jueves, 22 de mayo de 2008

AL DISIDENTE EL ESTIGMA: DESLEAL, DESOBEDIENTE, TRAIDOR E INDISCIPLINADO



He de reconocer que por mis venas siempre ha corrido la sangre infectada por el virus de la “desobediencia” manifiesta. Por eso es difícil que cuenten conmigo para determinadas cosas, pues comprendo que para “Ellos” no soy de fiar. Pero no lo puedo evitar, es como una especie de marca de nacimiento. Te toca y a pechar con ella con sus grandes ventajas e inconvenientes. Lo mejor, en todo caso, es que “Ellos” te encasillen entre los “raros” y ya no te hagan caso: “son las cosas típicas de fulanito”, dirán, un tipo bastante singular y que se cree, el muy chulo, que así se puede transitar por la vida, pues va aviado… Lo peor, sin embargo, que te acosen de manera desenfrenada y traten de hundirte mediante la interposición de todos los obstáculos habidos y por haber. En este segundo caso, sí, se puede sufrir, pero será preferible esto a estar muerto en vida, o lo que es igual, será preferible siempre ser humano que ser un borrego, con todos mis respetos para los auténticos borregos.

Viene a cuento lo anterior por el espectáculo político-mediático que se ha organizado con el “minitrasvase” del ex director de la Oficina Económica de la Moncloa, el Sr. Taguas, a la presidencia de la principal Asociación de empresarios de la construcción de España. El cambio producido tiene, se dice, amparo legal pero no moral. Se ha presentado el hecho como un auténtico y desmelenado “escándalo rafaeliano”. Es, en verdad, una reacción asombrosa por el alto grado de hipocresía que el asunto presenta. Ha merecido, incluso, una votación en el Congreso de los Diputados. Vamos, la repera. Quede aquí constancia, por ahora y, sin perjuicio de volver en otro momento sobre el tema, de mi simpatía a favor del Sr. Taguas, que en principio tiene todo el derecho a hacer con su vida privada lo que quiera, máxime, si sus comportamientos están además amparados, como es el caso, por el ordenamiento jurídico (sólo adelanto aquí una cuestión: ¿cómo es posible que la defensa de la “moralidad pública” la haya asumido una empresa de comunicación como PRISA que tanto debe a su decisiva influencia sobre los hombres y mujeres que han ocupado y ocupan puestos de responsabilidad política al más alto nivel?).

Lo que ahora me interesa destacar es el papel asumido por dos diputados del PSOE que se atrevieron a hacer pública su disconformidad con la pretensión de sus “jefes” de obligarles, por disciplina de partido, a votar en contra de una moción presentada por Iniciativa per Catalunya que condenaba el referido cambio y el nuevo destino del Sr. Taguas. Cuando conocí la noticia, unos días antes de la celebración de la votación en el Congreso de los Diputados, me hizo sentir feliz. Por fin dos disidentes capaces de poner en cuestión la vergonzosa, inmoral y antidemocrática disciplina de partido. Estos dos diputados (que no nombro porque mejor es no recordarlos nunca jamás), hicieron un amago de disidencia, pero cuando llegó la hora de la verdad, en el momento de la votación, miren por dónde, uno pulsó el botón del SI a favor de la moción de IC, y el otro el botón de la Abstención. ¡Qué valentía¡, pensé. Mi gozo en un pozo. A estos dos cobardes les entró el tembleque pos heroico y todavía al día de hoy no dejan de repetir a quien quiera escucharles que lo que ocurrió en realidad fue que se equivocaron de botón, pues ellos querían apoyar al Gobierno.

Creo que sus “jefes” ya han anunciado que se les va a abrir expediente a ambos por poner en cuestión –aunque ahora lo nieguen- el principio totalitario de la disciplina de partido. Es lógico, pero en realidad yo creo que se merecerían la apertura de expediente no por desleales, desobedientes, traidores o indisciplinados, sino por cobardes y miserables.

Como siempre es posible el cambio, tal vez estos sujetos recuperen la dignidad perdida y decidan acudir al Tribunal Constitucional en defensa de sus derechos democráticos a la libre expresión de la disidencia. Lo malo, sin embargo, es que ese virus del totalitarismo disciplinario partidista, tan arraigado por demás en versiones distintas en casi todas las esferas sociales, se haya introducido también en el seno del máximo intérprete de la Constitución.

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