lunes, 5 de enero de 2009

MORIR SIN PENA NI GLORIA


Nacer es casi siempre una alegría. En la generalidad de los casos, el acto del nacimiento de un nuevo ser humano, al menos en nuestras sociedades del “bienestar”, está considerado como un acontecimiento cargado de simbolismo a favor de la continuidad de la vida sobre la tierra -y algún día no lejano sobre otros planetas o satélites o incluso naves espaciales que se encuentren a millones de kilómetros de nosotros- de la especie más emblemática, relevante y únicamente capaz hasta el presente de valorar lo que significa para ella misma el nacimiento de un nuevo ser. Nacer es vivir, y vivir desprendido del seno materno al menos por más de veinticuatro horas, es ser una persona que al cabo de los años adquirirá la mayoría de edad y la plena capacidad para ejercitar sin ningún tipo de condicionante sus derechos como ciudadano en todos los ámbitos de una sociedad regida fundamentalmente por normas de naturaleza jurídica.

Entre esos derechos que se adquieren, está el derecho al aborto, esto es, el derecho a interrumpir el proceso natural del embarazo que habría de desembocar en el nacimiento de un nuevo ser humano. Desde el punto de vista legal, se trata del reconocimiento de un derecho a un ser nacido respecto de un ser no nacido que, sin embargo, no tiene derecho a nada en cuanto que el proceso tendente a su nacimiento puede verse interrumpido por decisión libre de la madre dentro de los límites fijados por la ley en cada caso. En términos jurídicos, no existe problema alguno. En términos morales, la cuestión es radicalmente distinta. Y no se trata de un tema que se resuelva a partir de la fijación del momento a partir del cual pueda entenderse existe o no vida, sino del momento siempre triste en que se opta por interrumpir el proceso mismo de la vida. El aborto, en mi opinión, será siempre una opción que se identifique con el peor significado del “morir sin pena ni gloria”.

Sin embargo, si en el caso del aborto el no nacido desaparece de la faz de la tierra sin llegar a tener siquiera la oportunidad de vivir la vida y experimentar la necesaria y correlativa muerte, la mayor parte de los humanos nacidos que habitan este planeta mueren también “sin pena ni gloria”. Son millones los que así lo hacen. Son aquellos que han nacido bajo el sino de la desgracia, de la pobreza extrema, de la guerra, de la enfermedad descontrolada, de la dejadez consciente de las supuestas autoridades, de la parsimonia y el cinismo de los nacidos en mejores circunstancias, de la insolidaridad de los más ricos, del desprecio a la vida que muestran los que asesinan a otros que sí desean vivir, mediante la comisión de atentados terroristas… Muchos de ellos malviven desde el punto de vista de las condiciones materiales que rodean su existencia, e incluso otros, viviendo bien, ven truncadas sus vidas no por la llegada natural de la muerte, sino por los excesos provocados por el propio modelo de vida que nos hemos dado (infartos, accidentes, cáncer, etc.).

Cualquiera de nosotros desconoce cómo se lo llevará finalmente la muerte. A mí en particular me agradaría que fuera en familia, para así dejar este mundo “sin pena ni gloria”, pero con la satisfacción y el gusto de haber nacido y, sobre todo, vivido con un aceptable nivel de felicidad.

2 comentarios:

Salvia dijo...

Guillermo, como siempre das en el clavo con tus reflexiones.
Muchas veces me he preguntado quién soy yo para que mi vida tenga más valor que la de una mujer guineana, por ejemplo.
Y pienso que tiene más valor porque mis necesidades básicas están cubiertas, tengo unos derechos mínimos que me amparan y es difícil que me vaya a morir a causa de una enfermedad para la que haya vacuna o fármaco de prevención. Todo esto, que yo considero inherente a mi condición de ser humano, no pueden predicarlo la totalidad de los habitantes de este mundo.
A veces me inundan pensamientos muy simples, como que si todos pusiésemos nuestro granito de arena se podría acabar con el hambre y la pobreza en el mundo. Pero pienso que esto no debe ser fácil, porque si lo fuese la gente con poder para hacerlo ya lo habría hecho, ¿verdad?

Carina dijo...

para la mayoría de nosotros, la pena y la gloria la encontramos en el seno de los que nos quieren: nuestra familia y nuestros amigos...

y si no podemos elegir donde y como nacer (incluso decidir si lo hacemos), afortunados los que puedan elegir donde y como vivir, y si acaso, también como morir...

todavía estoy impactada, tengo mal cuerpo, por lo de gaza, sí, y por uno de esos emails que te envian para hacerte valorar lo que tienes: uno con 4 fotos, durísimas, el problema del agua y el hambre en África, y la última, la de la niña sudanesa famélica con el buitre al acoso (de kevin carter); horroriza la realidad, que supera cualquier ficción...