viernes, 17 de octubre de 2008

ALGO HEMOS AVANZADO EN MATERIA DE CORRUPCIÓN


En una época de mi vida ya un poco lejana, trabajé como administrativo (personal de tierra) en la Compañía Iberia, con destino en el único aeropuerto que entonces existía en Tenerife, Los Rodeos. Era joven y bien parecido, y con mi uniforme de empleado de Iberia parecía un piloto, lo cual, en aquella época, era el nova más desde el punto de vista social. Cada mañana salía temprano de casa y caminaba hasta la iglesia de La Concepción, en La Laguna, donde me recogía la guagua que la compañía tenía para trasladar a sus empleados hasta el aeropuerto.

Mi condición de personal eventual y de pibe veinteañero, aparte de mis ganas de quedarme fijo en la empresa, hacían que pusiera todas mis energías en el desarrollo de mis tareas laborales. La verdad es que ninguna de esas circunstancias resultó finalmente suficiente para la renovación de mi contrato, influyendo otras de distinta naturaleza que impidieron que mi vida laboral se encauzara a través de las líneas aéreas de España.

En aquella época aún no había llegado la democracia a España, y aun existiendo los sindicatos como organizaciones legales, éstos eran “verticales”, lo que entonces significaba que se conformaban como uno de los fundamentos básicos del régimen político instaurado después de la guerra civil española, junto con la familia y el municipio, aparte, claro está, de ser organizaciones no contrapuestas a las organizaciones empresariales (obreros y empresarios se suponía que trabajaban en común por la consecución de una España Grande y Libre). Sin embargo, en el seno de los sindicatos verticales se habían introducido los ilegales “rojetes” (fundamentalmente de Comisiones Obreras) con la finalidad de darles un vuelco a los mismos y transformarlos en lo que realmente debían ser, esto es, organizaciones representativas de los legítimos intereses laborales y políticos de los trabajadores, que era lo que precisamente negaba el régimen político de Franco.

En los primeros años de la década de los setenta había en la sociedad española manifestaciones patentes de corrupción. Por supuesto que también había manifestaciones de lo contrario. Había políticos honestos entregados a la consecución del interés público y funcionarios igualmente rectos que cumplían estrictamente la ley y se volcaban en la defensa de los intereses ciudadanos.

Como empleado de Iberia durante un corto período de tiempo (téngase en cuenta que entonces la Compañía aérea era una empresa pública), pude comprobar con mis inocentes ojitos dos manifestaciones patentes de corrupción. Una de ellas me afectó de alguna forma a mi situación personal en el seno de la empresa. Había entrado como personal eventual casi que de casualidad, y algunos de los representantes sindicales que entonces formaban parte del Comité de Empresa, vetaron mi transformación en personal fijo. La razón era evidente y lógica (y para ellos “normal”): para ser personal fijo de Iberia era “mérito preferente” tener “enchufado” ya a algún familiar previamente en la empresa, circunstancia que no concurría en mi caso.

La otra manifestación de corrupción, mucho más asquerosa y sangrante, era la que se daba en la facturación de los vuelos con destino a Venezuela. Entonces las maletas de los pasajeros no se pesaban en una báscula electrónica y seguidamente desaparecían llevadas por una cinta transportadora. Junto al administrativo que facturaba el vuelo, se colocaba otro empleado (mozo de maletas) que se encargaba de comunicar a aquel el peso de la maleta. La corruptela estaba en declarar un peso inferior al real y ahorrar al pasajero el pago del exceso de peso. La acción se presentaba casi que como una obra de caridad. Pero en realidad, lo que ocurría es que con carácter previo el pasajero que sabía llevaba exceso de peso le había pagado la correspondiente “mordida” al empleado corrupto.

Estoy convencido de que hace muchos años que esto ya no sucede de manera generalizada ni en el aeropuerto de Los Rodeos ni en el resto de los aeropuertos españoles. Algo hemos mejorado.

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