jueves, 8 de enero de 2009

ISRAEL-PALESTINA: EL ODIO INSUPERABLE


Para los que no conocen esa comunidad virtual (y cada día más real) que funciona en internet llamada Facebook, es típico en la misma la profusión de mensajes a través de los cuales se solicita a los internautas su adhesión a determinadas causas, personas, ideas, iniciativas, etc. Ayer recibía una invitación de una amiga en la que me proponía mi adhesión a un grupo que tenía que ver con los crímenes cometidos por los “rojos” en Paracuellos del Jarama durante la guerra incivil española. Las opciones eran, si mal no recuerdo, pinchar en el recuadro de “adhesión” o bien en el de “ignorar”, y mi respuesta automática, sin ningún género de dudas, fue pinchar en la segunda opción.

Sin duda, esta propuesta que circula en Facebook no es más que una de las muchas respuestas espontáneas de ciudadanos que se sienten cabreados ante lo que ellos interpretan legítimamente como una provocación por parte del Gobierno de la Nación con la aprobación de la denominada Ley de la Memoria Histórica. La guerra incivil española está ya lejana en el tiempo, y no debe seguir siendo un motivo para emplearla como arma arrojadiza en el terreno de la política democrática actual. Es una falsedad pretender presentar al Partido Popular como partido que se identifica con uno de los bandos ganadores de la guerra incivil. Este tipo de pretensiones, aparte de su maldad intrínseca, implican querer mantener vivo el odio que generó la guerra entre los españoles.

Si la guerra incivil de España finalizó en el año 1939 y casi setenta años después es aún capaz de provocar el despertar de viejos odios, ya se pueden imaginar cómo se plantea esta misma situación con relación al conflicto entre el Estado de Israel y los palestinos, en el que estos mismos días son objeto de muerte y destrucción personas y bienes en la franja de Gaza.

Como sucede con casi todo, pero especialmente con los conflictos bélicos ajenos, esta manifestación de violencia extrema –y en mi opinión desproporcionada- que está suponiendo la intervención militar israelí en Gaza, da lugar al correspondiente posicionamiento político-ideológico: si es usted de izquierdas, ha de condenar sin ningún género de dudas la intervención militar israelí y declararse defensor del pueblo palestino; por el contrario, si es usted de derechas, o bien da la callada por respuesta y se hace literalmente el loco o la loca ante el conflicto, o bien, se declara firme partidario del derecho de Israel a defenderse contra los ataques de la organización terrorista Hamás.

Y en medio de todo, las víctimas y los que vamos de tontos perdidos. En la guerra incivil de España hubo ante todo víctimas inocentes, pero también culpables de uno y otro bando. Los que perdieron la vida con la conciencia clara de pertenecer a un bando, lo hicieron hasta cierto punto de manera feliz: dieron su vida por la patria. Los que fueron movilizados forzosamente –en uno y otro bando- para la defensa de la patria y dieron su vida (en el frente o asesinados en la retaguardia) sin saber bien a ciencia cierta qué era la patria, fueron auténticamente infelices y víctimas de verdad. En el conflicto israelí-palestino ocurre algo similar, pero con la importante diferencia de que aquí uno de los bandos es un ejército eficaz y bien organizado, y el otro es un grupo calificado como terrorista. Uno de los bandos es un Estado democrático y el otro es una sociedad sin Estado y con grupos político-militares cuyo único objetivo y sentido en esta vida es la destrucción del Estado de Israel. Y en medio de todo, los palestinos, hombres, mujeres y niños que no han podido abandonar el infierno que supone vivir en Gaza soportando a unos dirigentes descerebrados capaces de matar sin dudarlo a los propios palestinos que se atreven a poner en cuestión sus métodos y objetivos.

¿Y qué decimos los tontos que vivimos en un país en el que ya han empezado, agraciadamente, las rebajas de El Corte Inglés? Pues eso, que el odio es la peor semilla que puede fructificar en el seno del pueblo (y esto no lo dijo Mao). Que en Israel y Palestina –sobre todo en la segunda- hace falta acontezca el milagro de un Nelson Mandela que propagó el perdón antes que el odio y olvidó las atrocidades cometidas por algunos blancos contra él y sus congéneres negros, y sobre todo, que somos muchos los que esperamos que la nueva Administración norteamericana sea capaz de poner de acuerdo a palestinos e israelíes para que por fin puedan empezar a convivir pacíficamente sobre la base de la mutua renuncia al odio, fuente de todos los males pasados, presentes y futuros. Que esto último ni es de derechas ni de izquierdas, pues seguramente, pero que le vamos a hacer… no todo pueden ser estúpidas certezas en esta vida. A veces es preferible ser un tonto y creer en que es posible pelear por erradicar el odio de nuestras acciones cotidianas.

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