viernes, 10 de octubre de 2008

FUNCIONARIOS


Anuncio gigante en el Metro de Madrid. El mensaje del anuncio es claro y terminante: “En época de crisis, hazte funcionario”. Bueno, y en época de no crisis también, pues ya es conocido lo del carácter cíclico de las crisis en el sistema capitalista global en el que nos encontramos, y en previsión de futuras crisis, lo mejor es tener garantizado el puesto de trabajo y la retribución correspondiente.

Yo soy funcionario público, a pesar de que cuando era más joven defendía el contrato laboral para los profesores no numerarios (PNN) de la Universidad española. Creo que entonces, honestamente, la reivindicación de un contrato laboral en el seno de la Universidad presentaba una vertiente de alguna forma “revolucionaria”, en el sentido de que ese tipo de contrato suponía que al profesor se le pudiera despedir (algo que en principio puede ser muy bueno para favorecer la sana competencia entre el profesorado) cuando concurrieran las causas legalmente prevista para ello. Sin embargo y, honestamente también, hay que decir que eso era pura teoría, pues no es lo mismo estar ligado con un contrato laboral indefinido a una Administración pública (y menos aún si ésta es la Universidad), que a una empresa privada. En el primer caso, hablar del posible despido del profesor-trabajador, era y es en realidad una auténtica quimera.

En estos momentos de crisis, existen en España prácticamente el mismo número de funcionarios (Estado, Comunidades Autónomas y Entes Locales) que de parados (2.600.000). Desconozco cuál puede ser el sentimiento que le embargue a uno si formara parte de ese segundo colectivo, pero imagino que debe ser algo terrible y descorazonador, a pesar del apoyo del Estado (prestación por desempleo) o de la familia, o incluso, de la denominada y siempre floreciente economía sumergida.

En un corto período de mi vida aún no lejano tuve la oportunidad de experimentar lo que supone conocer y tratar a los funcionarios “desde fuera”, o mejor, conocer y tratar a los sindicatos que dicen representar los intereses de los funcionarios y del personal laboral al servicio de las Administraciones Públicas. En general, mi juicio entonces -y más ahora que estoy alejado definitivamente de la actividad política-, es que si por algo hay que caracterizar al colectivo de funcionarios es por su creciente y desenfrenado ánimo insolidario con relación a los trabajadores asalariados y parados. Sus pretensiones se centran en reforzar su visión patrimonialista de la Administración y en “chantajear” a una clase política cada día menos capaz de defender los dineros públicos, ante las apetencias de un colectivo que se sabe permanente frente al carácter coyuntural de la clase política.

Que una visión tan negativa quede compensada por el conocimiento paralelo de excelentes funcionarios públicos capaces de darlo todo por servir a los ciudadanos, no es óbice para considerar que gran parte de los problemas que hoy tiene nuestro país para salir de una crisis que es internacional pero también doméstica, son originados por los funcionarios.

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