lunes, 12 de mayo de 2008

LOS TRAPOS SUCIOS SE LAVAN EN CASA



¿Sabe usted lo que es tener un hijo o un hermano bobo, retrasado o, más finamente, discapacitado? Yo sí lo sé, y también que de niño mi madre me obligaba a sacar a mi hermano a la calle a darle un paseo ante la mirada atónita de los viandantes. Desde pequeño, por tanto, aprendí que no había razones para tratar de ocultar lo que entonces socialmente suponía una vergüenza. Algo hemos progresado en este sentido, y hoy las familias ya no ocultan a la sociedad la existencia de sus discapacitados. Lo que antes era una vergüenza, hoy es lo más “natural” del mundo. La sociedad, indudablemente, ha avanzado. Es más humana.

Sin embargo, para otros ámbitos, la consigna de la ocultación sigue firmemente arraigada. Pero no en lo que se refiere al necesario pudor de reservar ante la mirada ajena la esfera de la intimidad personal (pudor que actualmente está hecho trizas a través de la irrupción de determinados programas de la televisión), sino en lo que se refiere a la ocultación de las tramas negras de la miseria humana. Ocurre a distintos niveles. Aquí nos interesa referirnos ahora a la ocultación de los comportamientos corruptos.

Si fuéramos miembros de un grupo mafioso que actúa al margen de la ley, una de las reglas que de forma imperativa habríamos de cumplir es que las vulneraciones a la regla no podrían en caso alguno ser resueltas públicamente. Que te quedas con la pasta que pertenece a la organización, pues un tiro en la sien y que tu cadáver aparezca carbonizado en un contenedor. Aquí paz y en cielo gloria. Expeditiva justicia mafiosa. Y nunca mejor dicho, los trapos sucios –y el dinero- se lavan, y bien lavados, en casa. Es una regla irrenunciable para la existencia misma del grupo. Puro oscurantismo. Pura supervivencia.

Como miembros de una sociedad democrática fundamentada en el imperio de la ley, ante la evidencia de la vulneración de la misma deberíamos reaccionar en su defensa. Sin embargo, no es este el comportamiento general. Solemos, por el contrario, escudarnos en nuestra cobardía bajo el pretexto de que personalmente nosotros no la incumplimos, sino que son otros los que lo hacen. La cuestión, en definitiva, no nos atañe. Y cuando el incumplimiento trasciende y se hace público en virtud de la denuncia de un/a valiente, nuestra reacción suele ser de reproche, no al incumplidor, sino al denunciante, que ha posibilitado con su acción que se haga así pública la generalizada cobardía de los miserables. El colofón será entonces que lo correcto debió haber sido “lavar los trapos sucios en casa”.

Cuando ante el descubrimiento de las presuntas irregularidades cometidas por el Jefe de la Policía Local de Coslada (Madrid), los medios de comunicación preservan la honorabilidad del Cuerpo de la Policía Local ante los presuntos mafiosos, están auspiciando –seguramente sin quererlo- la actitud de todos aquellos policías y políticos cobardes que sabiendo del incumplimiento de la ley no lo denunciaron. ¿Quién es más culpable?

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