martes, 20 de enero de 2009

NO HAY QUE EXAGERAR, PERO LA VERDAD ES QUE LAS NUEVAS REALIDADES TECNOLÓGICAS RESULTAN ACOJONANTES


Aquí y en la China, cada cual cuenta su película de la vida “a sigún y como le vaiga, oiga”. Pero tal vez, una de los elementos comunes a todas esas versiones particulares es casi siempre el de la nostalgia que suelen expresar los mayores por los acontecimientos pertenecientes al tiempo ya pasado. En realidad, objetivamente, no se trata en puridad de que tales tiempos y tales acontecimientos fueran mejores por el simple hecho de ser pasados, sino más bien, de que los mismos sucedieron con unos protagonistas que hoy, desde el presente, los añoran porque a su vez añoran un tiempo vivido que jamás volverá.

Los que hemos pasado de los cincuenta, además de ser calificados por los jóvenes –y también por la historia, aunque sea pequeña- como auténticos puretas, empezamos poco a poco a mostrar los primeros síntomas nostálgicos, manifestación patente de un cambio no precisamente climático, aunque si biológico, neurológico, psicológico y hasta de compostura. Empezamos por escandalizarnos de las pautas de comportamiento de los jóvenes, con la consabida retahíla de la ausencia de valores y demás sandeces, y terminamos entrometiéndonos en las cambiantes normas que rigen la moda, olvidando que cuando éramos jóvenes –al menos es mi caso- el peluque nos llegaba hasta los hombros y teníamos que soportar al típico ignorante –pero portador de los valores entonces tradicionales en cuanto a hombría- que desde un coche sacaba la cabeza por la ventanilla y nos gritaba “!pélate gediondo¡”.

Hasta que no cumplí los once años no llegó a mi ciudad el primer televisor en blanco y negro. Todas las tardes un grupo de niños –las niñas entonces hacían vida social separada obligatoriamente- nos concentrábamos delante del escaparate de Calypso, y allí veíamos las imágenes sin sonido, todo ello mezclado con miles de puntitos en la pantalla, hasta que se cortaba la emisión por dificultades técnicas del “repetidor” situado en El Teide. En fin, qué quieren que les diga, de niño me lo pasé muy bien en mi ciudad, en mi calle, con mis amigos, con mis hermanos….

Y ahora, pues eso, vida cibernética total, teléfonos móviles, coches (hasta tuneados), marcha, botellón, porros, solidaridad, más conocimientos, más cultura, más preparación, más oportunidades, más valores (algunos distintos, como el respeto a la homosexualidad o la condena a la violencia machista)… blogs, facebook, internet…. Acojonante.

1 comentario:

Salvia dijo...

Muy bueno el post! jaja!
Bueno, digamos que yo también debo ser pureta, a mis "treintayalguno", porque a nostalgia del pasado nadie me gana! De un tiempo a esta parte también empiezo a ver que ya no tengo mucho que ver con los más jóvenes, a los que miro "las pintas" creyéndome que yo las llevaba mejores a mis 16 o "veintipocos"...
Recuerdo que mi padre se escandalizaba y me echaba la bronca por como iba vestida al instituto, del mismo modo que yo ahora abro la boca como un buzón cuando veo a los muchachos/as con los pantalones caidos hasta la rodilla y enseñando el trasero, eso sí, con un bonito calzoncillo o braguita de CK!!
Soy una pureta! Pero ya lo decía Dalí: "lo malo de la juventud de ahora es que uno no forma parte de ella"... pues eso! hay que joderse!
Saludos, Guillermo