lunes, 8 de diciembre de 2008

PROCESO DE BOLONIA: UN CUESTIONAMIENTO IMPREVISIBLE

¿Existen elementos comunes entre las protestas de los universitarios españoles de la década de los setenta del siglo pasado y las que ahora mismo protagonizan los estudiantes contra el denominado Espacio Europeo de Educación Superior o proceso de Bolonia? La respuesta es que sí existen elementos comunes. En ambos casos el motivo de la protesta es el poder político y las manifestaciones que del mismo derivan. Es verdad que en la década de los setenta el poder en España no era democrático, y ello derivaba en que el llamado movimiento estudiantil se planteara como objetivo prioritario la conquista de las libertades democráticas, pero junto a ello, es igualmente cierto que los estudiantes siempre han respondido a ciertas inquietudes comunes que se dan con independencia de cual sea el signo del régimen político de que se trate. Entre esas inquietudes está la de desconfiar de todo aquello que provenga del poder político, aunque el mismo sea democrático.

En el caso de la reforma del sistema universitario de los países miembros de la Unión Europea, se da además la circunstancia de que el mismo ha sido planificado, debatido y aprobado en sus líneas fundamentales de manera democrática, pero dejando al margen cualquier tipo de participación o consulta con los sectores que están directamente implicados en el proceso de reforma: profesores y estudiantes. Y no se trata de que defendamos aquí la tesis de que cualquier reforma exige la anuencia previa de los destinatarios, pero sí de que todo proceso de reforma exige tiempo y, sobre todo, información y transparencia en sus planteamientos de partida. A estas alturas, estoy convencido de que una amplia mayoría de estudiantes –pero también profesores- desconocen las líneas fundamentales que definen el denominado EEES. De alguna forma, el proceso de reforma responde más a una concepción tecnocrática del ejercicio del poder que a una auténtica concepción democrática, máxime teniendo además en cuenta que el proceso es visto por muchos estudiantes y profesores como algo que procede de “Europa”, esto es, de unos alejados burócratas que se supone actúan al dictado del poder real de las grandes empresas y no de los intereses públicos, de aquí la reiterada (y en mi opinión infundada, aunque no por ello menos efectiva) acusación de que la reforma lo que pretende es acabar con la Universidad pública.

En el ámbito de la política interna española, la “revuelta estudiantil” contra Bolonia ha de tener muy preocupados a nuestros estrategas políticos de “izquierdas”. Ni que decir tiene que de haber estado gobernando el Partido Popular, a estas alturas las manifestaciones de estudiantes y profesores por las calles de las principales ciudades españolas hubieran sido multitudinarias. La “racionalidad” de la reforma se hubiera ocultado en pro de la irracionalidad manifiesta de que la “derecha” estuviera ocupando el Gobierno de la Nación (o el Gobierno de España, como dicen sin recato para así no ofender a las demás naciones que al parecer conforman España). De momento los que protestan son relativamente pocos, pero pueden transformarse en mayoría en cualquier momento, y eso no sería nada bueno para un Gobierno que se está viendo superado por los acontecimientos (crisis económica, paro imparable, ausencia de ideas…). En algunos lugares (caso paradigmático es la Comunidad de Madrid), tratan de orientar “a las masas” contra el Gobierno de Esperanza Aguirre por pretender supuestamente recortar fondos a las sacrosantas Universidades públicas (en esta tarea es encomiable el papel de El País y de la cadena 4 de TV).

La verdad es que nos esperan días cargados de simbolismo. Es previsible que la protesta estudiantil se extienda y que lo haga sobre la base de consignas demagógicas y muchas de ellas falsas, pero en buena parte alimentadas por una izquierda ideológica que ahora es la encargada de poner en marcha el proceso desde sus responsabilidades de gobierno. Aunque no sería de extrañar que finalmente Rodríguez Zapatero termine encabezando la revuelta y responsabilizando del supuesto desaguisado a Aznar.

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