martes, 27 de mayo de 2008

CONTROLEMOS LA XENOFOBIA


La xenofobia tiene que ver con el color de la piel, y con el tamaño (del cuerpo), y con el idioma, y con los usos y costumbres, y con el origen familiar, y con las creencias religiosas, y con el estatus económico, y con lo que sea que se exprese como diferente en el marco de relaciones establecidas como mayoritarias o dominantes, pero sobre todo, tiene que ver la mayoría de las veces con la existencia de las fronteras nacionales y, sobre todo, mentales de los seres humanos. Cualquiera de esos motivos, que por sí solos pueden estar presentes con mayor o menor intensidad en la cabeza y en los sentimientos de cualquier ser humano, reunidos pueden dar lugar en un momento determinado a la actuación conjunta o colectiva de un grupo humano cuya actuación podrá ser calificada como xenófoba. Cuando esto último sucede, la respuesta xenófoba suele desembocar siempre como último resultado en una situación dramática, bien porque es abiertamente agresiva o violenta contra el extranjero o el calificado como extraño a la comunidad propia, bien porque es consentidora, por omisión, de esa respuesta agresiva. En ambos casos, el problema está servido.

En Canarias, tierra de gente tradicionalmente hospitalaria y de antiguos emigrantes, el sentimiento xenófobo ha existido y existe en la actualidad en la cabeza y actuación de muchos canarios. Baste con pensar en la existencia de la comunidad hindú. Llevan muchos años en esta tierra, y conviven con nosotros como si realmente no existieran. Forman un mundo aparte. Se les reprocha en ocasiones que no se hayan integrado en nuestra comunidad, pero en realidad esto no es más que un pretexto que esconde la mayoría de las veces nuestro rechazo a sus pautas diferenciadas de conducta, y que se expresa en medidas tan pueblerinas, mezquinas, inhumanas y retrógradas como la de impedir que los miembros de esa comunidad puedan formar parte de determinados clubs sociales o deportivos locales (entre las numerosas anécdotas que se cuentan del que fuera Catedrático de Derecho Político de la ULL, D. José María Hernández Rubio, hay una que refleja muy bien la mala calaña, ya sea por activa o por pasiva, de los miembros de una Sociedad muy chic de Santa Cruz de Tenerife. Al parecer, una noche D. José María se presentó a las puertas de la sede social de la entidad acompañado de dos prostitutas. El conserje, educadamente, le advirtió que no podía entrar con aquellas dos mujeres de “dudosa reputación”. La respuesta de D. José María, que siempre fue un ser libre, resultó contundente: Mire usted, estas señoritas tienen probada reputación de putas, mientras que las que están en el interior sí que son de “dudosa reputación”).

Pero si de la comunidad hindú pasáramos a la incipiente comunidad negra, a los chinos, a la conformada por los moros, o a la de nuestros supuestos hermanos hispanoamericanos, la situación sería aún peor, pues nuestros reflejos “defensivos” frente a los mismos están más extendidos y permanentemente actualizados, aparte de jaleados por algunos politiquillos de tres al cuarto que saben de la eficacia de explotar en su propio interés el germen de xenofobia que anida en la mente de todos los miembros de la propia tribu.

Luchar en contra de la xenofobia como arma que algunos emplean en el terreno político, es un deber para cualquier demócrata. Luchar contra nuestros propios sentimientos xenófobos, es una garantía a favor de nuestra propia libertad como seres humanos.

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