jueves, 4 de diciembre de 2008

QUE POCOS SON, QUE MAL LO HACEN Y ENCIMA DICEN QUE NOS REPRESENTAN


La vida política está llena de traiciones y deslealtades, o de traidores y desleales, pero también de aprovechados y listillos. Entre unos y otros, conforman un mundo cada día más alejado de la realidad de los auténticos problemas que afectan a los ciudadanos. Viven aplicando sus propias reglas, aquellas que rigen la vida interna de los partidos y que desgraciadamente están marcadas por el autoritarismo –a veces por el totalitarismo- y la mayoría de las veces por la más pura estupidez. El que tiene un mínimo de inteligencia o un mínimo sentido común sabe que esas reglas son inmodificables, y si pretendiera cambiarlas ello supondría su defenestración casi que automática. Es preciso que las tenga muy presentes, que las cumpla y que torticeramente escale y se gane la confianza de los llamados militantes a fin de que alguna vez pueda llegar a formar parte de una lista electoral y acceder así al poder (o lo que igual, a ocupar algún puesto que esté debidamente remunerado con cargo al dinero de todos).

De aquella célebre frase atribuida a Alfonso Guerra de “el que se mueva no sale en la foto”, hemos pasado a una realidad marcada por un mayor grado de “corrección política”, es decir, de acendrado cinismo. Las puñaladas traperas siguen existiendo, pero suelen venir revestidas de movimientos previos poco bruscos que paulatinamente van socavando la moral o la paciencia del adversario hasta que finalmente recibe el golpe definitivo, lo que se traducirá en la presentación de su dimisión (algo cada vez más raro) o en su cese fulminante por razones reales siempre inconfesables, o también, por su “caída” de la lista electoral, con lo cual se frustrarán todas sus legítimas expectativas de representar a los ciudadanos (¿?).

El que manda de forma coyuntural en el seno del partido precisa de un círculo de confianza del que en realidad jamás se confía, pues basta que esto suceda para que de su primer paso en el proceso de pérdida del poder. Son los más próximos al que manda los que suelen conocer sus debilidades y los que terminan por acabar con su trayectoria en el seno del partido.

La mayoría de ciudadanos no estamos afiliados a los partidos políticos y, sin embargo, hemos de convivir con ellos como instrumentos necesarios para encauzar la actividad política en el seno de nuestro sistema democrático. Es posible que esta circunstancia sea irrenunciable como garantía de un nivel mínimo de participación política, pero también es cierto que tal y como están actuando y funcionando los partidos políticos, lo mejor que podría ocurrir es que estos fueran declarados ilegales por el Tribunal Constitucional por ser contrarios a las más elementales exigencias de los principios democráticos.

Sabemos que aprovechados y miserables hay en todos sitios, pero oiga, los peores son los que se refugian en los partidos porque un día puede que sean los que nos representen, aunque en verdad los detestemos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues me parece que está muy bien. Recomendaré el blog y haré los comentarios que considere oportunos. Saludos y felicidades por el blog. Guillermo Núñez