lunes, 27 de octubre de 2008

EXTRAÑA SENSACIÓN



Nunca he invertido ni una sola peseta ni un euro en la bolsa, así que pertenezco a ese amplio porcentaje de población que no atiende a la información que a diario ofrecen los medios de comunicación sobre las fluctuaciones de valor que allí acontecen. Hasta ahora ha sido una realidad que siempre me ha sido ajena en términos personales; me trae al pairo si las acciones de Telefónica suben o bajan, o las del BBVA, o las de Iberdrola… Sin embargo, últimamente me ha empezado a preocupar que el Ibex no remonte las estrepitosas caídas de los últimos días, o que el gobierno argentino haya anunciado que va a intervenir las entidades financieras extranjeras que gestionan los fondos de pensiones en ese país, o que la bolsa de Tokio también de muestras del nerviosismo de los inversores.


Hay economistas que han propuesto (¿en un alarde de sensatez?) que lo que habría que hacer ya sin más demora es suspender transitoriamente (vamos, cerrar a cal y canto) el mercado bursátil, al menos, hasta que escampe la tormenta financiera que estamos viviendo, pues los resultados que a diario se producen en este mercado no es que sean erráticos, es que resultan total y absolutamente imprevisibles para los sesudos analistas de este mercado específico y también para los mejores y más cualificados economistas. Diríase que esta variabilidad permanente lo que provoca en realidad es aumento del ya crecido acojono general (global) de los inversores. Así que el planteamiento es sencillo: suspendamos temporalmente el mercado y evitemos así la propagación del miedo.


Pero el miedo que progresivamente se extiende entre la gran mayoría de la población que no invierte en bolsa es un miedo distinto. No es un miedo a perder dinero, sino más exactamente, un miedo a perder todo aquello que hasta el presente se le ha presentado y que ha vivido como mejoras en sus condiciones de vida: trabajo, casa propia, coches propios, viajes, comidas en restaurantes, estudios de los hijos en colegios privados, segunda residencia en la costa o en el campo, etc. Por supuesto que puede entrar a discutirse si efectivamente el “modelo” de desarrollo económico seguido era o no el más idóneo desde muchos puntos de vista, pero eso ahora es imposible de plantear, bueno, no imposible, pero sí inconcebible por parte de nuestras autoridades políticas de derechas o de izquierdas, y muchos menos aún, por parte de toda esa legión de economistas (incluidos los premios nobel) que tanto antes como ahora tienen siempre a mano una supuesta explicación técnica (¿o es científica?) de la realidad y, en este caso, del caos que se nos ha venido encima. Y si de lo que se trata es de colgarse la medalla al mérito de haber previsto lo que está ocurriendo, esa medalla habría que dársela seguramente a Carlos Marx, y no en su condición de economista, sino de auténtico estudioso integral de la historia, la economía, la sociedad y las pautas de funcionamiento del capitalismo como un todo que no puede dejarse en manos sólo de unos señores y señoras que se autodenominan profesionalmente economistas.


Bueno, aunque en realidad, el problema no son los economistas, sino los ingenieros, pues estos últimos, aparte de saber mucha economía, mucho Derecho y mucho de todo, han sido capaces de aplicar sus conocimientos al funcionamiento sofisticado del mercado mediante lo que se ha venido a denominar métodos de ingeniería financiera. No parece, sin embargo, que los cimientos de la construcción fueran muy sólidos. No nos queda nada, monada.

1 comentario:

Carina dijo...

ante el miedo, valor...que podemos hacer sino enfrentar lo que se nos viene de la mejor forma posible?

no se si la culpa es de los ingenieros, me pregunto si esta "competencia" está considerada y aprobada en sus respectivos colegios profesionales...

ingeniería implica metodología, ciencia aplicada, un conjunto de técnicas que tienen objetivos, casi siempre productos tangibles...que clase de ingeniería es ésta?, la de el azar y la incertidumbre?