serán declarados presuntos estafadores, una vez se hayan volatilizado los ahorros de los mismos. El proceso es siempre parecido. Los titulares de un capital grande, mediano o pequeño destinado a la inversión en el mercado financiero, lo primero que demandan es que se les garantice una buena o excelente rentabilidad; lo segundo, que se les garantice opacidad desde el punto de vista fiscal y, si ello no resultare posible, que la fiscalidad resulte lo menos gravosa posible; y lo tercero, que cuanto menos “meta las narices” el Estado en el devenir de la inversión, mejor que mejor. En realidad, lo quieren todo: si la inversión va bien, avanti, a toda máquina y ni hablar de intervención del Estado; pero si va mal, reclamación inmediata preguntando dónde está el Estado que ha permitido la comisión de una posible estafa.

Nunca me han gustado los delincuentes, y menos, si estos son de los calificados como de “cuello blanco”, que normalmente además no suelen dar con sus huesos en la cárcel. Sin embargo, cuando veo que estos otrora endiosados gurús de las finanzas son capaces de tomarles el pelo a los hombres y mujeres más ricos del planeta, no puedo evitar sentir una honda satisfacción al comprobar cómo estas grandes fortunas evitan salir a la palestra a manifestar que han sido esquilmados por uno de los suyos. Sufren en su millonaria soledad la leve angustia de una mala jugada. Es lo menos que se merecen en castigo a su desmedida avaricia.

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