miércoles, 28 de mayo de 2008

LA BURLA DE LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA


Muchos de los que en el año 1985 participamos activamente en la elaboración de los primeros proyectos de Estatutos de Autonomía para las Universidades Públicas españolas, y desechamos mediante “votación democrática” las opiniones de otros más viejos y expertos que nosotros calificándolas como reaccionarias, nunca pudimos imaginar los derroteros que con el paso de los años iba a tomar asunto tan serio y trascendente para la vida universitaria de este país. Personalmente reconozco mi cuota de responsabilidad en este engendro, en algunas de sus peores versiones, que hoy llamamos “autonomía universitaria”. En la actualidad, he de reconocerlo también abiertamente, sólo me queda el lamento de lo que pudo haber sido y no fue, y la vía de escape de proyectar y aplicar en el ámbito individual como profesor lo que considero debe ser la enseñanza e investigación universitaria. Pero, por favor, a estas alturas que no me hablen de sindicatos, grupos claustrales, elección de cargos académicos, reivindicaciones salariales de esa extraña categoría de profesores contratados doctores de régimen laboral, y no digamos ya de oposiciones, habilitaciones o acreditaciones que me tienen hasta los “…ones”.

¿Que existen aspectos y manifestaciones específicas de índole positiva de la autonomía universitaria? Por supuesto que sí. ¿Que hay Universidades públicas que han aprovechado su autonomía para elevar los niveles de calidad del servicio público que prestan en el ámbito de la docencia y la investigación? Por supuesto que sí. Faltaría más. Al fin y al cabo la autonomía universitaria no es más –ni menos- que un instrumento en manos de las Universidades para avanzar o para retroceder o, simplemente, para estancarse en la mezquina placidez y vivir del esfuerzo económico que presta la sociedad mediante el pago de sus impuestos. Si siempre ha habido pobres y ricos, por qué no iba suceder lo mismo con respecto a la existencia de tontos e inteligentes, generosos y mezquinos, responsables e irresponsables, valientes y cobardes, reformistas y revolucionarios…

Baste aquí con señalar dos pequeñas muestras de la deformación de la autonomía universitaria.

Los sindicatos, tanto del profesorado como del denominado personal de administración y servicios, que conciben fundamentalmente la Universidad (a pesar de la alharaca tradicional con la que revisten sus discursos: potenciación de la enseñanza pública, acceso de las capas populares a la Universidad…) como un centro de trabajo en el que hay que obtener del “empresario” las máximas utilidades posibles, desde salarios “dignos” hasta el pago de la guardería de los niños, matrícula gratuita en los estudios universitarios o ayudas para implantes dentales.

Algunos profesores, que conciben la autonomía a la hora de proyectar los nuevos planes de estudios y los títulos que ha de ofertar la Universidad en los inicios del siglo XXI, como un mercado (a pesar de que les horrorice el empleo del término y no digamos ya la propia realidad) en el que el objetivo no es otro que el de acaparar el mayor número de créditos horarios para sus respectivas áreas de conocimiento a fin de así garantizar no la calidad, sino la mera reproducción de su deleznable especie en el futuro.

Parafraseando a un conocido antimarxista, ¿autonomía para qué? Pues para eso, para burlarse de ella.

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