viernes, 9 de mayo de 2008

"ODIO EL IRPF" U "ODIO AL IRPF". That's the cuestion, compadre.



Parece un juego de palabras, pero en realidad no lo es. “Odio el IRPF” expresa un sentimiento personal, el propio del contribuyente que sabe se acerca la finalización de la fecha fatídica de tener que ajustar cuentas con el Fisco. “Odio al IRPF” expresa, por el contrario, un sentimiento colectivo que cada día que pasa es más preocupante, sobre todo, entre los perceptores de rentas del trabajo, que son aquellos que mayoritariamente hacen frente al pago del impuesto.

Entre los que nos dedicamos al estudio de los impuestos prevalece la tesis de que en la actualidad las normas tributarias ya no tienen, como antaño, el estigma de su carácter odioso, sobre todo, porque los impuestos son hoy producto no de un poder arbitrario, sino de un poder legitimado por el voto ciudadano y que han de responder además a determinados criterios de justicia previstos en la Constitución. Sin embargo, sería de ingenuos creer que esta última circunstancia es suficiente para afirmar el carácter no odioso de los impuestos en general y del IRPF en particular.

Si planteáramos el contribuyente la cuestión de si cree que son necesarios los impuestos, la respuesta mayoritaria sería seguramente afirmativa. La respuesta sería distinta si la cuestión planteada fuera: ¿está usted de acuerdo con lo que le corresponde pagar en concepto de IRPF?

¿Qué ha sucedido? Me atrevo a formular una posible explicación. Los españoles pagamos por vez primera un auténtico impuesto sobre la renta personal en el año 1979 (el correspondiente al ejercicio de 1978). Asumimos entonces con sana alegría y firme esperanza, que nuestra contribución a las cargas públicas a través del IRPF era, si no un bien caído del cielo, sí al menos un sacrificio que valía la pena asumir al igual que lo habían hecho antes nuestros hermanos europeos. En España, además, esta alegría y “amor limitado” al IRPF coincidía con la recuperación de la democracia y con el firme convencimiento de que por fin el Estado iba a hacer un uso real de los impuestos como un instrumento de redistribución de la riqueza.

Treinta años después, las ya viejas ilusiones se han quedado en eso, en viejas y fantasmagóricas ilusiones que además se siguen empleando como pretexto para hacernos creer que pagan más los que más tienen. No ha habido ni una sola reforma del IRPF después de 1979 que no se haya justificado en el fundamento de que el objetivo a conseguir era “mejorar fiscalmente” a los perceptores de rentas del trabajo. Pura falsedad, y esto, queridos amigos, no sólo es para cabrearse, sino también, para acumular, período impositivo tras período impositivo, un pozo de odio aún razonable que me temo algún día pueda estallar de forma incontrolada en auténtica rebelión fiscal. Hasta tal punto ha llegado esta desgraciada intrahistoria del IRPF, que en la actualidad, son los mismos partidos mayoritarios que la han ocasionado (PSOE, PP), los que tratan de “vendernos” la necesidad de las “rebajas” en materia fiscal, como si fuéramos los perceptores de rentas del trabajo -¿o lo seremos realmente?- vulgares espíritus consumistas de cerebro atolondrado, pues en realidad, tales rebajas lo son siempre para aquellos que disponen de suficientes recursos para no tener que acudir nunca a las Rebajas de verdad.

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