viernes, 30 de mayo de 2008

ESTUDIANTES Y PROFESORES. NOTA DE AGRADECIMIENTO.

Gracias al esfuerzo y decidida voluntad de mis padres, tuve la oportunidad hace ya algunos años de poder cursar la carrera de Derecho. Eran otros tiempos y eran, también, otras las circunstancias en las que los estudiantes desarrollábamos nuestra labor en el edificio central de la Universidad. Pero de ese tiempo pasado y de las circunstancias de entonces, el recuerdo fundamental que conservo es el de algunos de mis profesores: D. Felipe González Vicen, D. José Mª Hernández Rubio, D. José M. Pérez Prendes, D. Juan Miquel, D. Ángel Torío López, D. Antonio Martín Pérez, D. Gumersindo Trujillo Fernández, D. Antonio Pérez Voitereuz, D. Manuel García Padrón, D. Alberto Guanche Marrero, D. Manuel Morón Palomino, D. Bernardo Cabrera Ramírez. Es un recuerdo positivo, de aquellos que de manera recurrente surgen por vía de la nostalgia, sobre todo, cuando se repara en que algunos de esos excelentes profesores ya han desaparecido.

He tenido la suerte de poder dedicar parte de mi vida a la enseñanza e investigación en el seno de la Universidad. Es mi profesión y también mi vocación preferida. Además, tengo alma de actor y, a medida que cumplo años, también de cómplice con mis alumnos. Cada vez que me subo a la tarima, represento mi papel de profesor, y trato, sobre todo, de que mi público quede satisfecho, no tanto en compensación al dinero que han pagado, sino al hecho de haber conseguido que sientan interés por aprender y conocer de la materia que trato de enseñar. Nunca he podido llegar a comprender que en una licenciatura como la de Derecho puedan existir colegas que cuestionen como carga contar con grupos “masificados” de alumnos, pues ello impide, según los mismos, ofertar una enseñanza personalizada. A mis clases asisten una media de sesenta alumnos, y puedo asegurar que basta con poner sólo un poco de interés para llegar a conocer bastante aproximadamente las trayectorias, expectativas y ánimo de cada uno de ellos y, si me apuran, hasta para conocer y llamarles por su nombre, algo que además debería ser obligatorio para los profesores.

Acabo de realizar un examen oral correspondiente a la materia de la última parte de la asignatura, y estoy eufórico, pues me he encontrado con un nivel medio excelente. Siento en el fondo de mi ser una alegría inconmensurable al comprobar que la mayoría de mis estudiantes se han esforzado y han aprendido y que, por consiguiente, aprobarán la asignatura. ¿Se puede acaso pretender más? Por todo ello, seguiré asumiendo con orgullo el sambenito de ser un profesor con el que resulta “fácil” aprobar la materia, pues de esta forma creo honestamente que contribuyo a romper con el erróneo y perjudicial tópico que destruye el fin de la Universidad, de entender que el “buen” profesor es aquel que cosecha un alto nivel de suspensos.

Aunque en ocasiones exteriorizo mis sentimientos de amargura ante el peso de viejas estructuras y pautas de comportamiento existentes en el seno de la Universidad, vuelvo de nuevo, en un curso que termina, a reafirmar mi deseo de volver a actuar ante mi apreciado público en el curso próximo. Muchas gracias a todos.

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