lunes, 26 de enero de 2009

LO CONFIESO: RECONOZCO SER UN INADAPTADO, PERO CREO QUE JAMÁS SERÉ UN BERGANTE


Pero que risa me entra cuando oigo decir que tengo suerte por trabajar en la Universidad (española, claro), que es la máxima expresión o el templo sagrado del conocimiento, la investigación y, sobre todo, donde se cultiva el espíritu crítico que hace posible el progreso (¿?) de la humanidad. Es casi todo mentira, o mejor, es expresión de un deseo o de un deber ser que dista mucho de lo que sucede en la realidad cotidiana. Lo que sí es cierto, en mi modesta opinión, es que efectivamente es una suerte poder tener un puesto de trabajo que te permite decir las cosas que realmente piensas en cada tiempo y lugar. No te despedirán por ello, lo cual, visto el panorama actual, es una bendición, pero tratarán de amargarte la vida a la mínima de cambio, pues tratar de afirmar la verdad –aunque sea tu verdad- siempre crea enemigos en uno u otro bando, ya sea entre los que creen en otra verdad distinta de la tuya, o bien, entre aquellos que defendiendo la mentira como norma de actuación no pueden permitir que alguien diga o defienda la verdad.

Durante el franquismo había en la Universidad española muchos profesores mediocres que accedieron a las cátedras por el simple hecho de ser propagandistas de la ideología sustentada por el régimen, sobre todo, teniendo en cuenta que inmediatamente después de la guerra civil fueron depurados excelentes profesores de las Universidades españolas por el simple hecho de ser personas decentes y rectas (creo que esto, junto con las depuraciones en otros niveles de la enseñanza, fue de las peores cosas que para España hizo el régimen franquista). Pues bien, pasados los años, en plena democracia, esto es, hace apenas un año y medio, yo he sido testigo de cómo algunos canallas se confabulaban para defender abiertamente la tesis -si llegare el caso, sin el más mínimo reparo moral y sin que les temblara el pulso o manifestaran un atisbo de rubor-, de condenar a un candidato a una plaza de cátedra a pesar de que el mismo fuera el que mejor currículo presentaba. No había justificación alguna, pero si era preciso utilizar alguna, esta era que se trataba de un aspirante perteneciente al Opus Dei y antes que al mismo había que votar a los de la propia Escuela.

A veces algunos de mis colegas y amigos de la Universidad me reprochan abiertamente que en mis comportamientos soy un poco extremista, vamos, que ni tanto ni tampoco. Que debo de comprender que hay unas reglas no escritas que funcionan en la Universidad desde hace ya muchos años, y que las Escuelas son las Escuelas y las oposiciones son un invento que nadie realmente se cree funcionan sobre la base de los principios constitucionales de la capacidad y el mérito de los candidatos.

Y claro, es posible que todos estos tíos y tías pues a lo mejor tengan razón, y que el inadaptado sea yo. Pero si así fuere, entonces me veo en la obligación de afirmar que Franco y el régimen que funcionó en España durante cuarenta años, actuaban en materia universitaria con más honestidad que la que es atribuible en la actualidad a tanto bergante en la Universidad española: lo determinante era la aceptación del régimen (lo que llegó a transformarse en una mera formalidad con el paso de los años), mientras que hoy lo determinante son los votos con los que cuenten en el seno de un tribunal los bergantes (que estarán dispuestos a cometer las mayores canalladas envolviéndolas en un manto de formalidades vacías que desvirtúen los principios de capacidad y mérito de los concursantes). No parece que el nuestro sea un país para viejos….aunque aún lo sea para bergantes.

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